-¡No es mi culpa que cada idea sea peor que la anterior!-se defendió-, miren el maldito mapa. Van acabar con todo el regimiento de Bajhassa si los enviamos solos.
No debía estar teniendo este tipo de reuniones, de hecho, debería estar hablando con los generales y el General Mayor del ejército, claro, si ese no hubiera sido asesinado esta misma mañana.
Las once ciudades enviaron a sus coroneles para la reunión de emergencia mientras los generales se encargaban de reunir a sus hombres en caso de lo que se decidiera en esta reunión. Llevaban 15 minutos tratando de decidirse y en este momento lamente que los hubieran enviado a ellos.
Lo peor no era tener que decidir yo que hacer. Lo peor es que estaba literalmente sola tomando la maldita decisión.
El Rey Deizon y Caius partieron en cuanto se dio la noticia para hacer algo que no alcance a entender, seguramente, algo estúpido que mataría a muchas personas, el Rey Kalias partió a sus tierras para organizar la división de su ejército y armamento para traerlo tan pronto como fuera posible y yo, junto con el irritante Príncipe Ascian, tuvimos que quedarnos a esperar a la reunión de emergencia.
En una situación como esta no debería ser tan difícil decidir qué hacer, ¿Verdad?, solo tomábamos otro puñado de soldados y los llevábamos al borde de Xyrthen donde estaba armándose y destruyendo parte del ejército de Morthem.
Pero no era ni la mitad de fácil. Los soldados en los tres frentes de batalla estaban cansados, no tenían la energía suficiente para usar magia así que solo teníamos guerreros cuerpo a cuerpo, nuestros números estaban casi en rojo en las demás ciudades y las demás fronteras con las demás naciones estaban desprotegidas.
-Salyas tiene razón-murmuro otro Coronel-, en unas pocas horas terminaron con la vida de más de siete mil hombres, ¿Crees que solo dos mil los detendrán?
Entonces volvieron a escucharse las quejas de un lado, las respuestas del otro, las quejas de otros, las otras opciones. La cabeza estaba por explotarme y me di cuenta entonces, que, aunque los coroneles aquí presentes tenían el completo respaldo de sus Generales nunca habían estado en una reunión como esta.
-Quiero la atención de todos.
No necesite alzar la voz con fuerza para que los once coroneles se giraran en mi dirección y se callarán.
Miré sobre mi hombro al Prínicpe Ascian, que estaba sentado a mi lado porque así lo había dispuesto Bastian. Él me devolvió la mirada y aunque algo en él parecía diferente, su mirada tenía aún esa mirada divertida que lo había caracterizado hasta el momento.
-¿Cuánto tardará el Rey Kalias en movilizar a sus tropas?
-Un par de horas-respondió con firmeza, mirando a toda la mesa al responder-, deben estar en camino.
-No tenemos un par de horas-espeté de mala gana girándome de nuevo a los coroneles-. Quiero que me pongan mucho cuidado porque no lo voy a repetir, ni lo voy a someter a discusión.
No podía pensar siquiera en esperar las tropas de Aphud porque en ese tiempo el ejército de Morthem podría aumentar sus números y entonces tomarían más territorio de Khelvar. La única opción era hacerlos retroceder y, para eso tendría que desproteger totalmente a varias ciudades, repartir los regimientos de las otras y tratar de crear una maldita estrategia que nos ayudara.
-Quiero que el Coronel Salyas y Hendry-pertenecían a los regimientos de los frentes-se devuelvan a sus regimientos y le informen a sus respectivos generales que quiero a 1.500 hombres listos para partir al límite del valle de Xyrthen.
Descuidar los dos frentes, incluso quitarles a 500 soldados era muy arriesgado, pero, necesitaba comenzar a recuperar terreno ya que el rey había hecho lo que mejor se le daba en las situaciones como estas: desaparecer.
-Coronel Peters, Sanders y Theerhan quiero que reúnan a cada hombre del regimiento y los lleven a Bajhassa de inmediato, desde allí partirán con el regimiento de la ciudad a-
-Majestad, no podemos dejar a Abyha sin protección-habló con firmeza el Coronel Sanders-. Podrían asaltar el palacio, las reservas o incluso-
Si había algo que odiara sobre todas las cosas, era que me interrumpieran. ¿Quién demonios se creía para interrumpirme?, estaba tratando de finalizar su maldita conversación sin propósito y a mí también quería interrumpirme. Qué valor el del Coronel este.
-¿Le gusta su cabeza, Coronel Sanders?-lo miré fijamente y todos en la sala se tensaron-, le sugiero que no vuelva a interrumpirme si quiere conservarla.
-Lo lamento mucho, Majestad.
Su voz temblorosa solo me irritó todavía más. Era un Coronel, debía saber reconocer sus errores pero no como un niño al que su padre pilló por sorpresa robándole dinero.
Pero tenía razón. Lo único que teníamos ahora era las reservas de armamento y dinero del palacio y de la ciudad, no podía simplemente dejar que alguien con malas intenciones aprovechará el momento para asaltar al reino.
-La guardia real y de protección se quedaran en su lugar-espeté siguiendo el consejo del Coronel-. A los demás los quiero en Bajhassa cuanto antes. Al Coronel Yerfson lo quiero fuera de inmediato ayudando a reunir todas las fuerzas Bajhassa para esperar la llegada de los demás y partir al valle de Xyrthen.
Me puse de pie y señalé el mapa grabado sobre la mesa.
Era una mapa que se modificaba a si mismo cada tanto, un mapa tan antiguo como el reino mismo. Lo habían creado los primeros reyes, cuando Khlevar estaba dividido en cortes, claro que en ese momento no se autoproclaman reyes. El mapa estaba hecho completamente de madera, pero, estaba encantado también.
