Ódiame hasta que me ames
img img Ódiame hasta que me ames img Capítulo 2 Cambio de planes
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Capítulo 6 Desde las sombras img
Capítulo 7 Un chico peligroso img
Capítulo 8 Mentiras piadosas img
Capítulo 9 Próxima misión img
Capítulo 10 Encuentro en el club img
Capítulo 11 Mal presentimiento img
Capítulo 12 Un grave error img
Capítulo 13 Rechazo img
Capítulo 14 El asesino img
Capítulo 15 El secuestro de Diana img
Capítulo 16 La boca del lobo img
Capítulo 17 Malas decisiones img
Capítulo 18 Un recuerdo del casino img
Capítulo 19 Callejón sin salida img
Capítulo 20 El regreso de papá img
Capítulo 21 Intento de escape img
Capítulo 22 Un nuevo problema img
Capítulo 23 Una pista peligrosa img
Capítulo 24 Reclamos img
Capítulo 25 La bendición img
Capítulo 26 Acuerdo de paz img
Capítulo 27 Libros img
Capítulo 28 Confesión inesperada img
Capítulo 29 La despedida img
Capítulo 30 Plan de escape img
Capítulo 31 La maldición de los Lombardi img
Capítulo 32 Ahora o nunca img
Capítulo 33 Cambio de planes img
Capítulo 34 Demasiado tarde img
Capítulo 35 Un grave error img
Capítulo 36 Ilusiones destrozadas img
Capítulo 37 Invitación img
Capítulo 38 La cena img
Capítulo 39 Perdición img
Capítulo 40 El llamado del deber img
Capítulo 41 Paso en falso img
Capítulo 42 Mentiras del pasado img
Capítulo 43 La confrontación img
Capítulo 44 Malentendidos img
Capítulo 45 El tren img
Capítulo 46 Traición img
Capítulo 47 La hora de la venganza img
Capítulo 48 Juntos img
Capítulo 49 Momento decisivo img
Capítulo 50 Confesiones img
Capítulo 51 Arrepentimientos img
Capítulo 52 Una tregua temporal img
Capítulo 53 Pocas probabilidades img
Capítulo 54 En peligro img
Capítulo 55 Incompetente img
Capítulo 56 Una despedida dolorosa img
Capítulo 57 De vuelta a casa img
Capítulo 58 Reencuentro img
Capítulo 59 Malas noticias img
Capítulo 60 Princesa rebelde img
Capítulo 61 La promesa img
Capítulo 62 Un nuevo comienzo img
Capítulo 63 Epílogo img
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Capítulo 2 Cambio de planes

POV Diana:

-¡Súbela, Adrián! -grita Pía con emoción cuando comienza a sonar en la radio «Whole Lotta Love», el más reciente éxito de Led Zeppelin-. ¡Oh, Dios! ¡Amo esa canción!

Pía comienza a moverse dinámicamente, sacudiendo su larga melena rubia al ritmo de la música. Ella va sentada en el asiento trasero del auto, mientras Adrián va al volante y yo de copiloto. Sin embargo, como ya es costumbre, Pía está casi metida en medio de nosotros dos. Siempre se comporta como nuestra hija mimada.

En realidad, amo los frecuentes ataques de euforia que tiene, así que no puedo contener una risa divertida al ver su «baile». Adrián suele ser el más serio y responsable de nosotros, pero tampoco puede evitar sonreír ante el disparatado comportamiento de Pía. Él siempre ha sido como nuestro hermano mayor, aunque solo nos lleva unos meses de diferencia. Nos conocimos en la escuela secundaria y, a pesar de lo diferentes que somos los tres, nos la arreglamos para ser como familia.

Pía saca un cigarrillo y lo enciende. Adrián la mira con desaprobación a través del espejo retrovisor. Ahí vamos.

-¿Qué haces, Pía? -le reclama él-. Apaga eso, hará que mi auto apeste.

