28 años atrás.
-¡Ven aquí! -dijo la mujer al pequeño quien solo retrocedía una y otra y otra vez temiendo verse en problemas-. Tómate esto.
-¿Para qué? -dijo el niño, quien terminó paralizándose en su lugar-. No me duele nada, de verdad que no me duele nada.
-¡Que vengas te he dicho! -gritó la fémina presa de la furia-. Esto es lo que tu padre se merece por ser un maldito infiel. ¡Ven aquí ahora mismo! No hagas que me pare y valla por ti. Todo esto es culpa de tu padre, sufres por él. Prefiere mantener a los hijos ajenos que a los suyos, no te quiere y tú no has sido buen hijo, ¡por eso nos dejó! ¡Es tu culpa, tu maldita culpa!
-Lo siento -declaró con la voz rota-. Puedo ir por él.
-No, no es así -dijo señalándolo con el dedo para que se acercara-. Ven aquí o haré que te arrepientas.
El pequeño se acercó con recelo a su madre quien apenas lo tuvo a su alcance lo sujetó con fuerza.
-Lo siento. -Volvió a decir-. Lo siento tanto, mamá.
-Mira bien esta foto -añadió la mujer apretando el brazo del niño y haciendo que mirara la imagen frente a él-. No olvides nunca estos rostros, esa mujer con su cría estúpida son las causantes de tu sufrimiento. Tu padre nos abandonó por ellas, se largó por ellas y esa mocosa ni siquiera es su hija pero la quiere más que a ti. Fue esa niña la que te robó a tu padre y esa zorra la que me robo el marido. No lo volverás a ver por Sarah y Hollie Moore, la nueva familia de tu padre.
El pequeño lloraba desconsolado de escuchar a su madre y no podía hacer nada más que tratar de liberarse del agarre de la mujer, quien parecía decidida a torturarlo.
-Quiero ir a mi habitación -dijo el niño-. Por favor, mamá, quiero ir a mi cuarto. Por favor, déjame ir a buscar a mi papá. No quiero quedarme aquí, siento miedo.
-Abre la boca -ordenó tajante la mujer con la mirada fija sobre el jovencito, quien asustado miraba a su madre-. No hagas que me enfade.
El pequeño se soltó y corrió a un rincón dejando a su mamá sentada en el piso. Esta tenía el rostro demacrado, la nariz roja a causa de la droga, se tambaleaba de lo ebria y su aspecto era deprimente. El maquillaje corrido dejaba claro que no estaba en su mejor momento y que su ira era más poderosa que cualquier otra emoción o sentimiento hacia su hijo.
-Es que no quiero mamá -respondió al borde del llanto-. No quiero, no me duele nada. Te juro que me siento bien.
Su madre se puso de pie con tanta fuerza que asustó al niño.
-¡Violet! -gritó furiosa-. ¡Violet hija de perra dónde estás!
La pequeña de unos quince años asomó con el mismo miedo que el pequeño.
-Dime tía -dijo asomando su delgado cuerpo por el lugar-. Estaba en el baño.
-Eres una basura igual que tu asquerosa y puta madre -dijo a la adolescente-. No sirves para nada. Haz algo bien una vez y ayúdame.
-Dime -musitó la jovencita apenas audible.
-Sujeta a ese mocoso fuerte -continuó la ebria mujer-. ¡Vamos, qué esperas!
La joven miró la expresión de terror en el pequeño de ocho años pero el miedo a ser el blanco de la furia de su tía la obligó a someter al niño.
La mujer apretó con fuerza la nariz del niño, quien terminó por abrir la boca en busca de aire. Entonces dejó caer unas cuantas gotas sobre su boca y después lo soltó.
-Ya déjalo -dijo la rabiosa mujer empujando a la chica, quien obedeció de inmediato cayendo sobre su trasero-. Lárguense a su cuarto los dos.
