Los pies seguían moviéndose con ritmo en la lujosa maña-na. Los pantalones de mezclilla se ciñen a cada trote que pro-porcionaba. Conseguía sentir alivio de haber logrado salir de la mansión y así salir a trotar por la ciudad, bajo la atención de los guardaespaldas. Cada vez me sentía oprimido de estar aislado. No me gradué para estar encerrado y atender un ma-rido que solo: me maltrataba tanto física como mental.
Han pasado seis meses desde lo que sucedió en Las Ve-gas, seis meses que sufro por maltratos de parte de mi esposo. Hay veces que ni siquiera nos llegamos a ver; todo mi futuro, todo el estudio, toda la educación se fue a la mierda por el maldito matrimonio con el imbécil de Jules, de vez en cuando tenemos que salir obligados y mostrarnos ante los paparazis para demostrar que somos felizmente casados. Pienso que debí levantarme cuando Jules se sentó junto a mí en aquella discoteca. Supongo que es solo una prueba de vida donde debe sobrevivir el más inteligente.
Las personas caminan a mí alrededor; algunos descendían otros ascendían. Autos pasaban por el tráfico que se comen-zaba a formar. Los residentes de Georgia están acostumbra-dos a madrugar para hacer sus actividades laborables. Estados Unidos se caracteriza como un país de trabajo, tienes dos op-ciones al vivir en él: estudias o trabajas. Es el estatuto que podemos identificar. La mayoría de los seres humanos están instruidos a tropezar con lo fácil. Si bien, aquí nada es fácil. Podría decirse que Georgia es un estado indispensable, ya que, es uno de los únicos estados de América que no cuentan con las mismas leyes como en todo el país, el estado crea sus mismas constituciones y las aplican. Diferente en lo actual; como que ya eres mayor de edad desde que tienes dieciséis años de edad, puedes trabajar desde los catorce años de edad. El enigma de las sociedades es que, aquí influye mucho los ataques de bandas honorificas, o por su nombre: mafia. Atlanta es un sitio refugiado por ellos. Describiéndose como territorio sosegado, desde 1998 no ha habido otro tipo de ataque de alta gama como la masacre de aquella época.
La musculosa estaba húmeda a causa de la transpiración que desprendía mi cuerpo al estar trotando. Él calor corporal más el calor del verano hacia que las personas llevaran atuen-dos más relajados, ya que el calor es dinámico. Los cambios de estaciones son más fuertes aquí que en cualquier otro lugar del país. No me quejo del todo. La cultura de mi residencia es un tanto excéntrica, sin embargo, me seduce. Llevo viviendo aquí lo que tengo de vida. Puedo divisar un parque poco con-currido por tanto comienzo a reducir la velocidad para diri-girme hasta una de las tantas bancas de madera. Es un lugar cien por ciento higiénico, el senado estatal asume que cada dos días haya limpieza de pies a cabeza en la metrópoli, por ello los individuos de otros lugares prefieren emigrar al estado y buscar empleo que es más factible y seguro. Ya que, el tra-bajo es reverenciado. Si eres camarero obtienes respeto, si eres de los señores del basurero tienes respeto, si eres educador obtienes respeto. La solidaridad es muy afectuosa. Instalo todo mi peso en la banca y comienzo a inhalar y exhalar pro-fundamente, estoy agotado, la caminata me ayudo un poco en despejar los pensamientos abruptos sobre el lerdo matrimonio. Jules me ha demostrado que soy una desgracia en su vida. La mayoría de las noches se va algún bar, llega ebrio oliendo perfume de mujer, su cuello lleno de chupetones, la camisa llena de pintalabios. No es que lo espié, al contrario desde que nos casamos me toca hacer lo que hace una ama de casa y tengo que ser buena esposa para mi esposo. Si no me ira mal y no quiero eso.
Lo bueno es que dormimos en cuartos separados, cuando algún familiar o amigos de Jules vienen de visitas por dos días nos toca dormir en la misma habitación aunque a mí me toca dormir en un colchón sobre el suelo y el como un rey en mi cama. Es un idiota en todos los sentidos, siempre le gusta ser el centro de atención, habla cosas de mí que ni yo mismo sa-bia. Cada vez me siento más pequeño a su lado, me intimida, ¿a quién no? Mide dos metros, tiene los ojos icebergs que te pueden solidificar al solo mirarlo. Su rostro siempre esta ten-so, su cuerpo es muy grande, sus músculos son demasiados inmensos y marcados, los pocos tatuajes que tiene lo hacen ver peligroso que hasta me da miedo acercarme.