Este mapa les permitía a los miembros de la familia real del momento, y solo a ellos, ver quienes entraban a sus tierras que no hubieran sido invitados. Era por eso que podía ver un montón de trozos de madera negros en el valle de Xyrthen.
El valle era un grupo de montañas y pequeños cráteres que habían quedado en el territorio residuo de la Gran Guerra. Era ideal para esconderse dado la cantidad de bosques y pequeñas cuevas, para montar emboscadas; pero también lo era para atacar.
-Estamos contando con que Morthem no tenga pleno conocimiento del valle donde están justo ahora. Es de suponer que están acabando con cualquier persona que los vea y pueda informarnos de qué manera se están agrupando-pensar en eso me apretó el pecho-, así que quiero que, como tarea personal, busquen en su ciudad a los Mortificadores de inmediato, eso nos dará una pequeña ventaja en caso de ser necesaria.
-¿Cómo piensa proceder, Majestad?
El Coronel Hendry me miró como si planeará algo, antes de volver la vista al mapa. Seguro estaba llegando a la misma conclusión que yo, pero, no íbamos a discutir esto aquí y ahora cuándo podían llevar la idea a sus generales y replantear la idea.
-Eso lo sabrán cuando estén todos reunidos en un puesto de batalla en Xyrthen. Ahora, a los que ya les asigne tareas los quiero fuera ahora.
No podíamos perder tiempo. Cada segundo era una vida perdida, familias enteras destrozadas, niños en peligro.
No podía permitir esto, no hoy.
Seis de los once iniciales se retiraron de la sala rápidamente, miré a los cinco que quedaban y me di vuelta para ver a Bastian que estaba contra la puerta mirando todo muy preocupado, como siempre.
-Ustedes tienen la misión de reunir la mitad de sus regimientos para enviarlos a Edgly y Kylhen de inmediato-espeté-, dejar un frente desprotegido no es una culpa con la que ninguno de nosotros quiera cargar. Preparen puestos médicos de emergencia también, los heridos del enfrentamiento que viene serán suficientes para llenar una ciudad entera.
-De inmediato Majestad.
No necesité girarme para comprobar que los coroneles se estaban retirando apresuradamente. Ninguno iba a contradecirme por ahora, él único que podría hacerlo estaba lejos haciendo los ancestros sabrán que cosa.
-Bastian-atraje de inmediato la mirada de esos ojos preocupados-, ve de inmediato a la montaña blanca. Quiero un destacamento en el palacio para mi regreso.
Bastian no necesitaba saber más detalles, pues, en los casi tres años que llevaba a mi lado, Bastian se había hecho con muchos de mis secretos.
-De inmediato Majestad.
-Y envía un mensaje a los Portadores-murmuré jugando con el vaso entre mis manos para esconder el temblor que llevaba tiempo sacudiendo el agua-, los quiero en Edgly, Klyhen y Ghorn ahora mismo para movilizar a los ejércitos de inmediato.
-No creo que estén dispuestos a ayudar, Majestad.
Respire profundo porque eso ya lo sabía. Edmund, el líder de los Portadores no le debía nada a la corona, no le debía nada a la familia real y definitivamente no le debía nada al rey. Pero yo no era ninguno de ellos y estaba segura de que él, era tan consciente como las otras comunidades importantes del reino, que no era bueno estar del lado malo de mi lista.
-Ya sé-espeté y miré a Bastian que de inmediato perdió colores-, pero confió en ti para hacerles llegar el mensaje de mis intenciones de amistad.
-S-Si, Majestad.
Negué divertida ante la actitud de Bastian que solo asintió de nuevo antes de salir de la habitación.
Respire profundo cuando otra punzada de dolor me llevó a erguirme todavía más para calmar el dolor en mis huesos. No podía ni siquiera pensar en el dolor que me supondría solamente salir al maldito carruaje para moverme hasta el valle de Xyrthen, pero, no podía quedarme en la cama a compadecerme a mí misma cuándo alguien más me necesitaba.
-¿Qué son los Portadores?
Por un momento había olvidado que él estaba detrás de mí. Solté todo el aíre que tenían mis pulmones antes de girarme en su dirección para aprovechar y dejar el vaso en la mesa.
-Uno de los tantos destacamentos establecidos en el reino. Son personas que se especializan y viven de su magia toda la vida.
-¿Como todas las personas de Khelvar?
Entrecerré los ojos al darme cuenta del ligero tono divertido con el que pronunció las palabras. Claro, seguramente para él, todos en Khelvar no tenían nada más que hacer que estar haciendo temblar la tierra, manipulando personas o alterando el agua.
-Le aseguro, Príncipe Ascian, que si en algún momento se me antoja escuchar como encasillan a mi pueblo-espeté de mala gana-, será el primero al que iré a a buscar.
Me giré porque no iba a quedarme a verlo burlarse de mí y de mi pueblo solamente por eso. Además, debía moverme justo ahora para llegar a tiempo, estaba segura de que Edmund no tendría la gentileza de enviar un Portador para llevarme hasta el puesto de batalla que debían estar formando cerca al valle de Xyrthen.
Afuera, el cielo estaba nublado y la lluvia, no sabía que tanto nos beneficiaría en lo que se viene. Respiré profundo el aire tranquilo que aún se respiraba antes de acercarme a un carruaje negro brillante que estaba en el lugar donde debía de estar el mío. El cochero al verme realizó una corta reverencia.
-¿A quién pertenece este carruaje?
Lo último que me haría falta era tener que esperar a que prepararan el mío cuando todos en el palacio sabían la situación que Khelvar estaba viviendo en este momento.
-Al Príncipe Ascian, futuro soberano de las tierras oscuras.