El pequeño corrió a la única habitación que tenían en la casa donde dormían los dos y se tiró sobre la sucia cama donde solía dormir cada noche, esperando que no le hubiesen hecho demasiado daño.
Poco a poco el estupor lo hizo dormitar hasta que finalmente terminó por caer rendido.
El dolor intenso en su estómago lo hizo despertar algún tiempo después y tratar de ponerse de pie, no supo cuánto tiempo había pasado pero él sentía que llevaba una eternidad agonizando con aquel dolor que le hacía sudar frio y retorcerse; miró el pequeño reloj que apenas tenía visible los números y solo habían pasado cuarenta minutos desde el incidente con su madre.
El dolor se repitió y está vez fue mucho más intenso.
Intentó ponerse de pie pero le fue imposible y finalmente comenzó a llorar.
Su prima se puso de pie al escucharlo gritar y salió a pedir ayuda.
-Ya vendrá tu madre. -Le consoló la adolescente-. No llores más.
-Me duele mucho -sollozó el pequeño-. Me duele tanto que no puedo respirar.
El pequeño sudaba y sudaba de dolor y angustia hasta que escucharon la puerta de la entrada y la voz de su padre.
El niño hizo un intento de sonrisa mientras se retorcía agonizante al escuchar a su padre había vuelto.
-Sabía que vendría -dijo a Violet y ella asintió con una sonrisa amable.
Los gritos comenzaron a escucharse una y otra vez y posteriormente unos golpes hasta que al final cesaron.
Su padre entró a la habitación y lo miró antes de tomar una pequeña mochila y empezar a echar sus pocas pertenencias.
-¿Papá? -dijo el pequeño-. ¿Vas a salir?
El hombre no dijo nada y siguió empacando.
Se acercó a su hijo y sin notar el estado del pequeño dejó un beso sobre su cabeza.
-Ya no puedo con esta situación -escupió con asco-. Tu madre me tiene harto y no puedo soportar más.
-Entonces llévame contigo -suplicó entre jadeos de dolor-. No me quiero quedar aquí.
-No puedo llevarte conmigo ahora -respondió el hombre tratando de quitar las manitas de su hijo-. Te prometo que voy a volver por ti en cuanto tenga una casa a donde llevarte pero no ahora. Sarah y yo aún nos estamos estableciendo, dame unos días y vendré por ti para llevarte a tu nueva casa.
-Pero papá -prosiguió el pequeño -. ¡No me dejes aquí. Por favor papá!
El hombre dejó otro beso sobre la cabeza de su hijo y se puso de pie enfilando a la salida haciendo caso omiso a los gritos desesperados del niño.
-¡No me dejes aquí! -gritó con las pocas fuerzas que le quedaban.
-Voy a volver pronto por ti -respondió y no volteó más.
-¡Papá! -suplicó desesperado-. ¡Papá llévame contigo, papá. Por favor!
El pequeño se arrastró detrás de él sin poder alcanzarlo.
Violeta lo sujetó mientras lo veía agonizante sobre el suelo y corrió buscando la ayuda de su tía.
La mujer entró viendo al pequeño en shock tras el dolor soportado y solo le dio a goteras un líquido que provocó el vómito en el niño hasta que se quedó dormido.
El pequeño fue llevado al doctor del inmundo poblado y atendido para después ser llevado a casa.
-¡No has servido ni para detener al maldito de tu padre! -gritó la mujer apenas llegaron-. Todo lo que he hecho no ha servido de nada. ¡De nada!
Los golpes de su madre no se hicieron esperar hasta que se derrumbó cansada de golpearlo.
El niño no lloró, ansioso porque su padre volviera y se lo llevará. Había sido el único que lo había querido y ahora que no estaba se sentía desprotegido. Se prometió aguantar hasta que su padre volviera por él.
Sin embargo, Ahmad, pronto comprendería que no solo le había mentido sino que también lo había olvidado condenándolo a vivir un infierno que se repetiría cada día y durante años.