Capítulo 2 La intrusa y su eterna penitencia

Cada mañana lo primero que hacía Greta era alimentar a sus animales y limpiar el establo que uno de los habitantes le ayudó a construir. Gian Ahmad tenía poco más de 29 años, pero su rostro pecoso y mirada alegre lo hacían ver mucho más joven. Al igual que la mayoría de la gente que vivía en Belguiz, él también trabajaba en el burdel, pero al tratarse de un acompañante de las categorías más bajas, tenía mucho más tiempo libre.

Afortunadamente, era bastante hábil con el uso de herramientas, por lo que sus servicios como carpintero, plomero, constructor, o cualquier clase de trabajo manual, tenían una gran demanda entre sus vecinos.

Desde que conoció a Greta quedó cautivado con su belleza e inocencia, pero la chica no estaba dispuesta a profundizar su relación más allá de la amistad debido a que Gian tampoco respondía a sus preguntas sobre el mundo exterior; él le comentaba que jamás había salido de la rústica ciudad y que nunca tuvo interés en investigar más. Aunque todo esto fuera cierto, Greta tenía las sospechas de que le estaba ocultando algo.

Los habitantes eran bastante reservados de lunes a jueves, que eran los días en los que no se llevaba a cabo ninguna actividad en el Burdel Esprit Lubrique, excepto las labores de limpieza y organización correspondientes. En una ocasión, Greta salió de casa y visitó el apartamento de Gian. Como se trataba de una chica bastante retraída, ella ingresó sin llamar a la puerta, hallando a su amigo con el torso desnudo y solo vistiendo unos pantalones mientras construía una pajarera de madera.

En lugar de sentirse avergonzada por la comprometedora escena, la chica frunció el ceño al ver las particulares marcas en la piel de Gian; se trataban de unos tatuajes conformados por patrones geométricos y dos dibujos un poco inquietantes. La chica no conocía el concepto de tatuaje, y mucho menos el significado detrás de esas figuras, por lo que bombardeó a su amigo con un sin fin de preguntas mientras este último corría hacia el interior de la alcoba para cubrirse con cualquier prenda que tuviera al alcance de la mano. Tras superar el verecundo incidente, Gian aseguró que solo se trataba de una marca de nacimiento.

Greta simplemente no le creyó. Desde ese día, muchas cosas comenzaron a tener sentido. Invirtiendo su tiempo libre analizando las imágenes de su mente, la chica se percató de que muchas personas en Belguiz cubrían partes de su cuerpo muy específicas; había hombres que siempre vestían con playeras o camisas de manga larga, y mujeres que nunca se despegaban de sus medias o prendas de cuello alto. No podía ser a causa del pudor, después de todo, el principal sustento de la gente eran las ganancias que generaba el burdel; de manera directa o mediata, todos estaban involucrados. Ciertos rumores incluso contaban que una religión intentó erigir un templo en Belguiz, pero fracasó rotundamente.

Las sospechas de Greta cobraron mucha más fuerza cuando se escabulló un lunes por la mañana y se ocultó entre unos matorrales que le ofrecían una amplia vista del pueblo. Ahí notó que algunos acompañantes vestían de manera provocativa, pero seguían ocultando sutilmente las partes del cuerpo que nunca mostraban en su vida cotidiana.

En uno de sus más recientes sueños, la chica se halló a sí misma en un lugar donde el cielo y una inmensa cantidad de agua eran divididos por una tenue línea. Se trataba de una simple playa, otra de las cosas que nunca antes había visto. La agradable sensación de la arena en sus pies y la brisa estimulando los poros de su piel la envolvieron en una atmósfera agradable. Greta parecía tener unos 25 años e iba acompañada de un hombre con mucha energía y realmente carismático. El encantador varón parecía tener más o menos la misma edad que ella y lo único que hizo fue exclamar '¡Querida, gracias por traerme a conocer el mar! ¡Te amo!'. La chica del sueño solo le asentía con la cabeza mientras sus ojos recorrían la playa. Había varias personas disfrutando del sol, otras caminando por la orilla, algunos niños construyendo castillos de arena, ancianos debajo de amplias sombrillas, incluso perros jugando con sus amos a atrapar la pelota. Esta gente estaba libre de preocupaciones, exponiendo partes de sus cuerpos sin reservas y dedicándose exclusivamente a disfrutar de sí mismos. Ella tenía el vago recuerdo de que alguna de esas figuras tenían marcas en sus pieles, pero eran dibujos inspirados en retratos de otras personas, frases o simples dibujos, nada parecido a la supuesta marca de nacimiento de Gian.

