La ventana estrecha, custodiada por varios barrotes de hierro, da a un patio cerrado que no permite la entrada de la luz solar. En consecuencia, la sala de visitas del centro penitenciario ofrece un aspecto lóbrego y huele a humedad. Sigo los pasos del agente de seguridad arrastrando mi evidente cojera, recuerdo de mis años pasados entre rejas. Hace tiempo que cumplí mi condena, nueve años ya, para ser exactos; sin embargo, alguna que otra vez me paso para ver a Xia, mi íntimo amigo, lo único bueno de mis ocho años de encierro. Me siento en la silla y, mientras espero paciente la llegada de mi excompañero de celda, me asaltan los recuerdos y no puedo evitar ponerme de mal humor.
«No debí haber venido», me reprendo para mis adentros, pero justo entonces, Xia hace su aparición y me sonríe desde la distancia. Se acerca con paso lento, típico de los presos que llevan muchos años encerrados y, su rostro, normalmente inexpresivo, da señales de alegría ante mi presencia. Lleva quince años viviendo entre rejas y yo soy el único ser humano que se digna a visitarlo puesto que es chino y no tiene familia en España. De todos modos, aun cuando la hubiera tenido, el secuestro y el posterior asesinado que cometió no lo ayudarían a ser el santo devoto de nadie. A ojos ajenos, puede pasar por un individuo repugnante, frío y despiadado; pero nadie conoce las razones que lo han llevado a ser quien es. Ambos nos parecemos bastante, somos dos hombres solitarios que, simplemente, han tenido mala suerte en la vida. No creo en la teoría que defiende que los seres humanos son buenos o malos; en mi opinión, todos tenemos pequeñas partes de las dos caras y las desarrollamos en función de las circunstancias vividas. Nadie sueña de pequeño con convertirse en asesino ni se prepara, física y emocionalmente, para serlo algún día. Yo no llegué a matar, aunque sí estuve muy cerca. Todos los recuerdos de mis años pasados en la misma celda con Xia me emocionan y me sermoneo para mis adentros por haberme olvidado de él.
-Juan, pensaba que ya no vendrías -me dice a modo de saludo y no le culpo por su reproche velado. Sé de buena tinta que es un hombre parco, de pocas palabras, que procura ir directo al grano. Además, no le falta razón, cada vez que vuelvo a pisar la cárcel me prometo que será la última.
-No me gusta este agujero, espero que lo entiendas -me sincero, puesto que la amistad entre el chino y yo tiene sus pilares en la franqueza. Nuestra conexión surgió del silencio, de verdades soltadas a la cara sin ninguna medida de protección. O dicho de otro modo, ninguno de los dos tuvo ningún reparo en mostrarle al otro sus verdaderos pensamientos.
-A pesar de eso, estás aquí. -Xia entrecierra los ojos, ya de por sí pequeños, formando dos líneas delgadas, un tanto amenazantes. Es su manera de preguntarme el motivo de mi visita tras ocho largos meses de ausencia. A modo de respuesta, busco en el interior del bolsillo de mi abrigo y saco una invitación de papel que desdoblo con cuidado y se la doy. El guardia de seguridad se acerca unos pasos y, tras echar un vistazo, accede a que mi amigo se quede la nota.
-Gran presentación del futbolista Júnior en el estadio de Bernabéu. Grada VIP -lee mi amigo en voz alta al tiempo que me mira desconcertado y me devuelve la invitación-. ¿Quién leches es Júnior? -pregunta, finalmente, con la sombra de la curiosidad dibujada en su rostro.
Me tomo un tiempo antes de contestar. Es una pregunta difícil porque Júnior provocó, desde antes de nacer, mi mayor desgracia. Es el principio del mal que ha llevado mi vida al abismo. Y cuando mi mente daba las primeras señales de querer olvidarse de él, acude a mi terreno para desterrar el hacha de guerra.
-Júnior es el hombre que ha robado mi vida -resumo lo mejor que puedo el significado de su nombre. Noto cómo los músculos de mi cara se tensan y la rabia me invade expandiéndose por mi cuerpo.
Xia se rasca la barbilla, al parecer no sabe qué decir. Nos quedamos enmudecidos un buen rato y, justo cuando pienso en levantarme para marcharme, me toca las manos con timidez y me da un suave apretón. Es la mayor muestra de apoyo que es capaz de ofrecerme y, viniendo de parte de un hombre frío y reservado como él, significa un mundo. Me emociono tanto que siento la garganta agarrotada y las lágrimas a punto de inundar mis ojos.
