«-Si no puedes controlarlo, es mejor que no sientas nada»
Las palabras del rey se mantenían frescas en mi memoria a cada segundo de cada día, porque, era lo más inteligente que había dicho en años.
Dos golpes suaves en la puerta me hicieron levantarme perezosamente de la cama porque la perspectiva de la visita del rey y sus dos invitados del sur me apetecía tan poco como atender la lista del menú del día.
Abrí la puerta y me encontré con Dinrya y Katrine, mis doncellas que llevaban sus uniformes grises y que se inclinaban para hacerme una reverencia.
-Sigan.
Me hice a un lado permitiéndoles a ambas hacer su trabajo: Dejarme como la heredera perfecta.
Ambas se pusieron a la labor de dejar mi cama impecable, de prepararme el baño y elegir mi ropa en solo unos minutos. Cosas que yo debería ser capaz de hacer y aun así me negaba a intentar por lo que podía desencadenar.
Tome una ducha rápida y permití que me enfundaran en un vestido azul marino que dejaba mis hombros al descubierto pero cubría mis brazos. El vestido era elegante y marcaba mi torso completamente mientras que la falda caía libre hasta rozar el suelo.
Mire mi reflejo en el espejo mientras Dinrya me maquillaba para ocultar las ojeras bajo mis ojos solo con un par de toques en mi cara. Mire el moño alto y perfecto rodeado por una trenza que me hacía Katrine, vi las pequeñas piedras de zafiro que ponía y quise quitármelas.
Odiaba que el rey quisiera demostrar riqueza en el momento en que el reino estaba tan mal que habíamos tenido que hacer refugios para las víctimas de guerra, apenas si podíamos pagarle a los sirvientes que trabajaban en el palacio.
Deje que me pusiera las pequeñas piedras en el cabello porque sabía que la alternativa era una tiara y si me la ponían lo más seguro es que se la regalará a la primera persona que se me cruzará.
-¿Dónde está Bastian?-pregunté con poca amabilidad.
Era consciente que ninguno de los sirvientes era merecedor de mi mal carácter, pero, eso no evitaba que les hablará mal, más en días como hoy, donde tenía que aguantar la presencia del rey y donde debía fingir ser la hija y heredera modelo.
-En el comedor, Majestad-respondió Katrine que terminaba con mi peinado-. Desayuna con el príncipe Atlas.
Mi pequeño hermano...
Hacía tanto que no veía su rostro que no me sorprendería no reconocerlo. Sé que podía parecer exagerado pero casi habían pasado 6 meses desde la última vez que había estado en la misma habitación que él.
Era mi culpa, en realidad, que pasara tanto tiempo. Verlo era una tortura por lo que me recordaba pero eso no me hacía dejar de quererlo y me gustaba saber que era muy inteligente y perspicaz, que sentía curiosidad por todo y que era amable con todos.
-¿Desea que le preparen un lugar en la mesa, Majestad?-preguntó rápidamente Dinrya.
-Yo no desayuno-les recordé-, así que no hace falta.
-Como guste, Majestad-hablaron de nuevo ambas al tiempo.
Pasados varios minutos terminaron de dejarme como un ser vivo medianamente agradable a la vista y completaron el atuendo poniéndome un collar delicado que tenía una pequeña piedra de zafiro decorado con pequeños diamantes falsos, junto a unos pendientes del mismo estilo que Bastian me había regalado hace ya mucho tiempo.
Salí de la habitación seguida de las doncellas. Cada sirviente que se apresuraba a cumplir con la tarea de dejar el palacio más reluciente de lo que ya estaba para el rey, me miraban de reojo con cierto nerviosismo, pues ellos trabajando aquí diariamente sabían que no salía por voluntad de la habitación y menos luciendo como... se supone que debería verse una princesa.
Todos trataban de dejar todo impecable para el rey pues, a él no le gustaba ver su palacio sucio en ningún rincón y menos cuando venía el rey de otra nación para... aún no tenía idea de porque él había decidido que era buena idea traer al rey de Aphud.
Camine por el palacio de color blanco y dorado, lleno de personas que iba de un lado a otro en completo silencio. Aún recordaba como todo era tan diferente cuando era niña, todo siempre estaba lleno de música y risas, incluso los sirvientes sonreían en cualquier momento.
Pero ahora el palacio estaba sumido en un completo silencio que, inteligentemente, ninguno rompía. A mí me daba igual si querían poner música o invitar a todo el reino a bailar en el palacio, pero al rey sí que le importaba aquello ya que había sido su orden expresa que nada de música volviera a tocarse en el palacio.
Camine hasta el comedor para encontrarlo vacío por lo que no me molesté en entrar. No mentía cuando dije que no desayunaba, de hecho rara vez lo hacía. Si fuera por mí comería muy poco para tratar de matarme de hambre, lentamente, pero Bastian se negaba a ello y me obligaba a tomar el resto de las comidas.
Para ser un hombre de la misma edad que yo, a veces parecía un completo anciano histérico.
Lo único que me alegraba de la llegada del rey, era que venía con Caius. Lo había extrañado muchísimo estos cinco meses que estuvo en los diferentes frentes de batalla, y, me preocupaba muchísimo que se expusiera a tanto.
Pase al salón sola, porque las doncellas se habían ido a cumplir con sus deberes recién llegamos a la primera planta, uno de los guardias en la puerta me hizo una reverencia antes de abrir la puerta del salón.