Retiro los audífonos de mis oídos cuando la canción ha finalizado. No me apetece seguir escuchando música en este momento. Se puede observar el panorama. Algunas personas trotando haciendo diversos ejercicios y otros simplemente caminando. Ha esta hora de la mañana la gente sale hacer actividades físicas para luego entrar a su respectivo trabajo. Eso pensaba hacerlo, pero, con lo que sucedió en Las Vegas, no lo creo. El simple hecho de imaginármelo me causa catar-sis. El viento diligente se frotaba ante las hojas de los arboles dándoles un suave vaivén. Sonrío por inercia. Este tipo de ambiente me trae alivio. Mis ojos se movían constantes obser-vando a la redonda en busca de algo que pueda ser interesan-te, fracasaba en la búsqueda. El escozor de la maleza resaltaba de las raíces de algunos árboles, las ardillas mantenían un tra-yecto del suelo al árbol, ida y venida. Era acogedor observar todo mi alrededor es tenuemente pacifico, cosa que me hacía falta.
Volteo hacia la derecha notando dos señores de edad otoñal tomados de la mano sentando en un banco a tres de donde estoy sentado. Poseen una pequeña bolsa con pan dándoles de comer a las aves y a las ardillas quienes lo reci-bían gustosas. Carcajeó apacible cuando unas aves salen vo-lando del suelo cuando un perro de raza Golden, viene pa-seando. Una correa esta puesta en su cuello siendo jalado por una femenina de alta estatura de cabello rubio en una perfecta coleta, contextura delgada con ropa deportiva. Ella le suelta y el perro contento trota donde están las aves. Tan absorto en los pensamiento no me había fijado que se acerca hasta sen-tarse a mi lado viéndome con una diminuta sonrisa. Debe mi edad o un poco más. Viste una musculosa similar a la mía, una licra negra y unos zapatos del mismo color anterior.
-Buenos días -dice animada-. ¿No hay problema que me sienta contigo? -ladea el rostro para darme una seña hasta los guardaespaldas que nos miran con fijeza. Asiento con la cabeza una vez que la ansiedad deja de lado mi cuerpo. Sus ojos son de color café, muy bonitos-. Gracias. Soy Sandra Jefferson.
-Soy Joseph Rod... digo Joseph Stronligth -la fémina da un vistazo entrecerrando los ojos asintiendo para luego sonreír sin darle tanta importancia-. Un gusto.
-Igual. Señor Stronligth -con los ojos abiertos paso saliva paso saliva-. Sí, estás en todas las revistas al igual que el periódico.
Suelto un sonoro suspiro.
Detallo él reloj digital que marca las 8:00hrs. Me sorprendo y me levanto rápido del banco sobresaltándola, giro dándole una ojeada de soslayo.
-Me tengo que ir. Debo llegar rápido a casa... -apunto cautelo. Afirma liada.
-Entiendo. Tu esposo te espera ¿cierto? -Aseguro-. Si deseas te doy un aventón traje mi auto. Está aquí cerca. Solo déjame buscar a Iggor y...
-No quiero molestar -interrumpo ansioso-; además, los guardaespaldas debieron de haber traído uno de los autos.
-No lo haces. Tranquilo. A parte, me caíste bien. Y quiero ayudar -coloca sus dedos en forma vertical a los labios. La noto confundido cuando silva ruidosamente. El Golden quien se había escapado para jugar con las aves llega enseguida, jadeando-. Es Iggor. Mi fiel compañero.
-Es muy hermoso -expreso colocando mi mano en su ca-beza. Iggor me mira y se frota a la caricia que brinda mi mano-. Hola Iggor. Soy Joseph.
El perro ladra como si estuviera presentándose.
-Iggor. Hemos de irnos. Hay que llevar a Joseph a su casa ¿sí? -El perro de nuevo ladra como si estuviera afirmando lo dicho de su compañera.
La conexión de ambos es muy maravillosa. Sandra le ha-bla como si fuera una persona y eso es muy agradable de su parte. Iggor es un cachorro hiperactivo. Nunca tuve la dicha de tener una mascota. Padre, siempre adoptaba perros guar-dianes, y no eran nada amigables. Continuamente quise tener alguna mascota, para poder brindarle aquel afecto que me hacía tanta falta por parte de padre, sin embargo, nunca lo permitió. Alegando que me volvía una persona insensible.
