-Lo llamo del hospital La Inírida, la señora Sonia Jones tuvo un accidente automovilístico. Lamento decirle que falleció al instante por el impacto...
No escuché más, siento que me voy a caer; no siento mis piernas. Varias personas que están cerca me sostienen, sacan una silla de la floristería para hacerme sentar, y me dan un vaso de agua. Me hablan, pero no les presto atención.
Después de varios minutos, reacciono. Salgo de ahí, me subo al auto, y me dirijo al hospital; mis manos tiemblan, quiero llorar.
-Debe ser una equivocación, ellas están bien -me digo a mí mismo, mientras conduzco.
Ya en el hospital, me informan donde está el cuerpo; la veo, y sí, sí es ella.
-¡No puede ser! ¿por qué? -pregunto a su cuerpo, como si esperara que me respondiera; empiezo a llorar.
Me calmo un poco y pregunto por mi hija; me sorprendo: al enterarme que ella está viva, gracias a un doctor que estaba cerca cuando sucedió el accidente, y al percatarse que Sonia había fallecido, realizó una cesárea postmorten.
-Tuvo suerte la pequeña -me dijo un doctor.
No me gustó el comentario: ¿suerte?, ¿acaso es suerte llegar a este mundo sin madre?; sabía a lo que se refería él, pero igual me parecía un comentario inapropiado.
Le iba a responder, cuando me dicen que puedo pasar a ver a mi hija. Ella está en incubadora; está bien de salud, a pesar del accidente; sin embargo, debía estar allí porque nació antes de tiempo.
Fue una mezcla de sentimientos: Quería llorar porque Sonia ya no estaba, quería reír porque mi hija Emma no me había dejado solo...
Recordé aquella tarde, en la que Sonia llorando me decía que estaba embarazada, estaba decepcionada de sí misma: ella aún no había terminado sus estudios y en sus planes no estaba el ser madre, así que hace mucho me había hecho la idea de no tener hijos, y no me parecía malo; no éramos ni la primer ni única pareja que no los tuviera, pero ya que estaba en camino no me disgustaba la idea de ser padre.
De pronto, escucho a una pediatra quien me saca de mis pensamientos.
-Señor, sé por lo que está pasando y lo siento mucho, pero trate de no llorar delante de la niña: ella necesita a su padre fuerte; además, recuerde que usted es su espejo, su ejemplo a seguir; ahora usted tiene que pensar y hacer lo mejor por ella, como seguramente lo hubiera querido su esposa.
-Tiene razón, gracias.
-Tome, para que se seque las lágrimas -me entrega unas toallitas.
-Gracias.
Estuve un rato más con Emma. Le canté, eso sí canciones de adultos, pero con letra bonita, pues aún no sé de rondas infantiles; después, salí para empezar todo lo correspondiente a Sonia (hace tiempo me hizo prometer que, si moría antes de mí, quería que la cremaran), y también tenía que avisarles a todos lo que pasó (familia, amigos), y en eso estaba cuando veo a mi mejor amigo sentado, me dirijo hacia él.
-Rodrigo -llamo su atención.
-Leo, Te vez muy mal ¿Qué pasó?
-Vine por Sonia...tu... tuvo un accidente, chocó contra un muro.
-¿Qué? -se tapa la boca con sus manos-. Y ¿cómo está? o ¿cómo están?
Suspiré intentando no llorar -Sonia murió y Emma está en incubadora, pero está bien -siento que el mundo se me viene encima, otra vez.
-Ven, siéntate aquí -me muestra unas de las sillas-. No sé qué decirte, de por sí yo estoy mal, tu vienes, y me dices esto ¡lo siento tanto!
-No es tu culpa.
Él coloca su mano derecha sobre mi espalda y lloramos. Cuando nos calmamos, le cuento lo poco que sé de lo sucedido.
-Oye, ¿Qué ha pasado con Aleja? -le pregunto, mientras limpio mi nariz.
-Entró en coma -de sus ojos salen lágrimas.
-¿Qué?, realmente lo siento mi hermano, es injusto lo que nos está sucediendo.
Fue entonces, cuando empezaron a llegar nuestros familiares y amigos, pero la verdad, me da más duro ver a la mamá de Sonia: ella llora desconsoladamente y me duele. Me es difícil controlarme, rompo a llorar, así que decido salir del hospital.
