Anna despertó desnuda sobre su jefe quien no dormía, solo la sostenía.
-Anna, después de lo de hoy no te dejaré ir.
-Mi boda...
-Ya sé que no es por amor, lo he sabido siempre.
-No es por amor, pero seamos honestos, si dejo a mi prometido perderé la oportunidad de casarme y anhelo un hogar, mi propio hogar. El no me es fiel y no me importa. Si tenemos hijos ellos serán mi todo.
-Nunca te dejaré.
-Siempre eres así, cada nueva mujer es la mujer de tu vida. Soy quien les compra flores y las llama cuando te dejan mensajes tras su ruptura. No podría...no podría soportar el peso de esa pérdida.
24 horas después, Anna Harris miraba y miraba a su jefe. Este parecía disfrutar del escrutinio al que lo sometía, pero es que en realidad era fascinante. No solo el sexo del día anterior había sido genial, él era el amor de su vida y cuando su cercanía no fuese más que un recuerdo, solo le bastaba cerrar los ojos y recordar la calidez de su tacto, el sabor de su semen.
A los 42 años, su jefe era uno de los multimillonarios más cotizados del país, su agudeza en los negocios le hacían un enemigo a temer.
Su familia, ellos la amaban, literalmente hablando y sin exagerar. Estaban la abuela paterna Suni, luego los padres, Kimberly a quien todos llamaban Kim, y Rick. También estaba el primo Roland, un rompecorazones que trataba de meterse entre sus bragas. Y lo más extraño era que su jefe parecía disfrutar de esos jugueteos. De solo pensarlo, ya le palpitaba la piel entre sus piernas.
De todas formas esos jugueteos eran todo lo que podía tener, pues estaba comprometida en matrimonio.
-Anna.
-jefe.
-Pasa a mi oficina.
Luka casi siempre le decía cariño, y amaba esas palabras. Verla decirle simplemente Anna, eso la asustó.
-Cierra la puerta con seguro, nadie debe detenernos.
-De acuerdo-no quería sonar tan insegura, pero él la hacía sentir así.
-Tu boda el próximo sábado, ¿sigue en pie?
-Si, jefe.
-He tratado de tener paciencia, pero no puedo más. Anna, esa boda es un error.
-Un error.
Su jefe caminó hacia ella y con temor retrocedió. Él la miraba de forma intensa, sonriendo mientras ¿olfateaba? el aire mirándola con atención.
-Te excita mi cercanía Anna, te mojas con tan solo verme.
-Luka...
-No puedes entregarte a otro hombre, Anna, no cuando tus jugos me indican que me deseas tanto como lo hago yo. Si vieras mi pene ahora, Anna cariño, verías que ya está lubricado, mis bolas duras y necesitadas de tus labios, pequeña mariposa.
Su jefe, su serio y coqueto jefe, empezó a desvestirse, su polla, esa saltó ante sus ojos, larga gruesa, con venas recubriéndola y que la querían tentar. Anna no lo pensó, cayó de rodillas mirando con hambre aquello que le ofrecía su jefe.
-Sé que cogimos ayer, pero de verdad necesito más, Anna. Eres como una droga y mi pene, palpita Anna, ansia y necesita de tus labios, tómame por favor.
-Aquí estoy Luka, úsame.
El estado de ánimo de su jefe no era el normal. Lo supo cuando en una de sus embestidas le rompió el labio. Claro que ella siempre había tenido cierta debilidad en esa zona, según el médico debido a que toda su vida había sido de las que sé los mordía, debilitando la piel.
Fue imposible no gemir con dolor y él, finalmente le puso atención.
-Santo Cristo, Anna ¿Qué he hecho?
Anna se puso de pie y se acercó a el. Pasó el dedo índice por sus labios, jugueteando, introduciéndolo y sacándolo como si se lo estuviese follando.
Él hizo lo mismo solo que al ver la sangre manchando su dedo, lo acerco a su propia boca y lo lamió y aquello enloqueció a Anna. Él lo noto, la tomo en brazos y la desvistió, entro en ella mientras la ponía contra la pared y mientras la embestía, lamió la sangre en sus labios.
-Deliciosa, Anna, deliciosa. Me encanta tu sabor, Anna.