La detective April West llegaba a la escena. Su expresión, siempre serena, ante todo; así era desde aquel día en que encontró la cabeza de su hermano en él armario. Sus ojos tan azules como el cielo siempre reflejaban una frialdad extraordinaria, sus rizos albinos pintados caían hasta sus hombros enrollándose en las puntas, completando su hermosura glaciar. Nunca tomaba nada personal, pero esta vez dejaría todo por descubrir quién era aquel extraño de le había destruido la vida.
April empujó la puerta, revelando la fatídica escena: la cama estaba destrozada al igual que todo lo que restaba en el cuarto, el suelo de madera estaba cubierto con una especie de baba negra y sangre, al igual que el pijama de la víctima, la cual yacía en el suelo boca abajo, con el cabello alborotado, aferrada a unas tijeras negra. El armario fue lo que más llamó la atención de la agente West este siempre era el centro de atención en todas sus escenas. Los rasguños en la caoba eran profundos tanto que casi traspasaba al otro lado, pero todos hechos por una misma arma.
¿Qué clase de arma podría dar tales zarpazos? ¿Una navaja? Imposible.
-West, el cuerpo –dice André el forense de turno. La agente West se acercó lentamente a su amigo de tantos años; un hombre de complexión fuerte y tamaño pequeño, de unos treinta cuatro años: de piel blanca, con ojos verdes y cabello rizado, con un amable semblante.
- ¿Qué tenemos? –articuló April.
André solo la miró, ambos sabían que era más de lo mismo, aunque esta pequeña aún poseía la cabeza. El armario estaba vacío, solo se notaba le repugnante baba negra que se escurría por todos lados.
- ¿Causa de la muerte? –preguntó West.
-La pequeña se desangró –explicó –se podría decir que, por las enormes heridas en sus hombros, aunque también posee varios rasguños en la cara y cuello –continuó.
- ¿Rasguños? –cuestionó la detective.
-Así es, como si el asesino intentara arrancarle el cuello –respondió.
- Gracias, André –dijo para salir rápidamente de allí dejando a Mark anotar los demás detalles.
No quería llorar, pero eso ya era demasiado. En cada escena de caso que presentaba era igual, pero en esta la pequeña había mantenido su guardia y los rastros de pelea abundaban por doquier. Esa niña que yacía tirada cubierta de sangre y baba oscura le había devuelto la esperanza de encontrar al asesino silencioso de niños, que únicamente volvía cuando las fechas sumaban dieciocho y los decapitaba para luego colocar su cabeza en su armario minuciosamente arreglada; aquel quien había escrito en el armario de su hermano:
Víctima de la bestia
6/6/6