Las palabras del hombre pronunciadas con tanta devoción me dijo tres cosas: la primera es que el Príncipe Ascian debía tener su ego por los cielos si cada que alguien decía su nombre de esa manera, la segunda es que definitivamente me sentía feliz de no tener un nombre tan condenadamente largo; la última y más importante, aquel hombre era servidos de Aphud, no de Khelvar.
¿Tan poco confiaban en nuestro reino para no fiarse de un cochero del palacio?
-Imagino, querida-su voz solo empeoró mi dolor de cabeza-, que vas a darme el placer de tu compañía durante el viaje.
Lo único que me hacía falta era que el Príncipe Ascian quisiera ir también al puesto de batalla, como si no fuera suficiente con haber tenido su presencia toda la mañana.
Miré los alrededores en busca de un sirviente, pero nadie estaba cerca. Maldita sea, cuando volviera me encargaría de poner un maldito guardia cada maldito metro cuadrado. Bastian no estaba para ordenar mi carruaje y seguro perdería mucho tiempo esperándolo.
-No me queda de otra-espeté de mala gana-. Lamento informarle que es la última de mis opciones, Príncipe Ascian.
Lejos de molestarse solo se rió por lo bajo y movió su cabeza en dirección al cochero que de inmediato abrió la puerta del carruaje para mí.
Tomé la ligera tela del vestido rojo que llevaba ese día. Definitivamente me sentía a gusto con mis doncellas que ya conocían exactamente que vestidos me gustaba y cuales quemaría luego de usar.
El interior del carruaje al igual que el exterior era completamente negro, mi vestido parecía brillar más a pesar de ser oscuro. Me senté y miré por la ventana mientras alisaba la tela que cubría mis piernas.
No me gustaba ir a los campos de batalla, no me gustaba la perspectiva de la muerte, la sangre y el dolor, la agonía de los sobrevivientes era algo que disfrutaba todavía menos. Odiaba a Morthem, pero no a su pueblo, a pesar de que apoyaran a la corona sanguinaria que los dirigía.
Los problemas entre la monarquía deberían resolverse con muerte entre ellos, no con un pueblo inocente.
No lo vi subirse, solo lo sentía por el ligero movimiento del carruaje y el olor que llenó el pequeño espacio. Mantuve la vista en la ventana cuándo este por fin comenzó a moverse con rapidez.
-¿Si sabe su cochero a dónde ir?
No lo miré porque lo último que me faltaba era tener que corregir la dirección cuando nos perdiéramos.
-Lo sabe, si-murmuró con confianza-. Mi personal está capacitado por llevarnos a cualquier lugar de Khelvar.
-Un alivio, entonces.
Nuevamente nadie dijo nada y, se sintió extraño. No había pasado con el Príncipe más de unos pocos minutos, apenas terminaba de hablar lo que fuera que tenía que hablar con él, desaparecía.
Miré en su dirección, él tenía la mirada fija en el cristal de la puerta, tenía el ceño ligeramente fruncido. Con la posición que tenía su cabeza me di cuenta que, sobre la chaqueta de cuero negra que llevaba, en su cuello había una marca morada.
-Supongo entonces que ha disfrutado del regalo de compromiso.
Bastian me informó en la mañana, antes de decirme lo que había pasado en el segundo frente, que las chicas se habían marchado del palacio bien entrada la madrugada.
Sus ojos dorados se volvieron a mí, con el ceño todavía fruncido, mientras me repaso descaradamente con la mirada antes de asentir.
-Hubiera sido muy descortés rechazar su obsequio-murmuró antes de sacar algo de su bolsillo-. Aunque ha dicho que no quiere nada, me tomé la molestia de conseguir un obsequio para usted también.
-No lo quiero.
Lo último que me faltaba era que hubiera tenido el mismo detalle conmigo. Ya le había dicho anoche que no quería nada por nuestro desastroso compromiso, además, no había nada que celebrar.
-Es descortés rechazar un obsequio sin siquiera verlo, princesa.
Solté un bufido al verlo abrir otra caja de terciopelo negra, solo que, ahora era más alargada que la primera en la que venía el odioso anillo que ahora se me obligaba a llevar.
Cuando la tapa descubrió lo que había dentro, no pude evitar sentir sorpresa. Era una manilla trenzada con una tira de plata y otra de oro. No era especialmente lujosa, de hecho se veía sencilla.
-No le he visto usar una manilla desde que he llegado.
No las usaba, nunca me habían gustado, de hecho, me parecían en exceso incomodas. Tomé la manilla solo para examinarla, él me miraba fijamente con media sonrisa por el movimiento que había hecho.
La manilla no era del todo redonda, es decir que no entraba a presión, tenía broche, parecía que me quedaría perfecta.
-No me gustan.
Miré el, muy a mi pesar, bonito accesorio antes de volver a dejarlo en la caja que él todavía sostenía.
-Aprecio el gesto, pero no-
Las palabras se me atoraron en la garganta cuando de una manera bastante más elegante de la que parecía, tomó mi muñeca derecha y con suavidad abrochó la manilla a mi piel.
-No puede rechazarlo, princesa, así como yo no he rechazado su obsequio.
Miré sus ojos dorados que brillaban con diversión y luego, volví la vista todavía incrédula a mi mano, donde reposaba la manilla y que todavía era sujeta por el Príncipe Ascian.
La plata y el oro brillaron contrastando sutilmente con mi piel, de hecho se veía mucho más delicada ahora que la traía puesta.
-Espero que no se le haga costumbre tocarme sin mi permiso-alejé mi mano de las suyas-. No se si no le enseñaron, Príncipe Ascian, que no debería tocar a nadie que no desee ese contacto.
