Capítulo 4 Cuarta parte

Los párpados me pesaban, moría por ver, quería saber de dónde venían esos gritos pidiendo auxilio. El sonido constante de un cuerpo golpeando contra el piso y las paredes no se comparaba con lo traumático de no poder abrir los ojos.

Apretaba mis dientes unos con otros con fuerza, y cuando por fin lo hice, me encontraba de pie, entre cuatro paredes, mirando las huellas de sangre en el suelo, y sobre las paredes, con una de las dos ventanas a mi espalda rota, escuchando los gritos silenciosos que dejaba aquella escena, imaginándome lo que pudo ocurrir.

Fue entonces cuando sentí como unas manos sujetaban mis pies, mis piernas, y mis brazos, impidiendo que pudiera moverme; unos dedos que me tapaban la boca para que no gritara, mientras otros mantenían mis parpados alzados dejándome la mirada fija sobre unos ojos amarillos que me observaban en la oscuridad del pasillo frente a mí, esperando diera un solo paso, pequeños milímetros hubieran sido suficientes para que se me abalance encima. Mismos dedos los cuales luego nublaron mi vista, y que cuando la luz penetró mis pupilas, me encontraba en mi cuarto, sobre mi cama, con los rayos del sol entrando por los pequeños agujeros de la cortina de mi ventana.

Un sueño, o, mejor dicho, una pesadilla. ¿Recuerdan que les mencioné, sobre un sueño el primer día luego de mi operación? Pues, creo que era ésta. Han pasado unos meses desde la cirugía, y mis alucinaciones se detuvieron, aunque ahora, tengo pesadillas, siempre es el mismo lugar. Al principio solo escuchaba los gritos ahogados y desesperados pidiendo socorro, después los golpes sobre los muebles, y sin poder ver nada poco a poco la pesadilla iba durando más tiempo. Ésta es la primera vez, que llega hasta ese punto, la primera vez que podía verlo. ¿Será que eso es todo? ¿qué significa? No puedo evitar tener el pensamiento de que todo esto empezó luego de mi trasplante. Quizás...

-¡Micahela, ya es tarde! -el grito de mi madre avisándome que llegaría tarde al colegio me despabilo, olvidándome del sueño.

«¡Rayos! Si vuelvo a llegar tarde no me dejarán entrar y llamarán a mis padres. ¡Todo menos eso!».

Me apresuré tanto en ponerme el uniforme, que olvidé peinarme. ¡Bah! Ni que alguien me viera de todos modos. Es cierto...si hay varias personas que se darían cuenta, los profesores. En fin, no me importa, a ellos no les temo.

Fui corriendo hacia el colegio, está cerca, a unas diez cuadras. Llegué 7:55, justo a tiempo. Sin embargo, el problema no fue el tiempo, el problema fue que justo hoy las alucinaciones decidieron regresar. Un monstruo con el chaleco del colegio se estaba llevando a mi único amigo, parecía un pescado, con la piel blanca, y branquias, creo que así se llaman esas cosas que tienen por el cuello para respirar, con orejas pequeñas y pegadas al rostro, casi que no se notaban.

No lo pensé dos veces, y fui con prisa a alcanzarlo, cuando lo hice, lo empecé a patear en las piernas varias veces para que soltara a mi amigo, le repetía que corriera, pero no me hacía caso, se me quedó viendo como golpeaba al monstruo. Aquel, me sujeto de los brazos, gritó mi nombre, y cuando lo vi, me quedé confundida, era mi profesor.

-Micah... ¿qué hiciste? ―dijo mi amigo, igual de confundido que yo. Me quedé muda, intenté decir algo, pero solo tartamudeaba. ¿Qué acababa de pasar? ¿me volví loca?

-Esto lo arreglarás con el director. -dijo mi profesor, entre otras cosas que no escuché al tener mi mente desorientada.

«Ahora sí que la cague». Fue la frase que se repetía una y otra vez en mi mente, mientras observaba el pasillo acortarse, alcanzando a leer sobre una puerta: Dirección. Iba directo a la oficina del director, llamarían a mi padre, mis manos tiemblan, no solo mis manos, también mi cuerpo, no deja de temblar, siento frío...tengo miedo.

            
            

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