La sonrisa sumisa: la jauría de Alaior
img img La sonrisa sumisa: la jauría de Alaior img Capítulo 4 ¡Acusados!
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Capítulo 6 La caída de la luna img
Capítulo 7 Adiós a la lobera img
Capítulo 8 Colmillos largos img
Capítulo 9 La noche teñida de rojo img
Capítulo 10 Ojos en la oscuridad img
Capítulo 11 Tregua img
Capítulo 12 La jauría del valle img
Capítulo 13 Encuentro de aliados img
Capítulo 14 Un oso en la mañana img
Capítulo 15 La felonía de Frankis img
Capítulo 16 ¿Dónde está Alaxa img
Capítulo 17 Cautiva img
Capítulo 18 El despertar de Sanko img
Capítulo 19 Lucha en el bosque img
Capítulo 20 Confianza fraternal img
Capítulo 21 Mentes perversas img
Capítulo 22 Amistades sospechosas img
Capítulo 23 Mentiras y emboscadas img
Capítulo 24 Precaria situación img
Capítulo 25 Frankis, el traidor img
Capítulo 26 El crimen de Hamer img
Capítulo 27 Tensión entre los jefes img
Capítulo 28 Reencuentros en Alaior img
Capítulo 29 Locura en el valle img
Capítulo 30 Pactos de conveniencia img
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Capítulo 4 ¡Acusados!

-¡Wando y Alaxa! Precisamente estábamos hablando de vosotros dos. -La sonrisa que esbozó Hamer no ocultó la falsedad de su alegría.

Los dos jóvenes cazadores se habían quedado paralizados en la entrada, sintiéndose cohibidos al ser el punto de atención de todas las miradas. La tienda de Bredo era más grande que la del resto de integrantes de la lobera, puesto que daba audiencia en ella. Además, disponía de una zona apartada dispuesta como dormitorio, acotada por paredes de tela que daban suficiente privacidad.

-Pasad, No os quedéis ahí parados -invitó Hamer, con la misma familiaridad como si esa fuese su propia casa-. Tomad asiento con nosotros, el tema del que estamos hablando es de vuestra incumbencia.

Obedientes, se sentaron donde les indicó el líder de la jauría, junto a su jefe. Mirando con mayor atención la cara del que ostentaba el mayor cargo de responsabilidad en la lobera, Bredo, vieron los dos jóvenes que este se encontraba inmerso en un estado de ira contenida, incapaz de disimular la indignación que debía sentir por alguna razón que ellos todavía desconocían. Contrastaba con la actitud divertida del otro parlamentario, satisfecho este al tener el control de cuanto había en su entorno

-¿Qué ocurre, Bredo? -preguntó Alaxa, cuando se acomodó junto a su jefe y guía-. ¿Acaso ha caído la luna? -La pregunta hacía alusión al mayor temor de los licántropos. Según una antigua leyenda, sin la influencia de la luz lunar no eran capaces de transmutar sus cuerpos. En definitiva, con el paso del tiempo, aquello había quedado como una mera referencia a cualquier desastre o crisis preocupante.

-Es posible, niña. -La voz de Bredo sonó diferente, ronca, falta del ánimo habitual-. Nuestro líder ha venido para exponer una teoría sobre el resultado de las pruebas de madurez, por lo visto no está conforme con que su hijo haya quedado en tercer lugar...

-No es solo que no acepte el resultado -intervino Hamer, interrumpiendo a Bredo sin ninguna muestra de respeto-, es evidente que de ninguna manera se puede producir un caso como el que se ha visto sin el uso de, digamos, maniobras sospechosas.

Alaxa conectó en seguida lo que le había ocurrido a ella con lo que estaba escuchando en ese preciso momento. Ahora tomaba forma la acusación que Eron había hecho sobre Wando y ella, cuando le sorprendió con Ánkel espiándola en los aseos. Le había gritado que era una tramposa, no entendiendo a cuento de qué decía semejante paparrucha, tomándolo como un insulto improvisado para intentar amedrentarla. Para su sorpresa, las dos cosas enlazaban perfectamente.

