ERA EL CABALLO BLANCO ENTRE LA MANADA NEGRA
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Capítulo 5 Parte Cinco

CAPÍTULO 5

Inmediatamente que Antonina dio el salto y cayó en la fría agua se replegó contra uno de los muros al igual que todas. Esa tarde sólo había cinco mujeres entre ellas Estefana y la pequeña Candelaria. Aunque todas se habían acostumbrado a esconderse entre el agua, no podían acostumbrarse al miedo.

Armida, Eduviges y Ramona tal vez no habían tenido tanta suerte, era probable que las hubiesen atrapado.

Para Estefana y las demás era mejor no pensar en ellas, ni en como pudieron haber sido descubiertas ya que eso era una tortura para ellas.

Estando otra vez al fondo de esa noria, ninguna podía escuchar nada, ningún disparo, ningún grito, ningún caballo, todo era silencio.

Después de una hora a Antonina le pareció que tal vez alguien se había confundido al dar el aviso para esconderse, y que se podría tratar de una falsa alarma. Pero aún así ninguna se atrevió a salir. Decidieron esperar un poco más. Media hora más tarde cuando Antonina se animó a salir, Estefana le advirtió que si hubiese sido una falsa alarma, el viejo Calixto o su misma esposa doña Remedios o las otras mujeres ya hubiesen ido a avisarles. Fue entonces que comprendieron que algo andaba mal.

Repentinamente se escuchó un disparo. De nuevo todas se asustaron.

Clara otra de las mujeres quiso gritar de desesperación, pero Estefana calló su boca como lo había hecho con Candelaria antes. Cuando Clara se tranquilizó volvieron a entrar en una tensa calma.

Esa extraña noche decidieron permanecer ocultas hasta el siguiente día.

El viejo don Asúnsolo mandó encerrar a Flores en la propiedad de un viejo amigo suyo; propiedad que estaba a las afueras del pueblo. El hombre no iba a permitir que su valiosa florecilla se marchara.

Después de una semana de encierro, Flores no parecía tranquilizarse pues casi podía asegurar que su tío planeaba algo.

Por la noche Asúnsolo fue a ver a su sobrina y a hablarle claro; ya era hora que regresara a la hacienda donde don Narciso tenía todo preparado para su boda con ella.

La joven sin poder oponerse fue llevada de nuevo a la hacienda y encerrada en su habitación. Lo que Asúnsolo no sabía era que Flores así como Rafael, conocían muy bien la casa y más de una forma para salir de la propiedad sin ser vistos. Así que por la noche mientras don Narciso y Asúnsolo hablaban en el despacho acerca del enlace matrimonial, Flores se fugó de la hacienda.

– Sabes viejo Asúnsolo me urge casarme con Florita, me urge.

– ¿Y por qué tan desesperado don Narciso? No coma ansias total, la chamaca ya es prácticamente suya, hay más tiempo que vida.

– No te creas Asúnsolo, yo ya no tengo tanta vida, me urge tener un hijo con Florita, tener por fin un heredero.

– Usted no se preocupe los hijos vendrán, ya lo vera – dijo Asúnsolo tomando dos copas de vino para hacer un brindis con don Narciso –. Conrada, trae a la chamaca pa´ que la vea aquí su futuro esposo.

La nana molesta fue a buscar a la joven pero luego de un rato, regresó al despacho y le informó al viejo que Flores no estaba en su habitación.

Varios empleados de la hacienda comenzaron a buscarla por todas partes, pero no lograron dar con ella.

–¡Tú vieja zorra! – dijo Asúnsolo furioso abofeteando a la nana –. Tú sabes dónde está dímelo.

Conrada guardó silencio y aunque Flores no le comentó sus planes, ella casi podía asegurar que la joven había ido rumbo a la hacienda de Salamanca.

Ya casi amaneciendo la muchacha llegó a la hacienda en Durango. Comenzó a pedir información sobre Rafael a cuanta persona se encontraba en su camino.

Durante varios días ella recorrió toda la hacienda y el pueblo, pero nadie parecía saber nada acerca de él.

– Yo conozco a todos en el pueblo y a todos los trabajadores de la hacienda y nunca había escuchado sobre ese tal Rafael Medina – dijo una anciana en el mercado –. Ese hombre al que buscas ¿tiene cuentas pendientes?

– ¿Por qué?

– Porqué si es así, tal vez haya cambiado de nombre por otro... y ¿cómo es?

– Bueno es... es alto o debe serlo, tiene cabello castaño y...

– ¿Debe serlo? ¿Cómo que debe ser?

– Es sólo que hace poco más de siete años que no lo veo, lo deje de ver cuando él recién había cumplido once y yo nueve.

– No mi´ja, la gente cambia con el tiempo, ese chamaco hoy ya debe ser un hombre hecho y derecho. Tú no sabes ni a quien buscas. Tal vez ya te has topado con él por las calles del pueblo y no lo has reconocido y ni él a ti.

Flores guardó silencio y comprendió que toda esa búsqueda había sido en vano, por lo que era mejor que regresara y rescatara su hacienda; pero a pesar de que tuviera que casarse con don Narciso su corazón le pertenecería por siempre a Rafael.

