Mi compañera de piso, Sandra, está en la sala haciendo aeróbicos con un programa de televisión y me saluda con voz jadeante:
–He preparado café – dice sin aliento.
Le agradezco y voy a la cocina por una taza para recargar energías. Regreso a mi habitación para prepararme. Anoche me encargué de todos los detalles. En mi escritorio tengo los documentos necesarios colocados estratégicamente en una carpeta, junto a mi bolso, que funge de portafolio, digno de una maestra que carga a diarios ensayos para evaluar. Del armario, saco mi traje de falda y chaqueta gris oscuro, que he decido combinar con una blusa de seda blanca, junto a mis tacones negros. Al atuendo añado unos pendientes pequeños y un collar también sencillo.
Nunca creí que llegaría este momento. Enseñar ha sido mi sueño desde que era una niña, y cuando crecí, enseñar en la universidad que fue mi alma máter, se convirtió en el logro de mi vida adulta. Por eso, tan pronto terminé en la universidad, busqué un trabajo como maestra, y a la vez me inscribí en un post grado y aquí estoy hoy. Cuando han convocado para una vacante de mi área, no dudé ni un segundo en aplicar. El hecho de que me llamara la asistente del decano de la facultad de humanidades, me ha emocionado sobremanera, así que debo verlo hoy, a las diez de la mañana en su oficina.
En el reloj de mi mesa de noche marcan las siete cincuenta de la mañana, aún tengo mucho tiempo para prepararme, pero quiero estar a tiempo por si se presenta algún imprevisto, no llegar tarde. Ese sería el colmo, perder la oportunidad por no presentarme a tiempo.
Voy al baño, me lavo el pelo, me ducho y una vez estoy fuera, lo seco a consciencia para quedar lo más estilizada posible. Me maquillo suavemente, me visto y una vez estoy lista, me examino en el espejo asegurándome que me veo bien. Salgo de mi habitación a las nueve y cuarto. En la cocina veo que Sandra está preparando huevos revueltos. Me ofrece por educación, porque sabe que no me gusta comer cuando estoy nerviosa.
- No, gracias. Mejor me voy ahora antes de que se haga más tarde – le digo tomando mis llaves de la mesa, con mi bolso/maletín en mano.
- Buena suerte, Ámbar. ¡Vas a lograrlo! – me grita mientras yo salgo de casa.
Sandra ha vivido conmigo desde que inicié la carrera de educación, con tan solo diecisiete años, hoy, diez años más tarde, más que compañera de piso, se ha convertido en una muy buena amiga. El recinto donde he sido convocada queda a unos treinta minutos de mi apartamento, contando con cualquier imprevisto en el tráfico. Por eso, voy con tiempo suficiente para no demorarme.
Llego al campus y me dirijo a las oficinas administrativas. El verano casi termina, así que el campus está vacío temporalmente, hasta que el nuevo semestre inicie. Estar aquí me trae recuerdos de cuando era estudiante y me emociona saber que quizás yo pueda compartir todo lo que aprendí en esas aulas con los nuevos alumnos.
Una vez llego a recepción, una señora con grandes anteojos y rictus serio me saluda, seguido de indicarme dónde debo dirigirme. Aún faltan quince minutos para las diez, así que me dirijo despacio hacia la oficina del decano. En el escritorio de la entrada no hay nadie, por lo que tomo asiento en una de las butacas de la estancia externa. Es imposible dejar mi pierna tranquila, los nervios aumentan con el paso del tiempo. De la oficina sale una joven que parece ser secretaria, con varias carpetas en sus brazos, debe de rondar por los cuarenta. No se ha percatado de mi presencia y espero que esté sentada en su escritorio para abordarla:
- Buenos días, mi nombre es Ámbar Shein, tengo una cita con el doctor Williams.
- Por supuesto, el señor Williams puede recibirla ahora – me informa levantándose de su asiento y guiándome hacia la oficina. Toca la puerta suavemente, entra y me anuncia:
- La señorita Shein está aquí.
Me indica que pase y cuando estoy dentro, contemplo la estancia, rodeada de libros, esperando encontrarme con un anciano panzón y calvo. La sorpresa que me llevo me toma desapercibida, el Doctor Williams, resulto ser un hombre joven, atlético, de ojos verdes y cabello rubio. Parpadeo un par de veces para recuperarme de la sorpresa, lo que hace que mis nervios aumenten aún más, si es posible. No puedo evitar fijarme en lo bueno que está.
- Señorita Shein, bienvenida. Por favor, tome asiento – me indica con voz grave y varonil.
Está sentado en una silla de cuero oscuro. Viste un traje negro con una camisa azul claro, junto a una hermosa corbata gris. Todo en él emana poder, autoridad y me siento hipnotizada por sus ojos verdes. Obedezco y me siento delante de él. Le sonrío con cortesía, pero de sus labios no hay respuesta. Qué extraño, generalmente por cortesía la gente devuelve la sonrisa. Dejo de sonreír y espero en silencio a que él tome la iniciativa.
- Como sabrá, usted ha sido llamada porque ha sido elegida dentro de los candidatos al puesto de docente de literatura.
- Sí, estoy muy honrada y agradecida por la oportunidad que se me brinda. Para mí significa mucho – trato de ser educada y sincera.
- Cuénteme, ¿Cómo ha sido su experiencia laboral durante su vida como docente? – inquiere viéndome fijamente.
- Bueno, cuando me gradué de la universidad, trabajé en varios lugares como podrá ver en mi hoja de vida. Estuve tres años en el colegio San Thomas, otros tres años en el colegio secundario de Boston y finalmente, los últimos dos años he trabajado para el colegio católico Buenaventura. Además de maestra he sido coordinadora académica en dos de esos centros.
- Vaya, eso es asombroso. De acuerdo a sus cartas de recomendaciones, es usted una maestra ejemplar. Eso dicen tanto estudiantes como superiores.
- Gracias, señor – le digo con sinceridad.
- Perfecto. Como sabrá usted, esta vacante es para un maestro de literatura que esté disponible para el mes próximo y pueda rendir con los requerimientos de lugar. ¿Cree usted que cuenta con ellos?
- Creo que sí, señor Williams. Soy una persona responsable, apasionada de las letras y de la enseñanza. Por tal razón, creo que puedo formar parte de esta prestigiosa escuela.
Se me queda viendo, porque inconscientemente, como cada vez que pasa cuando estoy nerviosa, me acaricio el collar que llevo con una pequeña rosa como dige. Él está absorto viendo mi mano tocar mi cuello, pero se recupera rápidamente.