ERA EL CABALLO BLANCO ENTRE LA MANADA NEGRA
img img ERA EL CABALLO BLANCO ENTRE LA MANADA NEGRA img Capítulo 3 Parte Tres
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Capítulo 3 Parte Tres

CAPÍTULO 3

Todas las mujeres que no se habían vuelto a ver desde hacía un mes, ahora estando de nuevo en aquel húmedo, frío y oscuro lugar, volvieron a sentir el mismo miedo. Estefana que era una mujer dura e inexpresiva, y que tenía una fuerte personalidad más allá de su vestimenta de hombre, mostró un poco de sensibilidad y trató de dar ánimos a las otras; pero Candelaria que tenía poco más de nueve años comenzó a llorar. Fue cuando Estefana sujetándose el sombrero en su cabeza, rápidamente se acercó a ella y le tapó la boca con la otra mano. No debía permitir que la niña delatara su ubicación con su llanto.

– Es que le falta Isadora, su hermana mayor– murmuró muy despacio otra de las mujeres.

– ¿Es eso cierto? – preguntó en voz baja Estefana a la niña.

La niña aún con la mano en la boca y con lágrimas en sus ojos asintió con la cabeza. Mientras, Estefana las contó a todas con la mirada. Efectivamente ahora eran ocho. Entonces aquel intento por callar a la niña se transformó en una caricia, luego Estefana la estrechó entre sus brazos.

– No llores pues – le dijo susurrándole Estefana –. Si quieres yo seré tu hermana mayor, yo te voy a cuidar hasta que Isadora regrese.

Estefana no pudo evitar sonreírle con ternura a la pequeña Candelaria que todavía se veía nerviosa.

– Mi hermana no va a volver. Tú sabes que mi hermana no va a volver ¿verdad?

Entonces a Estefana se le borró la sonrisa.

Habían pasado ya cuatro años desde que Flores y Rafael habían descubierto aquellos caballos y a sus propios sentimientos. Y justo el día en que Rafael cumplió los once años, Flores le preparó una gran sorpresa. Ese día especial no iba a pasar desapercibido.

Por la tarde cuando todos en la casa se habían ido a descansar, Rafael entró a la cocina de la hacienda; y al poner un pie en el lugar vio sobre la mesa un pequeño pastel de chocolate con una vela encendida al centro. Luego miró hacia todos lados pero la cocina lucía vacía. Hasta que un estornudo delató a Flores que tuvo que salir de detrás de la puerta de la cocina. Aún tenía algo de polvo blanco de harina en las mejillas y chocolate entre sus castaños cabellos.

– ¡Felicidades! – dijo la niña tosiendo debido a la harina.

Él sonriendo se le acercó y con su pañuelo le limpió las mejillas, con sus dedos quitó de los cabellos algo de chocolate para luego probarlo contento.

– Este es mi mejor cumpleaños, tú eres mi mejor regalo – dijo el niño.

Repentinamente se abrazaron. Ambos sentían que lo tenían todo. Flores se sentía protegida, segura; y Rafael se sentía invencible. Ella pudo escuchar el fuerte latido del corazón de él, y Rafael pudo sentir la delicadeza y ternura de ella.

– Promete que nunca me vas a dejar sola.

– Con todo mi corazón.

Luego se miraron a los ojos. No necesitaban más palabras. Sin saber cómo poco a poco se fueron acercando más. Estando frente a frente rozando sus narices, comenzaron a respirar nerviosos. Pero su nerviosismo se desvaneció cuando cerrando sus ojos unieron sus labios en un tierno beso. Después sonrieron y se mantuvieron abrazados un buen rato. Por último probaron el pastel.

– Si tú prometes no querer a otra niña, yo prometo no querer, ni jugar, ni aceptar regalos de otro niño, es más ni siquiera voy a pensar en otro niño nunca.

– Lo prometo, y yo también prometo no querer a nadie más nunca, por todos los días de mi vida. Es más y prometo que cuando seamos grandes tú y yo nos vamos a casar.

– Si y vamos a vivir solos y muy lejos... me gustaría que mi casa me la hicieras allá donde vimos a los caballos.

– Si allí la quieres allí será.

– Oh y que tenga ventanas grandes por donde entre el sol.

– Y tendrá ventanas grandes.

– Que tenga una cocina grande muy grande, donde pueda hacerte miles de pasteles de chocolate.

– Mmm eso me gusta más.

– Y quiero un patio grande donde podamos correr hasta cansarnos.

– Muy bien.

– Oh y quiero unas ocho habitaciones.

–¿Para visitas?

– No para los niños... para los hijos que vamos a tener.

–¿Qué? Bueno entonces debo irme... – dijo Rafael yendo hacia la puerta.

–¿Por qué?

– Porqué si quieres ocho hijos debo empezar a trabajar sin descanso desde ahora.

La joven Flores que había recordado la última vez que vio a Rafael, su primer beso y aquella promesa, no podía aceptar que tal vez ya no lo vería más. Y es que habían pasado ya seis largos años de la partida del niño, y en los que había guardado con esperanza esa promesa hasta que la nana Conrada acabó de tajo con sus ilusiones.

La nana le reveló que el mismo año en que su tío Asúnsolo llegó a la hacienda, éste culpó al padre de Rafael del robo de algunos bultos de maíz ante los padres de Flores. Don Manuel terminó por echar a los dos peones jurando que si volvían irían a la cárcel y tal vez encontrarían la muerte.

– Pero no pudo ser cierto, no creo eso de Rafael y de su padre.

– Tampoco yo – dijo Conrada –, pero quien iba a creerle a dos pobres peones.

– ¿Por qué? ¿Por qué nunca me dijiste nada?

– Porqué al igual que tú, yo también creía que el muchacho regresaría pero...

– ¿Pero qué?

– Hoy me dijeron en el pueblo que habían visto a Rafael casado y con hijos allá por la hacienda de Salamanca en Durango.

Flores sintió un fuerte dolor en el corazón. Se sintió traicionada. No podía creerlo. Pero aunque le incomodara y doliera, tal vez él ya había hecho su vida.

– Tengo que verlo – dijo Flores poniéndose en pie –, tengo que verlo con mis propios ojos... él debe explicarme, debe...

La nana se puso de pie y abrazó a la joven que comenzó a llorar desconsolada; aunque de pronto debido a un arranque de valor, la joven desesperada decidió irse a la hacienda Salamanca y buscar a Rafael cuanto antes. Aunque eran unos niños cuando prometieron unir sus vidas, al menos ella había cumplido con su parte.

            
            

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