El inmenso salón tenía una hermosa vista al jardín principal que la verdad me daba igual, podía ver a los sirvientes afuera arreglando los arbustos y flores para que todo quedará perfecto.
-¡Pero yo no quiero!
De inmediato reconocí la voz de mi hermano menor, Atlas.
Me gire hacia donde venía su voz y lo vi sentado en un sillón individual de espaldas a mí. Su cabello rubio estaba en perfectos rizos, podía ver apenas un traje de color rojo oscuro con bordados dorados en el cuello recto.
-Debe leerlos, príncipe Atlas-habló calmadamente el tutor real, Harper-. Le aseguro que no son ni la mitad de malos de lo que cree.
El tutor real, nos había educado a Caius y a mí al mismo tiempo, fue suficiente tiempo para saber que Harper, nunca se daba por vencido, no perdía en ningún caso y tenía una paciencia admirable.
Estaban al otro lado del salón, con el libro de leyendas en la mesa de cristal y un par de libros más que desde donde estaba no reconocí.
-Es que no me gustan los poemas-se quejó mi hermano-, ¡Nunca los entiendo!
-No son poemas, son leyendas-lo corrigió amablemente Harper-. Entenderá la diferencia cuando las lea, príncipe Atlas.
-Son lo mismo-se defendió mi hermano casi ofendido-. Y no las voy a leer.
Atlas, con tan solo seis años, demostraba una determinación impresionante. Parecía dispuesto a discutir las siguientes tres horas de enseñanza sobre porque no quería leer las leyendas y, sabía que Harper estaría esas tres horas con completa calma explicándole a mi hermano porque debería leerlas.
Era esa una de las cosas que más me gustaba de Atlas, aunque no pasará mucho tiempo con él. Mi hermano era respetuoso y muy amable según lo que sabía por Bastian y lo confirmaba las pocas horas que pasaba con él.
Pero no podía verlo sin que me doliera el pecho, porque mi hermano era la viva imagen de mi madre: Cabello rubio y rizado, ojos amarillos como el sol, las mejillas con un eterno sonrojo y un delicado grupo de pecas en toda su cara.
No era justo que alejará a mi hermano solo por eso, pero, saberlo no hacía la tarea más fácil. Quería a mi hermano pero estar a su lado me quemaba el alma.
Había escuchado de Caius que Atlas quería entendernos, entender porque yo lo alejaba constantemente, entender lo que habíamos perdido pero no iba a poder hacerlo sin importar lo que le dijéramos. Atlas no había conocido a mamá y era casi una suerte que no lo hiciera así no tendría que vivir bajo el constante fantasma de ella.
Tuve que tragar con fuerza para alejar las lágrimas.
Hoy debía enfocarme en la visita real del sur, pero, también tenía que pasar al menos un rato con mi hermano.
-Majestad-murmuro sorprendido Harper levantándose rápidamente para hacer una reverencia-. Buen día.
Harper había pasado casi 12 años educando a Caius y a mí en todos los aspectos posibles, fue por eso que una mirada de completa nostalgia se le puso en el rostro. Sabía que nos tenía apreció ya que fue el primero en venir al palacio luego de la muerte de mamá para acompañarnos.
-Buen día, Harper-me esforcé en sonar amable-. ¿Qué tal van las tutorías de Atlas?
Vi a mi hermano, aún de espaldas a mí, tensarse completamente como si lo que estuviera escuchando fuera un fantasma y no quisiera girarse a comprobarlo.
-Perfectamente-sonrió Harper-, es muy despierto y curioso lo que hace la tarea mucho más fácil.
-Supongo que más fácil de lo que fue con mi hermano y conmigo-murmure haciendo que el hombre mayor sonriera con calidez-. ¿Me permitiría un momento con Atlas?
-Claro, Majestad-hizo una reverencia nuevamente a modo de despedida-. Estaré en la puerta.
Con eso, se despidió antes de caminar y cruzar por mi lado para salir por la misma puerta por la que había entrado, aunque había otra puerta de salida mucho más cerca al otro lado.
Respire profundo y me encamine a los dos sofás individuales donde mi hermano estaba completamente tenso mirando a sus rodillas. Me senté en el sofá que había usado antes Harper y vi directamente al rostro de Atlas.
Sus rizos estaban más cortos que la última vez que lo había visto, sus ojos ahora eran rodeados por una línea de color negro que hacía su mirada mucho más intensa y sus mejillas estaban mucho más rojas que de costumbre. Sin embargo, parecía sorprendido casi nervioso por tenerme frente a él.
-Buen día, Atlas-lo salude luego de largos minutos en silencio.
Mi hermano se sonrojo muchísimo más que antes y comenzó a apretar sus manos con fuerza con nerviosismo. Sabía que estaba nervioso por ese gesto, porque yo lo hacía también.
-Bu-Buen día, princesa.
-Atlas, soy tu hermana-le recordé al ver cómo me había llamado-, puedes llamarme por mi nombre.
-Lo... haré-titubeo nervioso.
No me gustaba que fuera incomodo hablar entre ambos, con Caius me resultaba sumamente sencillo hablar de cualquier cosa, pero con Atlas era como caer a ciegas en un pozo negro. No sabía que decir o cómo comportarme y verlo directamente no ayudaba.
-Hoy viene el rey a casa.
-Bastian me informó-susurró Atlas sin verme-, dijo que papá venía con compañía.