Y es que sobre todo la muchacha tenía la esperanza en que sí el joven cumplía su promesa de regresar, iba a poder entender los motivos que la llevaron a tomar esa decisión.

Por la tarde cuando Flores regresó a la hacienda fue recibida por Asúnsolo, que al verla le propinó una fuerte bofetada pues sus planes se habían venido abajo. A la vez Conrada fue donde la joven y la abrazó.

– He venido a casarme – dijo Flores –, no era eso lo que usted quería, que me casara.

– ¿Ah sí? ¿Viene a casarse la señorita? Y ¿ahora con quién? ¿con el fantasma del viejo Narciso? – preguntó Asúnsolo con coraje y sarcasmo.

– Don Narciso murió hace tres días – le dijo Conrada a la joven.

– Si me hubieras obedecido mocosa estúpida – dijo Asúnsolo –, ahorita fuésemos millonarios; el maldito viejo no iba a siquiera poder tocarte la noche de bodas, tal vez se hubiese muerto en pleno banquete.

Durante esa noche ya de nuevo en su habitación Flores se sentía a la deriva, sin un hogar y sin Rafael.

Al siguiente día muy temprano a la hacienda llegó el licenciado Rodríguez, el apoderado de Narciso; e iba acompañado por un hombre joven, alto y apuesto, de corto cabello castaño, peinado de izquierda a derecha y de ropas finas; mismo que tenía una mirada altiva y a la vez cálida.

Asúnsolo saludó muy efusivo al licenciado mientras miraba con recelo a su joven acompañante.

– ¡Pero qué bueno que lo veo Rodriguitos! Creo que con don Narciso muerto... recuperó mi hacienda, digo, el difunto Narciso no tenía herederos y...

– ¡Se equivoca en eso! – dijo el licenciado – Aquí el señor Constantino Robles y Quijano es hijo de don Narciso y heredero legítimo de todo eso...

– Pero si don Narciso me comentó que nunca tuvo hijos – lo increpó Asúnsolo.

–Bueno la partida de nacimiento del señor aquí presente lo... – dijo el licenciado Rodríguez cuando fue interrumpido por el joven.

– Mire si mi padre ocultó a todos mi existencia y me envió a vivir a Europa como todos en el pueblo andan diciendo, no lo voy a discutir con un simple viejo borracho... pero lo que si sabrá es que este lugar no me gusta y lo voy a vender, me pienso deshacer de él cuanto antes.

– Pero si gusta yo puedo administrarlo por usted mi señor – dijo Asúnsolo tratando de convencer y adular al nuevo propietario.

– Dije que no – dijo Constantino enfático –. Licenciado Rodríguez quiero que a partir de mañana evalúe la propiedad, le ponga precio y trate de deshacerse de ella lo más pronto posible.

El nuevo dueño se marchó del lugar sin siquiera despedirse mientras miraba todo como algo de poco valor. El licenciado salió tras él después de apuntar todos los detalles en su libreta.

– Lo que me faltaba, que apareciera el hijo bastardo del maldito Narciso – dijo Asúnsolo a la vez que eructaba por sus agruras.

La nana Conrada que había permanecido cerca del recibidor, escuchó todo y fue a decirle a Flores.

– Si es un nuevo dueño – dijo la jovencita ilusionada –, tal vez pueda razonar con él y pueda recuperar esta hacienda.

– No niña, creo que te equivocas, este hombre es un tipo frío e interesado. Y todo lo que busca es incrementar su caudal vendiendo la hacienda.

Al día siguiente el licenciado Rodríguez se presentó para hacer el evalúo del lugar. Y don Asúnsolo no paraba de acosarlo tratando que el licenciado abogara por él ante el nuevo dueño.

Cuando el licenciado iba a abrir la puerta de la recámara de los padres de Flores, ella se lo impidió.

– ¡Se lo pido por favor, no entre! – dijo Flores que sentía como si les hubiese fallado a sus padres al permitir que el licenciado entrara en esa habitación.

– Lo siento señorita – dijo el licenciado.

– ¡Se lo ruego! – suplicó Flores – Este es el lugar de ellos, si lo desea yo puedo decirle que hay dentro.

– Niña que te hagas a un lado – dijo el licenciado.

–Vamos mocosa no le estorbes aquí al licenciado – dijo Asúnsolo arrojando a Flores al suelo.

Inesperadamente Constantino que acababa de llegar buscando al licenciado vio la escena, y se acercó furioso al viejo Asúnsolo.

– Le voy a enseñar a respetar a una dama – dijo e iba a golpearlo pero sólo lo empujó. Luego ayudó a ponerse en pie a Flores – ¿Se encuentra bien señorita?

Al estar tan cerca y mirarse a los ojos, Constantino fue cautivado por la belleza de la muchacha. Ella sintió algo muy extraño al verlo, sintió como si lo conociera de tiempo atrás. Para ambos fue como si el tiempo se hubiese detenido completamente, como si se tratara de una clase de reencuentro.

                         

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