Adrián ama su auto; es como su pequeño tesoro. En realidad, no sé cómo se ha escapado a la chatarrería, pero jamás me atrevería a mencionarlo. Ofender a su «bebé» puede herir profundamente los sentimientos de mi mejor amigo. Además, este es el único medio de transporte que tenemos los tres para ir y regresar de la universidad todos los días y para salir los fines de semana. No creo que el metro sea mucho mejor.

-¡Pero si tú también fumas, idiota! -se defiende Pía-. ¿Por qué me regañas, entonces?

-Sí -responde él, molesto-, pero sabes que aquí dentro está prohibido. El humo se impregna en los asientos.

-Déjate de tonterías, es solo uno. Además, ¡este pedazo de mierda apesta de cualquier modo!

Ups... Pía no es tan prudente o sensible como yo en lo absoluto. Siempre dice lo primero que se le viene a la cabeza, y esa fue una pésima elección de palabras.

-¿Qué acabas de decir? -chilla Adrián con incredulidad.

-¡Tú me escuchaste! Dije la verdad, este pedaz-

-¡Oh, no! -decido intervenir-. ¡Ni se les ocurra comenzar!

Si no los detengo a tiempo, emprenderán una discusión tonta e infantil que no los llevará a ningún sitio, para variar, y su pelea durará todo el resto del camino. Me volteo en el asiento y le doy una mirada severa a Pía.

-Deshazte de eso, Pía -le digo con dureza.

-¡No! -exclama ella.

-Ya lo escuchaste -replico. Estoy comenzando a enojarme por su actitud. ¿Cómo puede ser tan testaruda como una niña malcriada?-. Es «su» auto y no quiere humo aquí dentro. Punto.

Pía hace un puchero y luego arroja el cigarrillo por la ventanilla del auto.

-¡No he conocido a nadie más aburrido que ustedes dos! -se queja. Luego suelta un bufido y cruza dramáticamente los brazos sobre su pecho antes de añadir-: Están hechos uno para el otro, ¡deberían casarse!

-Sí, claro... -respondo y le sonrío con algo de picardía-. ¿Cómo mismo te casarás tú con tu novio hippie?

-Si tu madre no muere infartada el día de la boda -agrega Adrián antes de comenzar a reír. Ambos sabemos que ese es un tema sensible para Pía y amamos molestarla con eso. Es nuestra forma de desquitarnos por los chistes pesados que suele hacer.

-¡Luke es un buen chico y nos amamos! -se defiende ella-. Ya verán, mi madre terminará por aceptarlo.

-Claro que es bueno -digo entre risas-, y es aún mejor luego de todo lo que se mete.

La cara de Pía se torna muy gráfica cada vez que alguien menciona el pequeño detalle de que su novio pasa más tiempo drogado que consciente. Siempre opta por defenderlo y negarlo todo, como si eso fuera posible después de la primera vez que lo llevó a su casa y a él se le ocurrió darle a la madre de Pía toda una charla sobre la importancia de «amarnos unos a los otros y vivir en paz». Al pobre Luke le falta un tornillo, no tengo dudas al respecto.

-¿Saben qué? -dice Pía-. Ya no serán los padrinos de mi boda con Luke.

-Oh, por Dios, ¡no! -responde Adrián con fingida angustia y sin parar de reír-. ¡Y yo que ya comencé a dejar mi barba y mi cabello crecer para encajar!

-¡Agh! ¡No seas tan idiota! -chilla la rubia y le saca la lengua. Él la ve a través del espejo retrovisor.

-¿No se supone que los hippies no creen en el matrimonio? -pregunto en tono de burla-. ¿O es que piensas llevarlo secuestrado al altar, eh, Pía? Eso sería muy romántico de tu parte.

-¿Qué? -pregunta Pía y hace una mueca de desagrado-. Mi Luke es diferente, ya lograré convencerlo.

-Sí, lo imagino, alguno terminará convenciendo al otro -replico con malicia. Luego me volteo hacia Adrián y agrego-: Dios Santo, Adrián, en poco tiempo la veremos sin sujetador y llena de pelos por todas partes.

