-Eron, hijo mío. Como madre tuya que soy, has de saber que comparto tu preocupación. Ese maldito Wando, y su compañera Alaxa de la lobera de Bredo, solo han podido ganarte haciendo uso de alguna triquiñuela.
-¿Crees que han hecho trampas, madre? No lo había pensado.
-Es normal, hijo mío, todavía eres muy joven y debes aprender mucho sobre los que te rodean. Pero no te preocupes, para eso estoy yo, para velar por tu bienestar, y no solo por ser tu madre, sino también por tener la jefatura de nuestra lobera.
-Como siempre ha sido, madre. ¿Qué vamos a hacer al respecto?
-Voy a ir a hablar con tu padre. Acusaré a esos dos tramposos para que se ocupe de ellos y de su lobera.
-¿Y de qué pruebas disponemos? -preguntó Eron, recuperando el ánimo perdido esa mañana.
-No te preocupes por eso, hijo mío. Hamer controla la jauría con mano firme, si lo pongo de nuestro lado, no hará falta tener evidencias de sus tejemanejes. Es de lógica pensar que han planificado tu derrota, en la intención no solo de perjudicarte a ti, sino también a nuestra lobera.
Eron comprendió enseguida que su madre solo basaba sus argumentos en una corazonada. No le parecía mal, pues ella siempre había sido muy intuitiva, alcanzando a ser la jefa de la lobera cuando vio la ocasión propicia. Confiaba ciegamente en su criterio, como era natural en un hijo, al menos para asuntos de los que carecía de la experiencia necesaria para encararlos a su favor.
-¿Y yo qué hago, mientras tanto?
-Puedes vigilar a Wando y a Alaxa, fueron a tomar una infusión con unos de su lobera y luego se retiraron a descansar, por lo que sé.
-¿Los dos juntos? -preguntó Eron molesto, sintiendo una punzada de celos.
-No te preocupes, hijo mío -dijo Kristey para calmarlo al darse cuenta de qué le había alterado-. Ya ves que están compinchados. Es mucha casualidad que dos de la misma lobera ganen los primeros puestos de las pruebas de madurez. Ahora ve, y vigila cada movimiento que hagan, quizás cometan una torpeza con la que obtener evidencias de sus malas artes.
Kristey vio partir a Eron, preocupada de que cometiera alguna torpeza. Todavía era un niño, a pesar de haber pasado la prueba de madurez, y en su inexperiencia resultaba demasiado impulsivo e iracundo. No tentando a la suerte con malos pensamientos, se decidió por ir a hablar con Hamer, esperanzada con el resultado que pudiera obtener.
Alaxa despertó después de una regeneradora siesta. Tumbada sobre su cama, estiró los brazos y bostezó desperezándose. Luego miró a la cama donde descansaba Wando, comprobando que este dormía como un tronco. No queriendo despertarlo, se levantó con sigilo y se vistió. Después salió fuera de la tienda de campaña en la que estaban. Pudo comprobar que había más tranquilidad que cuando se retiraron, la gente llevaba todo el día festejando la acogida de los nuevos cazadores de la jauría, y ahora estaban preparándose para una cena más tranquila, pero no menos alegre. Cerrando la tela que hacía de puerta en la entrada, se dirigió hacia el lugar acondicionado para el aseo junto al río. Este, para dar mayor intimidad a los usuarios, estaba apartado del conjunto de tiendas donde los reunidos en el valle realizaban sus labores diarias y de las zonas comunes como la reservada al ganado. Dos sombras furtivas fueron tras de la despreocupada joven sin que ella lo notara, dos figuras disimuladas que tampoco levantaron las sospechas de quienes las vieron.
Kristey entró en la tienda de Hamer sin aviso previo, la confianza que había entre los dos le permitía ese tipo de comportamiento. No eran pareja, aún compartiendo un hijo, al fin y al cabo él tenía más descendencia entre la jauría, una hija casi de la misma edad que Eron, de una lobera diferente. No era extraño entre los licántropos, siempre que fuese consentido y de mutuo acuerdo, tener descendencia de diferentes individuos, sin ninguna discriminación por ser de un sexo u otro. Eso no quitaba que la mayoría de parejas mantuvieran una firme lealtad hacia su cónyuge en todos los sentidos.
-Kristey, ¿qué te trae por aquí? -dijo Hamer, que no esperaba su visita-. ¿Es por Eron? -adivinó. Era un hombre al que no se le escapaba nada, no en vano era el líder de las diez loberas de la jauría de Alaior.
Kristey se acercó a una mesita que hacía de licorera y sirvió dos copas de vino centauro, traído de Calvia. Las reservas estaban mermando en esos días de reunión en el valle, tal vez habría que hacer una incursión para proveerse de nuevas remesas, pensó. Bajo la atenta mirada de Hamer, admirando su esbeltez, la de la mujer que le había proporcionado su primer vástago, ofreció una de las copas que tenía en la mano y bebió un sorbo de la suya.
Los ojos de la mujer refulgían, negros, grandes y de largas pestañas. Una nariz pequeña y aquilina sobre unos labios carnosos y bien proporcionados, le aportaban exotismo, enmarcado el conjunto en una cara de barbilla fina de piel suave y bronceada. El cabello negro le caía lacio hasta el final de la espalda.