Caminamos en busca de su auto. Saca unas llaves con un monitor de color negro. Presiona un botón el cual hace que un auto a unos metros de nosotros tintinee. Es un Toyota color blanco. Una camioneta muy bonita. Nos dirigimos a ella, en mi mano derecha llevo mis audífonos, y mi iPod. Tengo que llegar antes de las 8:30hrs, hacer el desayuno. Antes que Ju-les se levante y se ponga furioso al no encontrar nada. El acostumbra a levantarse a las 9:00hrs. Cuando estamos frente al auto abre la puerta del piloto, me hace una seña para que entre y abro la de copiloto para poder entrar por ella. Iggor entra a la parte trasera acomodándose en el asiento, Sandra se desliza por el asiento encendiendo la camioneta poniéndola en marcha. Los edificios se hacen presentes. Grandes rasca-cielos se están a la mira a gran altura. Sus hermosas estructu-ras son las que más llaman la atención de cualquier individuo. Obras hechas a la perfección, detalladas, moldeadas y pinta-das con finura, obras multimillonarias. Le voy dando la direc-ción a Sandra, Iggor en todo este tiempo se había quedado en silencio, algo que me desconcertó, ya que, algunos conocidos aportan que sus mascotas son muy ruidosas en los autos.
-Siempre que vamos en el auto no ladra -confiesa Sandra resolviendo mi desconcierto al mirar confuso a Iggor, inme-diatamente me sonrojo.
-Oh... -ella ríe dócil negando entretenida. No puedo estar más ruborizado porque parecería un tomate.
-Él no es de esa clase de canes. Es más inmutable. Aunque muy hiperactivo cuando le suelto la correa para que marche en lugares abiertos donde haya hojas o barro..., y claro animales pequeños para poder jugar.
Mantiene su rostro sereno mientras maneja. Su risa es agrada-ble casi pegajosa.
Tengo miedo de que Jules también, me prohíba no tener ami-gos. No sería capaz de dejar a Tayron y mucho menos la amis-tad que estoy comenzando a entablar con Sandra.
Ya cuando nos acercamos a los condominios de las grandes mansiones. La ansiedad incrementa mediante vamos llegan-do. De cierto modo temo de cada decisión que tome mi espo-so.
-Bueno -señala Sandra. Estaciona en el jardín de mi ho-gar-. Fue gusto haberte conocido Joseph -la contemplo con una pequeña sonrisa. Me guiña un ojo-. Oh, espero no te moleste darme tu número de teléfono. Así podremos cuadrar y salir. ¿Qué dices?
-¡Claro! -asiento repentinas veces. Me pasa una libreta que saca de la guantera. Me da un lápiz y comienzo anotar una serie de números en ella-. Listo.
-Gracias...-bajó del auto cerrando la puerta suavemente-. Adiós -se despide con su mano. Volteo notando por el vidrio de copiloto-. Adiós, a ti también, Iggor -el perro ladra moviendo su cola juguetonamente.
Suspiro apenas noto como la camioneta desaparece de mi vista.
Inicio a caminar atravesando el jardín donde están plantados algunas rosas, claveles y tulipanes. La hierba obtie-ne una tonalidad verdosa vivaz. Una de las sirvientas lo riega dos veces al día. Jules permitió que contratáramos pocas per-sonas para los quehaceres del hogar. Solo debía atender sus necesidades. Como cocinarle y recogerle sus cosas tiradas. Es un martirio vivir y depender de un hombre machista que solo impone su tamaño y fuerza a comparación de la mía alegando deliberadamente que soy menos que él. Abro la puerta princi-pal con la llave que coloco debajo de una maseta. Es la llave que Jules no sabe que poseo. Sé que casarnos, en estado de ebriedad no fue de todo bueno. Él también tuvo la culpa. Había muchas sillas en la discoteca. ¡Pero no! El señor todo poderoso debía sentarse a mi lado así destruirme la vida que tenía planificada desde que me había graduado. Jamás podré laborar con lo que había soñado hacer. Estaba buscando un delirio de libertad que ni pude encontrar.
Las luces siguen apagadas. El pasillo esta desalojado. Camino hacia las escaleras en forma de caracol para poder darme un baño y cambiarme de ropa. Hay una serie de puer-tas en lo largo del pasillo; la mía está en la última del pasillo. Doy cada paso con cuidado, así los pies no rechinen. Cada paso apenas se lograba escuchar y agradecía eso a todos los Dioses. Con cuidado tomo el pomo en mis manos y doy vuel-ta, empujo hacia adentro y entro por la puerta de color caoba con el picaporte de color dorado. La habitación es de un color azul rey, con columnas en blanco. El techado es del mismo color, un gran televisor de pantalla plana de 52'' de color HD reposaba en la esquina de la habitación levantado en una repi-sa. Dos mesitas de noches estaban a cada extremo de la gran-de KingSize, en ella está situada unas acolchadas sábanas de seda escarlata, dos jugosas almohadas con buen relleno de plumas sintéticas.
