Luego, entre el grupo reunido en la cubierta, apareció el capitán, un joven delgado, lampiño, con una hermosa cabellera oscura que se rizaba bajo el sombrero con pluma y ala ancha.
Su casaca era de terciopelo rojo y, bajo ella, su camisa era tan blanca como la nieve. Era alto y sus facciones parecían más propias de una estatua griega que de un forajido del mar.
Llevaba grandes botas negras, caminaba con paso firme y las pistolas y el cuchillo envainado de su ancho cinturón resultaban imponentes, lo mismo que la larga espada que colgaba de su costado.
"Cielo santo, no dejéis que este caballero os desarme tan rápidamente. Sólo intenta salvar el pellejo con astucia"
dijo el capitán pirata en tono de reproche al adelantarse.
"Pero no porque supuestamente tenga derecho a negociar, sino porque se crea tan listo, estoy dispuesto a parlamentar con él."
"Sean cuales sean vuestras razones, os doy las gracias, capitán..."
dijo Logan, esperando un nombre.
"Mi bandera lo dice todo"
-contestó el capitán-.
"Me llaman Robert el Rojo."
"Sois inglés"
dijo Logan como para recordarle que había atacado a un compatriota. Aunque los tiempos de los piratas con patente de corso habían quedado atrás, muchos ladrones del mar seguían sin atacar a sus compatriotas.
"No soy inglés, os lo aseguro."
Al parecer, Robert el Rojo ya lo había juzgado. Su nombre, se dijo Logan, circulaba por muchas tabernas. Era un nombre que hacía temblar hasta a los más valientes, pues las historias que se contaban de él ponían los pelos de punta. Logan no se esperaba que pareciera tan joven. Claro que los piratas rara vez sobrevivían muchos años; al menos, dedicados a aquel oficio. Los mataban, o recogían sus ganancias, cambiaban de nombre y emprendían una nueva vida en alguna isla lejana o pueblos remotos.
Logan volvió a hablar, consciente de que tenía que hacerlo con cierta elocuencia si quería que sus hombres no murieran, fuera cual fuera su propio destino. Dio un paso adelante.
"Yo, mi buen capitán Robert, soy Logan Haggerty, señor de Loch Emery, y lo digo sin poner énfasis en el título, pues, si equivaliera a grandes tierras o riquezas, no me hallaríais aquí, en alta mar. Lo que busco es el derecho al combate de hombre a hombre."
"Hmmm, continuad"
-dijo Robert el Rojo.
"Si me vencéis con la espada, habréis ganado un buen barco y grandes riquezas sin derramar una sola gota de sangre, excepto la mía, o arriesgaros a perder el tesoro en el fondo del mar, y sin arriesgar la vida y las extremidades de vuestros hombres."
"¿Y si me vencéis vos, milord?"
inquirió Robert el Rojo con amable ironía.
"Entonces, nos marcharemos."
Robert el Rojo pareció sopesar sus palabras con gravedad. Pero luego dijo:
"Sin duda estáis de broma."
"¿Tenéis miedo?"
-preguntó Logan mientras observaba la esbelta figura del capitán y su aparente juventud, que contrastaban extrañamente con la tosquedad de los filibusteros que lo rodeaban.
"Este no es oficio para miedosos"
contestó Robert el Rojo tranquilamente.
"No os dejéis engañar por mi juventud, lord Haggerty. Soy hábil con las armas."
Un hombre fornido que estaba de pie junto al capitán pirata (no mucho mayor, pero sí más fuerte y corpulento) le susurró algo al oído y Robert el Rojo se echó a reír.
"Puede que sea un truco, capitán"
le advirtió otro marinero, un hombre con cabello largo y gris, un gran pendiente de oro y un puñal en la cintura sobre cuya empuñadura se crispaban sus dedos.
"No lo es"
-dijo Logan con calma.
"Descuida, Hagar"
-dijo Robert el Rojo, dirigiéndose al hombre que había hablado-.
"No hay trato"
-se volvió hacia Logan.
"Sin embargo, tengo algo que ofreceros. Si me derrotáis, no os marcharéis libremente. A fin de cuentas, milord, sin duda sabíais que viajabais por aguas peligrosas"
-cuando Logan se disponía a hablar, Robert el Rojo levantó la mano.
"Vuestros hombres pueden conservar la vida. Podrán marcharse libremente con la mitad del tesoro. Pero vos permaneceréis con nosotros como prisionero voluntario, para que pidamos un rescate."
"Ya os lo he dicho. Mi título significa muy poco"
"¿Tan poco como la travesía que habéis intentado hoy?"