En Belguiz también existía una playa, pero se encontraba en la frontera, y para llegar allí, obviamente uno debía cruzar la zona salvaje. Los Medijays eran de los pocos individuos que tenían el privilegio de vislumbrar esa parte del país con sus propios ojos. Eran realmente hostiles y hablaban muy poco, tanto con los clientes que guiaban como con los habitantes. Eran una especie de dioses vengativos y crueles. La mayoría superaban los 1.80 metros de estatura y sus prendas solo tenían el propósito de proteger su cuerpo; las túnicas de piel, mallas de metal y pantalones desgarrados eran una constante, sin importar que fuera hombre o mujer. Greta también estrujaba su cerebro y buscaba en todos los rincones de la ciudad alguna pista que le contara más sobre los Medijays, pero solo obtuvo lo siguiente:

1.- Nunca agredían a los pobladores, pero procuraban mantener su distancia. Madame Leyxa era la única con la que entablaban conversaciones, e incluso alguna vez los vio reír.

2.- No vivían en las casas de la ciudad. Al parecer, tenían su propia comunidad en las orillas, pero era necesario adentrarse a la zona salvaje para llegar allí. Solo descansaban desde el viernes, después de traer a los clientes, y se marchaban los lunes temprano para llevarlos de vuelta a la frontera.

3.- Una vez al mes, ellos tenían derecho a pasar la noche con un o una acompañante. Los pocos relatos que se lograron escuchar es que los gustos de los Medijays eran fieles a su aspecto salvaje. Sin embargo, ninguna de las personas que fueron parte de ello se quejaron.

Por último, estos individuos siempre evitaban a Greta, hasta el punto de apartar la mirada cada vez que sus caminos se llegaban a cruzar por mera casualidad. La más extrovertida de todos era Felariana, una de las Medijays más respetadas, la cual además poseía una belleza que rivalizaba con las acompañantes de rango superior. Su cabello ondulado rojo como el fuego, unos ojos verdes y sus rasgos delicados eran un agasajo visual para los varones. Ella también le hablaba a Greta, pero lo hacía con un tono hostil y sarcástico, quejándose de que la chica solo trabajara haciendo sus bocetos sin sentido y no se dedicara a otra cosa. Hubo ocasiones en que ambas estuvieron a punto de liarse a golpes, pero Madame Leyxa siempre intervenía. Para agravar la rispidez en la relación de ambas mujeres, Felariana parecía estar locamente enamorada de Gian, ya que era el acompañante que siempre elegía para aquellas noches en que necesitaba desahogar sus deseos más perversos, y en las temporadas que le correspondía descansar, ella se quedaba en el apartamento de dicho hombre.

Greta no pudo evitar suspirar con frustración mientras estas ideas abrumaban su mente. Al terminar de atender a sus animales, ella volvió a casa para darse una ducha. Como el vestido blanco que usó en la mañana no estaba manchado, Greta simplemente lo sacudió y volvió a ponérselo. Una vez en la puerta, la chica se puso unos tenis deportivos color violeta claro y cubrió sus ojos con unas gafas; en su cabeza colocó una gorra negra de visera que tenía bordada la imagen de un pato de caricatura que parecía estar enfadado. El atuendo la hacía ver como una excéntrica, pero a la chica no parecía importarle.

-No me digas que hoy vas a trabajar con esa pinta- una mujer de mediana edad y muy atractiva apareció en la puerta justo después de que Greta la abriera.

-Me veo genial- le espetó la chica mientras se encogía de hombros y veía con indiferencia a la persona que más le incomodaba en este lugar.

            
            

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