La manga rojiza con bordados dorados a juego con los que había bajo mi busto, ocultaron el obsequio que me encargaría de guardar en mi joyero hasta el último de mis días en cuanto volviera al palacio.
Lo cierto era, que por desgracia, el Príncipe tenía razón. Era descortés rechazar un regalo que, aunque no había pedido, era entre todo aceptable así que, aunque no lo usaría, no podría deshacerme de él.
Nuevamente el Príncipe no dijo nada, pero soltó una risa baja cargada de diversión que ignoré profundamente volviendo la vista al camino que se movía rápidamente.
En menos de una hora estuvimos en el puesto de batalla organizado rápidamente mientras veía a hombres con sus respectivas armaduras y armas ir de un lado a otro mientras que sus oficiales al mando ordenaban que hacer.
Al momento de bajar un grupo de casi 20 hombres nos rodearon al Príncipe y a mí, esté parecía tan confuso como yo por la sobreprotección cuando estábamos rodeados de un montón de soldados.
Los soldados de nuestra, extraña, guardia nos escoltaron a una carpa café que se movía conforme el viento la soplaba. En el interior estaban seis generales que al vernos hicieron una reverencia, Caius que me miró sorprendido de que estuviera aquí y el rey que casi se lanzó sobre mí.
-¿Por qué vienes a ponerte en peligro?-sus palabras no ocultaron la molestia, que, en general sentía por mí-, ¡¿No ves lo irresponsable que eres justo ahora?!
-¿Tiene usted un plan, Majestad?-pregunté con calma acercándome a la mesa donde el rey estaba completamente tenso-, porque yo sí. Supongo que los coroneles les han informado mis decisiones.
Los generales no se vieron antes de asentir casi al mismo tiempo, miré en la mesa donde había un enorme pergamino con el mapa de Xyrthen, este era solo papel y tinta, donde había un montón de líneas recién dibujadas sobre el papel.
-Una decisiones que no apruebo-espetó el rey entrecerrando los ojos en mi dirección, no lo miré de vuelta-, ¿Qué pretendes hacer con ellos?
Sabía a quienes se refería así que lo ignoré deliberadamente alzando mi mirada a los generales que miraban al rey y a mí casi con tensión, como si estuvieran esperando el momento en que algo estallará entre ambos.
-¿Han llegado ya los Mortificadores?
-Así es, Majestad-respondió el General Spencer, de Bajhassa-. Solo cinco de ellos.
-¿Quién se ha negado?
-El Mortificador de Ghorn-informó el General Terrence, de la misma ciudad nombrada-, ha fallecido.
-Una completa desgracia-pero no había tiempo para hipocresías-, ¿Su sucesor no ha aceptado venir?
-Afirmó que no estaba listo.
Claro, eso iba a comprobarlo más a delante, cuando la situación en esta parte de Khelvar terminará.
-¿Para qué has llamado a los Mortificadores y Portadores?
El tono del rey fue más firme y contundente, para que no pudiera ignorar de nuevo su pregunta. Alcé la mirada hasta encontrarme con esos ojos azules en los que ya no encontraba nada que reconociera del baúl de mis recuerdos.
Que nombrará a los Portadores significaba que si habían trasportado los ejércitos con rapidez justo como lo había pedido. Casi sonreí complacida al darme cuenta que Edmund, era un viejo cascarrabias, pero ante todo era sabio y sabía elegir sus aliados.
-Usarlos para acabar con la porción del ejercito de Morthem que ha entrado si no logramos hacerlos retroceder-miré el mapa y señalé el círculo que habían hecho sobre el cráter más grande del valle-, ¿Están aquí reunidos todos?
-Eso es lo que suponemos-informó el General Erder de Novik-, hasta ahora no se han reportado más avances en esta dirección.
-¿Cuál es el estimado en pérdidas?
Eso era algo de lo que ninguno parecía querer hablar por lo que todos se tensaron, no necesitaron decirme nada para dar a entender que había acabado ya con más de la mitad de la ciudad.
Respiré profundo antes de volver a mirar el mapa. Si estaban en ese lugar, era porque estaban seguros de que no atacaríamos, claro, hacerlo sería condenar a todos a la muerte. Pero no podía dejarlos instalarse, necesitábamos sacarlos cuanto antes.
Los Mortificadores me servirían para cubrir el avance de nuestro propio ejército al menos lo suficiente para que pudiéramos atacar, en el peor de los casos, ellos tendrían los suyos dentro de sus hombres.
Entonces todo se pondría todavía peor. Al parecer no podría usar a los Portadores solamente para transportar a los ejércitos hasta aquí, necesitaría más.
-¿Y cuál es el plan-habló el rey con molestia-ahora que decidiste llamar a esos dos grupos incontrolables?
-Al parecer los Portadores enviados por Edmund no son los suficientes para llevarlos a todos sobre el ejército de Morthem-estaba pensando en voz alta, con todos atentos a lo que decía-, o no se habrían tomado la gentileza de esperarme.
-En eso tiene razón, Majestad-habló el General Francis de Edgly-, en cuanto aparecieron los refuerzos y los Portadores consideramos la idea, pero es demasiado arriesgada dado que no tenemos certeza de que fuerzas tiene en su disposición Morthem.
Mucha energía, ya debían estar cansado al haber trasportado a parte del ejército que había aquí reunido. Pero, no necesitaba que los Portadores llevaran a todo el ejército a caer sobre las cabezas de ejército de Morthem, necesitaba que llevarán a los Mortificadores, pero, para eso los necesitaba a todos aquí reunidos.
Busqué entre todas las personas a Caius que también tenía la mirada fija sobre el mapa como si buscará algo, entonces se dio cuenta que lo miraba y me miró con confusión.
-Por favor, busca a los voceros de los Mortificadores y Portadores, para traerlos a esta reunión.
