Y los quintos, que vienen para sentirse libres de responsabilidad y apegarse a la embriaguez (ahí encajo, yo).
Don't Let Me Down de The Chainsmokers ft. Daya truena en todo el casino.
El retumbar del bajo de la música elevaba el emocio-nante espectáculo de unos hombres que bailan llamando en-deblemente mi atención ¿cómo no? ¡Están buenísimos! El ambiente se siente excitante, atractivo e impetuoso. Hay má-quinas que desprenden vapor de diferentes colores. Hay luces por todos lados en conjunto de reflectores. Se halla una tari-ma con grandes pantallas en donde el Dj está operando. Algo más que resuena en el aura, son las bufonas carcajadas de las personas ebrias. Mi corazón late precipitadamente. Paralizó con vigor el balaustre del sillón (donde estoy sentado conti-guo a mi amigo). Se siente el olor a nicotina y los restos del alcohol salpicados en mi camiseta.
Tayron está conversando animadamente con una chica que se situó hace unos minutos en su regazo. El título de me-retriz, fue lo primero que me llego a la mente cuando la vi y tomarse la atribución de coquetear con ambos. De forma par-ticular tuve que actuar demostrando mi orientación sexual. Ya que no dejaba de mandarnos indirectas. Mi mejor amigo, co-mo cosa extraña (que se note el sarcasmo), aprovechó el mo-mento de ligar con ella.
Alrededor de una hora habíamos conseguido llegar a una de las discotecas más famosas de The Strip. Además es el hotel donde nos estamos alojando, por el tiempo que estare-mos. El calor es muy preciso y el licor asume una parte de la responsabilidad.
Ingiero otro trago y relajó la tensión en mi cuerpo. Tengo muchas ganas de bailar y de moverme libremente por el sitio; si bien, es algo que casi no puedo permitirme. En las discotecas siempre hay paparazzis encubiertos que gozan en capturar cada escena de personajes reconocidos. De verdad no deseo tomar la atención, suficiente tengo con que me ha-yan reconocido como el hijo de Harold Rodsonwell. Se vuel-ve sofocante y áspero. Asi mostrar algo que después se riega como pólvora y después... bueno.
Aclaro. La opinión que la gente tenga sobre mí me da totalmente igual. El problema cae, sobre lo estresante que se volverá mi teléfono celular con las numerosas llamadas y mensajes de mi padre para recriminarme sobre mi endeble comportamiento.
Lidio con mis pensamientos mientras seguía analizan-do una vez más el alrededor de la discoteca.
Trato de encontrar algún mesero para que trajera un tinto de verano o, al menos, un Martini. Mi garganta se encontraba reseca, se me había acabado el trago. Necesito más alcohol que ayuden a limpiar los rastros del dulce Vodka. Esta vez prefiero una bebida más agridulce.
De cierto modo, me siento incomodo, estando en lu-gares que son abordados por muchas personas. Es tan gracio-so notar como un psicólogo contiene sombras...; yo soy más de libros y de música con audífonos.
Tayron hace que la fémina se levante del regazo para posteriormente elevarse del sillón; noto como su cuerpo se tensa y observa mi expresión. Instintivamente dirijo la mirada hacia su paquete. Veo la prominencia de este. Subo la mirada topándome con su burlona expresión. Ruedo los ojos y omito las palabras que quería formular. Se acerca hasta el oído de su acompañante, separa sus abundantes hebras con el dorso de la mano. Le comenta algo que hace que la muchacha se ruborice y asienta incitada. Se retira de nuestra proximidad, mueve sus caderas provocando un gemido de mi amigo. No soporto sus idioteces ni mucho menos sus ligues de una noche. Luego de perder con la mirada a la extraña se ubica en cuclillas frente a mi presencia. Conservando su sagaz fisonomía. Puedo visua-lizar con la clara iluminación su cabello chocolate. Determino su cuerpo estimando sus rasgos y expresión: pestañas hermo-sísimas, cejas diagonales, labios encarnados de color sandía, pómulos cuadrados, cuerpo tallado por horas en el gimnasio portando una estatura de un metro con ochenta y tres centí-metros.
Simplemente un adonis. Uno muy promiscuo.
-Quiero que hoy liberes esa loba que llevas por dentro -lo miró entrecerrando mis ojos, detesto cuando hace ese tipo de bromas-, ¡es enserio! me preocupas, bro -bromea codeán-dome.
Le exterminó con la mirada (¡cómo si eso le hiciera daño!). Imbécil.
-Tal vez... -susurro. Entrecierra los ojos viéndome fija-mente y atestigua despacio.
-Iré a la pista de baile junto a la sexy chica -sonríe pedante viéndose el pecho. Se sube un poco la camisa dejando ver su tallada V que ligeramente se esconde bajo su pantalón de mezclilla.
-Si, lo que sea -no le tomo importancia y suspiro derrotado cuando se aleja.
Intenta llamar la atención de algunas personas que observan su caminado. De chico: «sexy-malo-que-solo-pienso-con-la-cabeza-de-abajo»
Bueno así es el. Un rompe corazones.
