Emely caminaba a la casa de su abuela, su lugar favorito, allí podía dormir por unas dos horas antes del almuerzo y dos más después de la merienda. Su abuela si le entendía, la única que le creía de todos a quienes conocía.
-Hola abuela –dijo al verla. Había algo en su arrugada expresión que le tranquilizaba.
-Hola pequeña ¿Cómo te fue anoche? –le respondió.
-Como siempre abuela –respondió.
–Hoy es día de lavado cariño, disculpa por disminuir horas de sueño –dijo.
-Descuida abuela –respondió Emely feliz.
Emely lamentaba aquellas horas de sueño perdido, sin embargo, su abuela no sabía que las horas de lavado eran un placer para Emely. Estando en el patio trasero de su abuela se podía observar las calles donde jugaban los niños del vecindario. Emely había jugado con ellos un par de veces, pero ya no podía seguirles el ritmo.'' ¿Alguno de ustedes desea mi maldición?'' Pensó mientras movía la ropa hacia agua limpia.
- ¡Ya estoy aquí! –vociferó uno de los niños.
Ahí estaba la razón por la que Emely amaba los días de lavado aquel niño rubio, de ojos negros y piel blanca, que siempre jugaba futbol. El corazón de Emely latía con fuerza al mirar aquel niño, su cara ardía y sentía una sensación extraña en su estómago, pero, nada de eso era desagradable, le gustaba verlo jugar, su sonrisa le gustaba. Se sentía triste por no poder jugar con ellos y hablarle aquel niño.
- ¿Puedes pasar la pelota? –escuchó Emely a sus espaldas. Se emocionó de repente quizá era él, Emely no tenía tanta suerte, era uno de los demás niños del equipo del niño rubio.
Ella se acercó, tomó el balón lo lanzó con toda la fuerza que tenía, sin embargo, esta no era mucha así que solo consiguió lanzarlo hacia arriba unos pocos centímetros, los suficientes para que la gravedad actuara y el balón se estampara con su cabeza.
- ¡Auch! – gritó.
Las carcajadas de los niños no se hicieron esperar, fuertes y estridentes; estaba avergonzada todos reían, pero al único que miró fue al niño rubio, su risa le resultaba agradable.
- ¿Quieres jugar? -preguntó el niño que fue por el balón. Emely lo considero, ''sería divertido'' pensó.
-Si –respondió. Dejó toda la ropa que tenía en las manos y saltó sobre el barandal que dividía la casa de su abuela con la calle.
-Estarás en nuestro equipo –dijo el niño. Emely no podía creer ese golpe de suerte estaría en el mismo equipo que el niño rubio quizá podría hablarle. El juego de futbol que se libraba en la calle estaba empatado – ¡el que anote esta gana! – gritó una niña. A decir verdad, Emely no sabía mucho acerca del juego, solo sabía que había que patear una pelota hacia el cuadro de palos que cuidaba otro niño. Y ella que debía hacer, estaba frente al cuadro del otro equipo junto al niño que cuidaba acaso debía ¿Cuidar también?
- ¡Cuidado! –escuchó a lo lejos. El balón se diría directamente hacia ella, tan veloz que no le dio tiempo para moverse y este se estampo contra su cabeza nuevamente, rebotando y entrando directamente al cuadro. Todos se miraron por unos segundos antes de caer en carcajadas nuevamente, Emely sintió vergüenza, ella había cometido un error, no sabía que había hecho, estaba tan avergonzada que estaba a punto de empezar a correr hasta que alguien gritó - ¡Ganamos! –El vitoreo de los niños se escuchaba estruendoso, mientras corrían hacia Emely confundida por lo que estaba sucediendo.
-Diste el último Gol –gritó el niño rubio. ''Pero fue un accidente'' pensó Emely. Accidente o no ella había llevado al equipo a la victoria, la felicidad que sintió fue casi mágica, hacia tanto tiempo que no se sentía así, tan bien, ¡Habían ganado! Que satisfactorio era lograr algo, tanto que ya no le dolía la cabeza por el golpe.
