Junior
img img Junior img Capítulo 4 Mi amigo de la infancia
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Capítulo 6 El amor de mi vida img
Capítulo 7 En búsqueda de María img
Capítulo 8 El muy deseado encuentro img
Capítulo 9 Buenas vibraciones img
Capítulo 10 Te quiero a ti img
Capítulo 11 El plan A cliente VIP img
Capítulo 12 El trato img
Capítulo 13 Doble confusión img
Capítulo 14 El oro atrae más oro y los piojos más piojos img
Capítulo 15 El guaperas de Junior img
Capítulo 16 Felicidad compartida img
Capítulo 17 Los diez millones de la discordia img
Capítulo 18 Un gran día img
Capítulo 19 Una moneda de un euro img
Capítulo 20 La palmera de cuatro hojas img
Capítulo 21 El «sí, quiero» img
Capítulo 22 El talón de Aquiles de Júnior img
Capítulo 23 Allanamiento de morada img
Capítulo 24 Un invitado inesperado img
Capítulo 25 ¿Quién dijo compatibilidad img
Capítulo 26 El día de mi boda img
Capítulo 27 Sí quiero img
Capítulo 28 Vuelta al trabajo img
Capítulo 29 Ni contigo ni sin ti img
Capítulo 30 Una gran revelación img
Capítulo 31 Una decisión difícil img
Capítulo 32 Intuición femenina img
Capítulo 33 El final de la agonía img
Capítulo 34 Una pesadilla sin fin img
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Capítulo 4 Mi amigo de la infancia

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La céntrica cafetería White, un viernes a mediodía, está de por sí repleta de gente y, esa mañana en concreto, todavía más. A pesar de estar atiborrada, en el ambiente no se escucha el zumbido de voces habitual, ya que todas las miradas están puestas en la gran pantalla colgada en la pared principal, que reproduce en directo la presentación oficial de Júnior, jugador estrella del club merengue. Su figura suscita mucho interés, por ser hijo de la conocida exestrella blanca, Cristian Cros, que dio en su día muchas alegrías a los madridistas. Nadie quiere perderse el primer discurso de su vástago, que pisa fuerte los talones de su célebre padre.

Mis compañeros de oficina y yo, nos sentamos en nuestra mesa habitual, aunque, debido al aforo, no lo hacemos como otros días, sino que empleados y jefes compartimos mantel. Es la primera vez que tengo el honor de comer en compañía del equipo directivo del Banco BTT, entidad donde trabajo desde hace unos meses.

-María, pásame la sal -me pide el señor Ríos, uno de los jefes presentes en la comida. Estoy tan absorta en mirar a Júnior que no le respondo de inmediato. ¿Hace cuánto, que no lo veo? ¿Diez años o más? El niño delgadito y tímido de antaño, de grandes ojos grises y acentuada timidez, se ha convertido en un hombre. «¡Cuánto ha cambiado!»

Me sobresalto al escuchar mi nombre y regreso con celeridad al presente.

-Perdón, estaba... -balbuceo algo ininteligible y noto cómo las mejillas adquieren un intenso rubor -. Estaba mirando la tele.

-Jefe, Júnior tiene potencial si ha conquistado con tanta facilidad a nuestra compañera más seria -ironiza otro compañero, al que he bautizado en mi mente con el sobrenombre de «gilipollas número uno». Es uno de los coordinadores Sénior más prepotentes e insufribles del banco. Supervisa mi trabajo de forma personal, encargándose para que mis jornadas laborales estén cargadas de responsabilidades que nadie más quiere asumir.

Sus colegas encuentran la broma divertida y se ríen, regresando sus miradas al protagonista del día. Me pongo colorada, sin saber qué contestar a eso. Quisiera alardear delante del imbécil de mi compañero, decirle que conozco personalmente a Júnior y, que durante seis largos años fuimos al mismo colegio de Londres. No obstante, me quedo callada porque mi época dorada en donde me codeaba con gente de su nivel ha quedado en el olvido y, una parte de mí, duda de que alguna vez tuviera una vida despreocupada y feliz.

