La sonrisa sumisa: la jauría de Alaior
img img La sonrisa sumisa: la jauría de Alaior img Capítulo 5 El juicio de los inocentes
5
Capítulo 6 La caída de la luna img
Capítulo 7 Adiós a la lobera img
Capítulo 8 Colmillos largos img
Capítulo 9 La noche teñida de rojo img
Capítulo 10 Ojos en la oscuridad img
Capítulo 11 Tregua img
Capítulo 12 La jauría del valle img
Capítulo 13 Encuentro de aliados img
Capítulo 14 Un oso en la mañana img
Capítulo 15 La felonía de Frankis img
Capítulo 16 ¿Dónde está Alaxa img
Capítulo 17 Cautiva img
Capítulo 18 El despertar de Sanko img
Capítulo 19 Lucha en el bosque img
Capítulo 20 Confianza fraternal img
Capítulo 21 Mentes perversas img
Capítulo 22 Amistades sospechosas img
Capítulo 23 Mentiras y emboscadas img
Capítulo 24 Precaria situación img
Capítulo 25 Frankis, el traidor img
Capítulo 26 El crimen de Hamer img
Capítulo 27 Tensión entre los jefes img
Capítulo 28 Reencuentros en Alaior img
Capítulo 29 Locura en el valle img
Capítulo 30 Pactos de conveniencia img
img
  /  1
img

Capítulo 5 El juicio de los inocentes

Durante la última hora del día anterior y en la primera de esa mañana, se había corrido la voz entre las diez loberas. Hamer, líder de la jauría de Alaior, había hecho la acusación oficial contra Wando y Alaxa, culpándolos de hacer trampas en las pruebas de madurez. El juicio se iba a ejecutar en la explanada de las celebraciones, el único lugar habilitado para dar cabida a los numerosos licántropos reunidos esa primavera en el valle. Solo los guardias que protegían el perímetro se ausentarían del acontecimiento.

La lobera de Bredo al completo llegó la última, con su jefe y los acusados en cabeza. Caminaban en silencio, con el sol a sus espaldas alzándose desde detrás del pico más alto visto desde la cuenca. Se les franqueó el paso hasta el centro de la explanada a medida que avanzaban, encontrando pocas caras amistosas entre los que se cruzaron. Al llegar al punto indicado, se encontraron con Hamer. Este, en actitud severa, de pie con los brazos cruzados. A sus costados, el resto de jefes de lobera, ocho en total, también de pie, casi todos ellos reflejando su animadversión hacia los que llegaban en última instancia. Solo uno de los jefes parecía satisfecho con lo que estaba ocurriendo, se trataba de Kristey, que se mantenía junto al líder, demostrando su sólida alianza.

Si Bredo había decidido asistir, era por pura formalidad y por la posibilidad de ganarse la simpatía de alguno de los otros jefes, de los que estaba seguro solo dos le apoyarían en caso necesario, por el momento. El maduro licántropo, cabeza dominante de su grupo, tenía muy claro que aquel juicio era una pantomima y que sus pupilos saldrían culpables de aquel espacio. También es cierto que si no hubiera asistido con su gente, habría cometido una falta contra la jauría, impidiendo cualquier futura alianza.

Cuando estuvieron uno frente al otro, Hamer y Bredo se miraron a los ojos, evaluando a su contrario. El juicio iba a dar comienzo ahora que estaban todas las partes interesadas presentes, especialmente los acusados.

Los campamentos de las loberas habían quedado desiertos, todos sus componentes asistían al juicio que estaba a punto de dar comienzo. Solo los guardias, apostados en el perímetro del valle, estaban ausentes. Sin embargo, los cazadores que vigilaban los alrededores no eran los únicos que no estaban viendo la querella. Una sombra furtiva, enclenque y de ojos saltones, se deslizaba entre las tiendas de campaña de la lobera de Bredo, buscando una en concreto que se le había descrito minuciosamente para no confundirse.

No tardó mucho aquel patético personaje en encontrar lo que buscaba, era la única tienda con una gruesa raya amarilla en la base de la lona de piel que formaba las paredes exteriores. Cuidando de no ser visto por algún rezagado, el joven cazador se deslizó dentro del habitáculo, un rectángulo de unos doce metros cuadrados capaces de dar cabida a tres adultos cómodamente. Cuando estuvo dentro, distinguió los diferentes espacios acondicionados, especialmente los servidos para el descanso nocturno. Uno de ellos era tan ancho como una pareja podía necesitar, mientras que el segundo tenía las medidas propicias para un solo individuo. A esa última se acercó y buscó con la mirada algún objeto que le fuese de utilidad para sus intenciones. Enseguida vio una pequeña bolsa de lino con unas llamativas flores de colores bordadas a mano. La cogió como si se le fuese a escapar y la abrió para comprobar su contenido, descubriendo en su interior unos pétalos de flor y algunas hojas resecas. Encontrando el hallazgo idóneo, metió la mano en uno de sus bolsillos y sustrajo un pequeño frasco hecho con la punta de un cuerno, taponado con el corcho de una corteza de alcornoque. Una sonrisa maliciosa se dibujó en su torcida boca y metió el objeto en el saco de lino. Cerró la pequeña bolsa con un lazo y la depositó bajo la almohada.