-No, Hamer, ya lo hemos discutido desde que llegaste a mi lobera. Ellos dos no han hecho ningún tejemaneje ni han colaborado entre ellos para poner a su favor el resultado de los ritos de la jauría. -Bredo seguía conteniendo su ira, su cara parecía congestionada, con el ceño fruncido y los dientes apretados. Verle así parecía entretener a Hamer-. Solo han hecho uso de algo que los licántropos, pagados de sí mismos, no están tan acostumbrados a utilizar. Hablo de la destreza y la inteligencia, de la que casi todos nos olvidamos al confiar por entero en nuestra fuerza bruta.

Hamer se rió, molestando con ello a los componentes de la lobera de Bredo. La burla era difícil de tragar por los compañeros y los hombres que aguardaban de pie detrás de su jefe. Dos licántropos más estaban detrás del líder, de su propio bando, preparados para defenderlo en caso necesario. El ambiente estaba caldeado, pudiéndose cortar en el aire la tensión entre ambos antagonistas.

-Si se me permite la palabra -comenzó a decir, Wando-, quisiera expresar mi contrariedad ante lo que se está exponiendo aquí. No entiendo por qué se duda de mi capacidad para vencer en las pruebas, o la habilidad de Alaxa para quedar en segundo puesto, aunque bien podría haberme ganado a mí también.

-Chico, es más que evidente la razón por la que en vuestro caso se puede dudar de una victoria honesta. Miraos vosotros dos, cachorros, ninguno de vosotros es capaz de hacer sombra a mi hijo. Él tiene un físico con más envergadura que el de ambos, muchachos, y también es mucho más fuerte. Nadie pone en duda que os habéis ganado vuestro puesto como cazadores dentro de la jauría, pero es evidente el uso de las trampas para superar a Eron. Todo el mundo lo sabe. No es solo mi sospecha, varios jefes de lobera me han comentado la misma observación a lo largo del día. Por eso estoy aquí, por voluntad de la jauría.

-¡Quisiera saber quiénes son esos que ponen en duda la valía de mis muchachos! -dijo en un estallido, Bredo-. ¡No serán capaces de dar la cara ante una mentira de ese calado! ¡Que presenten las pruebas de sus argumentos, o callen!

-¡No, Bredo, te equivocas! -replicó Hamer, poniéndose de pie ante el tono irrespetuoso de Bredo-. ¡La acusación está hecha! ¡Eres tú quien debe buscar las evidencias que exculpen a tus pupilos! -Con esa acalorada reacción, se había dado por terminada la conferencia. El primero de los guardias, entendiéndolo de esa manera, se acercó a la entrada y apartó la cortina que la tapaba, dando paso al líder de la jauría. Este, antes de terminar de atravesar la salida, se giró y dijo-: Mañana por la mañana se reunirán las loberas para el juicio. ¡Preparaos para lo que venga!

Con la palabra en la boca, Bredo, los dos jóvenes y los cazadores detrás de ellos, quedaron como mudos en la tienda de campaña. Nada parecía que pudieran hacer. Era evidente que el líder de la jauría había hecho una acusación sin pista alguna que confirmara sus argumentos.

Alaxa recordó las palabras dichas esa mañana cuando ganaron las pruebas de madurez, la advertencia hecha por las posibles consecuencias al haber superado al primogénito de Hamer y Kristey. Ese temido momento ya había llegado, mucho antes de lo que pudieron imaginar horas antes. Sin duda, la lucha de poder entre los licántropos todavía era una impedimenta para unir a todas las jaurías, y ni hablar de juntar clanes o razas.

Mientras tanto, Kristey estaba en su propia tienda con su hijo, Eron, y su compañero de tropelías, Ánkel. Los tres estaban sentados alrededor de una mesita donde se había servido una infusión de hiervas. La jefa observaba a los dos jóvenes tras escuchar de su boca lo que había ocurrido en los aseos. Se fijó en el muchacho de ojos saltones, sonrisa torcida y voz estridente, la miraba con excesiva timidez, de soslayo, sintiéndose evidentemente atraído por ella, siempre con esa sonrisa sumisa. Si no hubiera sido tan feo y despreciable, podría haberle hecho un favor que nunca olvidaría. Suspiró para calmar la tensión de todo un día de preocupaciones.

