Ódiame hasta que me ames
img img Ódiame hasta que me ames img Capítulo 4 Nuevos temores
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Capítulo 6 Desde las sombras img
Capítulo 7 Un chico peligroso img
Capítulo 8 Mentiras piadosas img
Capítulo 9 Próxima misión img
Capítulo 10 Encuentro en el club img
Capítulo 11 Mal presentimiento img
Capítulo 12 Un grave error img
Capítulo 13 Rechazo img
Capítulo 14 El asesino img
Capítulo 15 El secuestro de Diana img
Capítulo 16 La boca del lobo img
Capítulo 17 Malas decisiones img
Capítulo 18 Un recuerdo del casino img
Capítulo 19 Callejón sin salida img
Capítulo 20 El regreso de papá img
Capítulo 21 Intento de escape img
Capítulo 22 Un nuevo problema img
Capítulo 23 Una pista peligrosa img
Capítulo 24 Reclamos img
Capítulo 25 La bendición img
Capítulo 26 Acuerdo de paz img
Capítulo 27 Libros img
Capítulo 28 Confesión inesperada img
Capítulo 29 La despedida img
Capítulo 30 Plan de escape img
Capítulo 31 La maldición de los Lombardi img
Capítulo 32 Ahora o nunca img
Capítulo 33 Cambio de planes img
Capítulo 34 Demasiado tarde img
Capítulo 35 Un grave error img
Capítulo 36 Ilusiones destrozadas img
Capítulo 37 Invitación img
Capítulo 38 La cena img
Capítulo 39 Perdición img
Capítulo 40 El llamado del deber img
Capítulo 41 Paso en falso img
Capítulo 42 Mentiras del pasado img
Capítulo 43 La confrontación img
Capítulo 44 Malentendidos img
Capítulo 45 El tren img
Capítulo 46 Traición img
Capítulo 47 La hora de la venganza img
Capítulo 48 Juntos img
Capítulo 49 Momento decisivo img
Capítulo 50 Confesiones img
Capítulo 51 Arrepentimientos img
Capítulo 52 Una tregua temporal img
Capítulo 53 Pocas probabilidades img
Capítulo 54 En peligro img
Capítulo 55 Incompetente img
Capítulo 56 Una despedida dolorosa img
Capítulo 57 De vuelta a casa img
Capítulo 58 Reencuentro img
Capítulo 59 Malas noticias img
Capítulo 60 Princesa rebelde img
Capítulo 61 La promesa img
Capítulo 62 Un nuevo comienzo img
Capítulo 63 Epílogo img
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Capítulo 4 Nuevos temores

POV Diana:

Me muevo incómoda en la cama. Estoy harta de estar aquí y desesperada por volver a casa. En lugar de un cuarto de hospital, esta habitación parece un jardín... o un funeral. Siento repulsión al pensar esas cosas y me reprendo a mí misma. Sin embargo, sé que es comprensible después de lo que viví.

Los doctores lograron recuperar la bala de mi pecho y salvaron mi vida, pero mis familiares y amigos no parecen entender esa última parte. Todos me han traído flores, tantas que mi madre ya no tiene dónde acomodarlas. Amo las flores y todo lo relacionado con la jardinería, pero preferiría ver y arreglar las que tengo en casa, no acumular tantas en este cuarto infernal.

Hay rosas, margaritas, girasoles, incluso unas blancas que me causan escalofríos. Esas son de parte de una amiga de mi madre y parecen verdaderamente salidas de una funeraria. ¿Se habrá equivocado al comprarlas? Eso sí, al menos la fragancia bloquea un poco el horrendo olor a hospital que se impregna en mi nariz y me causa náuseas. De igual modo, mi madre tiene razón al decir que debo agradecer las flores y no ser ruda con los que han venido a visitarme, aunque no sienta ganas de hablar con nadie.

O sí, con dos personas: Pía y Adrián.

Estos últimos días han sido una auténtica pesadilla, tan irreales que a veces me pregunto si de verdad todo ocurrió. No concibo aún que yo sea la chica de la que todos hablan; la que recibió un balazo en medio de un tiroteo; la única sobreviviente. Aun así, una parte de mí sí sabe que todo fue real. En ocasiones, siento el mismo terror de aquel momento; el terror que me mantiene asustada la mayor parte del tiempo y que me impide dormir bien en las noches. Creo que nunca lograré recuperarme del todo.

