Chapter 5
Maeniel pensó que ella suponía algo agradable para un lobo maltrecho y tirado en un espeso bosquecillo de serbal. Había llegado hasta allí en algún momento de la noche, o al menos eso fue lo primero que se le ocurrió al despertarse entre los árboles. La sed le había arrancado del primario mar de oscuridad. Todo lo que habíatenido lugar en el banquete de Vortigen parecía un recuerdo remoto o los últimos vestigios de una pesadilla. El hecho de soñar es común a todas las criaturas de sangre caliente, e incluso como lobo, Maeniel ya estaba acostumbrado a las pesadillas. Se levantó tambaleándose, sintiendo todavía un intenso dolor en el hombro, y fue en busca de agua.
La encontró a los pies de la colina, un manantial que rebosaba en una pila de piedra. Bebió. La sed era una tortura abrasadora, pero bebió demasiado y su estómago devolvió el líquido sobre unos helechos, a la orilla del riachuelo. Descansó un momento y sintió que un auténtico pavor invadía su mente. Recordó la serpiente dorada de ojos rojos y centelleantes. ¿Había logrado matarla? Ella sí había matado a Vareen. De hecho, Merlín había puesto toda su atención en acabar con Vareen, considerándolo mayor amenaza que Vortigen. Dios mío, tal vez nunca pudiera comer ni beber, pues lo devolvería todo. Moriría en medio de grandes tormentos. La sed le quemaba los labios como una brasa ardiendo. ¿Y si nunca lograra calmar esa sed? Pero él era fuerte. La mayoría de los caninos lo son, y él no se abandonaría al pánico tan fácilmente. «Descansa y deja que tu estómago haga lo mismo». Así lo hizo, y después de poco tiempo volvió a beber, esta vez más lentamente, y no se produjo ninguna reacción.
Se quedó allí durante el resto de la noche, durmiendo a ratos y bebiendo cuando se despertaba, hasta que se sintió más recuperado. Se despertó con las primeras luces. Había oído hablar de la gran Muralla de Adriano, que unía un mar con el otro por la parte más estrecha de la isla. Maeniel tardó un momento en darse cuenta de que era esa muralla lo que estaba contemplando, o al menos lo que quedaba de ella, construida en medio del campo. La muralla, el terraplén y la zanja, y en una colina cercana un castillo cubierto por la maleza y pequeños arbustos. Durante unos minutos se preguntó cómo había podido llegar tan lejos de Tintagel, casi al otro extremo del reino, pero una serpiente que iba a beber lo distrajo. A Maeniel se le puso la piel de gallina y echó a correr dando un bramido desgarrador y amenazante. La serpiente, un ejemplar vulgar de anillos verdes, se asustó y se escondió entre la hierba. Allí se quedó, mirándolo atenta entre los tallos. Maeniel recordó su propia sed de la noche anterior y sintió pena por el animal, así que se quedó quieto y no hizo más ruidos que la asustasen. Al poco tiempo, la serpiente, envalentonada, volvió deslizándose entre las juncias tras las que se escondía y, acercando la cabeza al agua, comenzó a beber.
Maeniel se sintió realmente confundido, cuando la serpiente se dio la vuelta, lo miró y dijo: -Tranquilo, espérame aquí.
«Lo que faltaba, ahora oigo voces», pensó. «No, no es eso. Cállate y obedece», le dijo su parte lobo. Estaba tan malherido ydébil que todo lo que podía hacer era obedecer, y cayó en un ligero sueño. Estaba despierto cuando una hembra de liebre y sus crías se pararon a beber, y también cuando aparecieron un semental y tres yeguas que vagaban por las colinas. Pero ni siquiera se movió y permaneció cerca del macizo de rosas salvajes donde descansaba. Se sentía demasiado débil para ir tras ellos y convertirlos en su almuerzo, y mucho menos los caballos, que estaban muy inquietos por alguna razón. Temblaban de miedo.
En ese momento apareció ella, y era una estampa realmente agradable para sus ojos. Una joven loba, con las tetillas rebosantes de leche y carne en el estómago para sus crías. Bebió y sus ojos se encontraron con los suyos por encima del agua. Dio un pequeño respingo y luego rodeó el pozo para mirarlo bien.
-Madre -le dijo Maeniel-, dame un poco de lo que tienes en el estómago. Estoy muy débil.