-¡¿Qué?!
Por supuesto que al rey eso le cayó como una patada en el estómago, porque se levantó de su cómoda silla y de una mirada mantuvo a mi hermano quieto en su lugar.
-No. Bastante es ya que los sacaras de sus cuevas, vete tú a saber a qué costo, y otra muy diferente es que los involucres en una reunión que no les incumbe.
-Les incumbirá-aseguré con calma, los generales se miraron entre ellos-, por favor, hermano.
Caius miró al rey, luego me miró a mí y suspiro como si me estuviera haciendo el favor de mi vida antes de salir de la tienda, bajo la mirada incendiaría del rey. Los generales comenzaron a susurrar entre ellos y el rey volcó todo su odio en mí sin importarle que pasos atrás se encontraba mi supuesto prometido al que se había esforzado por impresionar.
-¿Y qué pretendes hacer, hum?-no pasé desapercibido el tono con el que me habló-. Los Portadores no van a llevar a ninguno de nosotros a ese lugar, de hecho, sería todo un milagro que no se hubieran largado a sus cuevas ya.
-No veo que tú tengas un plan-susurré con calma-, al menos yo estoy proponiendo algo.
Todos en la tienda estaban alertas a nosotros dos. El rey estaba completamente tenso, incluso, una ligera vibración en el suelo recorrió la tienda entera empeorando la tensión en los generales.
-¿Qué piensas que hemos estado haciendo mientras llegabas del maldito palacio?, ¿Contando historias?, ¿Peinándonos el cabello?
-Tengo un par de ideas en la cabeza, Majestad, pero no sé si le gustaría escucharlas-él sabía a lo que hablaba porque apretó los puños con fuerza-. Tengo una idea más viable-corregí calmada-, los Portadores y Mortificadores podrán ayudarnos siempre y cuando no los hagamos sentir que tienen que obedecer lo que decidamos, lo harán con gusto si participan en esa decisión.
-Yo no tengo nada que hablar con esa gente-puntualizó el rey.
La mirada del rey pasó a los generales que ahora se miraban entre ellos, seguramente, preguntándose qué bando deberían apoyar en esta pequeña guerra.
Antes de que se decidieran, el ruido del exterior de pasos acercándose y de las personas que entraron fue suficiente para que todos tomarán de inmediato una actitud defensiva.
Mire a los cuatro hombres que entraron, sin contar a mi hermano, todos diferentes entre sí en altura, complexión y color, pero todos tenían en común su vestimenta: una túnica negra o marrón.
-Agradezco que atendieran a nuestro llamado-fui la única que habló luego de varios segundos, atrayendo la mirada de todos-. Los queremos en esta reunión para que aporten en la decisión que tomaremos.
-Una decisión que no nos afecta directamente-hablo un hombre de piel morena y algo bajo, un Portador de túnica negra-, ¿Por qué deberíamos ayudarlos?
Nuevamente todas las miradas se posaron en mí. Estaba claro que el rey no iba a intervenir, era más de ordenar como creía que era correcto esperando que todos acataran su palabra como si fueran seres sin pensamiento propio.
-Les afecta-aseguré enderezándome más mientras la espalda me dolía más-, o, lo hará cuando Morthem continúe avanzando hacia el interior del reino.
-Su mal manejo de las fuerzas armadas-habló un hombre de cabello blanco al igual que su piel y que era el más alto de todos, un Mortificador de túnica marrón-no es problema nuestro.
-Somos capaces de defendernos de Morthem sin su ayuda-aseguró el otro Mortificador, que tenía el cabello negro y los ojos rasgados-, cosa que ustedes no se pueden dar el lujo de decir.
-Largo-espetó el rey con ira, los generales estaban igual de disgustados-. Largaos a sus cuevas de mierda a ver cuánto les dura esta paz.
Claro que el rey no consiguió alterarlos, pues, ellos con mucha calma se giraron con la intención marcharse. Mire a Caius que solo apretó los labios esperando a que ellos se marcharán, los generales casi parecían querer acabar con ellos solamente por la manera en la que habían hablado.
Ninguno iba a detenerlos, eso era claro, pero no podía dejar que se marcharán porque aunque ninguno en esta tienda quisiera admitirlo, los necesitábamos para poder sacarlos del interior del reino.
-¿Qué les hace pensar que los primeros lugares que atacará Morthem cuando entre de lleno en el territorio no serán sus templos?-mi voz los hizo detenerse aunque no dieron señales de girarse-. Todos ustedes saben tan bien como cualquiera que si no se unen a él los matará.
-¿Qué le hace pensar que preferimos unirnos a ustedes que a ellos?
Las palabras del Portador que había hablado primero lograron que uno de los generales desenvainará su espada dispuesto a matarlos por traición, lo miré sobre mi hombro haciendo que se quedará rígido.
-Que siguen aquí-respondí volviendo a girarme a las espaldas a medio camino de la puerta-. El Rey Thesan Morthem es sádico, cruel y odia a todos los que son más poderosos que él, entre ellos los Portadores.
Thesan era capaz de doblegar a quien quisiera solo con estar frente a ellos, pero, no a los Portadores que había comenzado a matar indiscriminadamente logrando que todos los que había en su reino vinieran buscando refugio en las cuevas donde vivían los Portadores en Khelvar, o los templos como ellos preferían llamarlos.
-Saben tan bien como todos nosotros que no podemos permitir Morthem siga avanzando en el territorio, así que les pido nos ayuden.
Ellos no se movieron y solo me quedaba esperar que, por un poco de sentido común, decidieran ayudarnos en esta batalla, al menos, para volver al punto de partida.