-Ahora que lo pienso -indica el señor Ríos con voz pausada-, ese tío acaba de llegar a España, sería una excelente apuesta para nuestro banco. -Abre una aplicación financiera en el móvil y, al cabo de un rato, añade en tono admirativo-: ¡Treinta y cinco millones y subiendo!

Los otros integrantes de la cúpula directiva le prestan máxima atención, como si la fortuna del futbolista tuviese una bombilla fluorescente que los atrajese como un imán. Es la poderosa llamada del dinero ya que es de todos sabido que el empleado que consiga un cliente así se aseguraría un puesto permanente en el banco y un sueldo superior a los cuatro mil euros al mes, por no hablar de las suculentas comisiones que recibiría cada vez que consiguiera venderle algún producto financiero como planes de pensiones, de ahorros, inversiones fijas o variables, etc.

Comienzan a conversar animados, buscando en sus agendas de clientes importantes, alguno de peso que les pueda allanar el camino hasta Júnior. Yo permanezco callada pues apenas llevo un mes trabajando en el banco, aparte de las prácticas; soy una empleada base sin voz ni voto que cobro un sueldo de mil cincuenta euros al mes. De normal, no almuerzo con ellos, pero hoy la situción ha hecho que las mesas de los empleados base se juntasen con la de los directivos. A mí y a mis cuatro compañeras no nos ha quedado más remedio que fingir entusiasmo por el honor concedido, aun cuando eso ha significado pasar nuestra hora libre, estresadas, tiesas y en guardia.

-Señores, ¡presten atención! -Los astutos ojos del señor Ríos nos abarcan a todos con intensidad. Está en modo on, dispuesto a atraer a nuestra entidad al pez gordo del Bernabéu. Repiquetea con los dedos en la superficie lustrosa de la mesa al tiempo que la maquinaria de su cerebro funciona a plena intensidad-. Somos el segundo mayor banco de España. Debemos conquistar a ese futbolista como sea. ¿Ideas?

El trozo de carne de pavo que acabo de meterme en la boca se me resiste y casi me atraganto cuando lo engullo prácticamente sin masticar. La llamada del dinero ha conseguido quitar el apetito a los jefes que están dispuestos a sacrificar la muy deseada hora de la comida y convertirla en una reunión habitual, pero las cinco empleadas base que nos hemos visto obligadas a comer con ellos no pintamos nada en esta reunión. Aun así debemos estar atentas a la conversación, porque sería de mala educación seguir comiendo cuando los directivos planean el futuro del banco.

Bebo un sorbo de Coca-Cola y centro de nuevo la atención en la televisión. En este instante, Júnior se lleva la mano a la altura del corazón en señal de saludo. Se escuchan oleadas de ovaciones, los aficionados le devuelven el gesto tocándose la parte izquierda del pecho. Noto una conexión muy fuerte con el que fuera mi amigo en la infancia y me siento orgullosa del hombre en el que se ha convertido. Me pregunto si se acordará de mí. La femme fatale que convive conmigo pega un salto de alegría ante esa posibilidad pero, hasta ella en su inocencia, sabe que es muy poco probable que me recuerde.

El señor León, otro integrante de la cúpula de los jefes al que he bautizado como «el gilipollas número dos», se mueve inquieto en la silla y dice con prepotencia:

-La cuenta de Cros debería llevarla yo, soy el más antiguo y me faltan menos de cien clientes para obtener un nuevo ascenso.

Me rio para mis adentros de su ingenuidad, es un hombre competitivo; aunque, nada inteligente; hasta una persona inexperta como yo, sabe que antes de provocar una guerra interna de intereses, un buen gestor debería acercar posturas con sus compañeros para atraer al cliente. Me parece increíble que peleen entre ellos por puro humo.

-Para llevar a Cros, primero deberías hablar inglés, compañero -le suelta con maldad el gilipollas número uno.

La sorpresa se extiende sobre mi rostro y hago un esfuerzo para disimular. Es de locos, los responsables de las cuentas más importantes del banco desenvainan sus afiladas espadas por algo que no es, siquiera, probable que pase algún día.

Se encaran con las miradas, dispuestos a avasallarse entre ellos a causa de un cliente ficticio. No sé en qué momento decido ser partícipe de esa conversación, pero las palabras salen de mi boca y no puedo hacer nada para detenerlas.

