Ódiame hasta que me ames
img img Ódiame hasta que me ames img Capítulo 5 Café sin azúcar
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Capítulo 6 Desde las sombras img
Capítulo 7 Un chico peligroso img
Capítulo 8 Mentiras piadosas img
Capítulo 9 Próxima misión img
Capítulo 10 Encuentro en el club img
Capítulo 11 Mal presentimiento img
Capítulo 12 Un grave error img
Capítulo 13 Rechazo img
Capítulo 14 El asesino img
Capítulo 15 El secuestro de Diana img
Capítulo 16 La boca del lobo img
Capítulo 17 Malas decisiones img
Capítulo 18 Un recuerdo del casino img
Capítulo 19 Callejón sin salida img
Capítulo 20 El regreso de papá img
Capítulo 21 Intento de escape img
Capítulo 22 Un nuevo problema img
Capítulo 23 Una pista peligrosa img
Capítulo 24 Reclamos img
Capítulo 25 La bendición img
Capítulo 26 Acuerdo de paz img
Capítulo 27 Libros img
Capítulo 28 Confesión inesperada img
Capítulo 29 La despedida img
Capítulo 30 Plan de escape img
Capítulo 31 La maldición de los Lombardi img
Capítulo 32 Ahora o nunca img
Capítulo 33 Cambio de planes img
Capítulo 34 Demasiado tarde img
Capítulo 35 Un grave error img
Capítulo 36 Ilusiones destrozadas img
Capítulo 37 Invitación img
Capítulo 38 La cena img
Capítulo 39 Perdición img
Capítulo 40 El llamado del deber img
Capítulo 41 Paso en falso img
Capítulo 42 Mentiras del pasado img
Capítulo 43 La confrontación img
Capítulo 44 Malentendidos img
Capítulo 45 El tren img
Capítulo 46 Traición img
Capítulo 47 La hora de la venganza img
Capítulo 48 Juntos img
Capítulo 49 Momento decisivo img
Capítulo 50 Confesiones img
Capítulo 51 Arrepentimientos img
Capítulo 52 Una tregua temporal img
Capítulo 53 Pocas probabilidades img
Capítulo 54 En peligro img
Capítulo 55 Incompetente img
Capítulo 56 Una despedida dolorosa img
Capítulo 57 De vuelta a casa img
Capítulo 58 Reencuentro img
Capítulo 59 Malas noticias img
Capítulo 60 Princesa rebelde img
Capítulo 61 La promesa img
Capítulo 62 Un nuevo comienzo img
Capítulo 63 Epílogo img
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Capítulo 5 Café sin azúcar

POV Adrián:

Tomo la orden y comienzo a preparar el café del cliente. Quiere un expreso sin azúcar. Me pregunto cómo puede tomarse algo tan fuerte y amargo sin perecer en el intento. Otros le ponen tanta crema y azúcar que me parece que morirán frente a mí de un shock diabético. Sin embargo, mi trabajo no es opinar sobre gustos, es simplemente prepararles sus bebidas. Le alcanzo la taza humeante y deposito el dinero en la caja.

Cada semana vengo a trabajar dos o tres tardes a esta pequeña cafetería en el centro de la ciudad cuando termino las clases en la universidad. El sueldo que me pagan y las propinas me permiten tener mi propio dinero y no depender enteramente de mis padres. Siempre me ha gustado ser lo más independiente posible, por eso tomé este empleo a tiempo parcial desde que comencé mi primer año en la facultad, y pienso mantenerlo hasta finales de este año cuando me gradúe y me convierta en ingeniero. Aquí me he hecho un experto preparando café, a pesar de que jamás me ha gustado consumirlo.

El local tiene apenas unas ocho coloridas mesas de madera, pero generalmente está bastante concurrido. Debo admitir que es un sitio muy pintoresco en el cual me gusta pasar tiempo. Las paredes siempre están llenas de cuadros de talentosos pintores noveles que atraen a varias personas que incluso pueden comprarlos si así lo desean. Cada mes le toca a alguien nuevo, y por el momento están rotando los de una chica amante de los colores vivos y de las flores. No puedo quejarme, transmiten una energía bastante positiva que me mantiene de buen humor a pesar de todo lo que he vivido recientemente.

A Diana y a Pía les gusta mucho venir y pasábamos horas charlando entre cliente y cliente. Ahora Pía está en medio de una ronda de exámenes, así que rara vez viene. Y bueno, Diana estuvo aquí por última vez el día antes de que le dispararan. Aún se me encoge el corazón al pensar en todo lo que ocurrió. Si me hubiera guiado por mi instinto jamás la hubiera dejado quedarse sola en el puerto. Es un área que ni a mí me gusta visitar. Si hubiera insistido un poco más quizás ella lo hubiese dejado para otro día o me hubiera comprado algo más por mi cumpleaños, que, gracias a eso, se convirtió en el peor que he tenido. Creo que cargaré para siempre con la culpa de lo que le pasó. Estaba ahí por mí, y no pude hacer nada para evitar que la hirieran.

Ella finalmente regresó esta semana a la universidad, y sé que han sido días muy duros, aunque trate de fingir todo el tiempo que no le afecta. El psicólogo dijo que para recuperarse del trauma debía intentar volver a sus rutinas habituales lo más pronto posible. Sin embargo, ahora es el centro de atención de todas las miradas curiosas, y eso hace que se sienta ansiosa e incómoda casi a cada momento. Ojalá pudiera volver el tiempo atrás o hacer algo para que ella no tenga que vivir ni un segundo más ese suplicio.

Otro asunto que no me deja dormir en paz es la posibilidad de que alguno de los mafiosos regrese. Esos malditos criminales merecen podrirse en una celda y, no obstante, están por ahí paseándose libremente como si no hubieran asesinado a cuatro personas y no hubieran puesto en riesgo la vida de una de mis mejores amigas. Aprieto los puños bajo el mostrador al pensar en eso.