Los estantes donde guardaba algunos libros estaban al extremo del televisor. El guardarropa está en el exterior de la habitación junto a dos sillones en entonación pastel cerca del cuarto de baño con diferentes tipos de vestuario y calzado para todo tipo de ocasiones y eventos. La mansión de mis padres está a cuatro mansiones de nosotros. No tengo permi-tido ir hacia allá, padre dice que no quiere que esté por ahí. Comienzo a despojar la ropa deportiva de mi cuerpo. Mi con-textura es delgada, pero, bien tonificada. Podría apreciar en el gran espejo el balcón a un costado de la cama. En él se podría estimar el patio trasero, la piscina en forma de margarita. Ya desnudo comienzo a entrar en el cuarto de baño. Lleno la tina con agua, le echo algunas especias y champo, las burbujas comenzaban a regenerarse en el agua. Una pequeña sonrisa atraviesa mi rostro al ver las pequeñas burbujas. Me hacía re-cordar cuando era pequeño y madre me bañaba junto a Lucas, mi pato de hule. Pienso melancólico.
Con el agua está lista entro en la tina y me sumerjo en ella. Las burbujas se empañan a mi cuerpo dejándolo cubierto por espuma. Agarro la esponja y comienzo a frotarla alrededor del cuerpo y sus costados limpiando rastros de suciedad. Los pensamientos rondaban cada vez más cerca de mi mente, no quería encerrarme en ellos ya que podía durar horas pensando, imaginando y recreando un lugar no debido; además debía hacerle el desayuno a Jules. Luego de un tiempo considerado salgo de la tina, mis dedos parecen uvas pasas, casi como las de un abuelito. Me pongo de cuclillas y levanto con mi mano derecha el tapón haciendo que el agua comience a descender de la tina. Con mi otra mano tomo dos toallas blancas amas de casa. Con una la enrollo en mi cuerpo y la otra la utilizo para secarme el cabello aunque es algo imposible (pero no pierdo la esperanza). Ya en la habitación me dirijo al guarda-rropa; escojo con eficacia una franela Polo negra con el logo-tipo rojo, la tela es suave. Escojo una bermuda roja que me llega hasta las rodillas pero se ciñen a mis piernas, unas Con-verse de color blanco. Coloco todo en mi colcha. Me deslizo la toalla y comienzo a pasarla por mi cuerpo secándolo a su paso. Busco el desodorante. Lo aplico con delicadeza en mis axilas; luego me pongo crema hidratadora en el cuerpo para después desplazar el bóxer de color negro con la franja pla-teada, pongo mi bermuda seguidamente ponerme la franela. Camino descalzo por la habitación y llego a mi peinadora donde también hay un espejo un tanto pequeño comparado con el que está a mi costado. Tomo en mi mano derecha cre-ma de peinar y así pasarlo por mi cuero cabelludo, lo paso varias veces intentando controlar lo rebelde que es, pero como siempre fallo.
Ugh, estúpido cabello.
Ya listo me pongo mis Converse ágilmente. Tomo de la primera gaveta del chifonier un reloj Omega dorado con deta-lles plateados. Su contorno es negro la correa de cuero bien pulida. Miro el reloj digital que reposa encima del televisor y abro los ojos como platos, son las 8:55hrs.
-Mierda... -ya mi cama está tendida, antes de salir a trotar la había arreglado, camino apresurado por las escaleras inten-tando no hacer ruido para despertar antes de tiempo a Jules.
Llego a la cocina, observándola exhausto. Me acerco negan-do. Tendré que hacer un desayuno rápido. Busco en las gave-tas un recipiente de vidrio. Haré pancakes con Nutela y ensa-lada de frutas. Busco los ingredientes necesarios y comienzo a preparar la mezcla. Ya lista, enciendo el fogón de la cocina. Sitúo una cacerola encima para poder colocar la masa y hacer los pancakes. Volteo constante a observar la hora en el reloj. Dejo cocinar los pancakes y busco las frutas para hacer la ensalada; Kiwi, Fresas, Manzanas, Pera y Uva. Las comienzo a picar rápido.
-Joder -me corté un poco el dedo desprevenidamente. Dirijo mis pasos al lavaplatos abriendo la llave del agua que cae en el dedo.