-Júnior habla perfectamente español. Nació en Kiev, pero vivió en España hasta cumplir los seis años. Además, en casa, él y su familia hablan en castellano.

Todos mis compañeros se giran hacia mí y me miran, como si acabara de quitarme la camisa que llevo puesta y me quedase en sujetador. Están presenciando asombrados cómo una empleada base ha osado meterse en las altas esferas bancarias hablando de Júnior como si lo conociera.

El gilipollas número uno, tras el desconcierto inicial, hace un gesto despectivo hacia mí, señal que nada de lo que yo tenga que decir puede ser relevante. En su rostro aparece una expresión molesta de puro fastidio.

-La prensa rosa dice muchas tonterías, María. No deberías prestarle atención. Emplea tu tiempo en algo mejor como, por ejemplo, ojear revistas de economía. Es improbable que avances en tu carrera más allá del puesto base que ostentas ahora, pero sería recomendable que estés informada, para ayudar a tu superior, en caso de que te necesite algún día. Cosa improbable, claro está.

Sería conveniente quedarme callada, pero mi genio se ha despertado y no puedo hacer nada para detenerlo.

-No leo prensa rosa -contesto con toda la educación de la que soy capaz-. Dije lo de antes porque conozco al señor Cros, en persona -añado con un sutil tono triunfador.

La femme fatale que hay en mí salta preocupada de su escondite haciéndome señales desesperadas, advirtiéndome de que no debería presumir de algo que ocurrió hace mucho, en la prehistoria cuando ambos frecuentábamos los cursos de primaria. Parece que me esté lanzando una advertencia del tipo: «Una cosa es ir a la misma clase y otra, muy distinta, es presumir de que lo conoces en la actualidad». Sé que tiene razón, por supuesto, aunque la mirada sorprendida del jefe Sénior Experto habla por sí sola. Ha pescado un delgado hilo de esperanza y no tardará en tirar de él para ver adónde lo lleva.

-Conoces a Júnior, ¿de forma personal? -me pregunta asombrado cuando se recupera de la impresión, alternando su mirada del televisor, en donde el foco de su interés saluda a la afición con las manos en alto, a mí-. ¿De qué?

La femme fatale se esconde en el rincón más oscuro que encuentra y me deja sola ante el peligro. Los ojos del señor Ríos se han convertido en dos esferas enormes que brillan ante mí impacientes. No me queda otra que aclararme la voz y contestar, resignada:

-Sí, así es. Estudiamos en el mismo colegio en Londres. Durante seis cursos. Después mi familia y yo nos mudamos a Suiza y, años más tarde, nos afincamos en Madrid.

-¿Sigues manteniendo algún tipo de contacto con él? -se interesa el jefe al tiempo que teclea con rapidez en su agenda táctil, a todas luces maquinando un plan, uno donde yo soy la principal protagonista.

Mi conciencia me señala con el dedo recriminándome con seriedad: «Has tenido tu pequeño momento de gloria, es hora de regresar a tus aposentos, bella Cenicienta; de lo contrario, te buscarás un problema. Mira a tu alrededor, esto es un mundo de alfas, los jefes Sénior están a punto de engullirte viva por darte importancia ante el señor Ríos. Sé que tiene razón, pero sus miradas cargadas de superioridad me empujan a hacer justo lo contrario.

-Claro, hablamos de vez en cuando -respondo evasiva, divertida ante los gestos de asombro de los machos alfas que no dan crédito a que entre la chica nueva y la estrella de la tele puede haber alguna correlación.

Ante esa afirmación, el señor Ríos da un golpe decisivo en la mesa. Parece haber tomado una decisión. Me mira con detenimiento como si fuera la primera vez que me viera.

-¿Cuál es tu apellido, María?

Mi conciencia no quiere presenciar el marrón que, a todas luces, está a punto de caerme encima. Me armo de valor y contesto:

-Medina, señor. Me llamo María Medina. Mi padre era militar inglés y la desgracia hizo que falleciera en una misión humanitaria en Siria. Después de eso, mi abuela paterna nos quitó su apellido a mi hermano pequeño y a mí, así que adoptamos el de mi madre, que es argentina.