La policía ha venido a verme en un par de ocasiones. No tengo mucho que contar, todo pasó muy rápido. En realidad, no tengo nada que contar que no sepan ya. No obstante, he hecho mi mayor esfuerzo por recordar detalles específicos o cualquier cosa que pueda ser de ayuda. Recuerdo muy bien el olor a sangre del lugar, tan vívido que me parece que aún puedo sentirlo. Y también el olor a pescado. Se ha vuelto algo tan repulsivo para mí que creo que jamás volveré a probarlo en toda mi vida. Lo otro que recuerdo es el sonido de los disparos. Ahora hasta el más mínimo ruido es capaz de sobresaltarme.

Rezo cada día para que todo esto pase pronto y pueda retomar mi vida con la ayuda del psicólogo que me está atendiendo. Sin embargo, sé que nunca podré olvidar esa tarde que, solo por muy poco, no fue mi última tarde entre los vivos.

De igual forma, no creo poder olvidar jamás la mirada vacía del otro cliente mientras yacía muerto en el suelo; o la sangre del vendedor tiñendo los cristales; o el cañón del arma apuntándome directamente. Ni tampoco podré olvidar esos ojos grises penetrantes que me miraron con tanta frialdad justo antes de apretar el gatillo.

Pero eso es todo. No hay nada más en mi memoria.

No logro recordar lo que escuché ese día, lo que dijeron los asaltantes, ni el nombre por el que llamaron a uno de ellos. Deseo ser útil para que atrapen a esos bastardos despiadados y hagan justicia, pero mi mente incompetente olvidó por completo el nombre. Me causa impotencia y ansiedad saber que el curso de la investigación depende de mí y que soy totalmente inservible.

La puerta se abre y doy un pequeño respingo. Por un momento pensé que sería mi madre, pero es Adrián. Siento una gran emoción al verlo, él siempre logra animarme. Aún me siento muy culpable por haber arruinado por completo su cumpleaños. Supongo que es un poco difícil celebrar mientras una de tus mejores amigas se debate entre la vida y la muerte luego de recibir un balazo. Ni siquiera pude darle la estatuilla que le compré porque terminó rota en el fondo de mi bolsa. Sin embargo, él siempre está de buen humor y es una compañía indiscutiblemente mejor que la de mis sobreprotectores padres.

Adrián es un chico muy dulce y atractivo, a pesar de que yo no lo veo de esa forma, lo he visto crecer. Tiene los ojos color avellana y su cabello castaño oscuro forma ondas suaves que le caen sobre la frente. Es alto y delgado, y también usa anteojos. Siempre he pensado que ese es un cliché de los chicos inteligentes como él. Pero lo más hermoso de Adrián es su sonrisa, tan amplia y genuina que es imposible no contagiarse.

-Hola, ¿cómo está mi dormilona favorita? -me dice él en un tono de voz bajo. Me incorporo con algo de dificultad en la cama. La herida en mi pecho aún duele bajo la venda, aunque ya han pasado algunos días-. Cuando vine con Pía esta mañana seguías dormida y tu madre no nos dejó despertarte. Casi nos echa de aquí.

-Por eso la amo, supongo -le digo en tono de burla-. No puedes venir a molestar a alguien convaleciente tan temprano.

Ambos reímos un instante.

-¿Dónde está ella, por cierto? -pregunta Adrián, extrañado por la ausencia de mamá.

-Por suerte necesita comer de vez en cuando y me da un respiro -respondo y pongo los ojos en blanco.

La verdad es que trato de disfrutar al máximo estos instantes de paz en los que estoy sola. Sé que el suplicio volverá apenas mi madre regrese de almorzar. Si antes solía ser insistente y me atormentaba en ocasiones, después del incidente es capaz de contar hasta cuántas veces al día parpadeo.

-¡Bendita sea la comida, entonces! -exclama Adrián y sonríe. Se acerca a la cama y examina el vendaje de cerca. Cada día es menor, lo que parece ser una buena señal-. ¿Aún te duele mucho?

-No demasiado -digo mientras paso con delicadeza mi mano sobre la herida-. Todavía me están dando analgésicos, eso ayuda.

Adrián se sienta en el borde de la cama, pues las flores casi no dejan ningún espacio libre. Su expresión se torna un poco sombría, y su enojo y su frustración se hacen evidentes. Sé muy bien lo que está pasando por su cabeza.