-Con el Rey de Aphud-asentí-, ya sabes cómo debes comportarte ¿Verdad?
-Si-Atlas apretó sus dedos con nerviosismo-. El tutor Harper me lo enseño hace unos días.
-Perfecto-asentí de nuevo aunque no me veía-. ¿Cómo te va con él?
Atlas alzó la mirada con lentitud, como si quisiera asegurarse que no iba a desvanecerme en la nada o que no iba a atacarlo. En el momento en que sus ojos me miraron directamente sentí que el pecho se me apretaba.
La extrañaba tanto que verlo a él dolía.
-¿Con el tutor Harper?-preguntó nervioso.
-Sí, con él.
Tome uno de los libros de la mesa para tener la excusa de no verlo, porque no quería irme sin haber pasado un par de minutos más con él.
Era un libro sobre geografía pero no lo deje de nuevo en la mesa, solo comencé a pasar las paginas sin verlas realmente.
-Bien-murmuro Atlas con su mirada sobre mí-, es muy inteligente-susurró con admiración-y siempre tiene algo nuevo que decirme.
-Así es Harper-asentí pasando un dedo sobre el mapa del reino-. ¿Y te gusta lo que te enseña?
-Mucho-vi de reojo que asintió.
-Pero no pareces muy contento de leer las leyendas, ¿Verdad?
Vi de reojo que sus mejillas se cubrían de un nuevo tono rojizo. Quise sonreír por ello, pero hacia mucho que no sonreía para nada y no quería que Atlas viera el patético intento de sonrisa que me saldría de ello.
-Es que... no las entiendo.
-Deberías entonces preguntarle a Harper lo que no entiendas-le recordé pasando el índice por donde quedaba el palacio donde estábamos-, para eso viene todos los días.
-¿Y si tengo preguntas cuando no este él en el palacio?
La pregunta y el tono me descolocaron. Alcé la cabeza y Atlas me miró casi con arrepentimiento, su rostro entero estaba rojo mientras que apretujaba sus dedos con nerviosismo.
-Creo que no te entiendo, Atlas-confesé.
-Si el tutor ya se ha ido y tengo una pregunta respecto a cualquier cosa-titubeo apretando más sus dedos-, ¿Crees que pueda hacértelas a ti?
Seguramente Atlas vio mi sorpresa ante la pregunta porque bajo la mirada avergonzado. Me pareció que escuchaba la voz de Caius en mi oído: «Él cree que no lo quieres. Atlas solo quiere tener una hermana, Dayra»
Pase saliva y cerré el libro entre mis manos con delicadeza.
Atlas merecía una hermana, merecía la relación que tenía con Caius siempre que estaba aquí y yo... tenía que poder dársela, pero a veces era tan... difícil.
-No veo porque no-murmure finalmente dejando el libro en la mesa-, soy tu hermana y estaré siempre para ti. Lo sabes, ¿No?
Atlas alzó la mirada con nerviosismo y duda hacia mí, contuve las ganas de apartar la mirada al ver lo parecidos que eran sus ojos a los de ella. Casi como si ella se los hubiera entregado antes de morir.
-Gracias-murmuró con los ojos cristalizados por las lágrimas.
-No tienes por qué darlas, Atlas.
Atlas me sonrió verdaderamente agradecido y emocionado, el pecho se me apretó y sentí que me clavaba las uñas en las palmas para no tirarme a llorar justo ahora. Un escalofrío caliente me recorrió la columna y tuve que respirar profundo para disipar lo que se me comenzaba a concentrar en las manos.
-¿Quieres que te lea alguna leyenda?-pregunté tomando el libro y apartando la mirada de Atlas-, seguro que puedo hacer que-
Unos pasos me interrumpieron, giré la cabeza a la izquierda y vi a Bastian entrar con una enorme expresión de sorpresa y confusión ante la escena.
Casi siempre era él quien me llevaba a donde estuviera Atlas para pasar al menos una hora con él antes de, según sus palabras, "Entrar de nuevo en mi cueva".
-Bastian-murmuré con seriedad-, ¿Qué pasa?
Vi que sostenía entre sus manos un sobre de color crema y un sello negro que reconocí de inmediato como una carta de Caius. Bastian se dio cuenta de la dirección en que miraba porque trato en vano de esconderla.
-No sabía que estaba en compañía del príncipe Atlas, Majestad-murmuró con nerviosismo-. No fue mi intención interrumpirlos.
-Ya lo hiciste-el rostro de Bastian igualó en color al de mi hermano menor-. ¿Es una carta de Caius?
-Así es-se aclaró la garganta-, pero puede esperar.
-Yo creo que no.
Me levante del sofá y dejé el libro en la mesa, Atlas tenía la cabeza inclinada tratando de ocultar su decepción. No me gustaba verlo triste pero, si la carta de Caius traía información sobre en calidad de que venía el rey de Aphud, necesitaba leerla cuanto antes.
Bastian me dio el sobre sellado y lo abrí tan rápido como pude. La hermosa caligrafía de Caius fue lo primero que vi.
«Hermana:
Sé que, probablemente para cuando llegue la carta la noticia de la visita del Rey de Aphud ya haya llegado a tus oídos.
Nuestro padre no quería que lo supieras sino hasta el último momento, pero, sé que todo saldrá mal si te lanzamos a ciegas a esa reunión. Tienes que poder entender la gravedad de la situación que nos llevó a tomar una medida tan desesperada.
