Ódiame hasta que me ames
img img Ódiame hasta que me ames img Capítulo 1 El comienzo de todo
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Capítulo 6 Desde las sombras img
Capítulo 7 Un chico peligroso img
Capítulo 8 Mentiras piadosas img
Capítulo 9 Próxima misión img
Capítulo 10 Encuentro en el club img
Capítulo 11 Mal presentimiento img
Capítulo 12 Un grave error img
Capítulo 13 Rechazo img
Capítulo 14 El asesino img
Capítulo 15 El secuestro de Diana img
Capítulo 16 La boca del lobo img
Capítulo 17 Malas decisiones img
Capítulo 18 Un recuerdo del casino img
Capítulo 19 Callejón sin salida img
Capítulo 20 El regreso de papá img
Capítulo 21 Intento de escape img
Capítulo 22 Un nuevo problema img
Capítulo 23 Una pista peligrosa img
Capítulo 24 Reclamos img
Capítulo 25 La bendición img
Capítulo 26 Acuerdo de paz img
Capítulo 27 Libros img
Capítulo 28 Confesión inesperada img
Capítulo 29 La despedida img
Capítulo 30 Plan de escape img
Capítulo 31 La maldición de los Lombardi img
Capítulo 32 Ahora o nunca img
Capítulo 33 Cambio de planes img
Capítulo 34 Demasiado tarde img
Capítulo 35 Un grave error img
Capítulo 36 Ilusiones destrozadas img
Capítulo 37 Invitación img
Capítulo 38 La cena img
Capítulo 39 Perdición img
Capítulo 40 El llamado del deber img
Capítulo 41 Paso en falso img
Capítulo 42 Mentiras del pasado img
Capítulo 43 La confrontación img
Capítulo 44 Malentendidos img
Capítulo 45 El tren img
Capítulo 46 Traición img
Capítulo 47 La hora de la venganza img
Capítulo 48 Juntos img
Capítulo 49 Momento decisivo img
Capítulo 50 Confesiones img
Capítulo 51 Arrepentimientos img
Capítulo 52 Una tregua temporal img
Capítulo 53 Pocas probabilidades img
Capítulo 54 En peligro img
Capítulo 55 Incompetente img
Capítulo 56 Una despedida dolorosa img
Capítulo 57 De vuelta a casa img
Capítulo 58 Reencuentro img
Capítulo 59 Malas noticias img
Capítulo 60 Princesa rebelde img
Capítulo 61 La promesa img
Capítulo 62 Un nuevo comienzo img
Capítulo 63 Epílogo img
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Ódiame hasta que me ames

Eva Gutierrez
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Capítulo 1 El comienzo de todo

POV Enzo:

Mi padre cuelga el teléfono de manera violenta. La furia de Carlo Lombardi, el temido jefe de una de las familias más poderosas de la Cosa Nostra en Nueva York, es capaz de paralizar de miedo a cualquiera. En especial, porque él suele ser un hombre en extremo metódico e impenetrable; puedo contar con los dedos de una mano las veces en que lo he visto estallar de este modo. Siempre lo he admirado por eso, entre muchos otros motivos. A mí me cuesta demasiado controlar mis impulsos.

Sin embargo, ahora siento como si nuestros papeles se hubieran intercambiado. Las venas de su frente y de su cuello parecen estar a punto de estallar, y sus ojos grises destellan de la ira.

Permanezco de pie, observándolo con detenimiento desde el otro lado de su escritorio. Estamos en su oficina en la parte trasera del casino que administra nuestra familia, y él acaba de recibir una llamada de su consiglieri, su mano derecha en todo tipo de asuntos. Espero sus órdenes para actuar, porque su reacción indica que algo muy grave acaba de ocurrir. Temo incluso escuchar sus próximas palabras.

-¡Esos hijos de perra se atrevieron a hacerlo! -grita y da un puñetazo con tanta fuerza sobre el escritorio que hace rechinar la madera-. ¡Se atrevieron a mudarse a nuestra ciudad y a meter las narices en nuestro negocio! ¡Sabía que lo harían!

Por supuesto, debí imaginar que se trataba de eso. Los Vitale son una familia que ha sido enemiga de la nuestra históricamente, desde mucho antes de que mi abuelo emigrara de Italia. Esos bastardos llegaron al país hace poco más de un mes y, aunque llevábamos años sin tener ningún conflicto directo, sabíamos muy bien que su presencia solo traería problemas. Esas ratas nunca vienen en son de paz.