Lentamente el Mortificador de cabello blanco me miró a mí, solo a mí como si los demás no existieran, sus ojos eran marrones y brillaban por sus características físicas. Aun así, la mirada que me dedicó era de completa desconfianza.
-¿Eso significará que debemos ayudarlos de ahora en más?
-No-sentí la mirada odiosa del rey sobre mi cabeza-, su ayuda será por esta única ocasión si así lo desean, pero, tengan en cuenta que en algún momento del futuro podemos volver a necesitar de su ayuda.
Y era cierto. El rey había amenazado, había ordenado y había gritado por todo Khelvar pero ninguna de estas comunidades decidió ayudarlo en la guerra que comenzó, la verdad era que, le molestaba que ellos hubieran acudido a mi llamado y no al suyo.
Lo que no conocía eran los motivos.
-¿Cómo podemos confiar en su palabra, Princesa Dayra?
-Saben dónde encontrar esa respuesta.
Los cuatro hombres se tensaron, pero decidieron darse la vuelta, compartieron una mirada antes de que el Portador de piel morena diera un paso al frente de los demás e inclinará su cabeza.
-Los ayudaremos en esta ocasión-puso sus ojos oscuros sobre mí-, y solo por esta ocasión. En la siguiente deberán acudir a nuestros líderes.
-Así será.
Me giré para ver como los generales lucían confundidos, Caius mucho más dado lo que le había dicho en su oficina la noche anterior y el rey parecía tener ganas de separarme la cabeza del cuerpo.
Favor que me haría.
Entonces, volvimos a hablar sobre cómo poner a los ejércitos en terreno en el que se refugiaba Morthem, uno de los Portadores avisó que habían hecho una visita fugaz a los alrededor y afirmaba que eran más de ocho mil hombres.
-Aunque tratáramos de volver la tierra sobre ellos-habló uno de los Mortificadores-, somos demasiado pocos y el terrenos es demasiado amplio.
-¿Entonces que podrían hacer?-preguntó el General Francis-, ¿De qué nos servirán?
Los dos Mortificadores miraron al General que había mantenido su actitud defensiva y odiosa sobre ellos, en especial el rey que seguía mirándolos con odio.
-Necesitamos una entrada-corté la competencia de mirada entre los Mortificadores y los generales-, por aquí-señalé la primera ruta-lo notarán demasiado rápido.
-Aquí tenemos ventaja estratégica-respondió Caius señalando la segunda ruta-, pero no podemos atacar solo por aire, podrían rodear aquí-era como una pequeña colina que seguramente no tomaba más de 15 minutos rodear-y no sabemos cómo tienen repartidas sus fuerzas.
Para mi entera sorpresa, luego de ese comentario de Caius, los Portadores, los Mortificadores, los generales y el propio rey se pusieron a debatir de una manera civilizada la mejor manera de atacar. Todo teniendo en cuenta que Morthem no estaba desaprovechando nuestro tiempo de respuesta para armarse y ganar más territorio.
Caius rodeó la mesa para acercarse a mí, lucía nervioso cosa que siempre lo caracterizaba en los momentos previos a la batalla. Era en estos momentos donde yo era consciente que Caius iría con los soldados sin importar el plan que armarán, pelearía hasta donde fuera capaz de hacerlo y... podría morir.
Alejé esos pensamientos de mi cabeza para poder concentrarme en que, como las demás batallas, Caius volvería en una sola pieza.
-¿Cómo lograste que Edmund enviará Portadores a traer a los ejércitos?-susurró bajo para no atraer la mirada de los otros-, padre está furioso por eso.
-Su molestia no puede importarme menos-susurré mirando la armadura brillante que portaba-. Solamente pedí que enviarán una nota con mis más profundos deseos de entablar una amistad con los Portadores.
Eso no era del todo mentira, porque eso le había dicho a Bastian, pero, él conocía tanto como Edmund el mensaje que quería enviar.
Caius entrecerró los ojos en mi dirección y me esforcé por fingir que no lo notaba, volviendo a ver el mapa solo para no pensar en tierra y sangre que opacarían el brillo del metal dentro de poco.
-¿Qué significa lo que le dijiste al Mortificador?
-¿Qué parte?
Obviamente sabía que parte, no era idiota y Caius era demasiado perspicaz para mi gusto. Ahora que le había dicho que él en definitivamente me conocía pero no lo que había hecho, estaría más atento a todo lo que dijera.
-Que sabían dónde encontrar la respuesta a sobre confiar en lo que decías o no.
Gracias a los ancestros no tuve que responder a eso, porque, en ese momento el Príncipe Ascian decidió que era momento de intervenir en una conversación.
En otro momento me habría molestado su atrevimiento, pero alargar una respuesta que no me sentía con ánimos de dar no era algo a lo que no iba a poder negarme nunca
-¿Por qué no atraviesan el río?
Miré al príncipe durante un momento, incrédula por sus palabras, luego, volvía la vista al mapa. El río Helvt cruzaba entre dos grandes montañas que formaban en abismo Rerghen, que, durante unos años había servido para las personas que pensaban acabar con sus vidas.
-No podemos-contesto Caius antes que yo-, el rió queda demasiado debajo de donde estamos ahora, bajar la montaña, cruzar el río y volver a subir la montaña nos haría perder un día entero.
-Pero-odie con todo mi ser las palabras que estaba por pronunciar-, no es mala idea.
Sentí la mirada de ambos hombres sobre mí, pero los ignoré aclarándome la garganta para atraer la mirada de todos en la tienda. Odiaba que el Príncipe Ascian tuviera razón, mucho más, que hubiera tenido una idea que podría ayudarnos.
-¿Cuántos hombres pueden llevar de un lado al otro del abismo?
