El rey hablaba de algo que no me molestaba en escuchar pero que fingía hacerlo, ya que los ojos del parlamento entero, incluido el consejo de guerra, estaban puestos sobre mí.
Aunque a lo mejor no estaban directamente sobre mí, sino a la persona sentada a mi lado.
Bastian, al parecer logró llegar a un acuerdo con el consejero del rey para adelantar la reunión con el parlamento y el consejo de guerra para que pudiera hacer mis cosas luego de esto.
Mi plan era estar tan lejos del hombre a mi lado como me fuera posible.
El rey termino su preparado discurso sobre el matrimonio y nuestro país invitado, antes de que un hombre de barba negra y túnica beige se levantara de la silla.
Había asistido a contadas reuniones del parlamento y el consejo de guerra, pero me parecía más un puñado de viejas chismosas que parte de la rama legislativa del reino.
-¿Por qué hasta ahora conocemos que el príncipe Ascian estuvo cortejando a la princesa Dayra?
Todos los ojos se posaron sobre mí y el príncipe, que, seguro estaba más que contento con la atención que recibía del parlamento. El dolor en mi cabeza en aumento solamente me hizo irritarme un poco más.
-No creí que les interesará tanto mi vida romántica-respondí indiferente-, ahora que tengo conocimiento de ese dato me aseguraré de hacerles llegar semanalmente un reporte de los avances y retrocesos de nuestra relación.
Varios murmullos recorrieron la sala y yo pasé la mirada sobre todos los representantes de los diferentes movimientos políticos del reino, hasta encontrar el de mi interés, vi al representante removerse incomodo sin llamar la atención.
Así que todavía me respetaban.
-Lo que mi prometida quiere decir-escuchar su voz hizo que quisiera largarme de allí de inmediato-es que con la situación tan peligrosa que lleva el reino, nuestro cortejo no era tan relevante.
Un cortejo inexistente.
El discurso de la noche anterior había sido una historia enredada donde presentaban una historia romántica donde el príncipe y yo nos escribíamos cartas, nos veíamos secretamente y nos acercamos de maneras imposibles de describir.
Una estratégica mentira para que nadie sospechará que no era más que una treta entre los reyes para conseguir beneficios de la guerra: Aphud podría deshacerse de un reino que seguramente los encerraría y los mataría lentamente y Khelvar poder terminar esta maldita guerra que ya iba a sumar 7 años.
Otro par de preguntas dirigidas a los reyes respecto a la relación y al príncipe de acuerdo a como íbamos a llevar la boda y otras cosas sin relevancia que acabaron con mi paciencia.
Además de que no estaba completamente bien. Las manos me temblaban, el cuerpo entero me dolía, los oídos me zumbaban y sentía que la cabeza iba a explotarme en cualquier momento.
-¿No les parece-interrumpí una pregunta que no me moleste en escuchar-que tenemos temas más relevantes que conversar que mi matrimonio?
El silencio reino por la sala y sentí que el rey clavaba su mirada sobre mi cabeza, pero, ese era un problema del que me encargaría después porque había tocado algo que no tenía el derecho de tocar.
Las 30 personas dentro de la sala comenzaron a mirarse entre ellas y yo posé mis ojos en un hombre encorvado, delgado, de largas barbas blancas y de cabeza calva, usaba un traje gris tradicional de su pueblo y que estaba especialmente pálido.
Se levantó notablemente nervioso, se aclaró la garganta atrayendo la mirada de todos y encarné una ceja para que hablará, se pasó las manos por sus costados antes de hablar.
-Disculpen la pregunta, Majestades-hizo un corto movimiento de cabeza antes de seguir-, ¿Qué beneficios tendrá la unión para esta guerra?
Por fin un tema que valía la pena.
Miré a parte del consejo de guerra que se miraban entre ellos sin decir palabra. Giré la cabeza para ver al rey que estaba con el ceño fruncido pero seguro muy molesto conmigo, pero fue el rey Kalias quien respondió.
-En Aphud conocemos la situación por la que están pasando-su tono fue casi mediador-. Esperamos ayudar en todo lo que podamos, nuestros recursos, nuestro ejército entero e incluso nuestro territorio está abierto para todos ustedes de ser necesario.