Sin embargo, la dulce voz de una chica me hace salir de mis pensamientos. Me volteo a mirarla. Es delgada y bajita. Lleva puesto un vestido amarillo pálido de tirantes que resalta sus cabellos de color rubio oscuro. Sus mechones caen sueltos desde ambos lados de su hermoso rostro casi hasta su cintura. Tiene los ojos grises más vibrantes que he visto en toda mi vida, y sus delicados labios se curvan en una pequeña sonrisa.

Entonces me doy cuenta de que me he quedado embobecido mirándola y que ni siquiera sé qué fue lo que me dijo. Me siento como un tonto y mis mejillas comienzan a arder. Me aclaro la garganta.

-Buenas tardes -le digo y desvío la mirada hacia el bulto de tasas limpias que hay cerca de mis manos-. ¿Deseas tomar algo?

-Hola -me dice y pone la bolsa de compras que lleva en el suelo-. Eh, sí, por eso estoy aquí.

Mi vergüenza aumenta al escucharla. Veo que, además de mirarla más tiempo del necesario y quedarme pasmado, le hice una pregunta estúpida.

-Lo siento -respondo y sonrío con nerviosismo-. Es cierto, eso fue algo tonto. ¿Qué deseas tomar?

-¿Puedes prepararme un capuchino para llevar? -me dice-. Con mucha crema, por favor.

-Claro, enseguida -respondo y comienzo a preparar su café. Sin embargo, sentir su mirada sobre mí hace que me ponga algo torpe. No sé qué diablos me ocurre, usualmente soy capaz de hacer esto hasta con los ojos cerrados.

Cuando finalmente lo tengo listo, se lo paso con mucho cuidado de no verterlo fuera. Ella me pasa el dinero y, sin detenerme a pensar en qué estoy haciendo, se lo regreso.

-Este va por nuestra cuenta -le digo.

Ella abre mucho los ojos y asiente, algo confundida.

-Es decir, nunca les cobramos a los clientes que vienen por primera vez -le aclaro con la regla que me acabo de inventar y que, de ser cierta, llevaría la cafetería a la quiebra-. Eso asegura que regresen.

-Oh -dice y ladea la cabeza-. Tengo entendido que la calidad del café y del servicio es lo que hace que los clientes regresen.

-En ese caso, ¿tú cómo nos evaluarías? -pregunto, sonriendo, y me inclino un poco sobre el mostrador para verla más de cerca.

Ella sopla con mucha delicadeza el café entre sus manos y le da un pequeño sorbo sin dejar de mirarme. Luego sonríe ligeramente y finge pensárselo por un momento.

-Al servicio le doy un diez de diez -me responde-. Al café, por otro lado, solo le doy un ocho.

-¿Solo un ocho? -replico, asombrado. Siempre he tenido una muy buena reputación por la calidad de las bebidas que preparo-. ¿Por qué? Le eché mucha crema como pediste.

Ella vuelve a asentir.

-Así es, pero... -Mira a nuestro alrededor y se acerca mucho más a mí para susurrarme algo, como si fuera un gran secreto-: Olvidaste ponerle azúcar.

La vergüenza me golpea al darme cuenta de que es cierto, no recuerdo haberlo hecho. Estaba tan nervioso que se lo serví sin terminarlo.

-Oh, Dios -me disculpo de inmediato-. Lo siento, ¡te prepararé otro mucho mejor!

Sin embargo, ella niega con la cabeza y suelta una risilla. Dios, ¿cómo puede ser tan hermosa? Parece un pequeño ángel.

-No te preocupes -me tranquiliza con su melodiosa voz-, este está bien para mí. No suelo comer o tomar nada demasiado dulce.

Asiento, aunque no estoy muy convencido del todo. Creo que la he cagado.

-Supongo que después de esto conseguirás una nueva cafetería para frecuentar -bromeo.

-¿Por qué lo haría? -Se encoge de hombros y da un vistazo a los cuadros a nuestro alrededor. Finalmente, sus ojos se posan sobre mí-. Esta me gustó lo suficiente como para regresar.

Intento en vano reprimir una sonrisa al escucharla.

-Me alegra saberlo... -respondo-. Mi nombre es Adrián Roberts, en caso de que quieras quejarte a nuestro jefe por la ausencia de azúcar en tu capuchino.

Sus mejillas se sonrojan un poco.

-Yo soy Carina... -dice y hace una pausa. Quizás solo sea una impresión errónea, pero me parece que se ha puesto un poco ansiosa. Toma un pequeño sorbo del café sin mirarme directamente y luego susurra-: Solo Carina.

-Pues es un gusto tenerte aquí en nuestro humilde local, «Solo Carina» -le digo con una sonrisa y le extiendo la mano. Ella duda un instante, pero termina por tomarla. La suya está calentita por sostener el café.

-También me alegra haberlo encontrado -responde y rompe el contacto. Toma su bolsa del suelo y añade-: Eh... gracias por el café.

-Fue un gusto, espero verte por aquí pronto. Es decir, esperamos.

Carina me da una última sonrisa y comienza a caminar hacia la salida. Me quedo embobecido una vez más mientras la veo alejarse. No soy capaz ni de cerrar la boca. Dios, ¿de dónde salió una chica así y cómo vino a parar aquí? Apenas la he visto unos pocos minutos y su simple presencia ha opacado todo a nuestro alrededor. La idea de volver a verla hace que sonría una vez más.

-Carina... -susurro mientras vuelvo a mi trabajo y comienzo a fregar los trastos sucios antes de que lleguen más clientes. Incluso su nombre me parece perfecto.

                         

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