Cuando estaba a punto de salir de la tienda, vio un collar en un cuenco lleno de bonitas alhajas que llamó su atención. Cogiéndolo apresuradamente, lo metió en su bolsillo y sacó la cabeza por la apertura de la salida para asegurarse que la lobera seguía desierta. Tras la comprobación, encaminó sus pasos hacia la explanada donde ya había comenzado el juicio de esa mañana, dando un pequeño rodeo para llegar desde una dirección que no levantara sospechas.

-Si no tienes nada que pruebe la inocencia de tus dos pupilos, nada se puede hacer para evitar un severo castigo, Bredo -decía Hamer. Su voz era potente, siendo escuchada con claridad hasta por los más alejados.

Los mandatarios del grupo del asentamiento de licántropos se habían sentado al comenzar el procedimiento, en un lado Bredo con los los acusados y frente a ellos el líder con el resto de jefes de lobera. El resto de participantes también se habían acomodado alrededor de ellos, quedando de pie algunos de las últimas filas que no querían perderse ningún detalle.

-¡Ese no es el proceder normal! Es la parte acusadora la que ha de tener evidencias palpables de sospecha -replicó Bredo.

-No eres tú el que lidera esta jauría, no vas a imponer tus normas solo porque son más convenientes para ti y tu gente. Aquí se hacen las cosas como yo digo, que es como la mayoría en la jauría acepta. Si tú o cualquiera de tu lobera no sois capaces de mostrar mejor defensa, es preferible, por vuestro bien común, que no os interpongáis en este juicio a Wando y a Alaxa.

La amenaza caló entre los integrantes de la lobera. Era de esperar que todos se vieran afectados por el caso, pero eso no lo hacía más aceptable. Wando notó un estremecimiento en su compañera, y cogió su mano. Alaxa agradeció el gesto, y posó su otra mano sobre la de él. Mirándose a los ojos sonrieron de manera forzada, pues se sentían acongojados, suficiente para que no les surgiera de forma natural.

-No temas, Alaxa. Todo va a salir bien -le susurró al oído.

Ella giró la mano que él agarraba, dejándola así cogida entre las suyas, entrelazando los dedos. Apretó con más fuerza, sin llegar a ser molesto. Notando la tibieza de su compañero, Alaxa se sintió más segura, creyendo de verdad que, de alguna manera u otra, la enrevesada situación que estaban viviendo finalmente les favorecería.

Mientras, Kristey vigilaba nerviosa al grupo de su lobera. Buscaba con la mirada la desagradable figura del compañero inseparable de Eron. No lo veía por ningún sitio, y eso la preocupaba. De pronto, sintió sobre ella unos ojos de rana que la miraron con intensidad. Ánkel, con su torcida sonrisa sumisa esbozada en sus finos labios, había aparecido junto a Eron. La jefa supo entonces que el joven cazador había cumplido con el encargo, hecho esa mañana al despuntar el día. La mujer, de pronto más animada, no tardó en hacerle saber a Hamer que su plan se cumplía como había prometido.

Entre las filas de los acusados vieron el cambio de actitud que se produjo en Kristey, que hasta el momento había parecido ausente, con toda su atención puesta en el espacio ocupado por los de su lobera. Bredo y sus dos pupilos supieron intuitivamente que algo grave tramaba aquella astuta mujer.

-De todas maneras -continuó diciendo Hamer-, tú y tu lobera, Bredo, tendréis la suerte de ver vuestros deseos cumplidos aún en contra de mi voluntad. Se me ha pedido, insistentemente, que acepte una prueba acusatoria que me ha sido señalada para el juicio. Finalmente, para que no haya conflicto de opinión en cuanto a la legalidad de este juicio, he aprobado esta medida.

Hamer, con un gesto de la cabeza, dio la palabra a Kristey, que desde el principio permanecía sentada junto a él, haciendo gala de su favorable posición dentro de la jauría. La mujer tomó protagonismo cuando comenzó a hablar.

-Indignada estoy por las causas que nos reúnen hoy a todos -la voz femenina era potente, modulada con ensayo para estas ocasiones-, he descubierto la forma en que con malas artes estos dos jóvenes cazadores, Wando y Alaxa, lograron clasificarse en las dos primeras posiciones al final de las pruebas de madurez de nuestra jauría. -no se oyó ningún rumor, expectantes en lo que tenía que decir-. Tras un análisis físico a mi hijo Eron, también primogénito de nuestro líder, he descubierto cómo los acusados consiguieron la ventaja necesaria para proclamarse victoriosos. Mi sospecha fue motivada cuando mi hijo se quejó de sentir cierto grado de debilidad física, tras lo cual no dudé en ponerlo en manos de un curandero para que analizara la causa de esa minusvalía temporal. No fue un sorpresa, pero sí un gran disgusto enterarnos de que Eron había sido drogado con un fármaco que mal usado podría haber dejado secuelas.