Estando en casa alisto ropita para mi hija, ahora que está en la incubadora no la visten, pero debo llevarla para cuando le den de alta. Voy a la sala, cojo la botella del vino que tanto le gustaba a Sonia, y veo los portarretratos. Dentro de mí sale como una especie de rugido y lloro, lloro como nunca antes lo había hecho.
Toda mi vida lo había tenido todo, y no por eso me creía más que los demás; he sido buen esposo, buen hijo, buen amigo, buen estudiante, buen jefe. Siempre doy más de lo que debo; sin embargo, aquí estoy en el piso como si alguien me hubiera tirado en un pozo, ¿Qué voy a hacer?; No me mentiré: tengo miedo, miedo a lo desconocido, a lo que está por venir. Jamás imaginé algo así, yo que creía que todo lo tenía planeado, y eso planeado era un hecho porque todo lo que me proponía, sucedía, y esto no hace parte de lo que quería.
Me quedé mirando una fotografía de mi hermosa esposa.
-Pues a la chingada todo y todos; saldré de esto, lo haré por ti amor, lo haré por mí, por nuestra hija, por nosotros. A mí nada me queda grande y aunque ya no estés aquí, me encargaré de que Emma sepa lo maravillosa que fuiste.
Seguí bebiendo y bebiendo hasta quedarme dormido con el deseo de volverla a ver.
(7 días después)
Le dieron de alta a Emma ¡Por fin algo bueno!; además, la pude sacar sin las pipetas de oxígeno; aun así, es muy pequeña, así que me pongo la faja (o puchero como dice mi suegra) para iniciar con el método bebé canguro. Salgo a almorzar con mi madre y con mi suegra; de repente, surgió una conversación que muy dentro de mí sabía que iba a llegar:
-Hijo, he pensado que tú como eres hombre, que estás en duelo, trabajas, y fuera de eso no sabes de los cuidados de una bebé... Lo mejor es que Emma se quede conmigo; tú puedes ir a visitarla cuando quieras -dijo mi madre. (Catalina)
Agrandé mis ojos y me quedé inmóvil viéndola fijamente.
-Yo lo he pensado y lo mejor es que me vaya a vivir contigo, pues soy viuda y mi hijo John es totalmente independiente, así que te haría compañía, y de paso tendrías a la niña contigo todo el tiempo que quieras, ¿Qué dices Leito? -dijo mi suegra. (Amelia)
Odio cuando me dice Leito, solo lo hace cuando quiere algo.
-Lo correcto es que mi hijo tenga su duelo; él aún no se ha recuperado -dice mi madre, exaltada mirando a Amelia y se dirige a mi- Hijo, lo mejor que puedes hacer es vender esa casa que solo te atormenta con los recuerdos de Sonia y cómprate un apartamento pequeño, al igual estás solo.
-Pues mejor que haya recuerdos de mi hija, porque así mi nieta crecerá sabiendo quien es su madre o quien lo fue -expresa Amelia un poco resentida.
Me digo a mí mismo <>, me doy una cachetada mental e interrumpo alzando un poco la voz.
-Yo las adoro a las dos, pero ya decidí: Me voy a tomar un tiempo; antes de venir al hospital, hablé con mi abuelo quien se hará cargo de la empresa, ¿Quién mejor que él?, yo voy a estar todo el tiempo con mi hija, ahora somos ella y yo; además, ya contraté a una niñera y para que sepan arrendé la casa, porque los recuerdos me atormentan, pero no la vendo porque en la misma viví y fui muy feliz con Sonia, ahora bien, si quieren, pueden ir a visitarnos, serán bien recibidas, después les doy el dato de donde viviremos.
-Pero -dicen al tiempo.
-Pero nada, ya lo decidí.
Las dos ruedan los ojos, estaban realmente molestas. Me levanto de la mesa y ellas insisten en acompañarme, pero no las dejo, ahora solo quiero estar con mi hija, así que no les quedó más remedio que despedirse de nosotros.
Salí rápido para subirme a mi auto; me sentí como un niño huyendo del castigo que merecía, pero a decir verdad esas mujeres bravas sí que dan miedo.
-Ya decía yo, que se estaban tardando; creo que fui grosero, pero con ellas es mejor así -susurro mirando hacia la calle.
-¿Decía algo señor? -me pregunta mi chofer.
-No. Estaba hablando solo, discúlpeme.
-No hay problema.
Miro a mi hija, es hermosa. Es maravillosa esta sensación. <> Suspiro.