Su madre tenía cáncer, la mujer más importante, el ser humano que le había dado la vida, quien había sido su amiga, hermana y madre, y simplemente no podía, no quería creerlo, que algo como el cáncer, una enfermedad que desgraciadamente se llevaba a tantos había decidido tocar la puerta de su casa, a la de ella, quien había luchado tanto contra este, salvando vidas, perdiendo otras, muchos de sus pacientes no sobrevivían, otros sin embargo lo lograban, ¿y su madre no sería uno de esos?.
Se llevó la mano a la sien y masajeo, llevaba horas con ese maldito dolor de cabeza, había tenido dos turnos agotadores los días anteriores y después una guardia de 24 horas que estaba a la altura de un maldito colapso, sin embargo allí estaba, recibiendo tales noticias.
-¿Lailah?-llamó el doctor con voz preocupada-Sabes que te aprecio y darte una noticia así no es de mi agrado, somos colegas y quiero creer que amigos, sin embargo como médico yo...
-¿Cuánto?-preguntó levantando la vista, mirándolo directo a los ojos-¿cuanto tiempo le queda Hector?, dime-Hector, el médico, se removió incómodo, de pronto Lailah pudo jurar que la silla tenía púas o espinas porque de otra forma no se movería como si fuera simplemente doloroso estar ahí, quizás otro indicio de que definitivamente las cosas iban mal fueron las manos temblorosas de este-Hector.
-No podemos darte un número Lailah.
-¿Qué?-soltó con un nudo comenzando a formarse en su garganta-Todos tienen un margen, somos colegas, puedes decírmelo, por muy corto que sea yo...
-Lailah-interrumpió mirándola a los ojos, ésta cerró los labios y los apretó con fuerza levantándose del asiento con fuerza cerrando los ojos a la vez que caminaba de un lado a otro y respiraba profundo, Hector estaba comenzando a temer por un posible ataque de pánico-¿Quieres sinceridad?, ¿realmente?-preguntó con voz contenida, ella dudosa pero dispuesta a saberlo se detuvo y lo miró-Tu madre esta en sus últimos días Lailah, no sabemos, nadie se explica como el cáncer en una mujer tan sana simplemente salió y arrasó con todo en menos de seis meses...puedes perderla en cualquier momento, así que no me obligues a calmar tu dolor dandote la esperanza de algo que no podrá vivir.
Lailah suspiro y respiró, su corazón latía tan fuerte y retumbante que amenazaba con salirse de su pecho, sin embargo lo único que pudo hacer fue dejar correr una lágrima limpiándola con lentitud al acto, miró a Hecto y le dio una pequeña sonrisa, ésta tan rota y cansada que él, solo pudo asentir antes de verla salir por la puerta y dejar fluir el dolor de ver a una colega, enfrentarse al demonio con el que luchaba constantemente como doctora, ironías de la vida, Lailah era una de las mejores en su campo, una gran oncologa, y el cáncer estaba a punto de arrebatarle lo que más amaba.
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Aparcó fuera de la casa, salió del auto y con pasos lentos caminó hasta el frente mirando con atención la arquitectura, esa casa había sido uno de sus grandes logros, la consiguió con su primer gran contrato, después de trabajar en hospitales públicos y hacer obras de caridad con toda la dispocion y buenos deseos que pudo, fue realista y se dijo a sí misma que eso no pagaría las cuentas y mucho menos las sacaría del hoyo en que estaban sumergidas ella y su madre desde que Elario, su padre, había fallecido hace ya un tiempo atrás, así que firmó su primer contrato con un hospital privado, y compró esa casa frente a la que ahora estaba de pie y miraba como si el solo hecho de hacerlo le provocara nausias.
La había comprado para ella.
Y ahora se iría.
Miró la grava de la calle y después de un suspiro despidió entrar, pasando el pequeño jardín que lentamente moría al no poder ser más atentido, su madre era quien siempre se encargaba de las flores, sin embargo desde que todo empeoró, estas parecen decaer a la par de su salud.
-Lailah-un susurro débil pero lleno de un rebosante cariño la alcanzó una vez dentro, Lailah miró a la persona frente a ella, sentada en un sillón, quien al parecer acaba de despertar.
-Hola mamá-se acercó y dejó un beso en su frente acuclillandose a su lado-¿te he despertado?-la señora sonrió pequeño negando suavemente.
-Tranquila, recién abría los ojos cuando entraste-Lailah la observó sonreirle y su pecho dolió, aún recuerda como solía ser, su madre era una mujer hermosa, sus cabellos negros con abundantes ondas, y esos ojos mieles vivaces con esa risa estridente y un cuerpazo espectacular, su heroína llena de un coraje inigualable, independiente, la mujer más importante de tu vida, y ahora...
Era tan diferente, el cáncer había acabado con ella rápido y doloroso como nada, al comienzo, los tres primeros meses todo iba bastante bien, era algo aún controlable, con una buena dieta, ejercicio y sus medicamentos, lograba mantenerse estable, sin embargo para el cuarto, comenzó a perder un poco de peso, algo que gradualmente simplemente llegó a ser preocupante y un día simplemente su cabello comenzó a caer haciendo preguntar a Lailah que tan mal estaban las cosas, los mareos, los vómitos y las noches en vela por el dolor comenzaron hacer algo del día a día, sabía que todo estaba mal, Lailah lo sabía, sus conocimientos médicos y el hecho de haber visto tantas veces la misma imagen le daba vistas del final.