Las palabras finales provocaron el murmullo generalizado, especialmente el de los que pertenecían a loberas partidarias de las decisiones del líder, mostrándose exageradamente indignados. El discreto silencio de quienes no confiaban demasiado en la justicia habida en el juicio, solo envalentonó más a los que daban por buenas las declaraciones echas por Hamer o kristey.

Wando y Alaxa se agarraron de las manos con mayor fuerza, horrorizados por lo que escuchaban, sabiendo que todo era un complot que se veían incapaces de destapar. Detrás de ellos, las mujeres y los hombres de la lobera se removieron inquietos, y Bredo apretó los puños impotente. La suerte estaba echada, no tenían argumentos para oídos que se presentaban sordos ante ellos.

En un momento dado, Kristey alzó los brazos en actitud solemne, indicando su intención de continuar hablando. Los escandalizados espectadores callaron obedientes, haciéndose de nuevo el silencio en la explanada donde estaban reunidos. Con los últimos ecos, la jefa reanudó su discurso.

-Igual que vosotros me siento, solo que multiplicado por mil al ser la madre del perjudicado. Los culpables de semejante crimen utilizaron semillas de adormidera para mantener a Eron por debajo de sus posibilidades reales, y aún así fue una derrota discutida.

Alaxa estaba sorprendida por lo que oía. Al mirar a Wando, su cara mostraba la misma expresión de desconcierto. Dejándose llevar por el impulso, pues no podía soportar la idea de que su compañero estuviera sufriendo por todo aquel teatro, se levantó y dijo gritando:

-¡Eso no es cierto! ¡Todos estáis mintiendo! Ni Wando ni yo hemos tenido la retorcida idea de envenenar a Eron. ¡No sabemos cómo se usan ese tipo de fármacos! Lo único que hicimos para ir por delante de nuestros compañeros en la prueba de madurez, fue combinar destreza, inteligencia y fuerza, tal y como nuestro maestro, y jefe de lobera, nos enseñó que debíamos hacer. Si somos culpables de algo, es de haber sabido resolver cada dificultad con más seso y maña. ¡Eso de las semillas de adormidera es una invención!

Kristey se sintió satisfecha por el estallido incontrolado de la joven cazadora, era la reacción que quería de cualquiera de los dos acusados. Si existía alguna duda sobre el proceso que se estaba llevando a cabo, estaba apunto de convencer a los escépticos. Volvió a tomar la palabra.

-Si es cierto que no habéis tenido nada que ver con la manipulación del fármaco con el que se ha doblegado la potencia de Eron, supongo que no habrá ningún inconveniente en registrar vuestras pertenencias para comprobar la veracidad de lo que dices.

-¡Así es! Todo el que quiera puede registrar mis posesiones, con la convicción de no encontrar nada que pueda sostener una teoría tan absurda como la de esas semillas.

La valiente joven terminó, volviendo a ocupar su sitio junto a Wando. No pudo aguantar por más tiempo la tensión, tener que enfrentarse a Kristey, la jefa de la lobera mejor situada dentro de la jauría, y al mismo líder de la jauría, la había agotado. Tampoco supo contener las lágrimas, que se derramaron de sus ojos debido a los nervios sufridos. Wando, dolido al ver en tal estado a su compañera, pasó un brazo por encima de sus hombros. Ella, sintiéndose confortada por el calor y la fuerza de su mejor amigo, se dejó caer de costado, quedando apoyada sobre su pecho, ocultando su rostro con las manos.

-Te tomo la palabra, joven Alaxa -anunció el líder de la jauría de Alaior-. Iremos ahora mismo a registrar vuestras pertenencias para resolver este caso antes del almuerzo. -Hamer había quedado admirado por la valentía de la joven, llamándole especial atención su inocente belleza, la cual deseó para sí.

Wando, estaba satisfecho por el derrotero que seguía el juicio, logrado gracias al arrebato que Alaxa había tenido. Miró a su jefe, y le extrañó la cara de lividez que este mostraba. Esperaba que estuviera tan contento como él mismo, y verle así le dejó otra vez confundido.

-Bredo, es que no te alegras del resultado de este falso juicio?

-Tengo un grave presentimiento, Wando -el jefe parecía falto de respiración, con la mirada fija como si estuviera viendo un fantasma-. Nuestro campamento está vacío, no hay nadie allí desde el amanecer, cuando la dejamos todos para venir aquí. ¿Cómo he podido tener ese descuido?

                         

COPYRIGHT(©) 2022