-Creo que no lograré dormir bien hasta que esos bastardos estén pudriéndose en la cárcel -admite él y niega despacio con la cabeza-. No seré capaz de descansar hasta que paguen por lo que te hicieron.

Yo también quiero que los atrapen. Por desgracia, no parece ser tan sencillo.

-¿Será cierto lo que me dijeron de que fue un ajuste de cuentas? -le pregunto con algo de escepticismo. Todo parece salido de una película, me cuesta creer que ese tipo de cosas ocurran en la vida real.

-Sí, la policía lo confirmó -me responde-. No se llevaron nada consigo, todo el dinero seguía en la caja. Además, fue un trabajo casi perfecto, muy propio de la mafia.

Baja la mirada un instante y suspira hondo.

-Estoy muy preocupado, Diana -vuelve a decir-, todos lo estamos. Tuviste «mucha» suerte de que la ambulancia llegara rápido, pero las preocupaciones no terminan ahí. Tú eres la única testigo del hecho, la única que podría aportar algo.

-Sí, pero yo no recuerdo nada importante -digo, frustrada.

-Ellos no saben eso, y ya lo viste, son asesinos a sangre fría. Cuando salgas de aquí tienes que cuidarte mucho, Diana, al menos hasta que los apresen.

Las palabras de Adrián hacen que mi estómago dé un vuelco. Me abrazo a mí misma. Ya lo sabía, pero oírlo de mi mejor amigo le da una connotación mucho más seria. Solo espero que esta pesadilla termine pronto.

-Adrián... -comienzo a decir, algo indecisa. Hay cosas que no me quedan muy claras todavía-. Ayer me dijiste que algunas familias de la mafia italiana-

-La Cosa Nostra -me interrumpe él.

-Sí, esos. Ayer me dijiste que algunos vienen al país y se quedan a vivir.

-Así es -me explica-. Vienen familias enteras o algunos miembros para hacer negocios, y siempre traen consigo sus riñas y formas de resolver los problemas... Al parecer, los dueños de la tienda tenían algo que ver con eso. Quizás por ese motivo los asesinaron. Eso es lo que necesitamos averiguar para saber quién lo hizo.

-No parecían mafiosos, solo gente decente y trabajadora -digo. Uno de ellos les devolvió el fuego a los asaltantes antes de ser derribado, pero yo viví la situación y no puedo juzgarlo. Solo se defendió como cualquier otra persona lo hubiera hecho.

-Esa era solo su fachada. Se supone que todos son gente decente y trabajadora, hasta que se descubren todos los negocios despreciables que esconden bajo esa apariencia.

-Y, si la policía sabe eso, ¿por qué no hacen nada al respecto? -pregunto.

-No es tan fácil -me responde-. Ya viste su modo de hacer las cosas, es casi perfecto. Mientras la policía no pueda probar que son unos malditos criminales, no hay nada que se pueda hacer. Además, es casi imposible detectarlos entre la gente honesta que también viene de Italia y que solo quiere mejores oportunidades de vida. Los que pertenecen a la Cosa Nostra son una minoría.

-Entiendo... -exhalo con pesadez-. Pero su trabajo esta vez no fue tan perfecto, me dejaron con vida.

-Gracias al cielo -dice, aliviado, y me sonríe-. No sé qué me haría sin ti.

Adrián se me acerca y me abraza con mucho cuidado. Él me adora y yo a él, hemos sido amigos por casi diez años. Eso hace, sin embargo, que esté preocupada tanto por su seguridad y la de Pía como por la de mi familia.

Estar cerca de mí es bastante peligroso si Adrián tiene razón. Y muy dentro sé que la tiene. Temo que pase con ellos lo mismo que me ocurrió a mí: que terminen siendo un daño colateral de un problema ajeno. De cualquier modo, quizás solo estamos siendo paranoicos. Los mafiosos deben tener cosas más importantes de las que ocuparse que de una chica convaleciente, ¿no?

O al menos eso prefiero pensar.

Decido apartar todas esas ideas de mi cabeza y centrarme en disfrutar del tiempo con mi mejor amigo. Ya podré atormentarme cuando salga del hospital y regrese a casa. Solo me faltan un par de días para que me den de alta. Espero que los mafiosos me hayan olvidado, a pesar de que sé de sobra que la vida nunca resulta tan sencilla. El verdadero peligro para mí está por comenzar, y debo intentar mantenerme con vida y proteger a mis seres queridos hasta ver a esos desgraciados tras las rejas.

            
            

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