Pero su deseo de tenerla consigo un poquito más le hizo mentirse a si misma, jurarse que aún había tiempo, que podrían salir de eso juntas.
-Oye-susurró su madre acercando ambas manos a su rostro y acariciando las mejillas-¿Qué pasa mi niña?-preguntó-Dime cariño-Lailah se acercó un poco más y la abrazó sin decir nada, Elena, como se llamaba la mujer, le devolvió el gesto como pudo, últimamente le dolía los músculos y se le dificultaban muchas cosas, sin embargo su mente estaba lo suficiente bien todavía-¿Te lo han dicho no?, que no me queda mucho-Lailah negó sin dejarla ir-Lailah.
-No lo acepto-dijo con fuerza, despegándose, y mirándola a los ojos-Y como puedes decirlo tan tranquila, te vas a morir, ¡como puedes decírmelo como si no fuera nada!-gritó llorando, furiosa y enojada por todo y nada, porque su madre parecía no importarle morir, porque no quería dejarla, porque sabía que sufría, por ser egoísta, por querer que descansara.
-Escuchame bien Lailah-dijo tomándole las manos con cariño, y dejando pasar el arranque de furia-Yo, realmente te amo, mucho, y si por mi fuera, nunca, escúchame bien, nunca te dejaría-para ese entonces ambas lloraban, Lailah como si fuera lo único que le quedaba por hacer, Elena intentando retener un poco sus lágrimas, alguien debía ser fuerte-Yo, estoy tan cansada, levantarme todos los días es un maldito martirio, me duele el cuerpo cuando me muevo, me duelen los ojos de tanto llorar a escondidas para no hacerte sentir peor, me duele el corazón de saber que voy a dejarte, pero más me jode el hecho de que te culpas por algo que no puedes controlar.
-Mamá... -Elena negó.
-Escuchame bien Lailah Parker, tú no tienes la culpa de nada, y eso debería saberlo de sobra, el cáncer, solo aparece, no lo elegimos, no pedimos que lo haga, pero una vez que llega solo nos toca aceptarlo y luchar hasta el día que decida desaparecer o llevarnos, para mala suerte, a mi me toco lo segundo, pero al menos se que di pelea, y que tú estuviste junto a mi en ella-sonrió -Mi pequeña niña, dejame ir, descansar, alejarme de este cuerpo ya inservible y no sentir más dolor.
Esa fue la última conversación que tuvo con su madre.
Elena murió solo una semana después, el 14 de noviembre de 2014, Lailah vio como lentamente la vida, la pequeña chispa que quedaba iba desapareciendo de los ojos de su madre poco a poco, después de una noche donde esta solo podía gritar por los dolores, comprendió que a veces dejar ir es mejor, dolía como la mierda, y para ella que era médico y convivía con la muerte, era irónico que temiera tanto de esta, sin embargo su madre no y la recibió como una amiga en la noche con una sonrisa en el rostro, Lailah solo recuerda levantarse en la mañana y al llegar a la blanca habitación de su progenitora en la casa, encontrarla fría, inmóvil, y con una sonrisa en su demacrado rostro.
Para el día siguiente, ya estaba en proceso de velorio, no tenía familia, por lo que la reunión fue pequeña y sencilla, sus mejores amigos, Irina y Eliot, junto a los familiares de estos, y algunos compañeros de trabajo, entre estos Hector quien la abrazó con fuerza sin decir una palabra, él entendía su dolor, había perdido a su sobrina por la misma causa.
Ahora, seis meses después, el mismo tiempo que tardo el cancer en llevarse a su madre, ella volvía a la tumba un poco más serena y con una pizca menos de dolor en el alma a ponerle unas hermosas colores Mariposas, símbolo de paz y pureza.
Ese día Lailah regresó a su casa, con un tono apagado, ya no era la hermosa estancia con jardines, solo a un mes de la muerte de su madre la vendió y se fue a vivir a un departamento pequeño pero acogedor, donde al llegar se encontró con sus amigos comiendo palomitas y tomando refresco, diciéndole algo tan simple como:
-Ya haz llorado bastante, entendemos tu dolor, Elena era como una madre para nosotros, pero necesitas seguir, así que date un baño y vistete.
Lalilah los miró a ambos, Irina la miraba con rostro serio y decidido siendo apoyada por Eliot. Desvió la mirada a la izquierda donde chocó con una vieja fotografía de su madre con unas gran sonrisa mucho antes del cáncer.
"Vive, yo fui feliz con la vida que tuve, ahora te toca a ti, que mi muerte sea tu empuje a vivir".
Desvío la mirada de nuevo a sus amigos y suspiró.
-¿Y a dónde vamos?-tanto Irina como Eliot sonrieron.
-Nos vamos al club FallWings, esta noche es un nuevo comienzo.
Que tan certeras fueron esas palabras.