-contestó Robert el Rojo en tono burlón. Logan no contestó, aunque su corazón pareció encogerse al pensar que tal vez no volviera a ver a Cassandra. Aun así, sus hombres conservarían la vida y podrían marcharse. Si él ganaba. Y que Dios se apiadara de él: aquel hombre era delgado y atlético, de modo que sin duda también sería rápido. Ágil. Un enemigo mortal. Aunque era mucho más ancho de hombros y tenía los brazos bien fuertes, Logan también era ágil. Había practicado con algunos de los mejores espadachines que podían conseguirse por dinero, dado que hacía poco tiempo que la suerte de su familia había dado un giro tan triste. Sus hombres. Tenía que salvar a sus hombres, con la ayuda de Dios. Tenía todo el derecho a jugarse la vida, pero había sido un error jugarse también la de su tripulación. Y si podía vencer a aquel capitán...
"Seré vuestro prisionero de buen grado. Pero os pido que, si pierdo, os quedéis con el tesoro pero deis a mis hombres los botes para que puedan llegar a tierra a salvo."
Robert el Rojo se encogió de hombros. El hombre alto y de cabello negro que estaba a su lado protestó.
"No."
El capitán se volvió hacia él con una mirada tan fiera de desagrado que el hombre dio un paso atrás y agachó la cabeza. "
Brendan..."
-dijo Robert el Rojo en tono de advertencia.
El capitán tenía una voz curiosa, pensó Logan. Parecía siempre suave. Era extraño, tratándose de alguien que tenía que gritar órdenes contra el viento. Su voz tenía un timbre aterciopelado, casi susurrante.
"Sí, Rojo"
-contestó el hombre llamado Brendan, pero a pesar de su pronta respuesta era evidente que seguía oponiéndose al trato.
"Hecho"
-dijo Robert el Rojo.
"Esto es un disparate"
-protestó Jamie en voz baja junto a Logan-.
"Es un truco, no cabe duda. No nos dejarán marchar. No querrán perder la mitad de un tesoro semejante."
"Es un disparate, sí"
-contestó Logan. Lo había sido desde el momento en que aceptó transportar el tesoro. ¿Un disparate? Sí, de principio a fin, pero aquélla era su oportunidad de salvar al menos a quienes había arrastrado a aquella locura con él.
"Es una locura, pero creo que ese pirata cumplirá su palabra."
"Mi cubierta, mi señor capitán, es la más grande"
-dijo Robert el Rojo-.
"Lucharemos aquí."
Se oyeron murmullos en la cubierta del pirata. Y algunas protestas en la de Logan. Robert el Rojo levantó una mano. Los murmullos cesaron.
"Lucharemos hasta la primera sangre"
-dijo con aspereza.
"¿Teméis la destreza de Lord Haggerty?"
-gritó Jamie. Logan deseó que se callara. No estaban en situación de ofender a sus oponentes.
"No pienso sacrificar un buen rescate, o unos músculos capaces de remar"
-contestó Robert el Rojo tranquilamente.
"¿Y bien?"
-dijo uno de sus compañeros-.
"¿Empezamos o no?"
Logan saltó la barandilla del barco para pasar a la cubierta del otro navío. Solo entre rufianes y filibusteros, se mantuvo firme. Miró al pirata esbelto y extrañamente hermoso y luego hizo una profunda reverencia.
"Cuando gustéis, capitán."
"Despejad la cubierta"
dijo Robert el Rojo, y a pesar de que no alzó la voz, su orden fue obedecida al instante.
"¡Un momento!"
-gritó Jamie McDougall, y saltando a cubierta se puso junto a Logan con la cara muy pálida y los puños cerrados. Jamie McDougall era un buen amigo y un hombre leal, pensó Logan. Habían corrido juntos muchas aventuras. Al parecer, Jamie no quería dejarlo solo. Robert el Rojo sacó su espada de la hermosa vaina que le ceñía las caderas. Hizo una reverencia a Logan.
"Cuando gustéis, milord."
"No señor, cuando gustéis vos"
-contestó Logan suavemente. Podría haber sido un encuentro casual en la calle. Al principio, se rodearon el uno al otro con cuidado, intentando calibrar a su oponente. Ninguno de los dos parecía preocupado en lo más mínimo. Logan vio una sonrisa en los labios del pirata. De cerca, comprobó que el capitán era, en efecto, muy joven. Le extrañó que el capitán pirata, a pesar de su juventud (y quizá de su inexperiencia) no se hubiera despojado de su casaca carmesí.