"¡Aprisa hombre, aprisa!"
-gritó Gordon-
" Debes llevarla al barco."
El remero se levantó, echándose hacia atrás la capota, y ella vio sus ojos. El corazón le dio un vuelco al ver su cara.
"No, nada de eso"
-dijo él. Gordon desenvainó su espada, pero el remero estaba listo. Aunque Gordon era un soldado con experiencia, el remero tenía ya la mano en la empuñadura de la espada, bajo el manto, y cuando levantó la hoja fue para atravesar a Gordon.
Fiona ya no oía ni sentía el viento. Su vista se había despejado, y lo veía todo rojo. Un mar rojo frente a ella... Entonces se apoderó de ella la locura. Empuñó la daga que llevaba en la cintura y atacó. El remero gritó de dolor y de rabia, y respondió al instante. Fiona no sintió el acero que la atravesó. Pero oyó su corazón. Su latido errático y veloz, bombeando su sangre ya sin vida... Su corazón gritó.
«Malcolm, amor mío, parece que hoy no vamos a separarnos, después de todo, porque el cielo espera a quienes han sido justos y fuertes...».
"¡Madre!"
¡Su hijo! ¡Su precioso hijo! Intentó gritar, pero no tenía aliento. Y mientras agonizaba, oyó la risa del remero. Y luego un grito. Pero aquel sonido no procedía de ella. Mientras el mundo se apagaba, fue vagamente consciente de que el remero empujaba el bote lejos de la orilla y de que a su hijo, todavía tan pequeño y sin embargo lo bastante mayor para ver, para saber lo que estaba ocurriendo, se lo llevaba la pura maldad.