Miré esos ojos oscuros que derrochaban honestidad.
Sus palabras me descolocaron demasiado. Un territorio. Era una buena propuesta, podíamos despejar varias zonas afectadas por la guerra, alejar a la población vulnerable para su protección.
Pero no iba a dejarme distraer por esas palabras, había muchas cosas que no sabía y no podía meter a mi pueblo en una ciudad extraña donde no sabía cómo iban a recibirla y mucho menos en qué condiciones. El Rey Kalias les ordenaba que hacer, pero no podía actuar por todos ellos.
-¿Y de cuantas fuerzas dispondríamos?
Esta vez fue alguien del consejo de guerra quien se atrevió a hablar, sin levantarse de su silla casi con temor a la mirada del rey que parecía estar muy molesto.
Perfecto. Que se joda.
-Sumaríamos el 75% de nuestras fuerzas-respondió el príncipe serio-, necesitamos protección para nuestro propio territorio pero ese porcentaje es suficiente para superar en número a Morthem.
Otra ola de murmullos recorrió la sala, el rey le susurró algo del Rey Kalias que no me molesté en escuchar porque en ese momento la puerta se abrió silenciosamente. Sentí un escalofrío recorrerme la espalda y quise doblarme hacia adelante para que la columna no me doliera de esa manera.
Bastian entró con la frente ligeramente sudada y me hizo un asentimiento casi imperceptible. Casi de inmediato sentí que me relajaba lo suficiente para ignorar el dolor de mi cuerpo entero. Respiré profundamente mientras alguien se animaba a hacer más preguntas a los reyes, que eran los que estaban respondiendo la mayoría de cosas.
Hablaron de beneficios económicos y comerciales de las relaciones, como el hecho de la disminución drástica las importaciones de diferentes frutas y bienes que obteníamos del país, cosa que intereso al parlamento.
Yo no veía ningún otro beneficio que el incremento de las fuerzas de defensa para con esta guerra, según las últimas cartas de los generales pasando sus reportes, los decesos en cada pelotón de 3000 soldados, son de casi el 60%, cosa que aumentó con los años.
Respiré profundo y le di un corto sorbo al vaso de agua frente a mí, pero el líquido cayó en mi estómago como ácido, sentí unas profundas ganas de vomitar que tuve que reprimir.
Luego de una hora terminó la reunión, el príncipe de puso de pie dispuesto a decirme algo, pero lo ignoré moviendo la pesada tela del vestido dorado que dejaba mis hombros libres. Miré al rey que hablaba con el Rey Kalias.
-Rey Kalias-susurré mirando al hombre de cabellos oscuros-, ¿Le importaría regalarme unos minutos con el rey Deizon?
Me negaba a llamarlo de otra manera sin importar quien estuviera presente. El Rey Kalias no pareció notar nada extraño porque solo asintió y con una sonrisa de alejó en dirección al príncipe, su hijo.
Miré de nuevo esos ojos azules, llenos de ira contenida y solamente me enderecé todavía más antes de encarnarle una ceja.
-Podemos discutir en el estudio si no desea que sus invitados escuchen cosas que no deberían-puntualicé.
El rey, por supuesto que sabía de lo que hablaba porque asintió una sola vez y emprendió la marcha adelante, Bastian me miró preocupado pero no le dije nada, no necesitaba que me acompañará en este momento.
El estudio real en otros tiempos era un lugar en el que me gustaba pasar el tiempo, ahora, solo lo consideraba una habitación fría y vacía como su propietario.
El rey cerró la puerta con brusquedad mientras que yo, elegantemente me sentaba en la silla frente a su escritorio mirando el sello real con falso interés. La cabeza me daba ligeras vueltas y las manos me sudaban demasiado mientras que quise levantarme de inmediato solo por no sentir el peso de mi cuerpo contra mis adoloridos huesos.
-¿Qué demonios quieres, Dayra?
No me sorprendió su tono brusco y cargado de molestia. Él era todo dulzura y amor paternal frente a otras personas, pero solos, me hablaba como si fuera un ser desagradable que se obligaba a tratar con odio.