Me dirigí especialmente a los Portadores que se miraron entre ellos como si, además de moverse de un lado a otro del mundo valiéndoles absolutamente nada cada ley en los diferentes reinos, pudieran comunicarse entre ellos solo con la mirada.
-Entre dos de nosotros podemos cruzar a tres mil hombres-respondió el moreno.
-Nuestras energías están bajas por trasportar a los demás hasta aquí-respondió el que tenía el cabello castaño claro-, no podríamos hacer este trabajo dos veces.
-¿Cuántos vienen en su destacamento?
Nadie más hablaba pero los generales y el rey habían posado su mirada en el mapa mientras señalaban opciones, únicamente, considerando el hecho de pasar a través del abismo.
-Cinco.
Y habían venido cinco Mortificadores. Solo necesitaba que dos de los Portadores restantes se encargaran de llevar a dos Mortificadores.
Miré al rey, que seguro, tenía el conteo de hombres que había en total alrededor de la tienda, preparándose para la decisión que nosotros tomáramos en este momento.
-¿Cuántos hombres hay disponibles?
El rey alzó la cabeza para verme con desprecio, como siempre, antes de escupir la respuesta.
-Diez mil.
-Serán suficientes-miré a los Portadores que parecían estudiar el mapa también-. Dos de ustedes partirán con un tres mil hombres hasta el borde del abismo, Morthem sabe que ni siquiera consideraríamos la opción de cruzar por ese abismo, así que es correcto suponer que no deberán tenerlo muy protegido, sus fuerzas estarán esperando a que ataquemos por los otros puntos.
Un solo asentimiento del Portador de piel morena fue suficiente para confirmar la teoría.
-Los demás marcharán por los otros dos puntos, atacando en simultaneo, seguramente, los descolocará lo suficiente para darles una ventana de oportunidad para la victoria.
Los generales estudiaron la propuesta mientras susurraban cosas entre ellos, seguramente, evaluando las probabilidades de que eso pudiera funcionar, después de todo, ¿Qué podía saber yo?, si rara vez participaba en estas reuniones desde que le rey había asumido el poder de nuevo.
-¿Por qué solo dos Portadores?-pregunto el General de Abiha, cuyo nombre había olvidado-, si lleváramos más junto con más hombres podríamos conseguir más posibilidades de ganar sin tantos muertos.
-Tiene razón-apoyó Caius.
-No-negué con firmeza-. Los Portadores restantes se encargarán de llevar a los Mortificadores a los alrededores para ayudar-aseguré mirando a los Mortificadores que solo miraban la situación con atención-, no podemos suponer que en esta ocasión Morthem no haya venido con ayuda.
-Tenemos personas con las mismas capacidades en nuestras filas-aseguró el rey-, no los necesitamos.
-Lo haremos-aseguré de inmediato.
-En todo caso-habló el General Francis-, podría llevarlos perfectamente uno de los Portadores, así podemos movilizar a más personas al otro lado del abismo.
-No-el dolor en mi cabeza se volvió más punzante-. No conviene tenerlos todos en el mismo lugar, es peligroso tanto para ellos como para nosotros-mire a los Mortificadores que asintieron de acuerdo-, hacerlo de esa manera sería, la única manera en que podemos asegurar una victoria.
«Morthem no usa Portadores, no hay uno solo en sus tierras así que sus Mortificadores estarán descubiertos, protegidos únicamente por unos cuantos soldados. Mientras que los nuestros se moverán con libertad de un lado a otro del terreno para su protección y, para nuestro beneficio.
Comencé a ver que todo me daba vueltas, necesitaba sentarme cuanto antes o terminaría en el suelo de una manera muy vergonzosa.
-La Princesa Dayra tiene razón-la voz del Príncipe, apoyándome, me sorprendió-. Es mejor, estratégicamente hablando, que hayan más soldados en las dos entradas que Morthem está esperando que ataquen.
A él si lo escucharon sin rechistar, claro. Ni siquiera el rey tuvo nada que objetar a lo que decía, porque era un Príncipe además de un hombre, seguro él sabía mejor que yo, que había propuesto la idea, lo que había de hacer.
Tuve ganas de enterrar algo filoso en la cabeza de cada general dentro de la tienda, pero, otra oleada de escalofríos me llevo a ignorarlos mientras los seis generales, el rey, Caius y el Príncipe se ponían de acuerdo en lo que restaba.
Me senté fingiendo que me daba igual que no me pusieran la mínima atención mientras respiraba profundo tratando de calmar los dolores en mi cuerpo. La sensación era horrible, más, cuando se sumaba una sensación burbujeante en la punta de mis dedos que me anunciaba que esto solo iba a empeorar los siguientes días.
Una vez todos estuvieron satisfechos, los generales, el rey, Caius, los Portadores y los Mortificadores salieron de la tienda para comunicar la decisión y estrategia de esta batalla. Solo el Príncipe se quedó, mirándome de esa manera de nuevo, como si me estuviera estudiando.
-Es una buena estratega, princesa.
Ignoré el tono burlón, porque justo ahora tenía otras cosas en las que preocuparme.
-La idea fue suya, Príncipe Ascian.
Me levanté de la silla ignorando el mareo que me golpeó por el movimiento. Lo escuché seguirme mientras salía de la tienda, una ligera llovizna comenzó a caer sobre los hombres que se movía de un lado a otro, gritando u obedeciendo tan rápido como les era posible.
-Pero la estrategia es suya-habló a mi lado, demasiado cerca para mi gusto-, el crédito también lo es.
Seguramente era algo que ninguno de los que había salido de esa tienda diría si las cosas salían bien, pero que si gritarían a los cuatro vientos si todo salía mal.
No dije nada al respecto, solo caminé entre las personas que se apartaban a mi paso haciendo cortas reverencias buscando a mi hermano.
