Yo estaba muy lastimada por todo lo que había pasado con James y después del rumbo que había tomado mi vida, y de los nuevos integrantes de mi familia, además de la locura que vivía cotidianamente, saber que mi hermano había tenido un hombro como el de su propio primo para apoyarse, me llenaba de júbilo y gratitud hacia él. A pesar de que en ese momento no lo supiéramos, ninguno de nosotros.
-Tú, definitivamente estás mal de la cabeza -me reclamó rompiendo el nuevo abrazo que me había dado y en susurros continuó -¿cómo te vuelves a meter aquí Eiza?, no sabes ni la mitad de lo que vas a encontrar. Ya estoy yo para cuidar de la parte de la dimensión que nos toca nena, vuelve a irte ahora mismo... por favor.
-No puedo y lo sabes -le empujé para buscar la salida -sin mi presencia aquí y mi decisión nada puede iniciar y Riley -me detuve sintiendo como se me rompía la voz y me llegaban las primeras lágrimas a los ojos -le quiero...-pronuncié con miedo de mis propias palabras -necesito recuperar a mi marido y necesito acabar con este maldito sitio para poder seguir con nuestras vidas y eso -le hundí un dedo en el pecho a modo de confrontación -te incluye a tí también. No quiero que te aferres a un mundo podrido que algunos luchamos por destruir.
Él solamente conocía este tipo de cosas y podía entender, que se aferrara a su costumbre de delinquir para sobrevivir, pero, ahora tenía dinero, sucio o no, era su dinero, su padre se lo había heredado al igual que a mí, y no pensaba permitir que siguiera aferrado al crimen organizado para vivir. Ya no.
-También quiero dejarlo Eiza, pero no es tan fácil y... hay alguien que me interesa y está aquí metida.
-Mira tú por donde -le dije palmeando su pecho y avanzando hacia la salida del lugar en que me había metido entre dos paredes -ya somos dos, primito.
Era refrescante sonreír. Los días con las mellizas habían sido de trazar estrategias, recordar a Adam y sentirme culpable por no decirle a Amaia que tenía otro hijo, ídem a mi marido, que estaba obsesionado conmigo y que venía a destruirlo aquí. Una tobogán de sentimientos encontrados.
Ahora había reído saludablemente. Sin tapujos y sin razón. Una sonrisa limpia y fresca.
Como la vez anterior de mi visita a este maldito lugar, todo estaba prácticamente desierto. Era de un silencio o abrumador. Me había dejado llevar por Riley hasta la habitación que había compartido con Adam en mi anterior ocasión en la isla, y me sentaba fatal, verlo en cada esquina de aquel sitio. Recordar los besos que nos dimos allí, los disgustos que tuvimos y los planes que hoy estaban rotos, que habíamos hecho.
Me dolía pensar que podía estar haciendo algo ilegal en aquel justo momento en el que no había nadie por allí. Que incluso podía estar acostándose con otra, y sentir que lo que yo creía imposible podía tornarse cierto, me rompía el corazón.
Decidí apartar todo eso de mi mente en aquel mismo instante, porque no podía concentrarme en lo que había ido a hacer allí, si seguía por ese camino.
No desempaqué porque tenia la intención de irme con Adam a su habitación una vez que solucionaramos las cosas. No podía dejar de aferrarme a eso, si quería sobrevivir a los nervios que me castigaban el cuerpo.
Sentí nauseas de pronto. Agachada, en el baño de la habitación, buscando en el interior de la gaveta que me habían dicho que estaría el arma escondida me encontraba, cuando la boca se me llenó de saliba y tuve que apresurarme hasta la tasa del baño para dejar salir prácticamente nada, de lo que había en mi estómago. Mis bebés parecían estarse quejando de mi estado de nervios y me habían puesto mala.
Me quedé arrodillada sobre la losa de la tasa de baño, por unos diez minutos, con mi cabeza apoyada sobre uno de mis antebrazos en una esquina. Me encontraba fatal.
No podía decir si era solo por la histeria de volver a allí, o por todo lo demás que aquel acto atañaba.
Cuando me sentí mejor, me lave las manos, el rostro y me enjuagué la boca, necesitando algo con lo n que calmar mis mareos. Salí del cuarto de baño y llegando hasta mis maletas, abrí el neceser y busqué un pomo de colonia de jazmín que la propia Amaia había preparado para mí, con plantas de su jardín y que según ella, la habían ayudado a controlar el asco a todo durante su embarazo. Lo coloqué en mis fosas nasales y aspiré con fuerza hasta que en medio de mi descontrolada situación, sentí unos gritos lejanos.
Descalza como estaba, con mi vestido arrastrando el suelo, caminé hasta la ventana más cercana a las voces y t un ve que taparme la boca para ahogar el grito que pugnaba por salir de mí.
En plena playa, a la misma orilla, estaban seis niños, con un bebé en brazos uno de ellos, era una chica de unos cinco años según parecía, que era justamente la que daba gritos para que no le arrebataran al bebé.
Aquella escena fue de horror para mí, y rápidamente mandé una foto al señor J, y me dispuse a intervenir.
Si yo era una de las dueñas, por decirlo de alguna manera, de aquel sitio, y tenía derecho a llevar a cabo los mismos asuntos que Adam y Adrian, pues era hora de empezar.
