La Reina del Dragon
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Capítulo 4 Chapter 4

Chapter 4

-Se le conoce como el Vigilante Gris.

Merlín sonrió, o sería más apropiado decir que hizo una mueca que mostraba los dientes. -¿Vigilante? Me pareció oír que era un mensajero.

-También a veces cumple esa función, pero creo que deberíamos tomar asiento. El banquete está a punto de comenzar. Mi señor Merlín, puedes sentarte a mi izquierda, el lugar de honor. El Vigilante Gris se pondrá a mi derecha.

Para Maeniel supuso una agradable sorpresa. Vortigen le había dicho que debería sentarse al final de la mesa, ¿a qué se debía ese cambio de planes? Merlín volvió a repetir aquella mueca. Maeniel no se sentía precisamente como en casa. ¿De verdad creían los humanos que con esas sonrisas se podía engañar a alguien? En ese momento Maeniel comprendió por qué se sentía tan incómodo. En aquella sala había tanto odio que bastaría para hacer arder toda Britania. Aquél era un pensamiento profético, pero no lo sabía. Se volvió a preguntar por qué los humanos tratan siempre de ocultar su desprecio mutuo bajo comportamientos sociales hipócritas. Si él sintiera lo mismo que la mayoría de los humanos sentían por alguna persona o cosa en particular, se habría alejado lo más posible del objeto de su odio con tal de evitarlo. Pero allí estaban ellos, todos reunidos estudiando cuál sería la manera más eficaz de matarse entre sí. Tenía la certidumbre de que no lo harían allí, pero aparte de ese detalle, sabía que más valía no apostar en todo lo demás.

Uno de los inmensos sajones que acompañaba a Merlín se sentó al otro lado de Maeniel. -Ese asiento es de mujeres -dijo, señalando el lugar que ocupaba Maeniel.

-No lo dudo -respondió Maeniel.

-Si la reina estuviera aquí, se sentaría en ese mismo lugar.

-Pero como no está, yo le guardaré el sitio.

-¿No te sientes ofendido? Muchos hombres lo estarían si les dices que están sentados en un sitio de mujeres. No querrían que nadie creyese que se les puede tratar como a mujeres. -El sajón sonrió con malicia.

-En este momento no me interesa ofenderme, sino comer hasta hartarme. Estoy hambriento, así que insúltame después de cenar, entonces ya tendré tiempo de ocuparme de ti.

-Tal vez vuelva a insultarte después de la cena, y también te trataré como a una mujer. -Se rió de su propia estupidez y dio un codazo a su vecino de mesa, otro de los enormes sajones de Merlín.

Maeniel, que no quería tener problemas en la mesa del rey, observó al sajón con una mirada larga, lenta y evaluadora.

-Tiene ojos de lobo -dijo el sajón, ya sin sonreír-. Yo he matado lobos.

-Y yo hombres -le respondió Maeniel.

Sintió el peso de la mano del sajón en su pierna. Maeniel bajó la suya y un instante después sujetaba aquella mano que había estado sobre su muslo entre los omóplatos del propio sajón. Con su mano libre, éste intentaba alcanzar el cuchillo que había sobre la mesa.

-Ni lo intentes -lo advirtió Maeniel-. Puedo romperte la muñeca y lo haré.

El sajón se quedó quieto. Parecía que nadie se había dado cuenta de lo que ocurría. Los sirvientes estaban repartiendo las copas y las mujeres las llenaban tras ellos con la mirada baja. Vortigen miraba al frente con una leve sonrisa en los labios, a su lado Merlín observaba a Maeniel por el rabillo del ojo.

-Más vale que no perturbes la tranquilidad del rey, de lo contrario te rebanaré el cuello con tu propio cuchillo de mesa -dijo Maeniel quedamente.

El sajón no respondió. Maeniel le llevó el codo casi hasta el punto de dislocación. El sudor comenzó a cubrir el rostro del sajón.

-Haz lo que te dice. -Era la voz de Merlín.

-Sssssí... -La palabra silbaba como vapor saliendo de una tetera. Maeniel soltó el brazo del sajón, y éste gimió aliviado.

Vortigen murmuró con suavidad. -Y zurdo, además.

Maeniel permanecía en silencio, pero algo en el rostro de Merlín le resultaba desagradable. Era como si aquel hombre, sacerdote, druida o lo que fuera, tuviera una expresión de satisfacción; y a Maeniel no le gustaba. No, no le gustaba en absoluto. Vareen puso una copa ante él. La muchacha que lo seguía llevaba el mismo collar que el resto, pero parecía que no hacía caso de su situación o no tenía miedo, pues desprendía un olor que a Maeniel le recordó al del agua clara y fría, y algo más concreto, tal vez romero. Le sonrió al llenarle la copa, y cuando Maeniel se encontró con su mirada encontró en ella algo especial. «Vaya, soy siempre muy susceptible. Muchas cosas me molestan de los humanos, pero de sus mujeres, jamás», pensó. A la joven le bailaba en los ojos una sonrisa para él. El obispo lo había advertido sobre las mujeres. Él no le prestaba mucha atención, pero al final siempre seguía su consejo. «Pero para ellas, las más bellas, siempre he sido un lobo. Es mucho más fácil tratar con mis compañeros grises».

-No la reconozco -susurró el sajón-. No es una de las que yo traje. - Se dirigía a su compañero, sentado a su lado. La rabia que había sentido Maeniel cuando el sajón le tocó sin permiso había hecho que sus sentidos estuviesen alerta.

-Maldita sea -contestó el otro sajón también entre susurros-. Debe de ser una de las de Vareen. Me pregunto cuántas habrá logrado infiltrar entre los invitados.