Lo encontré hablando con el General Francis, que parecía ansioso de marchar con los suyos pronto. Al parecer, habían quienes disfrutaban de la perspectiva de quitar tantas vidas como les fuera posible. Mi hermano no tardó en verme, por lo que me ofreció una sonrisa ligera y luego un inclinamiento de cabeza en dirección al Príncipe.
-No había tenido oportunidad para felicitarlos por su compromiso-murmuró con media sonrisa mirando al hombre a mi lado-. Espero que haga feliz a mi hermana.
-Tan feliz como una persona pueda serlo.
No pase por alto la diversión con la que había dicho esas palabras, deliberadamente puse los ojos en blanco atrayendo la mirada de Caius.
-Imagino que luego de esto, se reunirán para elegir al nuevo General Mayor.
-Eso se espera-susurró Caius con mucha emoción-, todos ya tienen su candidato.
Caius quería ser nombrado como tal, podía verlo en la manera en que brillaban sus ojos, pero, sobre todo por la sonrisa nerviosa que le brotó naturalmente. No sabía lo feliz y tranquila que estaría si le daban el cargo. Eso significaría que se metería menos en la batalla y más en la planeación.
-¿Cuándo marcharán?
-Partimos en cinco minutos-Caius respiró profundo antes de asentir-. Nos ira bien, puedo sentirlo.
-Buena suerte en batalla, Príncipe Caius.
Mi hermano le sonrió al Príncipe y asintió. Yo no pude evitar acercarme a él y rodear su armadura con mis brazos, lo sentí abrazarme de vuelta mientras dejaba un delicado beso sobre mi cabeza.
Podía escuchar su corazón latir aceleradamente a pesar del metal que nos separaba, mi corazón estaba en peor estado y sabía que, en el tiempo que seguía, lo haría aún más solo de pensar que él no volvería.
-Tienes que volver con nosotros, Caius-susurré solo para que mi hermano escuchará-. Tienes que volver.
-Lo haré-aseguró besando mi cabeza nuevamente-. Tú tienes que descansar Dayra, no te ves bien.
-Gracias por decirme fea-ironice separándome de él, que, me sonreía con los ojos llenos de lágrimas-. Como te pongas a llorar te pateó.
Eso lo hizo reír abiertamente. Quise tener en que guardar ese sonido por si no llegaba a escucharlo de nuevo.
Al final, los soldados partieron dejando el campamento desierto, solo unos pocos soldados que llegaron por petición del rey al campamento para custodiarnos al Príncipe y a mí, que nos habíamos quedado.
Yo decidí entrar una de las muchas tiendas que habían armado para la familia real, y, encontré la que debía ser la mía ya que tenía dos camas. Respiré profundo y me senté en la primera sintiendo descanso de mis piernas maltratadas pero dolor de mi cuerpo entero por tener que seguir sosteniéndome.
Iba a enloquecerme.
Los minutos pasaron convirtiéndose en horas y las horas pasaron hasta que el campamento fue iluminado por unas pocas antorchas que encendieron las personas a mí alrededor.
Yo no había podido dormir ni un poco, ni siquiera mi cuerpo había descansado ahora que estaba casi completamente acostada en la cama, solo por imaginar un escenario peor que el anterior que justificará esa demora.
La sola idea de tener otro funeral de alguien que me importaba hacía que tuviera unas inmensas ganas de ir yo misma a ver qué pasaba y asegurarme que de los múltiples cuerpos en el piso no estuviera el de mi hermano.
Escuché que alguien entraba y no necesité abrir los ojos para saber de quien se trataba. Escuché sus pasos hasta que se sentó en la cama a mi lado, dejándome mi espacio muy sabiamente.
-¿Se encuentra bien?
Abrí los ojos solo para ver la tienda iluminada con una lámpara de gas que había en medios dos, en el suelo.
-¿Por qué habría de encontrarme mal?
Tenía media sonrisa aunque esta no llegaba hasta sus ojos, de hecho, lucía preocupado aunque quisiera lucir tranquilo y casi divertido.
-Se ve pálida.
-Ha de ser la luz-mentí descaradamente-. ¿Hay noticias del Rey Kalias?
El estómago me temblaba, si es que eso era posible, no solo por la falta de comida en él sino por el rechazo a la idea de comer. Sabía muy bien que buscar algo de comer significaba buscar también algo donde devolverlo.
-Están en Abiha-me miró como si buscará algo-, ayudando en lo que sea posible.
-¿Ayudando?-mi confusión fue palpable
-Según una nota que envió mi padre, había una pelea dentro del palacio entre unos hombres de barbas blancas que se llamaban a ellos mismos, Hijos de la Luna, y la guardia del palacio que no quería dejarlos salir.
Casi solté una carcajada al imaginar a Bastian tratando de tranquilizarlos mientras que yo volvía, era muy bien sabido que los hombres de la montaña blanca no tenían mucha paciencia.
Pero yo tenía mucho menos.
-¿Los dejaron marcharse?
-Hasta donde se no-informó mirándome extrañado-, ¿Son invitados suyos?
-Podría decirse.
Pero algo más interrumpió nuestra conversación, que a decir verdad tampoco quería tener.
Una trompetas sonaron con fuerza, logrando que ambos nos levantáramos de la cama casi de un salto para correr hacia el exterior de la tienda.
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Nota de autora: Hola, quiero informar que las actualizaciones de este libro son los días LUNES y VIERNES.
¿Qué creen que haya pasado?, ¿Volvió el ejercito de Khelvar o llegó Morthem a atacar a Dayra?, ¿Qué hacen los hombres de la montaña blanca?, ¿Qué hizo Dayra en el pasado?
Tantas preguntas y tan pocas respuestas...