Lista las frutas picadas las junto y la revuelvo en otro reci-piente. Les hecho un poco de leche condesada. Volteo hacia la cocina y saco los pancakes dorados. Sonrío cuando tengo todo listo. El café está listo hace minutos en la cafetera (la cual se encarga de mantenerlo caliente). Coloco todo sobre la mesa, cuando las pisadas en las escaleras me advierten que Jules está descendiéndolas. El pasa de cocina hacia la puerta principal, abriéndola y cerrándola.
-Pura porquería -gruñe entrando a la cocina.
Lleva un pantalón de pijama azul rey. Con el pecho descu-bierto. Cabello despeinado. Me dirige una mirada glacial al concluir de observarme. Me tenso cuando toma la taza de café y la lleva a sus labios. Para ser un maldito no niego que es esta demasiado bueno.
Luego veo como tira el café y gruñe alto. Me mira furioso.
-¿Ni un maldito café sabes hacer? -un nudo en mi gargan-ta no me deja hablar-, ni siquiera las gracias es lo que debes recibir, escoria.
¡Escoria! ¡Escoria! ¡Escoria!
-¡Entonces hazlo tú! -Reviento. Sus ojos son amenazantes. Intento evitar su vistazo-. ¡Estoy harto de tus humillaciones, Jules!
-No me alces la voz, escoria -murmura irritado.
-No me llames, escoria -protesto. Enarca las cejas. Paso saliva cuando comienza acercarse-. ¡No te me acerques...! -queda a pocos centímetros de mí, sobrepasando mi espacio personal.
Su altura es tan intimidante como sus ojos, dos glaciales.
-Me acerco si se me da la gana, ES.CO.RIA -escupe resen-tido. Siento mis ojos húmedos -, aquí el que manda soy yo ¿o se te olvida? -Niego-.Dilo -niego nuevamente-. ¡Que lo digas! ¡Maldita sea! ¡¿Quién manda aquí?!
-¡Tú!... ¡maldición! -las lágrimas desbordan de mis ojos.
-Y que no se te olvide, escoria.
Se encamina hacia la mesa, agarra el periódico y sube las esca-leras no antes de mandar unas de sus típicas miradas de hielo.
◄×►
Para Joseph
De Madre
«Cariño, mañana iré de visita a tu hogar.»
Para Madre
De Joseph
«Está bien madre.»
Para Joseph
De Madre
«¿Estás bien, cariño?»
Para Madre
De Joseph
«Eso intento madre
Te amo madre, mañana nos vemos.»
◄×►
Tiro el teléfono a mi costado. Hace unas horas Jules se fue a su entrenamiento en el gimnasio. No desayunó, solo se llevó la ensalada de frutas, sin decir más nada. Sentí como mi cuerpo ardía de coraje y angustia. Odio que me llamen esco-ria. Padre lo hace desde que tengo uso de memoria y odio que me digan así. Si madre viene de visita es más seguro que pa-dre también. Me tocará hacer una gran cena. Solo para ver a madre feliz. Es la única que no sabe de mi situación real en cuanto a este matrimonio. Y quiero que siga haciéndolo. De-seo que siga creyendo que me case enamorado del hombre de mi vida. No quiero que sufra por mi irresponsabilidad. Soy muy afectuoso con ella, hasta sabe cuándo estoy mal o bien. En el mismo mensaje se dio cuenta que algo iba mal. Encien-do el televisor, con el control remoto; paso los canales inten-tando encontrar algo interesante que ver. Entre cierro los ojos cuando en CNN están dando una escalofriante noticia.
«Por tercera vez consecutiva se encontró otro cadáver de un hombre de 25 años con la identidad de Marcus Prims. El abdomen desgarrado, sin sus dos ojos. Los oficiales y los mé-dicos forenses dicen que: son las mismos rasgos y torturas de los cadáveres que consiguieron en las semanas consecutivas»
-Dios mío -me llevo una mano a mi boca.
«Se dice, que hay un asesino suelto en la ciudad buscando solo hombres jóvenes, pero no se sabe, el por qué lo hace, o que busca en específico; Jessica White CNN»
-¿Un asesino suelto? -luego colocan las imágenes de los tres hombres en la pantalla. Todos son de facciones delicadas, delgados, pero su abdomen son los que más me llaman la atención, tiene un símbolo con letras. El moreno tiene la letra A, el siguiente la letra B, y el último que consiguieron la letra C.
Alzo la tela de mi franela y observo el mío, la letra X marca el mismo lugar con algunas coordenadas diminutas.
Que no sea lo que estoy pensando.
Que no lo sea.