Quizá fue mi instinto maternal, o nunca sabré qué, pero así descalza y corriendo me dirigí hacia la playa, ignorando a las dos primeras personas que había visto por allí, que me trataron de detener. Supuse que eran guardias, pues su altura, fisionomía y uniforme con armamento, así lo hacían parecer.
-¡Suéltale!...
Grité autoritaria al hombre que había tomado finalmente al bebé, dejando a la niña tirada en la arena gritando como loca porque le habían quitado al niño. A pesar de no entender nada, no iba a permitirlo.
-Señora, solo cumplo órdenes -se defendió el infeliz.
Su apariencia daba miedo... Alto, calvo, con demasiada fortaleza como para matar a cualquiera. Lleno de tatuajes hasta en el rostro y un parche en un ojo, que le hacía parecer un pirata malo. Pero yo no iba a amedrentarme.
-Pues me parece muy bien -le dije altanera y creando un aspecto de confianza que necesitaba para imponerme, había otro tres hombres que se llevaban a los demás niños, pero cuando fueron a tomar a la niña dije -obedece entonces y entrégame al bebé. Ordena también a tus hombres que suelten a los niños.
Estiré los brazos hasta él, esperando que diera a aquel bebé, que no parecía pasar de los cuatro meses de vida y lo observé inspirar con fuerza, pero sin entregármelo aún.
Los demás se habían detenido, y los niños permanecían tratando de huir, pero sin conseguirlos, eran tíos fuertes.
Antes de exigirle otra vez que me entregara al niño, observé a la chica en la arena, un poco más calmada observando la escena preguntándose que pasaría con aquel bebé.
Me agaché frente a ella y colocando un mechón de su pelo rubio hermoso detrás de su oreja, le dije:
-¿Es tu hermano?-ella asintió con reticencia y confirmó el sexo del bebé -voy a cuidar de él unos días hasta que encuentre a su mamá. Lo prometo -le acaricié la mejilla y la niña asintió llorando, esperanzada.
Quizás había sido un error prometer algo así, pero confiaba en que cuando vieran las fotos que había mandado, todo fuese encajando y se solucionara este tema, a tiempo de cumplir mi promesa. Tenía que ganar tiempo.
-Se llama Simón, tiene solo cuatro meses, y la leche de mamá le hace daño, solo toma en biberón -su vocesita asustada me rompió el corazón y nada más pude asentir, sintiendo las náuseas volver.
Me levanté nuevamente, dispuesta a obtener la custodia de ese bebé por unos días en la isla, hasta que solucionaran el tema.
-¡Dámelo ahora!...
A pesar de la fortaleza de mi voz para exigir al bebé, aquel hombre no parecía obedecer y por suerte el niño no se enteraba de nada y permanecía callado. En brazos de un demonio.
Me acerqué un poco más a él, y cuando fui a arrebatarle el bebé, se echó hacia atrás, negándose.
-¡Entrégale el niño a mi mujer!...
Las piernas me temblaron cuando escuché aquella voz detrás de mí. Me quedé completamente inmóvil y soprendida.
Automáticamente el calvo tatuado me ofreció al bebé y temía tomarlo y que se me cayera. Estaba muy nerviosa y las manos me temblaban.
Todo el mundo como por arte de magia desapareció. Incluso los niños ya no estaban y yo seguía sin poder apartar la mirada de aquel bebé precioso, que dormía chupando su dedo entre pañales.
La opresión en el pecho de saberlo detrás de mí, fue en aumento cuando alcé mi vista, reuniendo valor y pude ver a Adam delante de mí.
Lo conocía tanto, que no me quedaron dudas, de que quien había hablado detrás de mí había sido Adrian. Él, me había llamado su mujer y eso me había puesto más nerviosa aún.
Pero después, al alzar la vista y ver a mi amor delante de mí, mirándome con expresión de nada, absolutamente nada en la mirada, me rompió el corazón.
O eso creía yo, porque verdaderamente lo que vino después fue mucho peor.
Miré a mi alrededor y noté otras personas, pero me concentré en un señor, de bastantes años, pelo cano y una cicatriz en el rostro espeluznante, que tenía a su lado, lo único con lo que no conté... Melina.
En medio de aquel silencio en el que todos estaban evaluando mi expresión y reacción, y yo comenzaba a atar cabos, miré hacia donde la maldita mujer aquella me obligó.
Ella tenía un vestido corto y muy ceñido, que le hacía notar dolorosamente para mí, un embarazo de corto tiempo pero sus caricias a su vientre con la sonrisa siniestra, me decían a gritos lo que no quería saber.
Caminó hasta mi Adam, que lucía perfecto con aquel jean azul gastado y la camisa blanca planchada y las mangas dobladas hasta sus codos, dejando unos botones abiertos, reflejando masculinidad por todo su ser, y se paró a su lado, entrelazando sus dedos para que luego él, mirándome a los ojos, con desprecio, le besara la sien y ella recostara la cabeza en su hombro, al mismo tiempo que unas manos que ya sabía de quien eran se cerraran en mi cintura, bajo la mirada de Adam en cada movimiento y besando mi cuello detrás de mi oreja susurrara Adrian:
-Bienvenida a la nueva dimensión, esposa mía...