Nuestros frentes están cayendo. Morthem está logrando que nuestros números se reduzcan casi de una manera abismal, quienes no desertan mueren en combate y no equivale ni en una cuarta parte de las pérdidas que generamos. Cuando tratamos de negociar una paz, nos insultaron y aseguraron que no se detendrían hasta que hayan acabado con Khelvan.
Nuestro padre estaba completamente furioso por ello, así que decidió buscar un aliado a quien tampoco le beneficie que un reino tan sádico y cruel tome nuestras tierras. Así que viajamos al sur, a Aphud para reunirnos con el Rey.
Estuvimos negociando con ellos una alianza que ellos estas dispuestos a llevar a cabo.
Hice números, hermana, una alianza con ellos nos ayudaría a igualas los números de Morthem por no decir que los superaríamos al menos lo suficiente para garantizar la subsistencia de los nuestros.
Nuestro padre y el Rey Kalias llegaron a un acuerdo respecto a la alianza: Sellarla con otra. Es por eso que nuestro padre prometió tu mano al heredero del Rey Kalias.
Nuestro padre estaba seguro que, cuando llegará el momento de decírtelo sabrías comprenderlo, pero yo te conozco y sé que eso solo desataría la tormenta de emociones que siempre tienes dentro.
Tú, más que nadie sabes que es nuestro deber hacer sacrificios por nuestro pueblo. Pero yo soy tu hermano, Dayra y sé que no podemos pedirte que hagas nada si no te sientes segura de ello. Recuerda que la decisión es tuya y solo tuya así que piénsalo.
Estaremos llegando para el almuerzo, es cuando espero me des una respuesta. El Rey Kalias sabe que tienes derecho a negarte ya que será tu hijo quien te haga la propuesta en el baile que organizó secretamente nuestro padre para esta noche.
Sea positiva o negativa tu respuesta, sabes que cuentas con mi apoyo.
Te quiere, Caius»
Por un momento creí que era un chiste. Por un momento me permití creer que mi hermano había cambiado su humor malo para hacerme un chiste como este. Por un momento no supe que hacer.
Pero cuando esos primero segundos de desconcierto desaparecieron, me di cuenta que era real. Estaba prometida a alguien que no conocía y que no tenía ninguna relación con mi pueblo.
La cabeza me dio vueltas, las manos me temblaban al igual que el resto del cuerpo. Sentía frío y calor en mis manos mientras que mi corazón se aceleró con tanta fuerza que tuve que cerrar los ojos para tratar de centrarme.
Escuché murmullos a mí alrededor pero no podía ver más que manchas de colores y sentí que caía contra algo tibio. Sin importarme nada más de lo que repetía mi cabeza: "Estoy prometida. Estoy prometida. Estoy...".
El rey no había creído que nosotros fuéramos suficientes para la guerra. No había creído que yo sola fuera suficiente para la guerra que se avecinaba y eso era tan... humillante.
-¡Dayra!
Por un segundo, el zumbido en mis oídos se desvaneció y pude escuchar a Atlas. Pude verlo mirándome con preocupación.
Entonces me di cuenta que Bastian me sostenía y que las manos las tenía completamente calientes. Bajé vista y vi manchas negras en mis palmas y supe que había quemado la carta.
-Lo siento-sentí un nudo en mi garganta-. Lo siento.
-No tiene nada de que disculparse, Majestad.
-La cueva-jadeé con la boca seca-. Una hora, la cueva.
-Muy bien.
Sabía que Bastian me entendería porque me conocía y fue exactamente esa la razón por la que lo había llamado como mi consejero real.
El cuerpo entero me temblaba y me di cuenta que no iba a poder contenerlo durante más tiempo, que iba..., yo estaba a punto...
-Lo siento Atlas-mi hermano se veía borroso de nuevo-. Lo siento mucho, por... favor no le digas. No le digas.
Me aparté de Bastian y cerré los ojos con fuerza. El cuerpo entero me vibraba cuando una brisa helada me rodeó el cuerpo, sentí la garganta completamente seca y para cuando caí al suelo sentí roca dura y cortante en lugar de una alfombra suave.
La garganta me apretaba cuando todo me golpeó con fuerza. Cada órgano en mi cuerpo me dolía y palpitaba, sentí las rocas clavarse en mis palmas y eso no fue suficiente para tranquilizarme.
Sentí que la ira me abrumaba con fuerza, que me hacía querer ir a donde estaba el rey para dejarle caer todo lo que tenía sobre su arrogante cabeza. El corazón me apretó con tanta fuerza que quise sacármelo del pecho.
El dolor en mi cuerpo me obligó a poner con más firmeza mis manos sobre la piedra que me cortaba la piel porque sentir demasiado era un problema para mí. No podía controlar la magia que saliera de mí en este momento porque estaba reprimiéndola constantemente.
No la quería. No quería la magia.
Mucho menos ahora que sentía que me quemaba el cuerpo entero, que se fundía a esa ira que la carta había traído consigo y que ahora no me dejaba.
Mis manos se congelaron de una manera dolorosa pero tan fuerte que las sentía caliente mientras lágrimas de dolor bajaban por mis mejillas. Cada centímetro del cuerpo me dolía, cada musculo y cada órgano se retorcía mientras luchaba por retener la magia, por reprimirla de nuevo.