-¿Intervinieron en el cargamento? -le pregunto a mi padre, esperando con ansias que me dé una respuesta negativa. Ahí nos estamos jugando cientos de miles de dólares en armas que se supone que debían entrar al país hace dos horas.

Mi padre asiente con la cabeza muy despacio. Al parecer, está utilizando su autocontrol para no salir a la calle y ahorcarlos a todos con sus propias manos. Por mi parte, siento que mi sangre hierve al escucharlo. ¿Cómo se atrevieron? ¿No han tenido suficiente a lo largo de los años como para comprender que con los Lombardi no se juega?

-La policía lo interceptó antes de que entrara al país -me explica-. Ese no es un evento fortuito, Enzo. Lo hicieron ellos y es una provocación. Nadie puede vincularnos con los paquetes que venían en ese barco, pero deben sentirse satisfechos con habernos hecho perder dinero y clientes.

-¿Clientes también? -pregunto con desconcierto.

-Muchos no esperarán a que logremos reponernos de este golpe, hijo, buscarán nuevos proveedores -me responde-. Debemos estar inactivos un tiempo para no tener problemas con la policía, y esos hijos de perra lo aprovecharán para salirse con la suya.

Resoplo y me llevo una mano al rostro para apretarme el puente de la nariz. Estoy harto de esos cabrones de mierda.

-Dé la orden, padre -le digo-. Permítame hacer la sangre de esas ratas correr. Les mostraré cuán escasa es la paciencia de los Lombardi y cuán corto es el camino al infierno si se meten con nuestra familia.

Mi padre niega con la cabeza.

-No debemos atraer la atención de las autoridades hacia nuestra familia, Enzo -me responde-. Si lo hacemos ni siquiera nuestros contactos más poderosos podrán ayudarnos.

Quiero desaparecer a todos los que llevan el jodido apellido Vitale de la faz de la tierra, y solo me basta una palabra de mi padre para hacerlo. Sin embargo, sé que él tiene razón: esa no es una jugada sensata. Debemos mantener un perfil bajo para evitar que la policía se meta en nuestros asuntos, ese es el trato que tenemos con nuestros aliados en el Congreso. Y no hay forma de ir y matar a todos los Vitale en su propia residencia sin llamar la atención. No puedo guiarme por mis ansias de venganza. No aún.

No obstante, ambos sabemos que no podemos dejar pasar algo así. Si lo hacemos, estaremos dejándoles el camino abierto para otras agresiones y ofensas futuras que pueden manchar la perfecta reputación de nuestra familia de ser la más poderosa de este lado del Estado. El negocio es nuestro, eso tiene que quedarles bien claro a todos los demás que quieran participar.

Mi padre se sienta en su sillón de cuero negro con las manos entrelazadas sobre su regazo y la vista al frente. Su expresión seria e inescrutable de costumbre está de vuelta. Parece sopesar las pocas opciones que tenemos.

Finalmente, suspira profundo y me mira a los ojos.

-No podemos acercarnos a su casa y formar una masacre pública sin llamar la atención. Es un hecho -me dice, aparentemente más calmado.

-¿Cómo les damos su merecido, entonces?

-Por desgracia para ellos, sé muy bien cada paso que han dado desde que llegaron a la ciudad, a «mi» ciudad -aclara con dureza-. Esos desgraciados montaron una pequeña tienda de mariscos cerca del puerto. Es su tapadera. Después de las seis de la tarde comienzan a vaciarse los puestos de venta y no habrá casi nadie. La policía frecuenta muy poco esa área. Visítalos mañana y lleva solo a los hombres necesarios contigo. No quiero sobrevivientes ni testigos, Enzo. Demuéstrales que nadie puede jugar con nuestra familia y salir impune.

Lo dice con tanto resentimiento que sonrío de una manera torcida al escucharlo. Tengo el camino libre para hacer justo lo que tanto deseo; lo que mejor se me da.

-Solo ellos sabrán que fuimos nosotros -le digo con mucha seguridad y luego me encamino hacia la puerta para ir a buscar a algunos de nuestros hombres y alistarlos para la acción-. No lo defraudaré, padre.

-Lo sé, hijo -responde él y asiente con la cabeza-. Mañana muy temprano volaré hacia Italia, tengo cuestiones que tratar allá con tu tío y necesito saber que todo aquí se mantendrá en orden. Por eso te confío este asunto personalmente.

            
            

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