-¡Agh! -chilla Pía mientras nosotros reímos a carcajadas. Está muy irritada-. ¡Ya basta! ¡Déjenme en paz, pesados!

-Como digas... -respondo finalmente y decido que ya ha sido suficiente por esta vez. Tengo que bajarme, de cualquier modo-. Me quedaré por aquí, chicos.

Ambos me miran con asombro. Es comprensible que les extrañe, jamás me bajo antes de llegar a casa.

-¿En serio? ¿Aquí? -pregunta Adrián mirando afuera-. Pero si faltan varias manzanas para llegar a tu calle.

-Eh... sí, es que quiero ir a la biblioteca para pedir prestado un libro que necesito.

Entonces Pía comprende el verdadero motivo y abre mucho los ojos.

-¡Oh! -exclama, utilizando sus mejores dotes de actriz-. ¿Es para el proyecto extra de Historia del que me hablaste?

-Sí -respondo y asiento con la cabeza-. Es justo para eso.

-¿Pero a qué biblioteca irás? -pregunta Adrián con desconcierto-. No sabía que había alguna en esta zona.

-Eh... es una pequeña donde solo hay libros muy viejos -trato de improvisar para convencerlo-. El que necesito solo lo tienen ahí.

-De acuerdo -responde Adrián después de pensarlo por un momento y aparca el auto para dejarme salir-. ¿Quieres que te esperemos? ¿Estarás bien?

-Oh, no, no me esperen. Puedo tardar un poco.

-Este lugar no me gusta demasiado, Diana, y en poco tiempo oscurecerá. Podemos ir contigo, no nos molestará -vuelve a decir Adrián.

-¡Agh! -se queja Pía-. Ya déjala, «papá», está mayorcita y sabe cuidarse sola.

Pía se pasa con agilidad hasta el asiento delantero y luego me lanza un beso a través de la ventanilla.

-Chaup -me dice-, nos vemos mañana, cariño.

-Hasta mañana, Diana. Cuídate, ¿sí? -se despide Adrián. Su rostro denota su preocupación. Sonrío ligeramente para intentar tranquilizarlo un poco.

-No te preocupes, estaré bien. Hasta mañana, chicos. No se asesinen durante el viaje, ¡los amo!

Adrián pone el auto en marcha y comienzan a alejarse. Pía me despide alegremente con su mano hasta que ya estoy fuera de su campo de visión. Creo que el ruido del motor puede escucharse en las cinco manzanas más cercanas. Suelto una risilla. Dios, ese auto sí que es un pedazo de chatarra.

Cuando los pierdo de vista, doy un vistazo a mi alrededor tratando de ubicarme. No suelo merodear por aquí con frecuencia y, aunque no lo haya admitido en voz alta, tampoco me gusta demasiado andar sola por el área cercana al puerto. Sin embargo, solo será un pequeño recorrido antes de volver a casa, y tengo un muy buen motivo para hacerlo. En dos días es el cumpleaños número veintidós de Adrián y quiero comprarle algo especial, mucho más que los calzones que le doy cada año.

Pía me dio la dirección de una pequeña tienda de antigüedades que dirige un pescador de la zona. Me dijo que vino hace poco con su madre y que hay varias cosas geniales ahí, y yo confío en el buen gusto de Pía, aunque su romance con el peculiar Luke me está causando algunas dudas últimamente. Ya no me queda muy claro a qué se refiere ella con «genial». Sin embargo, debo arriesgarme si quiero que este no sea un cumpleaños ordinario para mi mejor amigo. Él se merece una celebración especial.

Queda menos de media hora antes de que la tienda cierre, por lo que debo apresurarme. De igual modo, no puedo tardar mucho porque mis padres olvidan que estoy a punto de graduarme de la universidad y siguen tratándome como a una niña pequeña. Si mi madre ve que dan mucho más de las seis sin que haya llegado a casa, comenzará a enloquecer. Esta mañana no pude decirle que iría por el regalo de Adrián al terminar las clases porque ella salió muy temprano para hacer recados.