La garganta se me rasgó cuando sentí que algo más me empujaba al suelo mientras que la rabia en mi interior crecía y se expandía por mi cuerpo hasta salir de mí.
Mientras que todo lo que tenía reprimido por meses salía dolorosamente de mi cuerpo, sentí que las lágrimas bañaban mi rostro al darme cuenta que para el rey nunca había sido yo sola suficiente. Ni siquiera cuando tome el mando del reino por años, mientras mantuve la paz medianamente sostenible con Morthem. Nada sería suficiente para él.
Sentí y escuche mi magia golpear la piedra a mí alrededor, romperla un poco, quebrarla mientras que me retorcía en el suelo.
Antes no había sido así. Hubo un tiempo donde me esforcé por controlarla, por dominarla y aprender de ella pero todo cambió cuando ella partió y cuando él no lo hizo. No quería más magia en mi vida, no quería moverme de un lado a otro solo de un parpadeo, no quería tener cosas que no merecía. No quería nada de este maldito dolor.
Quise poder dejar de pensar en eso, pero era imposible. El rey había prometido mi mano y aun así tenía la previsión de no decirme nada al respecto, y él sabía lo que me causaban las emociones que no podía controlar. Lo sabía y aun así no le importaba.
Porque yo no le importaba en lo más mínimo.
Él no tenía que tomarse tantas libertades y mucho menos para complacer a su estúpido consejo de guerra. Oh, yo sabía que ese "refuerzo a la alianza" la había planteado él porque su maldito consejo no estaba para nada feliz de saber que las decisiones en el futuro iba a tomarlas una mujer solamente, en específico yo.
¿Por qué prometerme a alguien de quien no sé nada?, ¡Ni siquiera conozco su nombre!
El rey definitivamente estaba demente, desquiciado y estúpido si creía que iba a permitir una alianza como esa, costando mi felicidad. ¿No se supone que debía casarme por amor?, hacía siglos no se arreglaban los matrimonios de esta manera, pero claro, el rey eso se lo paso por donde le daba la gana.
«Tú, más que nadie sabes que es nuestro deber hacer sacrificios por nuestro pueblo»
Yo no había pedido estas responsabilidades. Yo no había pedido esta posición.
No quería nada de esto, pero, ¿Qué otra opción tenía?, muchos sufrirían si me negaba y aunque nada me haría más feliz que terminar con esa agonía llamada vida, no podía pedirle a los demás que se sacrificarán por mí.
No era justo. Y aunque lo que me tocaba tampoco era justo, alguien tenía que tomar las decisiones difíciles.
Para cuando abrí los ojos la cueva estaba envuelta en llamas que subían hasta el techo de la cueva. Mi vestido estaba hecho pedazos y es me importó todavía menos cuando un temblor me llevó a contraerme de dolor.
Ahora entendía por qué había elegido específicamente la piedra preciosa de la nación para mi vestimenta de hoy. No era casualidad que hoy me vistieran de azul adornada de zafiros.
Era la envoltura del regalo que le darían al hijo del Rey Kalias.
Esa era una decisión egoísta y en el fondo lo sabía, por eso me molestaba tanto. Si decía que no a la propuesta que haría el príncipe entonces mi pueblo sufriría las consecuencias, Morthem acabaría con nosotros y con cualquier inocente en su camino.
No podía. Estaba harta de tanta muerte.
Miles de personas, por no decir que todas, morirían a manos del rey de Morthem que disfrutaba de matar públicamente a cualquier ciudadano de Khelvan. Sería mi culpa que tal genocidio se llevara a cabo solamente por mi orgullo, miles de mujeres, hombre y niños masacrados.
¿Valía más mi felicidad que la vida?, ¿Podría vivir sabiendo que mi decisión les costaba la vida a las personas que confiaban en mí?
Vi como el fuego a mí alrededor se apagó casi en un segundo, como la piedra quedaba completamente libre de la iluminación del fuego y como el olor a quemado de la tela que me cubría llenaba la inmensa cueva.
No quería casarme, definitivamente era lo último que esperaba hoy. Pero negarme supondría acabar con mi pueblo y todo aquello que había jurado proteger.
Caí de rodillas al suelo y me cubrí la cara con las manos para que las lágrimas que salían de mis ojos volvieran a donde debían.
«Una reina no debe llorar» Fue lo que me dijo en el jardín. «Tú eres una reina y nadie puede ver que eres débil. ¿Quieres comportarte como una bebé?, entonces ve a donde nadie te vea»
Lágrimas de frustración me lavaron la cara y las limpié de inmediato sintiendo que los músculos se me contraían por el movimiento. Cada parte del cuerpo me dolía y sabía que no podía ponerme de pie sola ahora.
Era patética.
Aun así me moví como pude, hasta que las piedras afiladas se me clavaron en la piel desnuda de mis muslos cubiertos patéticamente por lo que quedaba de mi vestido.
Respire profundo como ya había practicado incontables veces y guardé cada emoción en el rincón más profundo de mi ser. No podía permitir que me dominarán de nuevo, aunque hoy ya no quedaba nada que liberar, seguía siendo peligroso.
Mire mis manos bañadas en sangre con pequeños trozos de piedra clavadas en mis palmas y solo las deje caer a mis costados mientras me calmaba del todo.
Pasó un buen tiempo antes de escuchar pasos acercándose a la cueva donde estaba, no me molesté en levantarme porque sabía que era Bastian quien llegaba para ayudarme a sentirme mejor.