-¿Tienes un plan? -me pregunta con sencillez, una vez hemos superado nuestro relámpago de afecto.
-No lo tengo -reconozco con amargura-. Quiero infligirle un daño, pero no uno físico, sino emocional, uno que lo derrumbe, que destroce su reputación y, de paso, que lleve a sus padres por la calle de la amargura. Necesito un plan magistral, algo realmente bueno.
-Entonces piensa con calma. Sigue sus pasos, todo el mundo tiene un talón de Aquiles en algún lado, busca el de Júnior y cuando lo encuentres, ataca sin piedad -me aconseja el chino con voz pausada.
Suspiro y cierro los ojos complacido ante los ánimos recibidos. Mi excompañero de celda se preocupa por mí, es un buen amigo.
-He comenzado a investigarlo en la sombra, dentro de poco cumple veintitrés años. Es un joven bastante aburrido y formal. Por ahora no hay nada interesante: es sano, deportista, no se droga, no tiene novia ni mujeres para pasar el rato, no bebe ni tiene adicciones de ningún tipo. Demasiado limpio para el siglo en el que vivimos.
-No te desanimes, nadie expone las miserias de su vida y, menos, la gente pública. Sigue buscando, es sabido que los que menos aparentan más mierda ocultan bajo el brazo. -El guardia de seguridad se acerca, indicando con un gesto que los diez minutos de visita han llegado a su fin. Xia no discute la orden, simplemente se levanta de la silla y se marcha sin despedirse.
Salgo de la prisión, pensativo. Por un lado, estoy entusiasmado, mi amigo, aun cuando no ha dicho ni ha hecho gran cosa, me ha insuflado la energía necesaria para seguir adelante con mi plan. Muchos otros en su lugar me hubieran soltado trivialidades del tipo: «el chaval no tiene ninguna culpa, olvídalo y sigue lo que te queda de vida en paz».
Pero Xia es un camarada leal y su mente retorcida ha comprendido enseguida mi necesidad de venganza. Aquellos a los que se les arrebata los sueños, comprenden de un modo asombroso el deseo de desquite personal. No todo es blanco y negro en la vida, hay matices que a la mayoría de los mortales les pasan inadvertidos.
Mientras conduzco por la autopista en dirección al Bernabéu, bajo la ventanilla y dejo que el aire fresco me azote la cara. Me encuentro revigorizado por dentro, como si hubiese despertado de un largo sueño. Un coche me adelanta por la derecha y el conductor, un chico joven de unos veinte años, me saca el dedo corazón y me hace unos gestos despreciables con la cara. No me rebajo a su altura y paso de él, demasiado absorto en mis pensamientos.
Llego al estadio bastante malhumorado puesto que las calles están atiborradas de gente y, el centro de Madrid, prácticamente cortado. Y todo para que el insufrible «hijo de papá» tenga su momento de gloria. Me abro paso como puedo, la cojera que arrastro me obliga a avanzar con lentitud. Fantaseo con la idea de que en alguna parte de las gradas estén presentes sus padres. Y, sobre todo, quiero que esté ella. Minerva. La mujer que nunca pude olvidar.
Cierro los ojos con dolor al recordarla. La sigo en las redes sociales y sé casi todo sobre su vida, pero llevo dieciséis años sin verla en persona. Tras convertirse en la esposa de Cros, se volvió del todo inaccesible y, aun cuando busqué durante años la manera de acercarme a ella, no fui capaz de encontrarla.
Hasta ahora. La llegada de su adorado hijo biológico a Madrid lo ha cambiado todo. Ha abierto las puertas de par en par invitándome de forma tácita a retomar mi plan. Estoy preparado para luchar. Daré pasos pequeños pero efectivos. Con estos alentadores pensamientos rondándome por la cabeza, saco del interior de mi bolsillo la carísima entrada VIP que adquirí hace unos días y la contemplo absorto en mis pensamientos. La imagen de Minerva vuelve a colarse en mi mente.
«Es una traidora, no debería importarte».
Es la eterna lucha que se da en mi interior con respecto a Minerva. Soy consciente que, en vez de sentir por ella esa mezcla de «amor rencor» que me quema por dentro, debería odiarla y detestarla.
