Ánkel, el compañero de la misma lobera que Eron, no solo no parecía estar molesto al haber sido descubierto, sino que además demostró una gran desfachatez al reír las palabras de su amigo, aunque estas no contuvieran nada por lo que reírse. Por supuesto, verles así de envarados a pesar de su deleznable comportamiento, enfureció más a Alaxa.
-¡No sé de qué trampas me estáis hablando! ¡Sois peor que lobatos, no debierais haber pasado la prueba de madurez! -Los ojos almendrados de la enfurecida mujer lobo parecían echar chispas. En su forma lupina, no había rastro de su encanto natural ni de su característica amabilidad y gracia.
-¡Qué dices, estúpida! -gritó Eron enfadado-. ¡Eres tú la que debiera haber sido suspendida por tramposa! ¡Igual que Wando! -Eron dio un paso adelante con la intención de salir del cubículo, sabiéndose físicamente muy superior y que por eso no podría impedírselo-. ¡Aparta!
Alaxa cedió terreno, pues a pesar de estar justificado golpear a cualquiera de los dos como un simple acto de defensa, no quería entrar en una pelea inútil.
Eron poseía un cuerpo de mayor envergadura que la mayoría de los congéneres de su edad aproximada. Le gustaba ir con el pelo muy corto, sin llegar a ir rapado. Sus rasgos faciales resultaban atractivos a la vista, aunque su expresión reflejaba su tendencia a usar más músculo que cerebro. Por el contrario, su amigo Ánkel, era del tipo enclenque pero de notable agilidad. Sus ojos saltones y una sonrisa exagerada le quitaban cualquier encanto que se le pudiera atribuir.
-Os viene grande ser cazadores -dijo Alaxa sin ocultar su desprecio cuando Eron pasó por su lado-. Esta actitud es propia de lobatos pequeños. Sois unos inmaduros.
-¿Inmaduros? -dijo Ánkel con su voz estridente, todavía en el interior del cuadrilátero de la ducha.
Un rugido amenazador salió de la boca del joven cazador, que había dejado de reírse para adoptar su forma lupina y saltar sobre Alaxa a traición. La mujer lobo, aún siendo sorprendida por el traicionero ataque, supo evitar los dientes del despreciable licántropo dando unos pasos hacia atrás hasta chocar con la pared del pasillo. No obstante, no pudo evitar ser agarrada con fuerza, impidiendo su entera libertad de movimientos.
-¡No la sueltes, Ánkel! ¡Vamos a darle su merecido! -exclamó Eron, al que también le había sorprendido la agresiva actitud de su amigo, y solo supo reaccionar en concordancia con sus retorcidas costumbres de niño abusón.
Alaxa tuvo que hacer frente a ambos licántropos. De uno en uno quizás hubiera tenido alguna oportunidad, pensó. Ánkel no suponía un rival serio, incluso para una mujer lobo como ella, que no era especialmente grande ni sobresaliente en las peleas. Eron, el hijo de Hamer y de Kristey, era harina de otro costal, siendo el típico chico bregado en un sin fin de disputas infantiles. Al crecer, se había convertido en un espécimen más alto y corpulento que la media de hombres lobo y fuerte como un toro.
-¡Malditos bastardos! ¡Soltadme! -exigió la furiosa la cazadora al verse atrapada.
-¡Ya no te parecemos tan inmaduros, ¿verdad?! -A continuación, Ánkel le propinó un puñetazo que hizo que la mujer lobo arrugara el morro de dolor.
Eron, que en un principio no había pensado llegar a ese extremo con ella, pues sentía una profunda admiración por su belleza femenina, le sorprendió el golpe que su amigo le dio. La impresión no hubiera sido la misma de tratarse de cualquier otro, de hecho, esperaba poder pegarle una buena paliza a Wando, dejándolo lisiado para el resto de su vida si era posible.
Ese instante de duda que tuvo el hijo del líder de la jauría, fue el que necesitó Alaxa para liberar su brazo derecho, con el que le devolvió el puñetazo al otro. Cuando Ánkel cayó de espaldas con el hocico sangrando, ella quedó completamente liberada, aprovechando para empujar a Eron y salir corriendo para alejarse. Alaxa pudo escuchar a sus espaldas la amenaza estridente de Ánkel antes de abandonar los aseos.
-¡Te voy a matar cuando te coja! -Ánkel se levantó de un salto, y sin hacer caso de la sangre que le caía de la nariz, corrió tras la mujer lobo, que ya desaparecía de su vista al doblar por la puerta de salida.
Eron fue tras su amigo, evitando ser dejado atrás. En su cabeza se mezclaban algunos pensamientos contradictorios que estaba teniendo: por un lado deseaba dejar la persecución para no seguir dañando a Alaxa, y por contra se veía obligado a ayudar a su amigo, cegado este por una ira asesina de la que no sospechaba que pudiera llegar a sentir por otro licántropo de la jauría.
Al salir de los aseos, Alaxa corrió hacia el río sin pensar en la dirección que tomaba. Cuando se topó con la orilla más cercana, se zambulló en el cristalino líquido e intentó llegar al margen contrario. La fuerte corriente de agua no supuso ningún reto para la licántropa, igual que tampoco sintió el intenso frío del deshielo de las montañas. La oscuridad de la noche se había adueñado del valle, pues el tiempo había corrido en favor de las estrellas desde que la joven cazadora salió de la tienda de campaña en la que había dejado a Wando dormido. Por suerte, los licántropos tenían la vista adaptada para los entornos oscuros, no teniendo dificultades para ver hacia dónde iba. El problema era que sus dos atacantes tenían la misma ventaja, y escuchó detrás suya cómo también se metían en el agua y nadaban raudos para volverla a atrapar.