-¿Quién te crees que eres para despedir a mis doncellas?
En la mañana, quienes habían llegado a vestirme eran otras chicas que no había visto en la vida. Al preguntarles qué demonios hacían en mi habitación me habían informado que mis doncellas habían sido "ubicadas" en otras áreas del palacio.
Pero cuando hable con Bastian me informó que Dinrya y Katrine fueron despedidas cruel e injustamente por el rey. Así que ordené que las trajera de vuelta y las compensará por el error.
-Este palacio es mío-puntualizó el rey-, el maldito reino es mío así que haré lo que me plazca.
-No-lo contradije con firmeza-. El palacio es mío, yo estuve a cargo del palacio y del reino muchos años antes de esta guerra, así que yo decido que va a pasar con el personal dentro de este palacio, no tú.
-Te recuerdo que yo soy el rey.
Me levanté de la silla y me giré para verlo. Estaba tenso, sus ojos azules eran dos pozos vacíos y una de sus manos estaba sobre la empuñadura de su espada.
-Y te recuerdo que esta alianza sucederá por mí-me quité el anillo del dedo y se lo lancé, él lo atrapó de mala gana-, si tanto poder tienes entonces mantén la maldita alianza tu solo. Casate con el Príncipe Ascian y lleva al reino a la prosperidad solo.
No necesitaba acercarme para saber que había bebido antes de la reunión.
Le encarné una ceja y se tensó más mientras que yo rodeé la silla, di un paso en su dirección viéndolo tensarse.
-Todos tenemos un lugar, Rey Deizon-di varios pasos en camino a la puerta-. Ahora tienes el título, la corona y el reconocimiento pero hace mucho que dejaste de decidir.
Pasé por su lado dispuesta a salir, pero solamente logré abrir la puerta antes de que, de manera brusca me retuviera del brazo. Todavía con más fuerza alzó mi mano para poner de mala manera el anillo en su lugar y luego susurrar.
-Tú todavía no eres reina, Dayra, el parlamento no te quiere, el consejo de guerra no te quiere y a nadie en el reino le importas-sus palabras se clavaron con fuerza en mi pecho-. Eres prescindible ahora así que no olvides tu lugar.
Hacía mucho tiempo que su palabra no tenía tanto efecto sobre mí, porque, me había dado cuenta que la única persona que se merecía el poder de hacerme daño era yo misma.
-Puedo ser prescindible, señor-zafé mi brazo de su agarre-, pero soy la única que puede asegurarle paz al pueblo que usted condenó a la desgracia. Puede matarme pero seguro el reino entero y no solo este lo crucificará por esto.
No le permití decir nada, acomode mi vestido que en realidad estaba en perfecto estado antes de mirar al hombre furioso sobre mi hombro.
-Ahora puede ir a que el consejo de guerra y el parlamento le besen el culo. Yo voy a sacar la maldita cara por el reino.
Me importaba poco lo que quisiera decir, solamente comencé a caminar de nuevo a mi habitación para quitarme la maldita tiara. Entré y me encontré a dos chicas en el suelo, arrodilladas dejándome completamente estática.
-Le debemos la vida, Majestad.
Sus voces en una perfecta sincronía afectaron más mi pecho que se apretó con fuerza. Sabía la situación en la que vivían ambas chicas y no iba a dejar que las echaran de mi palacio por una decisión que tome yo, además, es mi palacio solo yo lo elegía.
El dolor en mi cabeza empeoró junto con el resto de mi cuerpo que me pedía tenderme en la cama para no moverme el resto del año.
-Levántense-ordené, ellas obedecieron de inmediato-. ¿Bastian les entrego sus compensaciones por el malentendido?
-Las hemos rechazado, Majestad-confesó con voz quebrada Katrine.
-Su bondad es bastante compensación para nosotras-susurró Dinrya.
-Pues no se acostumbren a ella-espeté de mala gana sentándome en la silla frente al tocador-. Ahora quítenme esta tiara antes de que la lance por la ventana y preparen mi capa para salir del palacio.