No me había equivocado al elegirlo como mi consejero, claro que al rey le molestó que despechará a los ancianos que propuso para el puesto para poner a un campesino. Su molestia fue solo otro adicional para poner a Bastian.
Bastian había dado con el puesto de consejero por error. Su familia vivía cerca de una granja en la que caí sin saber muy bien donde estaba, yo estaba casi desnuda, la piel de mis brazos y piernas quemadas, lloraba como si se me fuera el alma en ello y con tanta fuerza que recordaba que me sentía ahogada.
Bastian me encontró antes que sus padres, esperó pacientemente a que me tranquilizará y me ayudó, me escuchó y no me dijo nada respecto a todo lo que le dije, no me dijo que sentía mi perdida o que me entendía. Solo me permitió ser.
Cuando volví al palacio lo contrate como mi consejero, porque Bastian, era el único que conocía quien era yo en verdad, hasta donde podía llegar si le daba rienda suelta a todo lo que contenía en mi interior. Ni siquiera Caius me había visto así de destruida.
-¡Por todos los ancestros!-jadeó preocupado-, ¿Qué te has hecho?
Bastian dejó una bola de luz sobre nosotros y se arrodilló frente a mí rebuscando de inmediato en la enorme bolsa que traía algo con lo que curarme.
-No exageres-murmure al ver como temblaba-. Me has visto peor.
-Hoy tenemos la presencia del rey de Aphud, Majestad, no pueden verla así.
Comenzó a limpiar las heridas en mis rodillas para asegurarse de que había extraído todas las piedras de mi piel antes de comenzar a cubrirme la piel con cremas y aceites que me dejarían como si nada hubiera pasado en pocos minutos.
-El rey y el príncipe de Aphud-corregí-. ¿Lo sabías?
-¿Saber qué, Majestad?
Bastian estaba concentrado en la curación de mis rodillas, pero, no ocultó su nerviosismo frente a la pregunta. Leyó la carta luego de que se presentará ante mí, eso era obvio además de que era el protocolo.
-Que el rey me prometió al príncipe de Aphud- Bastian me miró precavido-. Eres mi consejero, Bastian, si alguien puede leer mis cartas eres tú.
-Solo quería asegurarme que si se trataba de una carta real del príncipe Caius-admitió bajito-. ¿Va a aceptar el compromiso?
-No tengo otra opción, ¿O sí?-murmuré estirando mis manos que me ardían, Bastian las tomó con preocupación para repetir el proceso que había hecho en mis rodillas-. Si no aceptó el matrimonio con el príncipe, entonces habré condenado a todos en Khelvan a la muerte.
-Siempre hay más opciones, Majestad.
Sabía que me mentía. Él también sabía que no tenía de otra pero quería apoyarme, como siempre.
-No en esta situación, Bastian, lo sabes.
Él no dijo nada pero si apretó los labios con cierta frustración respecto a tener que obligarme a aceptar, que era, lo que seguramente le había pedido el rey hacer.
Suspiré en cuanto Bastian terminó su trabajo y me tendió la bolsa para que fuera al interior de la cueva donde había lo que se podía llamar "un milagro". Era un pequeño poso de agua que por alguna razón llegaba a la cueva y salía por un pequeño agujero.
Entre en el agua helada y me lavé el cuerpo tan rápido como pude. Sabía que no tardaba en llegar el carruaje que habría pedido Bastian, pues tenía cosas que entender antes que la llegada del rey y mi futuro esposo.
Cada musculo de mi cuerpo se relajó un poco bajo el agua helada, me limpié el sudor y las marcas de quemaduras que se desprendían de mi como una capa de piel. La piel se me regeneraba a un paso acelerado sin importar lo fuerte que cortará o la intensidad de las quemaduras.
Me sequé el cuerpo y saque de la bolsa un vestido exactamente igual al que llevaba hace una hora, cosa que no me sorprendía. El cuerpo me temblaba y estar de pie me dolía, pero no era algo que no hubiera aprendido a soportar.
Volví a donde me esperaba Bastian que tenía una mirada preocupada sobre mí.
-¿Cómo te sientes?-preguntó preocupado.
-Cansada-confesé-. Pero al menos, el rey no deberá preocuparse de que dañe el baile de una explosión en el momento en que el príncipe se arrodille a pedir mi mano.
Bastian me ayudó a arreglar mi cabello y que quedará en perfecto estado antes de que saliéramos de la cueva. Un carruaje carmesí esperaba por nosotros y me subí luego de ordenarle al conductor llevarnos al centro médico.
-Llegaremos tarde, Majestad-susurró Bastian.
-No me importa-sinceré mirando la ventana-, ya tenía una agenda para el día y así como al rey no le importa mi opinión a mí me importa poco la de él.
Bastian no cambió su mueca de preocupación durante todo el camino.
El centro médico siempre estaba lleno de soldados heridos levemente o de gravedad. La mayoría debatiéndose entre la vida y la muerte mientras que los pocos sanadores que existían hacían su trabajo en los campamentos médicos de los frentes de batalla.
Al entrar en el centro médico se respiraba la muerte sobre cada soldado sobre las camas que al verme se sorprendía y se apresuraba a inclinar la cabeza en señal de respeto.
Pasaba varias horas del día en este lugar, ayudando en lo que podía y los médicos del centro no me dejaban hacer mucho ya que decían que mi sola presencia ya hacía demasiado. Hablaba siempre con un par de soldados y luego recogía la lista de fallecidos del centro médico porque era mi trabajo ir directamente a las familias que habían perdido a alguien para compensarlo de alguna manera.
