Capítulo 2 Segunda parte

¿Acaso el perder la vista por unos días hizo que tuviera alucinaciones? ¿O es un efecto secundario del trasplante? Fueron las preguntas que se cruzaron por mi mente en ese momento de intranquilidad. Al principio me pareció extraño, luego sentí como mi corazón palpitaba más fuerte con cada paso que daba acercándose, sentía algo dentro de mí que se movía entre mi sangre, no sé si era miedo, u otra cosa, pero en ese instante empecé a temblar y a sentir frío.

Un rostro lleno de erupciones amarillas, algunas con el pus brotando lentamente, haciendo que nunca volviera a comer mantequilla, y con casi ausencia total de cabello, con ojos tan grandes que doblaban los míos y negros, nunca había visto ojos tan oscuros, tan nítidos, que al observarme me mostraban unos dientes aserrados amarillos. Mi respiración agitada alarmó a mis padres y al médico quien me recostó sobre la cama; sacó su estetoscopio y empezó a escuchar mis latidos, que parecían como si estuviera corriendo una maratón, me faltaba el aire y justo en ese momento la oscuridad volvió. Me desmayé.

Mi madre me dijo que dormí por tres horas, así que al despertar ya era de noche. El médico le dijo que fue un ataque de ansiedad, y que no era nada grave, me recetaron relajantes en caso volvía a sufrir de otro ataque. Revisaron mis ojos y mis latidos una vez más y luego me dijeron: «Ya puedes ir a tu casa». No sin antes recomendarme usar lentes de sol por al menos dos semanas, los cuales solo utilicé por tres días, no me acostumbraba a usarlos, y me di cuenta que tampoco me hacían falta.

De regreso en mi casa, todo era normal, ver los objetos tirados en el suelo, algunos vasos rotos, el moretón en el brazo derecho de mi madre que vi al sacarse el abrigo, todo normal... Mi padre es policía, y su lema de: «Aquí se hace lo que yo ordeno», era el pan de cada día. Si no hacías caso, pues aplicaba la ley contigo. Creí que quizás por estar como me encontraba, estaría más tranquilo, pero ya ven, nada cambió, y por un momento me olvidé de aquel ser que vi en el hospital.

Fui directo a mi cama, y sin cambiarme de ropa me metí entre la sábana y cerré mis ojos, sólo quería dormir, y no volver a despertar. Esa era mi vida, levantarme temprano, ir a estudiar, volver a mi casa, hacer lo que me ordenaran que hiciera, y luego dormir, con ganas de no volver a despertar. Desde que tengo memoria mi vida siempre ah sido así, el trasplante fue lo más interesante que me ha ocurrido.

Esa noche no dormí bien, una pesadilla se encargó de eso. Aunque la primera vez que ocurrió me olvidé de ella por la mañana. Sólo recordaba la sensación de ser perseguida. No le di importancia, todos tenemos pesadillas de vez en cuando, y no conozco a nadie que se queje de ellas, mis amigos solo hablan de juegos online, y mis amigas...pues de cosas que no les puedo decir, no es por vergüenza, pero prefiero no decirlas.

Me sentí rara despertando un jueves sin tener que ir al colegio, no sabía qué hacer, aunque no lo crean, era mi primera vez faltando a clases, siempre que me enfermaba de gripe iba de igual manera. Miré televisión hasta la hora de almuerzo, vi programas que nunca había visto antes, y luego ayudé a mi madre con la limpieza. Ella es bastante dulce cuando no está papá, cuando él llega se comporta diferente.

No sé cómo decirlo, pareciese como si conviviera con dos personas distintas, una es cariñosa y conversadora, mientras la otra es indiferente y callada.

Mi padre llegó al anochecer, y sabía que era momento de irme a mi habitación, a él también le gusta mirar tele sin que lo interrumpan. No pasaron muchos minutos hasta que empecé a oír sus gritos contra mi madre, siempre tiene algo que reclamar, nunca está conforme con nada.

Tenía la puerta de mi cuarto abierta y no quería oír sus gritos, por lo que me acerqué a cerrarla, y antes de llegar a la puerta lo vi pasar en frente, diciéndome: «Cierra tu puerta, y no salgas». En ese instante me quedé petrificada, otra vez la sensación de algo corriendo por mis venas, la misma sensación que había tenido en el hospital. Cerré mi puerta, corrí hacia mi mochila y empecé a buscar las pastillas que me dio el doctor; mis manos temblaban, mi corazón palpitaba rápido, sentía que me asfixiaba. Otra vez las alucinaciones. O al menos...eso creí.

            
            

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