Puedo sentir el escaso aire acondicionado sacudirme el cabello. Siento una ligera molestia en mi cuello, no podía descifrar de qué se trataba. Por inercia llevó la mano que man-tengo desocupada al sitio afectado. Al pasar de unos minutos y sentirme un poco solitario trato de fijar mi atención en al-guien para socializar.
El juego de las luces y el vaho artificial, los tragos y la estruendosa música crean sensaciones en el individuo como si estuviera en éxtasis. Hay emociones positivas donde gana la dejadez del raciocinio. De igual manera podría considerar ante mi ojo crítico algunas personas importantes caminar de un lado a otro exteriorizando sus costosas y delicadas prendas de modistas famosos. Unos que otros se quedaban estudian-do de pie a cabeza hasta sonreían. Seguro me conocen por las detractadas revistas de farandulas a la cual de cierta manera me había vuelto un «embajador».
La tenue luz de la rectangular pista de baile apenas se colaba por los rostros agraciados de personas que casi tenían intimidad. Los bailes en este tipo de sitios conllevan a ser un tanto eróticos, sensuales incluso amorosos. Los silbidos, aplausos, gritos, chillidos refunfuñaba en mis oídos. Para es-tablecer el progreso de un sutil dolor de cabeza.
Desciendo los ojos para observar el suelo de mármol brillante, inhalo difícilmente, sentía pesarme los ojos. Es como si la pesadez de pronto fuera parte de mí. ¡Claro que no lo permitiré! ¡Estas son las pocas oportunidades en las que pue-do disfrutar como se debe! Paso saliva y me dejo llevar por la valentía de disfrutar, cuando estaba a punto de ponerme de pie escuchó una voz que hace que mi cuerpo se estremezca.
-Buenas noches -es ronca, profunda, tenaz. Sus recónditos ojos me transmiten un escalofrío que camina por cada poro de mi piel sensible. Su penetrante repaso azul-acero me hace perder en un infinito abismo-. ¿Puedo sentarme junto a us-ted? -instintivamente giró hacia el asiento donde minutos atrás estaba sentado Tayron. Puedo sentir aun así su fuerte aura. Todo en el causa escalofríos sensuales.
-Claro -tartamudeo bajamente creyendo que no me escu-chó, pero es todo lo contrario-... no hay problema -titubeo una vez más, en voz alta.
Se sienta con parsimonia; puedo estudiar con breve-dad sus movimientos y las acciones que estos resaltan. La posición de sus ojos atraviesan un duelo pesado con los míos. Es una sensación peligrosamente mortal donde el ganador decide qué hacer con el otro; es un desafío sin reglas y una habilidad de carecer de actitud. Sin que note la ansiedad de mis movimientos traspaso una mirada reveladora a las perso-nas que nos rodean a una distancia considerable. En su mano derecha lleva un vaso de vidrio que contiene un líquido que podría definir como: Whiskey, con un limón troceado dándo-le un sabor agrio. Observarle es adentrarme en una percepción amena. Todo él irradia lujuria y machismo. Por un instante, puedo lucir la curiosidad en lo conocido que se me hace. No puedo definir de donde, aunque, siento que lo conozco de un lado. Trato de no hacerlo sentir incómodo ante la sensación que abarca la confusión ante el reflejo de mis expresiones.
Piel blanca tostada, como si de un guerrero vikingo se tratara; cabello cobrizo, como la sensación de encontrarse en una gélida noche; ojos azules aceros, como un mar profundo y tormentoso; un metro noventa y dos centímetros de imponen-cia; labios en forma de corazón finos, de color sandia, bas-tantes apetecibles; pómulos fuertes, con dos hoyuelos atracti-vamente lujosos, hombros anchos, cadera ancha; es un hom-bre tosco. Lleva una camiseta Adidas negra con un sweater del mismo color.
¡Santo cielo! Este es un hombre por el cual todos y todas suspirarían y se inclinarían. Irradia belleza, sensualidad, deseo, pasión... Mi vista sigue viajando hasta posarme en el tatuaje en la palma de su mano, una especie simbólica de ro-sas azules con bolas de béisbol en llamas naranjas; un diseño bastante íntimo. Sin olvidarme del el número once marcado en el centro. Abro los ojos impresionado hasta saber de quién se trata. Oh, Joder...
-Jules Stronligth -murmuró seguro. Dejo salir un pequeño jadeo ahogado. Miro de reojo a unas mujeres que no le quitan el ojo de encima.
-Me siento halagado de que no me hayas reconocido desde un principio, Joseph -se me tranca la respiración al notar que desde un principio me reconoce-, te hacía en San José, estu-diando...
-Hace un par de días me gradué...-hago una pausa notan-do su perpleja mirada-: de psicología.
-Eso es genial -comentó dándole un pequeño trago a su bebida-. Entonces ya cuento con un psicólogo personal -siento que me convierto en fuego.
¿Me estaba coqueteando? Imposible.