La tienda está a un par de cuadras de aquí, así que sujeto mi bolsa con fuerza y comienzo a caminar lo más rápido que puedo. A menos de cien metros a mi derecha se extiende el inmenso mar, y a esa hora las olas comienzan a agitarse y chocan contra la costa. El olor a sal y a arena siempre me ha agradado mucho, desde que era muy pequeña. Quizás en otra situación me detendría a disfrutarlo, pero el puerto es solo un lugar de carga y de pequeños negocios; no es el mejor sitio que digamos para hacer turismo.

Paso junto a varios negocios que ya están cerrados. Sus dueños están recogiendo las cajas y entrando los estantes. Quizás debí dejarlo para otro día en el que no terminara tan tarde en la universidad. Temo no llegar a tiempo, así que apuro mucho más mi paso.

Finalmente, llego al local que está en la dirección que Pía me dio. No me parece que sea la gran cosa que pintaba en su descripción. Atravieso la puerta de cristal y una campanita avisa mi entrada. No obstante, debo reconocer que me agrada mucho lo que encuentro en el interior.

En este lugar todo parece estar detenido en el tiempo. Hay artículos que solo había visto en las películas, como cámaras fotográficas muy antiguas y pequeños adornos que parecen sacados de la época victoriana. ¿Serán objetos robados de algún museo? Espero que no.

Después de un recorrido entre los estantes y de valorar varios objetos, decido comprarle a Adrián una pequeña estatuilla de un samurái con la armadura hecha de brillantes piedras de color verde. Casi puedo visualizarlo sobre su escritorio, alegrando la sobria decoración de su cuarto. A él le atrae todo lo exótico, y si está relacionado con la cultura y la historia de Asia, mucho mejor. Va a amarlo, lo sé.

Salgo muy entusiasmada de la tienda con la intención de correr a casa y empaquetar su obsequio, pero me detengo justo en el negocio que queda a continuación de la tienda de antigüedades. Venden mariscos, al parecer, y no puedo evitar pensar en lo mucho que le gustan los camarones a mi mejor amigo. Si compro algunos Pía puede prepararlos para él, a ella se le da muy bien cocinar platillos sofisticados. A mí no, aunque no se me da bien cocinar nada, en general.

Por fortuna, siguen abiertos. Entro y comienzo a revisar los productos que ofertan. Todo parece bastante fresco a pesar de que ya es tarde, así que pienso que no habrá ningún problema en comprarlos. Ya no hay muchos clientes, solo un hombre de mediana edad que discute el precio de unos ostiones con uno de los vendedores, y yo. Aunque el olor a pescado me desagrada bastante, debo esperar mi turno para hacer mi pedido, porque el otro vendedor y la cajera están recogiendo para cerrar. Los escucho hablando entre ellos y me resulta curioso su acento. No parecen estadounidenses.

El chirrido de las gomas de un auto fuera de la tienda me causa un escalofrío. Suelto un bufido y me acaricio la nuca. Últimamente le dan permisos de conducción a cualquiera.

Sin embargo, en cuestión de segundos se desata el caos. Tres hombres armados con pistolas entran a la tienda, vestidos de negro y con pañuelos atados en la parte inferior de sus rostros para ocultar sus identidades. El primer disparo lo recibe la cajera: directo al pecho y sin darle tiempo a reaccionar.

Me quedo totalmente paralizada, como si lo que ocurre no fuera real. Nunca había estado presente en ningún tipo de asalto o delito. Pero algo se enciende de repente dentro de mi cabeza y comprendo que está a punto de comenzar un tiroteo. Mi vida corre peligro. Debo escapar.

Uno de los vendedores saca un arma y comienza a devolverle el fuego a los asaltantes, mientras el otro cae desplomado en el suelo. No necesito mirarlo para saber que está muerto. Comienza una lluvia de disparos que retumban rompiendo cristales y todo tipo de objetos.

Trato de correr, pero no hay escapatoria. Estoy atrapada aquí.