Alaxa no era una cobarde, ni tampoco tonta, simplemente no iba a hacer frente a esos dos canallas sabiendo que no podría evitar ser machacada como una muñeca de trapo. Podría intentar una sonrisa sumisa, la dedicada por cualquier perro, lobo o licántropo para mostrar sometimiento a otro de su especie, pero no estaba dispuesta a doblegarse por esos dos inútiles. Corrió hacia el campamento en cuanto tocó tierra. Ya habría oportunidad de devolver el ataque traicionero, pero primero debía ponerse a salvo y contárselo a su jefe de lobera, Bredo, y a Wando para alertarle del peligro que él también corría.
Wando estaba abotonándose los pantalones cuando una bestial criatura entró como un remolino en la tienda. El sobresalto hizo que el joven cazador diera un paso atrás, y cómicamente se sentó en la cama de forma involuntaria al tropezar con ella.
-¿Pero qué es esto? -logró decir al reconocer a su amiga transformada en mujer lobo.
-¡Wando, sigues aquí! -Casi gritó Alaxa, sintiendo alivio al verle a salvo y lanzándose a abrazarlo por el cuello.
Wando notó la alteración de su compañera, y también pudo ver la sangre que manchaba de rojo sus blancos dientes. Enseguida pensó que su mejor amiga se encontraba en apuros, y que fuese lo que fuese, le había hecho daño. Viéndola en su forma lupina, también adivinaba que el asunto no carecía de gravedad.
-Tranquila, Alaxa, estoy contigo -dijo para tranquilizarla, notando el calor de su cuerpo sobre su torso todavía desnudo.
La timidez de su juventud hizo que separasen un poco sus cuerpos, pero sin llegar a deshacer el abrazo. Ella conservó sus manos posadas sobre sus hombros mientras él la rodeaba por su cintura. Si Alaxa no tuviera tanto pelo en la cara en su forma bestial, Wando habría podido ver sus mejillas sonrojadas por la vergüenza.
El joven ganador de las pruebas de madurez de ese año, sintiendo la rabia de verla herida, se puso rojo como un tomate, pudiendo así disimular su propia vergüenza con el rubor de la ira. También, a consecuencia de su sincera indignación, sus colmillos se alargaron y le creció el bello corporal, teniendo una transformación parcial de su cuerpo.
-Cuéntame qué te ha pasado, Alaxa -exigió, Wando-. ¿Quién te ha hecho eso?
Viendo la reacción violenta que estaba teniendo su amigo, Alaxa se dio cuenta que ella misma continuaba transfigurada de bestia, decidiendo retomar su forma humana para calmar los ánimos de su compañero, y los suyos propios ahora que se encontraba a salvo en el campamento, con la mejor compañía que podía desear.
-Sí, Wando, te lo voy a contar todo. Pero es mejor que permanezcamos sentados -dijo al notar que él se iba a levantar. Hizo presión hacia abajo con sus manos, todavía apoyadas sobre sus hombros-, me encuentro cansada.
Wando aceptó las condiciones de su amiga, y esta le narró todo lo acontecido desde su despertar en la tienda tras la siesta, cuando se fue luego a las duchas para asearse, cómo descubrió allí a los dos intrusos y cómo estos la atacaron, consiguiendo huir de sus garras.
-¡Malditos! -gritó Wando cuando ella terminó de contarle lo ocurrido-. ¡Voy a cogerlos por el cuello hasta estrangularlos! -Se puso en pie, dispuesto a ir en ese mismo momento a vengar a su amiga.
-¡No, Wando! -Alaxa se puso delante de su amigo, impidiendo que este pudiera salir de la tienda de campaña-. Así no vamos a resolver nada, solo podemos enredar más el asunto. Es mejor que antes se lo cuente a Bredo, él podrá interceder por mí ante el líder de la jauría, entonces Eron y Ánkel serán castigados sin que tengamos que temer ninguna represalia por parte de las demás loberas.
-Tienes razón, Alaxa, esa es la mejor forma de proceder, pero eso no resta ira en mi corazón. Vayamos a la tienda de Bredo ahora mismo, no vaya a ser que cambie de opinión.
Alaxa se sintió alagada por la muestra de indignación que Wando sentía por su causa. Estaba segura de que hubiera cumplido con su amenaza, estrangulando a los dos cobardes que la habían asaltado. Saber que él se preocupaba de ella con tanta intensidad, hizo que el corazón le palpitara de forma especial, todavía sin comprender la causa de esa alteración en su órgano vital.
La tienda de campaña de su jefe estaba cerca y en el interior del campamento de su lobera, no teniendo nada que temer en el corto trayecto que les separaba. Había movimiento entre las tiendas, estando en todo momento rodeados de sus amigos y conocidos, imposibilitando cualquier otro ataque furtivo de aquellos dos energúmenos que habían osado dañar a Alaxa.
Al acercarse a la tienda de Bredo, distinguida por ser mayor que las demás, pudieron entrever que dentro había movimiento, alegrándose por su suerte al haber encontrado a su jefe y guía a la primera. Al hacer a un lado la tela de la entrada, previo aviso de su llegada, se encontraron con que había una inesperada reunión. Sentados uno frente al otro, con la asistencia de algunos cazadores de ambos bandos tras ellos, Hamer y Bredo se miraban con cara de pocos amigos.