-No lo sé -le respondió el sajón estremeciéndose.

-¿Has visto un fantasma, Cara Chata? -se burló el otro guerrero-. Seguro que ese cerdo tragón del britano no te ha retorcido tanto el brazo.

Maeniel se dio cuenta de que hablaban en voz baja y en su propia lengua, y no dudó de que así se sentían seguros. No sólo pensaban que nadie podría oír sus murmullos, sino que, aunque no fuese así, sería imposible que los entendieran. Alcanzó la copa el primero, se la llevó a los labios y bebió. «Muy bueno», pensó.

-Es de una de las villas romanas de la Galia.

-No sé por qué tiene tanta fuerza -continuó Cara Chata-. No es tan corpulento ni musculoso.

-Ves magia por todas partes.

-Eso es porque esos druid...

-Cállate.

Maeniel vio que Cara Chata pegaba un brinco al recibir la patada de su compañero por debajo de la mesa.

-No hables de eso.

Maeniel tomó media copa más de vino, pero fue la última porque notó que estaba empezando a hacerle efecto; sin embargo parecía que era al único que le pasaba. Todos los invitados vaciaban sus copas de buena gana, y las mujeres hacían una ronda tras otra sirviendo más vino. Merlín se levantó. Sostenía una gran copa entre las manos, con complicadas filigranas en los extremos y rubíes engarzados. Algo en esos rubíes hería los ojos de Maeniel. Sobresalían de manera extraña.

-Brindemos por nuestro rey y por la paz tan duramente ganada que disfrutamos en esta isla. -Merlín alzó la copa hacia Vareen y le ordenó-: Llénala.

Mientras Vareen se acercaba, Maeniel se dio cuenta antes que ningún otro de que lo que Merlín sostenía entre las manos no era una copa, sino una serpiente brillante, dorada y con ojos de rubí. Vareen lanzó un grito cuando el animal se lanzó hacia él y le clavó los colmillos en la muñeca. En ese preciso instante, Maeniel notó el frío filo introduciéndose en su cuerpo. Se dio la vuelta. Cara Chata hundía un cuchillo de hoja larga, de esos característicos del pueblo sajón, en su vientre, justo por debajo de las costillas. Con una mano Maeniel agarró el hombro del sajón, y con la otra le cogió la mandíbula. Con una doble maniobra le rompió el cuello.

En toda la estancia se oían los gritos de los hombres que eran asesinados. Cuando el primer sajón se desplomó, Maeniel vio que otro apuñalaba a Vortigen por la espalda. Lo apartó de un golpe y evisceró al asesino del rey. El lobo despertó y saltó desde las profundidades de la mente, obligando a Maeniel a que se produjera la transformación con tal de salvar su vida. Un segundo después, el lobo gris se colocó ante el asiento del rey. Estaba confundido. No conocía más que a Vortigen en aquella sala, y éste yacía muerto. Antes de que Maeniel lo matara, el asesino había cumplido su misión. Estaba seguro de que todo eso era cosa de Merlín.

El lobo quería la cabeza del druida. Algo golpeó a Maeniel como un garrote, haciéndole tambalearse, la serpiente rodeaba su cuerpo con dos vueltas. Volvió la cabeza y dos ojos rojos y centelleantes se clavaron en los suyos. A continuación lo atacó, clavándole los colmillos en las paletillas.

Si Maeniel hubiera podido gritar, lo habría hecho. En vez de eso, se convirtió de nuevo en humano. Incluso Merlín parecía asombrado ante la visión. Un poderoso guerrero desnudo lo separaba del fuego, con la piel deslumbrante por las llamas y una poderosa maquinaria de músculos bajo ella. Vareen, moribundo, lo vio. ¡Venganza! Los mismos dioses reclamarían venganza por lo que el druida había hecho. Merlín lo había planeado todo con la ayuda de los sajones y de los grandes señores que vendían a sus propias gentes y traicionaban al gran rey. Utilizó sus últimas fuerzas para llegar a la mente del lobo y enviarle un mensaje, que era como una pequeña luz entre la confusión. «Lánzala al fuego». Vareen yacía en los brazos de la esclava que había servido el vino a Maeniel. La muchacha olía a mar.

Ambos oyeron el grito de Merlín. -¡No!

Se protegió la cara con los brazos, en el momento en que Maeniel se liberaba de la serpiente lanzándola, junto con mucha de su propia sangre y piel, al corazón de la hoguera. Se produjo una explosión, y salieron disparados hacia el techo troncos y trozos de la serpiente. Comenzaron a llover esquirlas de cristal como pequeños cuchillos de colores grisáceos sobre culpables e inocentes. Las esquirlas atravesaron un brazo a Merlín y le hicieron cortes en el rostro. El mago pegó un grito y se desplomó, al igual que docenas de sus hombres, algunos muertos y otros todavía con vida, sobre sangre y tripas, tirados junto a sus propias víctimas.

La muchacha, sosteniendo el cuerpo de Vareen entre sus brazos, sonrió e hizo un extraño gesto a Maeniel. El viento alzó a Maeniel. Se sentía como si estuviera atrapado en los rápidos de algún río, precipitándose a la nada mientras el veneno de aquella criatura mágica salía de su cuerpo. Y después volaba sobre las nubes. Durante unos instantes vio un mar levantándose, moviéndose, agitándose entre espuma a la luz de la luna. Estaba tan alto que no podía decir si volaba o si caía. Lo abandonó todo, voluntad, memoria y por último hasta la conciencia, para entregarse a la nada.

            
            

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