Capítulo 6 Última parte

«Primero: Cortar un pedazo de tela».

Poco a poco fui descendiendo por un largo y angosto pasillo, un túnel hacía el mismo infierno con cuartos habitados con seres endiablados esperándome con ansias a que entrará. Máscaras sin vida que me observaban llegar en silla de ruedas dopada con mi mente vagando entre la realidad y el peor sueño de mi vida, debido a los antipsicóticos que tome a la fuerza para no "ponerme mal".

Mi mente no descansa, el recuerdo de mi madre me atormenta, ¿Fue mi culpa? ¿Qué paso realmente? ¿De verdad se suicidó? ¿Qué es real y qué no? ¿Por qué me pasa esto a mí? ¿Qué hice mal? ¿Cuándo fue que mi vida dejo de ser vida?

No tengo las respuestas a ninguna de esas preguntas, alguien por favor, ¡Alguien que me salve!

La primera semana me dieron un cuarto para mi sola, un cuarto vacío con tan solo una cama, un colchón con los resortes gastados que chirriaban cada vez que me acostaba, sin ventanas, algo que me gustaba, porque cuando se cerraba la puerta la oscuridad me protegía de los rayos de luz, rápidamente empecé a amar el negro, ya no quería la luz, la odiaba.

Sin embargo, mi cuarto fue cambiado por un salón con veinte camas en fila de a dos, la oscuridad me había abandonado por completo, la noche no era noche, sino un concierto de luces y susurros que me torturaban. Sombras que caminan sin cesar buscando algo que no encontraran jamás, delirios de mentes perturbadas, almas tocadas por el mismo diablo, sirvientes al servicio de la locura.

«Segundo: Doblar la tela varias veces hasta que quede ancho y largo».

Si son sensibles a los actos perpetuados por seres inhumanos, les recomiendo no seguir leyendo, pero si la muerte los atrae igual que a mí, adelante. No los detendré. Quiero que quede prueba de que no estoy aquí por haber cometido algo horrible, es todo lo contrario, algo horrible fue lo que me paso.

El relato de una compañera es tan espantoso que quizás llegarían a pensar que no hay nada peor, pero si lo hay. Una tarde, mientras jugaba con su hijo pequeño de seis años, las voces en su cabeza le dijeron que lo matara, y ella, sin duda alguna en sus palabras, se lo dijo sin titubear: "Te voy a matar mi niño, te voy a matar sabes...". Un cuchillo de cocina penetró su abdomen y con fuerza sobrehumana hizo un corte vertical, con sus manos desnudas lo abrió como un animal, dejando a la vista sus tripas, tripas que luego cortaría, pondría sobre una sartén a fuego lento, para que luego de freírlas, servirlas sobre un plato, y con un tenedor llevárselas a la boca disfrutando de un sabor crocante. El problema que yo no veía en ella una persona, yo veía un monstruo, un ser sin nariz, con la piel azulada, donde se alojan los ojos, no había nada, solo dos huecos enormes, sin dientes, sin lengua y sin cabello alguno. Con una voz dulce que, al preguntarle el porqué de sus actos, solo dice, que su hijo era del diablo, y que lo volvería a hacer.

Un señor que, durante su vida como estudiante de medicina, le dijeron que necesitaba buscar un cuerpo para estudiarlo; unas noches después aprovechando que sus padres dormían les cortó la yugular dándose un baño con la sangre de sus progenitores, sangre que salía disparada a chorros directo a su cuerpo, y antes de que si quiera los cuerpos tuvieran tiempo para enfriarse, los trozó en ocho pedazos, los brazos en tres, las piernas en tres, dejando el torso sin cabeza y sin extremidad alguna, para luego usarlos como medio de estudio. No fue hasta luego de un año, cuando intentó hacer lo mismo con sus compañeros en clase de anatomía, que se dieron cuenta de con quien habían estado estudiando todo ese tiempo, la policía encontró los cadáveres de sus padres en la nevera, sus rostros con muecas de sufrimiento yacían congelados. Al igual que con la señora que mato salvajemente a su hijo para luego comérselo, a este señor, yo lo veía de forma diferente, llevaba la piel blanca, cuernos delgados sobresalían de su frente, al igual que la señora, no tenía ojos, pero tampoco cavidades huecas, era como si nunca hubiera existido ojos allí, solo tenía media boca, la parte superior, la parte inferior sin huesos y sin piel, mostrando los músculos y nervios del cuerpo.

«Tercero: Cubrir un cuarto del rostro, entre las cejas y la nariz».

Así como ellos, hay muchos casos, igual de horribles como solo yo soy capaz de verlos. Les dije que quizás pensarían que no hay nada peor que los crímenes cometidos en su delirio, ¿Pero se imaginan verlos a diario? Caminar a tu lado, comer a metros de ti, observándote, las pastillas que me suministran a diario, tres veces al día, no alejan eso de mí, cada vez me dan una dosis más fuerte, lo cual solo me hace dormir pensando en ellos, pensando en que al despertar los volveré a ver, debo suponer que eso confirma el hecho de no estar loca, y que lo que veo no son alucinaciones, nunca lo fueron. Hay algo malo en mí, y sé exactamente qué es.

Por momentos las pastillas dejan de hacerme efecto y tengo instantes de lucidez, donde un pensamiento viene a mi mente: mi padre, mi profesor, aquel sujeto, el primero que vi en el hospital luego de mi operación... ¿Qué son? ¿Demonios? Creo que es lo único que se me ocurre, algo tan malvado, algo que va más allá de cualquier película de terror. Esas pesadillas que me atormentaban a diario, ¿me trataran de decir algo?

Los días pasan y cada vez es peor, no aguanto más, quiero arrancarme estos ojos ajenos, ojos que quiero cerrar para siempre, prefiero la oscuridad infinita, a ver a estos seres acercarse a hablarme de cosas sin sentido, quizás deba escoger el camino fácil una vez más, quizás es mi única salida, el hospital tiene varios pisos, quizás, quien sabe, y pueda subirme al último de ellos, y hacer un salto de fe, un salto hacía la oscuridad, un salto hacía mi salvación.

«Cada vez que entran al hospital psiquiátrico, pasan por un pasillo con habitaciones para los recién llegados, al fondo, hay un amplio salón, rodeada de enfermos con esquizofrenia y epilepsia, con el rostro apuntando hacía la luz entrante por una ventana, los visitantes al centro médico psiquiátrico pueden distinguir la silueta de una joven en camisón blanco sentada en el piso sobre sus rodillas, con una venda roja cubriéndole los ojos murmurando y repitiendo continuadamente la frase: "Estos ojos no son míos"».

                         

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