Asiente con la cabeza, le importa un comino mi intensa vida familiar, aunque tiene el suficiente saber estar para dejarme terminar.

-¿Cuánto tiempo llevas trabajando con nosotros?

-Cuatro meses, señor. Empecé con un contrato en prácticas y hace un mes me contrataron de forma temporal.

-¿Licenciada en ADE?

-Sí, señor, me licencié esta primavera.

-¿Hablas inglés?

La respuesta es obvia, pero le contesto de todos modos.

-Por supuesto, soy bilingüe; cómo le dije antes mi padre era inglés y viví en Londres hasta cumplir los doce años. Aparte, hablo francés, alemán y español.

-Muy bien -me felicita, complacido-. Tienes un buen currículo y, aun cuando no posees la experiencia de tus compañeros, acabas de ganarte la cuenta del señor Cros.

Parpadeo confundida. ¿Cómo que acabo de ganarme la cuenta del señor Cros? ¡Si no es nuestro cliente! Los cinco jefes Sénior me observan asombrados, puedo ver el odio reflejado en sus miradas. A sus ojos, soy una ladrona que acaba de robar el proyecto más importante del banco. Les da lo mismo que el proyecto no exista.

-Pero señor... -trato de poner algo de coherencia en esa locura-. Le recuerdo que el señor Cros no es cliente de nuestro banco.

El aludido consulta su reloj con el ceño fruncido y da la pausa por terminada, sin importarle que no hayamos terminado de comer. Se levanta de su silla haciendo un gesto hacia el resto, señal de que debemos seguir su ejemplo. Mira en mi dirección y da un último toque a mi lapidación pública.

-Cierto. El señor Cros no es nuestro cliente... todavía. Pero, por tu bien, confío en que lo sea pronto. Trae a Júnior a este banco y serás nombrada coordinadora Sénior Pro con todos los beneficios que este cargo aportan.

La femme fatale sale de su ensimismamiento. Nunca en sus veintitrés años de vida ha soñado con la posibilidad de ser una jefa Pro. Mira por encima del hombro a los cinco alfas y se parte de la impresión al comprender que podría ser su dirigente en breve. Casi se desmaya al imaginarse lo mucho que podrían cambiar las cosas si eso aconteciera. Por no hablar de los beneficios económicos que acompañarían al cargo.

Se me presenta la oportunidad de oro para solucionar todos mis problemas. Mi hermano podría estudiar en un buen colegio y me permitiría el lujo de pagar a una enfermera para que cuidara de mi madre. Mi silencio prolongado, hace que el señor Ríos me dé un empujón final.

-Dos semanas. Tienes dos semanas para lograrlo. -Ese ultimátum hace que mi alegría se esfume de mi cuerpo tan rápido como ha aparecido. Las palabras de mi superior contienen una amenaza velada. Algo del tipo: «Si no lo haces, estás despedida».

Asiento con la cabeza, totalmente incapaz de hablar. Lo único que puedo pensar es: ¿Cómo conseguiré dar con Júnior? Y en el hipotético caso de que lo logre, y él tenga la suficiente memoria para recordarme, ¿cómo podré convencerlo de invertir su dinero en nuestro banco?

Salimos del local, tras pagar la cuenta, y nos dirigimos a nuestro lugar de trabajo. Mis compañeras que no han tenido la oportunidad de abrir la boca durante el almuerzo, parlotean animadas sobre el último concierto de Pablo López. Estoy tan absorta en mis pensamientos que no sigo la conversación. La cabeza me da vueltas en mi empeño de visualizar la misión que tengo por delante.

«No lo conseguiré, es del todo imposible», concluyo para mis adentros mientras me dirijo pensativa a mi cubículo y me dispongo a tramitar la montaña de seguros de vida que me espera sobre el escritorio.

Mi conciencia asiente, apenada por mi situación. Le gustaría animarme pero no tiene argumentos. La femme fatale se desvanece en el horizonte dándome a entender que ese no es asunto suyo, de ninguna de las maneras. A ella le gustaría ir al concierto de Pablo López para desmelenarse. Aunque, en el fondo de su ser, debe admitir que convertirse en la jefa de los cinco alfas, no estaría nada mal.

No señora, nada, pero que nada mal.

            
            

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