-No tenéis de qué preocuparos, chicos -les decía-. Es cierto que habéis cometido una torpeza de la que ya no se puede hacer nada para borrarla, pero todavía podemos volver sus consecuencias a nuestro favor. Hamer ya habrá comunicado su intención de acusar a esos dos niñatos de la lobera de Bredo. Por hoy podemos dormir tranquilos, mañana se resolverá esta conspiración de tramposos. -Kristey cambió de posición en su asiento. Al desplazar sus rodillas juntas de un lado a otro, enseñó sus piernas todavía deseables, provocando al chico enclenque que tenía justo delante. Disfrutó al ver cómo el joven se quedaba sin aliento, intentando disimular su grosera mirada.

-¡Qué haces, idiota! -Ánkel recibió un capón de Eron, que se había dado cuenta de la impertinencia de su amigo, fijos los ojos de rana en las piernas de su madre- ¿Qué estás mirando? ¡Es mi madre!

El chico, golpeado por Eron, miró a su compañero con esos ojos que parecían salir de sus órbitas. Se frotó la zona lastimada con la mano, más dolida su dignidad que su cabeza. No se quejó, y ese mutismo dijo más que si hubiera hablado. Kristey se dio cuenta que la sonrisa sumisa del compañero de su hijo había desaparecido, comprendiendo que esta solo la mostraba con ella. Era bueno saber dónde estaban los aliados, debía jugar las cartas necesarias para que este se mantuviera a su favor. Aún siendo un mediocre, podía serle de utilidad.

-Bien, jovencitos, se acabó. Es mejor que esta noche durmamos lo necesario, mañana nos espera un gran día -dijo Kristey, dando por terminada la jornada. Se pusieron de pie-. Eron, recoge las tazas y la tetera, ya acompaño a Ánkel hasta la salida.

Se disgustó al tener que hacer una tarea que consideraba humillante para un cazador como él, hijo de un líder y de una jefa, pero Eron no se atrevió a desobedecer la orden de su madre, a quien debía obediencia también por ser su jefa de lobera. Mientras realizaba la tarea, observó con asco cómo ella acompañaba a su amigo hasta la entrada, contorneándose igual que una víbora en celo y sonriendo como si estuviera interesada en su amigo. No quiso saber nada más, cogió la bandeja y se la llevó a la parte trasera de la tienda para limpiar los útiles usados para la infusión.

-Ánkel, quiero decirte, antes de despedirnos, que estoy muy contenta de que seas el mejor amigo de mi hijo -dijo la jefa, pasando una mano por el hombro del chico, en una sinuosa caricia que llevó hasta el cuello, pasando sus largos dedos por la nuca del joven-. Ahora ya eres un hombre, y espero que tú y yo también podamos ser buenos amigos.

Ánkel, cohibido y extasiado a la vez, bajó la cabeza sumisamente e intentó contener una risa nerviosa. Eso dio más motivos a Kristey para despreciar al muchacho, que además de ser doloroso para la vista, carecía de una personalidad sólida y, por lo que pudo comprobar de tan cerca, una falta de cierto grado de higiene personal. Solo deseó no tener que pasar la línea del simple coqueteo para obtener de él un sirviente incondicional.

-Ve y descansa, te lo has ganado, porque hoy te has levantado siendo un lobato y dormirás siendo un cazador.

Encogido como una rata, el chico todavía trastabilló al girarse para agitar la mano y despedirse. Kristey sonrió, y de manera mecánica se frotó la mano que había tocado al novel cazador de la jauría para limpiársela. Cuando cerró la cortina de la entrada, se retiró a su dormitorio, separado del resto de la tienda con gruesas telas que le daban la intimidad necesaria. Su hijo, ahora que ya era adulto y todavía no tenía vivienda propia, dormiría sobre las alfombras del salón.

            
            

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