-De inmediato, Majestad.
Dinrya se dedicó a retirar delicadamente la tiara dorada mientras que Katrine buscaba en mi armario una capa a juego para con mi vestimenta. Al final Dinrya me colocó una hebilla delicada de oro en un costado y alzó el moño a la parte superior de mi cabeza para que resaltará más.
Admito que solo por una vez que ellas no estuvieron, silenciosas y precisas en su labor, las extrañe mucho. Las dos enviadas por el rey no hicieron más que parlotear sin importar las veces que los mandará a callar seguían hablando además de que me sumaron 80 años con ese peinado y el vestido en exceso inmenso y pesado.
Lo cambiaría si no tuviera que partir de inmediato. Planeaba alejarme del palacio tanto como me fuera posible.
Al terminar, me despedí de las doncellas y les aseguré que nadie además de mi tenía derecho a despedirlas, para que tuvieran aquello más presente y no tener más inconvenientes como el de hoy.
Respiré profundo mientras tomaba la pesada falda del vestido para no irme de cara escaleras abajo. Al llegar solté la tela con fastidio y caminé hacía la salida del palacio.
Bastian sabía que luego de la conferencia que había pedido el rey, tenía que partir a visitar a las familias dolientes. Sabía que el dinero no compensaría nunca la pérdida de un ser querido, pero, algo tenía que hacer por ellos.
Entré más me acercaba a las puertas principales abiertas, más me di cuenta que Bastian hablaba con alguien que estaba de espaldas a mí. Aunque no lo veía reconocí la altura y el adorno en su cabeza.
-Bastian-hablé cortando su conversación de inmediato-, ¿Mi carruaje está listo?
Bastian me miró sobre el hombro del príncipe Ascian, estaba tenso y casi preocupado. Tragó antes de asentir varias veces.
-Justo como lo ordenó, Majestad.
-Partimos de inmediato-puntualicé.
El príncipe se giró en mi dirección con una sonrisa burlona mientras que yo solo miré a Bastian hacer una corta reverencia antes encaminarse al camino, donde debía estar esperando mi carruaje.
-No sabía que ibas a salir-habló el príncipe divertido-, nadie me lo había informado.
-Algo normal porque yo no estaba pidiéndole permiso-puntualicé-. Así que si me disculpa, necesito salir.
Las puertas estaban completamente abiertas, podía salir si lo rodeaba pero él estaba en la mitad del camino obstaculizando la salida. Además, no tenía por qué rodearlo si él era quien debía quitarse de mi camino. De todos los modos posibles, si podía agregar.
-Tampoco lo esperaba de usted, princesa-estaba comenzando a odiarlo-. Solo quería tener conocimiento de a donde se dirigiría mi prometida en este hermoso día.
Él solamente sonrió por lo que esas palabras habían causado en mí.
Odiaba el hecho de recordar que estaba comprometida con él, pero sobre todo, odiaba tener que comenzar una conversación con él respecto a las condiciones de nuestro matrimonio, pero iba a hacerlo tan pronto como fuera posible solamente para no tener que soportarlo.
-Ahora que menciona el tema-di un paso en su dirección logrando que su sonrisa se ampliará-, ambos sabemos que el compromiso es solo una farsa entre su padre y el rey.
Eso lo hizo levantar sus cejas curioso pero me importaba poco si quería saber porque no podía referirme a ese hombre con el título que tenía por haber participado en mi concepción.
-¿Qué le hace creer eso?-preguntó divertido-, a lo mejor ha sido amor a primera vista.
-Una cosa como esa no existe-espeté comenzando a irritarme-. Lo que vamos a hacer no es más que un teatro para un beneficio mutuo así que quiero poner unas cosas en claro.
-Soy todo oídos, princesa.
-En tanto nadie de importancia este en el palacio no quiero hablar con usted, no quiero tener que verlo-menos esa sonrisa de burla a todo-y mucho menos fingir que me interesa lo que sea que tiene que decir.
Como lo había hecho la noche anterior antes de salir del palacio. Lo que el hombre quisiera hacer para divertirse o pasar el tiempo me daba igual siempre y cuando no me incluyera. Lo último que quería era tener que aguantarlo más tiempo del necesario.