-Te invitaremos un refresco por anotar –dijo un niño –Por cierto, ¿Cuál es tu nombre? –preguntó.
-Emely –respondió.
-Ahora que recuerdo, nadie se ha presentado –gritó una niña -que descuido –rio –yo soy Anisa –dijo extendiendo la mano –aquellos dos idiotas de allá son Alexander y Benjamín, la niña de cabello corto de allí es María y aquellos tres son Scarlette, Alejandro y Matías.
-Mucho gusto –respondió Emely. La verdad Emely ya conocía el nombre de casi todos los sabios diferenciar correctamente; Alexander y Benjamín eran hermanos compartían rasgos, como su cabello y ojos ambos eran castaños, su tez morena y pelo lacio, la única diferencia es que Benjamín era ligeramente más alto. A María y Escarlet las había visto en la escuela, aunque por tan poco tiempo que ellas seguramente no se acordaban; María de cabello corto negro, a juego con sus ojos y tez blanca y Scarlette de pelo largo rubio rizado, ojos negros y tez mestiza. De los últimos tres no sabía mucho; Anisa una pequeña de cabello corto color cobre y ojos negros, Alejandro de tez blanca y ojos amarillos al igual que sus ojos, y por último el niño rubio, aquel niño rubio de tez blanca llamado Matías, al fin sabía su nombre.
- ¿De cuál quieres? –preguntó María.
-De merengue –respondió.
-Uno de merengue –dijo María al regordete vendedor.
-Lo siento, el acaba de comprar el ultimo –respondió señalando a Matías.
- ¡Matías, es en serio! –Gritó –Pues, Emely ¿De cuál quieres? – pregunto nuevamente.
-Mora está bien –respondió. Todos miraban sentados en el borde de la acera tomando sus sodas y hablando de estupideces. Emely odiaba la soda de mora, sin embargo, había sido la primera vez que alguien que no fuese su familia le invita algo, estaba tan feliz.
-Toma –escuchó venir de su lado –Parece que no te gusta la soda de mora –dijo, era Matías y le estaba ofreciendo su soda de merengue la última que había en la tienda.
- ¿Por qué me la estás dando? –pregunto Emely tomándola.
-Me gusta más la de mora y parece que a ti no –respondió.
-Pero si odias la soda de mora –dijo Benjamín.
-Ahora me gusta –respondió Matías enojado –Además ella fue quien anotó el último gol, sabes las reglas del grupo.
-Gracias –respondió Emely sonriendo.
-Un placer –respondió y volvió a su lugar rápidamente.
El niño rubio le había regalado algo, no lo podía creer, no quería beberse la soda, sentía su cara arder y no quería que los demás lo notaran así que bajo la cabeza el resto de la estancia allí y de camino a la casa de su abuela.
-Nos vemos Emely –dijeron todos dejándola en la casa de su abuela.
-Adiós –respondió agitando su mano; que gran día había tenido. Entró emocionada a la casa de su abuela ya casi era hora de la cena y tendría que ir a su casa. Al entrar se encontró con una cara arrugada llena de enojo.
- ¿Dónde estabas? –preguntó su madre. ¿Qué hacia ella allí? –Se suponía que debías lavar ropa y te fuiste, mira que desastre has hecho –dijo enojada.
Emely había dejado la llave abierta en la cubeta donde iba el agua limpia, todo el patio se había llenado del agua y la ropa que se supone que debía lavar estaba flotando entre la hierba lodosa. Ese día recibió su primer castigo serio, le prohibieron volver a salir de su cuarto por una semana ''de todas formas no es la gran cosa'' pensó. La había pasado tan bien que se había olvidado de la bestia encerrada en su armario, sentía que ya tenía nuevas fuerzas para luchar, ya lo vería aquella bestia, estaba lista para contraatacar.