En un acto de desesperación, me lanzo al suelo. Rezo por no recibir una bala perdida. Hay comida y pedazos de vidrio esparcidos por todo el lugar. Me lastimo una mano mientras ando a gatas, pero esa es la menor de mis preocupaciones. El otro cliente yace a mi lado. Observo con horror el hilo de sangre que sale de su pecho y el charco rojo y espeso que se forma bajo él.

Yo no puedo morir así. No aquí, ni tan joven. No puedo ser la próxima, aún tengo demasiadas cosas por hacer.

Uno de los asaltantes recibe un disparo en el hombro derecho, pero otro termina con la vida del vendedor restante. Es un tiro preciso a la cabeza, que tiñe de rojo los cristales rotos del armario tras él y los pocos paquetes de ostiones que quedaban dentro. Ahogo un grito con mis manos y me encojo en una esquina, apretando las rodillas contra mi pecho. Ruego al cielo para que se marchen y me dejen con vida.

Los disparos terminan y el silencio vuelve, solo interrumpido por los gritos provenientes desde afuera. Los asaltantes no tienen mucho tiempo antes de que llegue la policía. Imploro con desesperación que al menos eso los haga irse.

Escucho que uno de ellos les habla a los otros. Tiene una voz ronca y masculina, pero dice algo que no logro comprender; es otro idioma. Sin embargo, no me toma mucho tiempo adivinar el mensaje. Veo de reojo que uno de ellos comienza a dispararle a los cuatro cuerpos ensangrentados en la habitación. Los está rematando y viene directo hacia mí.

No puedo contener las lágrimas y sollozo más alto de lo pretendido. Todo mi cuerpo se estremece. Estoy aterrada y decidida a no mirar. No quiero verle la cara a la muerte.

Ya no me voy a graduar de la universidad ni le voy a entregar a Adrián su regalo. Ni siquiera iré a cenar con mis padres esa noche. No habrá más clases, ni música, ni películas, ni fiestas. No habrá más momentos felices con mis amigos y mi familia. Nada, no habrá más nada. Pasaré a ser solo una cifra más de las tantas víctimas de crímenes violentos que aparecen en los diarios.

Voy a morir.

El atacante se detiene justo frente a mí mientras yo permanezco en el suelo, indefensa y rodeada de cristales rotos y de sangre. Suspiro profundo y cierro con fuerza los ojos. Algunas lágrimas me mojan las mejillas. Este será mi final, y solo puedo pensar en el dolor de mis seres queridos cuando me despidan en el cementerio. Puedo visualizar mi tumba y escuchar el llanto de mamá y de Pía. Es desgarrador.

-Non abbiamo molto tempo -grita uno de los otros dos enmascarados en el mismo idioma de antes-. Enzo, falla finita in fretta.

Aunque no comprendo sus palabras, contengo el aire en mis pulmones y abro los ojos para mirar directamente a la imponente figura que tengo delante. Si va a matarme, se llevará consigo el recuerdo de mi última mirada de miedo y de odio. Aunque sé de sobra que a alguien como él no le importará, de cualquier modo. Será solo otra gota en su océano de crímenes.

Parte de su brillante y desordenado cabello rubio oscuro le cae sobre la frente. La pequeña cicatriz de un corte atraviesa su ceja izquierda. Más abajo están sus vibrantes ojos grises, que semejan un cielo nublado. Son los más fascinantes y a la vez los más fríos que he visto en toda mi vida. Y serán también los últimos que veré.

Él sube el arma y me apunta sin rastro de vacilación, pero no desvío la mirada, aunque mi corazón late tan rápido que parece que está a punto de salirse de mi pecho.

Entonces pasa.

Aprieta el gatillo y un ruido ensordecedor se adueña del lugar. Un dolor desgarrador me invade el pecho y se me corta la respiración. Y eso es todo. Mis pensamientos se detienen y una aterradora oscuridad me envuelve por completo...

*Non abbiamo molto tempo. Enzo, falla finita in fretta: No tenemos mucho tiempo. Enzo, termina con eso rápido.

            
            

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