-¿Tanto odio me tiene?
Su sonrisa aumento, se llevó una mano al pecho falsamente ofendido mientras ladeaba un poco la cabeza como si contemplará algo interesante.
-Odio es un sentimiento, y, yo por usted no siento absolutamente nada-puntualicé-. Lo único que quiero que entienda que no quiero saber nada de usted, su vida o gustos, lo único que me interesa es una conversación que involucre a mi pueblo.
-Pronto será mi pueblo también, ¿No?
-Y no por placer, se lo aseguró-encarné una ceja mirándolo-. ¿Ahora podría tener la gentileza de moverse de mi entrada?
Para mi sorpresa soltó una carcajada cargada de diversión antes de moverse dos pasos a un costado. Caminé buscando a Bastian en el camino, estaba de pie junto al carruaje hablando con el cochero.
-Debería tener cuidado con sus palabras, princesa-su odiosa voz se escuchó justo a mi lado-. Una frase como la anterior podría malinterpretarse.
Cerdo.
Ignoré sus palabras y me acerqué a Bastian que hablaba con el cochero.
La tarde de hoy era larga dado la magnitud de la lista. Una parte de mi esperaba que con esta alianza pudiera ser testigo de la reducción de la lista hasta que no quedará un solo nombre en ella.
El cochero hizo otra reverencia antes de ponerse en su lugar, Bastian abrió la puerta del carruaje para mí y entramos al carruaje que no tardó en moverse, saber que me alejaba del palacio, de los invitados del rey y de ese odioso ser mismo, me hacían sentir mucho mejor.
-¿De qué hablas con el Príncipe en la puerta?
Bastian me miraba con preocupación, cosa que no era extraña porque él siempre estaba preocupado en cualquier cosa que se refiriera a mí y lo que podía desencadenar en mí.
-¿Cómo se siente, Majestad?-preguntó con cautela para no responder-, la notó algo cansada.
-Estoy peor que ayer y seguramente mejor que mañana-espeté mirándolo fijamente-, ¿Vas a responder?
Su preocupación en aumento me resultó extraña. ¿Qué clase de conversación estaban teniendo?
-Quería saber su... reacción-titubeo.
-¿Mi reacción a qué?
Que no dejará el tema y comenzará a irritarme estaba poniendo a Bastian todavía más preocupado e incluso nervioso, podía ver el sudor acumulándose en sus sienes mientras que se pasaba las manos por sus piernas para tranquilizarse.
-Su reacción si le encontrará a otra persona en la habitación-soltó apresuradamente-. Quería saber que tan entregada estaba a ese compromiso y hasta a donde podía llegar.
Sentí que otra punzada me atravesaba la cabeza en el momento en que terminó de hablar cerrando los ojos con fuerza para no ver mi reacción. Miré hacia la ventana del carruaje en movimiento y ver las cosas en el exterior solo logró que mis nauseas regresarán.
Me importaba un carajo lo que hiciera o no con su vida dentro del palacio, si quería meterse en la cama de todas las empleadas, las doncellas en el palacio e incluso las de todo el ducado y el reino me daba igual.
Ya había decidido casarme con ese hombre, no por amor sino por conveniencia y no me afectaría que quisiera compartir su cama con alguien más porque yo no estaba dispuesta a hacerlo.
-Cuando lleguemos de nuevo al palacio quiero que tengas listo mi regalo de compromiso para el Príncipe.
Una tradición en el reino. Cuando una pareja se comprometía debían darse un regalo, en privado o público, como una promesa de mantener vivo el mismo amor con el que se comprometieron por el resto de sus vidas.
-¿Y eso que sería, Majestad?
Miré a Bastian que estaba completamente serio, interesado en lo que tenía pensado para el regalo de compromiso que iba a entregarle al Príncipe. Necesitaba algo que diera el mensaje y lo que había planeado, seguramente lo haría muy bien.
-Ve al Steck, consigue a las 3 mejores y llévalas a la habitación del Príncipe luego de la cena.
