ERA EL CABALLO BLANCO ENTRE LA MANADA NEGRA
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Capítulo 2 Parte Dos

Al sonido de varios disparos de alguna carabina, seguidos de los gritos de rabia de algunos hombres, todas guardaron silencio. Ninguna de las nueve gritó pues sabían que había mucho en juego.

Esa segunda vez de nuevo en la plena oscuridad que imperaba, nadie se atrevió siquiera a moverse. Pero la fría agua que les llegaba a las rodillas, empezó a hacer temblar las mandíbulas.

La inexpresiva Estefana que siempre había mostrado rudeza, fuerza de carácter y modos toscos no pudo evitar también sentir temor; y al igual que el resto de las mujeres comenzó a imaginarse lo peor.

Teniendo la cajita de madera entre sus manos, Flores vio que contenía hierba machacada; luego el olor la hizo recordar aquellos caballos, y por supuesto aquella tarde junto a Rafael cuando pasaron el día entre las montañas.

Ella no se atrevía a cerrar la caja pues quería seguir oliendo aquella esencia; por lo que sólo la estrechó contra su pecho. Flores había vuelto a sentir esa extraña sensación que había querido evitar y olvidar. La pequeña niña estaba confundida, no sabía por qué no dejaba de pensar en Rafael, en sus ojos café, en sus largas y rizadas pestañas, en su sonrisa forzada cuando no podía atrapar a una gallina o cuando algo se le complicaba. La niña incluso pensaba en lo cálido de sus manos cuando él tomó su mano aquella vez.

Repentinamente llamaron a la puerta de su habitación, entonces Flores asustada cerró de golpe la caja. Sintió como si hubiese sido ayer cuando Rafael le obsequió la cajita, aunque ya habían transcurrido más de siete años. De la hierba no quedaba nada y hasta los brillosos herrajes de la caja se habían oxidado completamente.

La vieja nana Conrada entró en la habitación alcanzando a ver como la joven Flores guardaba la cajita dentro de una maleta debajo de su cama. En esa maleta también había conchas de caracolas y coloridas piedras de río, todos preciados regalos que Rafael le había hecho.

La jovencita que acababa de llegar a los dieciséis años y que era poseedora de una inigualable belleza, había dejado los juegos y se ocupaba con gusto de algunas de las tareas de la casa; ya que sus padres don Manuel y doña Rosario habían muerto casi cuatro años atrás, y dos antes de esto, Rafael desaparecería repentinamente de la hacienda y de su vida.

La ausencia de sus padres y del niño habían sido dos golpes que casi la habían acabado.

También a la joven le fue muy difícil tener que lidiar con que al frente de la hacienda había quedado su ebrio tío Asúnsolo, mismo que entre juegos, vino y excesos había perdido poco más de la mitad de las propiedades de la familia.

Estando en la habitación Flores y Conrada hablaron acerca de lo injusta que había sido la vida con la joven, pues le arrebataba todo lo que ella quería.

La vieja abrazó a la muchacha como demostrándole que aún podía contar con ella.

– ¿Por qué todo no puede ser como antes nana?

– Así es la vida hija, nada es para siempre.

– Y el amor ¿el amor no es para siempre?

– Ya sé por qué lo dices mi niña.

– ¿Crees que regrese Rafael algún día por mí?

– Pos' si no es tonto claro que sí.

– Tú sabías que yo lo quer...

– Mi'ja si no se te caía de la boca, que Rafael esto, y que Rafael lo otro.

Flores sonrió apenada.

-Yo sé que regresará-dijo la joven -, aunque fue cuando yo tenía diez años que me hizo aquella promesa de que nos casaríamos... sé que cumplirá su promesa.

Entonces la vieja Conrada guardó silencio y se sentó en la cama.

-¿Sucede algo nana? -preguntó Flores.

La vieja no se animaba a romper las ilusiones de la joven a la que veía como su nieta, pero debía decirle lo que sabía.

-Mira mi'ja te voy a ser franca, ese muchacho no va a volver... tal vez nunca -dijo Conrada cabizbaja.

-¿Qué dices?

            
            

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