-Tengo que cuidar de mis cachorros.
-Te compensaré una vez que haya recuperado mis fuerzas.
La hembra tomó una decisión. -No todos los días se encuentra a un extraño descansando bajo un matorral. ¿Te quedarás conmigo o volverás con los tuyos?
-Los míos se encuentran muy lejos de aquí y no creo que pudiera encontrarlos.
-Tratas de ganar tiempo como si fueras un... -No sabía exactamente con qué compararle.
Maeniel levantó la cabeza. Ella significaba la vida. -Me quedaré.
La hembra bajó el hocico y él lo lamió. La loba regurgitó toda la carne y, al comer, Maeniel sentía que la vida volvía a su cuerpo como la lluvia empapa la tierra tras una larga sequía. Cuando se puso en pie, estaba delgado, pero sano y aún hambriento. Ella se había sentado y había estado observando cómo engullía la carne. -Bien -le dijo.
Maeniel recordó lo asustados que estaban los cuatro caballos. Estaba convencido de saber la razón. El viento le susurraba muchas cosas.
-¿Osos? -preguntó a la hembra. (Los lobos son muy lacónicos).
-Sí. -Lo que quería decir: «Sí, hay osos merodeando por aquí».
-Ven conmigo.
Ella vaciló un momento.
-Yo te protegeré.
-Parece que no te costaría demasiado.
No lejos del manantial, la ladera se recortaba convirtiéndose un profundo acantilado. El oso había conseguido su presa arrinconando a los caballos en el acantilado. Uno de los animales había muerto. El oso comió de su grupa, luego se fue en busca de su cueva. Todavía quedaba mucha carne en el cuerpo del animal muerto. La hembra se sentó, y alzando el hocico dio un aullido de aviso. Ella y Maeniel comenzaron a comer. Él empezó por la grupa, donde ya había comido el oso, y le dejó a ella las paletillas. Según las leyes de los lobos, ella tenía derecho a comer todo la que pudiera para así alimentarse a sí misma y a sus crías. Sus dos hermanos llegaron un poco después, pero para entonces Maeniel ya se había saciado y estaba limpiándose. Los lobos lo miraron.
La hembra levantó la cabeza y les habló: -No os preocupéis por él. Además, necesito un compañero y él lo será.
Los hermanos estudiaron a Maeniel y éste hizo lo mismo. Siendo muy, muy optimistas se podía calcular que no tenían más de dos años. Ella tendría la misma edad; en una manada bien organizada y segura aún no debería haber tenido crías, pero algo les había sucedido.
-¿Hombres? -preguntó Maeniel.
Los hermanos se miraron entre sí.
-Sí.
-Me uniré a vosotros. Yo puedo aportar lo que sé.
-¿Conoces a los hombres y puedes predecir sus extraños comportamientos? - preguntó uno de los hermanos.
-Sí, no se me da nada mal. -Maeniel esperaba paciente a que terminaran de olfatearle desde el hocico hasta la cola. Después de todo, ellos eran los que se habían unido a la comida de su hermana.
Maeniel se sentó y golpeó el suelo con la cola de vez en cuando. Estudió las diferentes alternativas. ¿Por qué no? Ellos necesitaban su ayuda. El amor entre los lobos no daba tantas satisfacciones como el de los humanos, pero, Dios mío, la de complicaciones que conllevaba el deseo humano. Tenía otras obligaciones, pero no sabía cómo encontrar el camino de vuelta a Francia, o si ni siquiera podría lograrlo. Incluso si así fuera, tardaría meses o años en atravesar aquel país sacudido por la guerra. Si lo que había sucedido la noche anterior era una señal de cómo estaban las cosas en Britania, no era un buen sitio para encontrar ayuda. Además de tener una deuda de gratitud con la hembra lobo, estaba cansado de los humanos.
«Necesito un descanso -pensó-. He hecho todo lo que he podido por los bagandas, ya no puedo darles más. Me quedaré». Tras estas consideraciones, ya había tomado una decisión. Se levantó cuando la hembra terminó y la acompañó hasta la guarida para alimentar a las crías. «Será agradable volver a tener una familia. Hace ya tanto tiempo». En vez de sentir resentimiento y cansancio, descubrió que la compañía de la hembra le aliviaba el espíritu, y se sintió muy agradecido.