La cara de Bastian no tenía precio. Sus párpados se abrieron tanto como les fue pasible, sus labios se separaron ligeramente y su cuerpo entero se giró en mi dirección.
Bastian como todos en la ciudad sabían a que se dedicaba exactamente el Steck, así que el que yo le pidiera exactamente eso a Bastian era como si hubiera planeado gritar abiertamente que estaba consiguiéndole amante a mi prometido.
-De paso, que la habitación esté preparada para la ocasión-continúe hablando para la sorpresa de mi consejero-, asegúrate de que sellen la habitación y de pagarles generosamente por su silencio.
-¿E-Está segura, Majestad?
Apenas podía hablar de la sorpresa. Volví a girarme hacía la ventana ignorando las náuseas que el paisaje me causaba y el dolor en los huesos que sostenían mi cuerpo.
-Bastian, lo que el Príncipe haga o deje de hacer durante nuestro compromiso y desgraciado matrimonio me da igual-confesé-, lo único que tengo seguro es que no voy a permitir que me toqué a mí de ninguna manera.
Eso ya la quedaría claro con mi regalo para esta noche. No pretendía demostrar nada más excepto mi profundo desinterés y desagrado por cualquier tipo de contacto de su cuerpo con el mío que no fuera requerido.
El solo imaginar que tocaba alguna parte de mi cuerpo con otra intensión me generaba el mayor rechazo que podía experimentar. No lo quería cerca de ninguna manera.
-Majestad-susurró Bastian con temor de que alguien nos escuchará-, en algún momento se espera que tenga un heredero.
-Lo sé-me encogí de hombros-. Pero los intereses del parlamento, el consejo de guerra o el mismo pueblo en mi descendencia no me interesa-puntualicé-. No voy a tener un hijo o hija con ese ser y si él desea reproducirse seguro cualquier mujer estaría feliz de convertirse en la amante y madre de los hijos del Príncipe Ascian.
Ya hablaríamos del tema más adelante, no creo que alguien tan joven piense en algo más que en poder tener libertad suficiente para dejar de escuchar a sus padres y vivir su juventud, pero si su pensamiento involucraba tener algún hijo conmigo le iba a quedar bastante claro de todas formas posibles que eso no iba a suceder nunca.
Él tendría sus necesidades y al no poder satisfacerlas conmigo buscaría alguien que le brindará lo que yo no le daría. Podría dejarme, pero para entonces la guerra ya habría terminado, Aphud y Khelvar serían reinos separados de nuevo y cada quien podría seguir con su vida. El Príncipe Ascian viviría sus necesidades hasta donde durará y yo reinaría sola hasta el momento en que tuviera que partir dejando como sucesor a Caius o Atlas dado que eran mis hermanos y los sucesores directos en caso de que yo faltará.
El tema de la noche de bodas no tendría tanta espera claro, pero, no iba a dejar que el Príncipe Ascian creyera que tenía alguna derecho sobre mi o sobre mi cuerpo. Me casaría con él, no le estaba vendiendo mi libertad individual y mucho menos mi cuerpo.
-¿Está completamente segura, Majestad?-dudó notablemente Bastian-, ¿No le interesa que el ducado, la nobleza o el Rey se enteren de sus intenciones?
-No podría darme más igual-espeté-. Si el ducado, la nobleza, el parlamento o el consejo de guerra creen que me importa que el Príncipe tenga una, dos o veinte amantes, me encargaré de demostrarles que hay cosas que deben preocuparles más.
-¿A qué se refiere, Majestad?
-La atención de la corona está bien por un rato-murmuré mirando de nuevo a la ventana-, pero por mucho tiempo empieza a ponerlos nerviosos.
Y a más de uno en el ducado le beneficiaría que yo siguiera fingiendo que no veía lo que hacían. Como le había dicho a Bastian, a veces el verdadero poder no está en la magia, sino en los secretos que logres descubrir y para mi buena suerte Bastian tenía una enorme habilidad para empaparse de secretos.
Nadie dijo nada más en resto del camino pero era obvio que los posibles resultados de lo que había pedido para esta noche, hacían que Bastian se imaginará todos los escenarios posibles de las consecuencias que este podría desencadenar mientras que a mí eso no podía darme más igual.