-Mi mejor amigo se volverá completamente loco cuando se entere que estoy hablando contigo -radicalmente cambió el tema-. Estoy casi seguro que le dará un infarto -sonríe de lado. Pudo palpar el abrupto cambio de tema. Sin embargo no hace tanto hincapié.
-¿Fanático del equipo?
-Ni que lo digas -ruedo los ojos divertido-. Estuvo todo el día estresado porque jugaban y no podía verlo. En la auto-pista el internet es muy rencoroso -no deja de sonreír.
Hace unos movimientos con sus manos llamando la atención de alguien. Al instante noto unos meseros (y yo que llevaba rato tratando de contactar alguno. Viene, él, mueve su mano y aparecen). No me había percatado que algunos hom-bres imponentes, completamente trajeados, estaban a nuestro costado observando el lugar. Es obvio, que el mismo pelotero de las grandes ligas, estaría escoltado, como si se tratara del presidente de los Estados Unidos de América.
¡Qué ansiedad tener a este espécimen de hombre conmigo! De solo volver a observar siento mis mejillas arder.
-Por favor tráenos unos Whiskys y no dejes de hacerlo -el camarero, que había llegado hace unos segundos, anota lo que el jugador de béisbol le había pedido; se retira no antes de darnos una última mirada a ambos.
Que extraño ese tipo... se me hace conocido pero no sé de dónde.
El ambiente se empieza a tornar tirante y doy la califi-cación de que debo levantarme he irme a mi habitación antes de que caiga en las garras de este hombre, que últimamente ha estado en los ojos de todos. Es el jugador más reconocido y respetado de todo el mundo. Es un beisbolista que ha marca-do muchos récords en el mismo juego. El número 11 es el emblema y número que lo representa en todo acometimiento, lo cual me da cierta curiosidad de saber por qué ese número en su vida.
-¿Y qué haces aquí? -pestañeo varias veces al salir de mi ensoñación. Mantiene su acuosa mirada puesta en mí, especí-ficamente en mis ojos. Es como si estudiara la profundidad de mis pensamientos-...digo, en una discoteca -no me di cuenta en qué momento el camarero trajo los tragos. Jules me pasa uno; lo tomo con ansiedad. No me gusta el whiskey. Prefiero los Martinis o el Vodka. En el whiskey siempre le agregan sustancias que no se notan a simple vista. Además me traen problemas. No sé beber licor. Las pocas veces que lo he hecho, terminó muy mal. Y eso también se refiere en la cama con un hombre desconocido.
-Tratando de salir de las ensoñaciones -tomo un poco del líquido castaño, casi ambarino, de mi vaso de vidrio-. ¿Y tú? -Mira pidiendo que termine de hablar-, ¿qué haces en Las Vegas? Digo, no es que no puedas venir... solo que...
Él me observa con gracia y sonríe ceremoniosamente.
«Oh, Dios mío... maldita sonrisa moja bragas»
-Hoy tuve un partido de béisbol contra los Grandes de San Francisco y decidí darme un respiro, estamos en la final de la temporada -con razón Tayron estaba que se volvía loco por ver televisión.
-Oh -es lo único que sale de mi boca. Me sigue mirando desconcertado pensando que diría más.
Según la revista People. Jules Stronlingth, es un hom-bre homofóbico, hubo docenas de ocasiones donde reporteros le hacían preguntas sobre «¿Qué sucedería si te enamoras de un hombre?... o, ¿Qué pasa si un fanático de la comunidad LGBTQ+ se insinuara?»; Jules, siempre respondía cortante que no era un marica como para fijarse en algún hombre. Con-sideraba que esos asuntos eran asquerosos y que hasta podría golpear a cualquiera que trate de intentar algo indecoroso con él. Cosas como esas hacen que me incomode su presencia. Tiene una linda novia, modelo de lencería y embajadora con-temporánea de uno de los desfiles de la semana de la moda en París. Mi madre asiste a sus desfiles de moda. Las veces que le acompañaba, tuve algunas conversaciones con la fémi-na. Inspira bondad. Según los medios cercanos de ambos, dicen que Jules es un hombre que solo quiere a las chicas para acostarse con ellas y poder disfrutar de lo que la vida le regala a diario.
El tiempo pasa volando. Hemos conversado de mucho y de poco. Jules tiene ese aire volátil genial. Es como una montaña rusa. Tiene un ego, bueno... más grande que el Mon-te Everest. Sin darnos cuenta, llevamos más de veinte vasos de whiskey, diez vasos de Vodka y unas cuantas cervezas sin gases.
No sabía cómo mantenerme de pie.
Empecé a decir incoherencias.
Bailé con un cuerpo muy pegado al mío.
Sentí girar todo mi entorno, para más tarde, no ver.
Escuché algunas campanadas, risas cada vez más fuer-tes; aplausos, que casi me hacen caer.
Hubo algunos flashes.
Lo último. Sentir el peso de un cuerpo más grande, sobre el mío.
Caigo en un fino abismo.
Siento náuseas.
Luego oscuridad. Más oscuridad.