«Lo intentaste, pero ha salido mal».
Cierto, lo hice, aunque en ningún momento, he logrado que me fuera indiferente. Es como una cruz que llevo sobre mis espaldas sabiendo que nunca me liberaré de su peso. Una cruz pesada. Mi cruz.
Antes de sentarme en el lugar asignado saco de mi bandolera una gorra oscura y me la coloco sobre la cabeza. Estoy bastante envejecido para mis cincuenta y nueve años y el paso por la cárcel me dejó una mejilla rajada y un par de arrugas muy marcadas en la frente. No creo que ella fuese capaz de reconocerme si me tuviera delante pero, ante la duda, prefiero tomar medidas de protección. Estoy tenso y el ruido que hacen dos niños sentados en los brazos de sus padres, en la fila de delante, me saca de mis casillas. Me pregunto por qué la gente tiene la necesidad de llevar a críos tan pequeños a ese tipo de eventos cuando, de todos modos, no se enteran de nada.
«Para molestar a los demás», me respondo malhumorado. Me giro y le pongo mala cara al hombre que no se digna en soltar ni una pequeña disculpa.
De pronto, la ruidosa música cesa y el presentador del evento hace su aparición en el medio del campo, subido a un escenario improvisado, sobre el cual se posan multitud de focos.
-Queridos madridistas, ha llegado el momento que todos estábamos esperando con ilusión. Hoy es un día histórico porque hemos conseguido que un hijo de esta casa vuelva a su hogar. Tengo el enorme placer de presentaros a la futura estrella blanca -el tono de su voz sube en intensidad y dice extasiado-: Con todos nosotros... ¡Júnior!
Los focos se mueven a lo ancho de todo el estadio hasta que localizan una figura vestida con la equipación blanca, luciendo el número 9 en el dorso.
Y lo que a continuación ocurre hace que me quede sobrecogido.
Los noventa mil aficionados gritan su nombre y el eco de sus voces elevan la palabra Júnior hasta el cielo. Es una locura colectiva, un recibimiento cargado de amor y buenas vibraciones. Los simpatizantes del club blanco lo aman y eso hace que mi odio hacia su persona crezca a pasos agigantados.
Sube al escenario y los reflectores se posan en él. Lo observo con gesto crítico, y desde mi lugar privilegiado, veo que tiene una figura envidiable, es alto y atlético como su padre. Levanta las manos en alto y saluda de buen agrado a la gente. Los monitores instalados en el estadio muestran un primer plano de su cara y me tomo mi tiempo para analizarlo. Se le ve nervioso, hasta un tanto tímido y eso hace que piense en Minerva. Ha heredado de ella su mirada melancólica y su humildad.
«Es listo como ella, tiene ese algo que atrae».
No alardea ni saca pecho como hacía su padre en sus días de gloria, sino que se mantiene con los pies en la tierra, dejando a las masas sacar sus propias conclusiones.
Y las masas son fáciles de influenciar porque enloquecen cuando la nueva estrella hace su primer saludo poniendo la mano a la altura del corazón.
«¡Júnior corazón, serás nuestro campeón! », es el grito que se propaga con la velocidad de un rayo entre los aficionados y, en pocos segundos, las masas claman ese eslogan con las manos puestas en el pecho.
Un llamativo color escarlata se apodera de mis ojos, el color del enfado y la venganza. Ojalá se pareciese a su padre y fuese un estúpido engreído. No soporto admitir que, a costa de mi sufrimiento, los Cros solo hayan obtenido ganancias. Me han robado a Minerva. Esa evidencia me obliga a respirar con dificultad y me levanto de mi asiento, ajeno a los protestas de las personas a las que estoy molestando con mi precipitada retirada. Me niego a presenciar más aquello porque comprendo que Júnior ha obtenido en su debut los dos valores más preciados a los que puede aspirar un ser humano: reconocimiento y admiración.
Me veo a mí mismo muy pequeño e insignificante en comparación con él y la tarea que tengo por delante se me antoja gigantesca. Me pregunto, un tanto abatido, de qué manera lograré derruir su gran mito.
«El talón de Aquiles», retumba en mis oídos el sabio consejo de Xia. ¿Dónde demonios lo tendrá?
Con esa pregunta flotando en mi mente abandono el estadio y me dirijo hacia mi casa.