El rey sabía que yo mantendría la alianza con Aphud, como lo hiciera debía importarle poco. Todos sabían en el palacio que ese matrimonio era una farsa montada estratégicamente para beneficiarnos en la guerra que estaba reduciéndonos con fuerza.
Miré a Bastian mientras que el carruaje entraba a la zona donde pasaría todo el día.
-¿Cuándo entregarán los cuerpos a sus familias?
Sabía el proceso que eso llevaba, estaban todos en el consejo de guerra desesperados por información que nos hiciera tomar la delantera así que llegaron a recursos desesperados para conseguirla.
-Los examinadores terminarán con la mitad de ellos mañana-informó serio-, se esperá que lleguen a sus casa para la tarde.
-¿Todo está pago?
-Justo como lo ordenó, Majestad.
En cuanto el carruaje se detuvo y el cochero abrió la puerta para mi sentí una fuerte presión en mi pecho más dolorosa que la habitual. No me gustaba venir a informar que alguien había muerto pero no toleraría que esas familias que todavía confiaban en la corona recibieran simplemente una carta.
Bastian me tendió la caja de terciopelo negro que entregaría a esa familia. Bajé del carruaje seguida de Bastian, sentí la mirada de los que pasaban en el pequeño pueblo sobre mí y aun así con la espalda recta me acerqué a la puerta que Bastian tocó.
En cuanto la puerta de madera se abrió, una mujer mayor de ojos castaños me miró con sorpresa. Apreté los labios antes de abrir la tapa de la caja, el movimiento atrajo su mirada a mis manos y la medalla que ahora sería su único consuelo.
-La corona aprecia su sacrificio y siente su pérdida.
Había aprendido esa línea hace años, ya no se me dificultaba decirla tanto como las primeras veces. Pero a lo que nunca podría acostumbrarme era los gritos de dolor, las lágrimas y el sufrimiento que veía en las familias al darse cuenta que los suyos nunca volverían.
Tenía que aguantar verlos caer en llanto, gritar y farfullar insultos merecidos a una guerra que les había quitado tanto, al menos hasta que tomaban la medalla y la abrazaban con fuerza como si fuera lo más preciado que tenían ahora.
No comí nada y el mareo se había asentado con más fuerza en mi cuerpo, la debilidad hacía que cada paso se sintiera más doloroso que el anterior. Pero lo ignoré como tenía que hacerlo siempre mientras terminaba de entregar las medallas, de dar mi pésame a las familias y sentir dolor por esos hombres perdidos en la batalla que no conocía pero que habían hecho lo posible por proteger a sus familias, sus tierras y el reino.
En cuanto la noche cayó, Bastian me insistió en volver al palacio y eso me hacía menos ilusión que antes. No quería soportar al rey, al príncipe y mucho menos a Caius que seguramente tendría varias cosas que decir respecto al trato que habíamos hecho ayer, no iba a renegociar los términos ahora que el príncipe Ascian no había dicho nada.
Caius no iba a soportar más tiempo ese peso en silencio, si no quería hablarlo conmigo debía hacerlo con alguien que supiera aconsejarlo para superar las muertes que le atormentaban la cabeza. Ya sabía yo el peso que tenían.
Bastian detuvo el carruaje en el sur de la ciudad, a medio camino del palacio para buscar mis regalos, sabía que él encontraría el modo de hacerlas entrar y salir silenciosamente.
El palacio estaba en silencio, algo completamente común. Lo que no era normal era la presencia de esa mujer dentro del palacio.
Mis ojos se posaron en ese horrible rostro y luego en los hombres que la acompañaban en el comedor.
-Princesa Dayra.
Susurró la mujer con su voz en exceso chillón, sus ojos oscuros se posaron en mi con una sonrisa que quise borrarle. Respiré profundo tratando de no sacarla del cabello.
Vi a Caius ponerse de pie con intención de decir algo, pero me adelante.
-En mi presencia debe reverenciarse-espeté de mala gana, ella cerró la boca de golpe-. Hágalo, ahora.