-Sí -dijo finalmente, contestando a Hamer mientras tomaba asiento en el sillón preferido del líder. Era su forma de demostrar su supremacía sobre cualquier otra compañera que tuviera él. Bebió un sorbo de vino centauro y preguntó-: ¿Vas a hacer algo al respecto?
Hamer la vio acomodarse en su sillón. Era la única a quien le permitía hacer eso, y solo cuando no había nadie más a la vista, como era el caso.
-Sabía que vendrías por esta cuestión, aunque no te esperaba tan pronto. Me parece que la edad te hace ser más impulsiva, en contra de lo que nos pasa al resto, que con los años reflexionamos más nuestros actos antes de llevarlos a cabo.
-No es por estar de brazos cruzados que gané la jefatura de mi lobera, Hamer. Ya lo sabes. Pero esa es otra cuestión para discutir en otro momento, ahora vengo por asuntos más importantes. -Kristey echó el cuerpo hacia delante para dar más peso a sus argumentos-. A tu hijo le han arrebatado el primer puesto en las pruebas de madurez, cuanto más tiempo pase, más difícil será devolverle lo que le corresponde.
-A mí también me ha disgustado que Eron no ganara el rito de iniciación, pero debemos plegarnos a las costumbres de nuestra raza. ¿Qué podemos hacer?
-Eres el líder de la jauría, puedes hacer lo que quieras. ¿Acaso no es evidente que debiera haber ganado tu primogénito? Además, es infrecuente que dos de la misma lobera ganen los primeros puestos. Obviamente han hecho trampas. ¡Trampas!
-Quizás tengas razón, Kristey, ¿pero tienes pruebas que confirmen tu acusación?
-¡Por el sagrado plenilunio, Hamer! A veces me pregunto cómo puedes mantener el liderazgo de la jauría. ¿No ves que si dejas que esto se termine de consumar, tu heredero perderá la posición necesaria para aspirar a tu cargo cuando sea el momento? ¿Y no ves también que la lobera de Bredo gana categoría, haciendo peligrar el equilibrio de la jauría? Ahora tienes una mayoría de loberas a tu favor, pero eso podría cambiar a partir de mañana. ¡Hay que hacer algo ya, ahora que todavía puedes imponer tu voluntad!
Hamer se quedó pensativo, las palabras de Kristey hacían mella en su interior. Ya le había dado vueltas a todo el asunto en su cabeza, pero no había tenido ocasión de ordenar todos los datos para vislumbrar la urgencia de la situación. Miró a la mujer mientras bebía un largo trago de vino, en cualquier otra circunstancia habría hecho el amor con ella, pero se encontraba demasiado preocupado para tener ideas concupiscentes.
-Veo que ya lo tienes todo muy bien pensado, Kristey. ¿Qué sugieres que deba hacer al respecto?
La jefa licántropa sonrió satisfecha, le había costado menos de lo esperado convencer a Hamer. Sin duda, la posibilidad de perder el liderazgo de la jauría era una fuerte motivación. Si no era capaz de mantener a la mayoría de loberas controladas, algún jefe podría intentar arrebatarle el cargo.
Se dio la circunstancia que Alaxa se encontró sola en el recinto de los aseos habilitados. Separados de cualquier otra actividad de la jauría, la joven cazadora se sintió afortunada al poder estar en plena intimidad por primera vez desde que la lobera había acampado en el valle de Alaior. Al menos eso era lo que ella creía. En realidad, estaba siendo vigilada por dos licántropos que se movían sigilosos entre las sombras.
Ignorante de ser observada furtivamente en el compartimento que ocupaba, pensaba en cómo se había sentido cuando Wando era abordado por todas aquellas lobatas y cazadoras, algunas de estas ya no tan jóvenes. Sus celos estaban especialmente enfocados en la última que se presentó, Minthu. La conocía de vista, de la lobera de Tilay. No sabía mucho de ese grupo, anotando mentalmente preguntar a sus padres al respecto en cuanto tuviera ocasión.
Justo cuando Alaxa se estaba desprendiendo de de la prenda superior de su vestimenta, escuchó unos ruidos que la alertó, pues se creía sola en la zona de aseos.
Instintivamente se tapó los pechos con la camiseta que todavía tenía en las manos y escuchó con atención, esperando algún nuevo sonido. Sintió que el lugar se encontraba demasiado silencioso, pensando que estando ella ahí, ningún animal habría osado acercarse a husmear. Nada más que se llegaba a oír el rumor lejano de los campamentos y el agua que corría en el río cercano.
-¿Hay alguien ahí? -preguntó desconfiada.
Tras esperar una respuesta que no se formuló, se volvió a poner la camiseta. Cuando salió del espacio de ducha individual en el que estaba, afinó el oído de nuevo, pudiendo escuchar un roce en el compartimento junto al suyo. Ya no cabía duda de que alguien estaba allí escondido, no esperando nada bueno de quien se ocultara de esa forma.
Alaxa adoptó su forma lupina, pasando de ser la hermosa joven de recién alcanzada madurez, a una aterradora bestia, un híbrido entre el ser humano y una loba. Sus ojos llameaban por la furia que sentía, extendiendo sus garras asesinas y enseñando una dentadura igualmente temible. Se le erizó el pelo del lomo, dispuesta a enfrentar cualquier intromisión indebida o un peligro real. Abrió de sopetón la puerta que ocultaba la causa de su alarma, descubriendo las dos figuras que habían ido tras ella desde que salió de la tienda donde había dormido esa tarde.
-¡¡Eron!!