Durante las dos horas que ayude a vigilar algunos heridos y a cubrir heridas Bastian no dejo de repetirme que era momento de partir cosa que ignoré profundamente. Al terminar Bastian casi me llevó arrastrada al carruaje que iba a toda velocidad al palacio.
-El rey ha llegado al palacio hace 30 minutos-me informó Bastian con preocupación.
-Información vital para mi vida-ironicé.
-Majestad, el tema que tratarán en el almuerzo es serio, debe tomarlo como tal.
-Lo hago-bufé mientras me cruzaba de brazos-. Pero tengo otras responsabilidades que cumplir, Bastian, sentarme a complacer al rey te aseguro que no es una de esas.
Nadie dijo nada el resto del camino. En cuanto el carruaje se detuvo, Bastian se bajó con rapidez y yo puse los ojos en blanco antes de imitarlo.
-Están en el comedor real-informó.
Bastian caminaba como si la vida se le fuera en eso y yo la verdad caminaba tan lento como podía, no me hacía ilusión ir a ver a ninguno en esa habitación en particular.
Los guardias en la puerta de entrada al comedor me hicieron una reverencia al momento en que cruce las puertas y entonces la mirada de cinco hombres cayó sobre mí.
-Lamento la tardanza, Mi señor-susurró Bastian bajo la mirada del rey que casi lo estaba asesinando-. La princesa estaba atendiendo su agenda.
Mire a mi hermano, Caius que portaba su uniforme de batalla plateado brillante. Odiaba ese uniforme con toda mi alma pero odie todavía más la mirada que me dedicó.
-Eran asuntos inaplazables-intervine interrumpiendo la mirada que el rey le daba a mi consejero-, pero ya estoy aquí. Bastian puedes retirarte.
Bastian me miró agradecido e hizo una reverencia en general antes de marcharse, dejándome a mí nuevamente como el centro de atención.
El peso de esas miradas me hizo sentir mareada, la cabeza me dolió pero me mantuve impasible. Necesitaba sentarme con urgencia.
-Disculpará la intromisión, princesa Dayra-habló elegantemente el Rey Kalias-, ¿Pero dónde se encontraba?
-Estaba en el centro médico de la ciudad visitando a los heridos de guerra cuando se me informó de su llegada-mire directamente al rey de Khelvan al decir lo siguiente:-. De otra manera hubiera estado en el palacio a la hora de su llegada.
-Un trabajo muy loable el que realiza mi querida hija en la ciudad-susurró con falso orgullo el rey.
Mire al Rey Kalias dado que no sabía absolutamente nada de él. Su cabello era negro que adornaba con una corona de plata adornada con diamantes negros, sus ojos eran castaños pero de alguna forma parecían amables y era increíblemente alto.
-Lo es-asintió el Rey Kalias-, imagino que todas las camas están llenas.
-En una guerra como la que enfrentamos, sería extraño que no.
Mi tono logro que el rey se tensará con fuerza y me mirará como si fuera la persona que más odiaba en el mundo. No era mi intención ser grosera con el Rey Kalias, pero era algo que simplemente no iba a evitar.
-No pretendía ofenderla, princesa.
-Mi intención tampoco era esa, Rey Kalias-sinceré inclinando la cabeza a modo de saludo-. Es solo que vivimos en tiempos demasiado tensos.
El Rey Kalias asintió y todos pasaron a la mesa por petición del rey. Por desgracia me tocó sentarme al lado de mi hermano Caius y frente al hijo del Rey Kalias que nos miraba a todos como si nos estuviera analizando.
Caius rozó ligeramente su rodilla con la mía obligándome a mirarlo, sus ojos azules estaban fijos en los míos con algo de preocupación y molestia.
-¿Estabas en la cueva de la viuda?
El susurró fue tan bajo que apenas si pude escucharlo, mire hacia el príncipe sentado frente a nosotros que miraba a su padre buscando algo, ignorando nuestra conversación.
-¿Crees que este es el mejor momento para discutirlo?-susurré de vuelta.
-Estas muy pálida Dayra-susurró Caius sobre mi hombro-, padre no tardará en darse cuenta que algo te pasa.
-El rey no se daría cuenta de nada ni aunque se lo gritará-susurré con firmeza-, no sé porque todavía después de lo que ha hecho crees que le importó lo suficiente para notarlo.
Caius tomó la buena decisión de no insistir más, pero, sabía que no iba a dejar pasar el tema. Caius sabía tanto como yo lo peligroso que era reprimir la magia tanto tiempo y luego soltarla de esa manera.
Los sirvientes llegaron para dejarnos la comida que, era el plato especial de Khelvar, para impresionar a los invitados claro. Y aunque quise mirar la cara de los invitados antes la... peculiar especialidad mi mirada fue irremediablemente a la mujer que le dejó el plato a Caius.
Golpeé la pierna de mi hermano logrando que este apartará la vista y me mirará casi con una mueca.
-Princesa Dayra-habló amablemente el Rey Kalias-, me parece que no hemos tenido la oportunidad de hablar correctamente.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo entero mientras me obligaba a girar la cabeza para ver esos ojos castaños en la otra punta de la mesa.
-Supongo que fue debido a mi tardanza-murmuré tomando el tenedor-, cosa que lamento profundamente.
-Eso ya no importa Princesa-aseguró amablemente-. Mejor dígame, ¿En qué le gusta invertir su tiempo?
-¿Mi tiempo?-pregunté confundida a lo que el Rey Kalias asintió-. En la situación actual solo invierto mi tiempo en mi pueblo y el cuidado de los heridos en batalla-puntualice.
-Una tares verdaderamente admirable, si me permite decirlo-las palabras del Rey Kalias seguro lograron que la sonrisa del rey de Khelvar se ampliará-, pero debe haber algo más que le guste.
-¿Además de prepararme con mucho esfuerzo en el manejo de mi reino?-puntualicencon ironía sintiendo la mirada del rey de Khelvar en mi cabeza-, creo que no.
-Así que se dedica en cuerpo y alma a su nación.
No era una pregunta pero aun así asentí. No había sido algo que yo hubiera elegido, no era definitivamente algo en lo que me gustaba pasar el tiempo pero el rey de Khelvar no me había dejado más opciones.
Una punzada de dolor me atravesó la cabeza y quise poder levantarme de la mesa al sentir como empeoraba en el momento en que el Rey Kalias continuaba. Aun así me obligue a mostrarme tranquila.
-Entonces supongo que eso significa que no tiene ningún pretendiente.
Casi me reí al ver la forma tan sutil en la que quería dirigir la conversación hasta asegurarse que sería entregada en cuerpo, alma y pureza a su hijo.
A pesar de eso me mantuve sería, casi mirando al rey Kalias con desinterés.
-Con la situación política de la nación le aseguro que nadie está buscando un pretendiente-casi bufé pero Caius rozó mi pierna a modo de advertencia-, toda la atención está puesta únicamente en los frentes de batalla.
-Uno creería que-habló de una manera elegante y tranquila-con la situación actual lo mejor sería buscar la manera de equilibrar las cargas en sus hombros.
-Aún no conozco a una persona que tenga los mismos intereses que yo en ese ámbito, Rey Kalias-aseguré quizás de una manera brusca que me consiguió un golpe suave de la rodilla de Caius en mi pierna-, digo, nadie quiere ponerse al frente cuanto es al primer lugar al que parará la culpa si algo sale mal.
-O la gloria si todo va de maravilla-interrumpió el rey de Khelvar-. Mi hija prefiere concentrarse en su pueblo antes que en su corazón, siempre ha sido así.
Quise lanzarle el plato a su real cara pero me limite a pinchar un trozo de la carne con el tenedor antes de hablar.
-Tiene usted toda la razón, Majestad.
Durante el resto de la comida nadie dijo nada especialmente relevante. Los reyes hablaron sobre el comercio, el príncipe de Aphud no dijo nada en especial y mis hermanos susurraban entre ellos cosas que no me molesté en escuchar.
Lo único en lo que podía pensar era en las punzadas de dolor de mi cabeza y pecho que querían doblarme, en los escalofríos que me recorrían el cuerpo y las ganas de vomitar lo poco que había comido que estaban por sacarme corriendo.
Pero no podía levantarme hasta que el rey dijera que demonios haríamos todos luego de levantarnos. Sentí que una punzada en mi pecho me llevaba hacia adelante cuando el rey por fin abrió su boca.
-Dayra querida-susurró con falso cariño-, ¿Podrías llevar a Atlas a donde el tutor?, ya ha perdido mucho tiempo. Luego vuelve para darles un recorrido por el palacio a nuestros invitados, además de enseñarle sus habitaciones.
Saber que se iban a quedar amenazó con obligarme a tomar el tenedor y clavárselo en la mano, más al ver la sonrisa hipócrita que ese rostro me dedicaba.
-Será un placer, Majestad-siseé.
Atlas se levantó elegantemente y ofreció una despedida formal que en otra situación hubiera enorgullecido. Ahora sólo podía pensar en los escalofríos que me tensaban el cuerpo, que me quemaban y que iban a llevarme al suelo.
Camine sujetándome de la pared para no tambalearme, Atlas no lo notó porque iba mirando el suelo, pero Bastian si lo hizo, en el momento en que lo encontré en uno de los pasillo.
-Príncipe Atlas-habló Bastian con amabilidad-, ¿Le importaría permitirme un momento a solas con su hermana?
Atlas no me miró cuando asintió y se alejó rápidamente por el pasillo. En cuando vi esos ojos tan familiares llenos de preocupación otro escalofrío me mandó directamente a sus brazos.
Mi corazón estaba acelerado, mi pecho me dolía y la punzada en mi cabeza empeoró cuando escuché su voz cargada de preocupación.
-¿Pasa algo, Majestad?
-Lo necesito Bastian-supliqué patéticamente-. Lo necesito ahora.
Bastian no tardó en entender a qué me refería y, sosteniéndome en sus brazos me llevó a la primera habitación que encontró vacía.
Mientras Bastian aseguraba la puerta y la sellaba para que ninguna persona del exterior escuchará lo que pasaría dentro, yo me quite con esfuerzo el pesado vestido y me dejé caer en la cama.
Lo escuché acercarse lentamente en mi dirección y cuando estuvo sentado a mi lado sus manos fueron directamente a mi espalda. Su tacto me arrancó un jadeo.
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Nota de autora: Cosas intensas pasaron en este capítulo, ¿Verdad?
Cuéntenme que creen que estaban haciendo Dayra y Bastian.