Ella miró al rey en busca de un respaldo, pero el rey sabiamente decidió ignorar su mirada para matarme silenciosamente con la suya, sentí el piso temblar y solo le encarné una ceja que lo detuvo.
De mala gana la mujer tuvo que levantarse de la silla contigua a la del rey para hacer una reverencia. Miré al Rey Kalias que parecía analizar la situación mientras que el Príncipe Ascian sonreía divertido ante la escena.
Infeliz.
-Lamento haberla irrespetado-murmuró la mujer con falso dolor-, Majestad.
-Espero que no se le olvide su lugar-murmuré mirando a Caius que solo asintió-. Solo venía a informarles que ya he cenado, así que si me disculpa, tengo otros asuntos que atender.
Como ir a planear un asesinato que parezca un fatídico y chillón accidente.
-Pero si has partido todo el día-espetó el rey con fingida preocupación-, no hemos sabido nada de ti y mucho menos que hacías.
-Visite a las familias de los muertos en la guerra-espeté mirando a Caius que se movía discretamente-, estuve entregando las compensaciones, las medallas y el pesame a todos ellos. Ahora sabe que hice todo el día, si me disculpan.
Me giré importándome un comino lo que el rey quisiera, pero, fue otra voz rebosante de amabilidad la que me detuvo a tres pasos de la puerta.
-¿Ha ido a los alrededores de la ciudad?
Podía ignorarlo, salir y buscar a Caius que solamente se había desvanecido a su estudio, pero el Rey Kalias a mí, directamente, no me había hecho nada y parecía genuinamente interesado con el tema.
-Así es-me giré de mala gana para ver al Rey Kalias-. No he podido ir a todos los rincones del reino por desgracia, pero, personalmente me encargue de hacerles llegar mis intenciones.
-¿Por qué hacerlo usted misma?-parecía preguntarlo más para él mismo que para mí-, hay otras personas que se encargan de la tarea.
-Es lo menos que puedo hacer. Esos hombres se sacrifican por nosotros, por todos aquellos que no podemos partir a los frentes así que lo menos que puedo hacer por sus familias es ir personalmente a presentar mis respetos por sus sacrificios.
Eso pareció impresionarle, pero dejo de importarme cuando su odiosa voz llenó de nuevo el comedor.
-Es una muy buena persona, Princesa Dayra.
Posé mis ojos en ella como dos dagas que quería clavar en su cabeza. La idea fue más tentadora cuando ella rehuyó de mi mirada varias veces antes de volver a verme directamente.
-No lo suficiente-recalqué, ella se mostró más asustada-, ¿No cree que las apariencias engañan, señora Greft?
Estaba segura de que el Príncipe Ascian se daba cuenta de la falsa diversión en el cuerpo de la mujer que ahora buscaba discretamente bajo la mesa la mano del rey que estaba muy ocupado odiándome.
-No creo en sus palabras, si me permite decir-intervino el Rey Kalias ajeno a la tensión que emanaba la señora Greft-, hasta ahora sus acciones solo nos han mostrado la bondad que tiene su corazón. ¿No lo crees así, hijo?
El Príncipe Ascian asintió falsamente de acuerdo, estaba segura de que él estaba viendo más allá de la situación imaginando entre una y otra cosa porque odiaba a esa mujer con tanta fuerza.
-Completamente de acuerdo, padre-asintió.
-La complejidad del ser humano va más allá de sus actos-hable con firmeza-, que tenga en cuenta personas que no me han hecho nada malo y si se han sacrificado por mí, no significa que tenga la misma consideración con las personas que me ofenden-vi a la mujer tensarse pero no la mire directamente-o ignoran mi palabra.
-¿Lo dices por alguna persona en específica, querida?
En este momento quise incluir en al plan de asesinato al Príncipe Ascian, que parecía querer descubrir hasta qué punto iba a resistir sus palabras, lo que no sabía era que mi paciencia era casi inexistente y la alianza me importaría un poco menos con la satisfacción de cerrarle esa boca.
-Podría decirle nombres, Príncipe Ascian, pero dudo los conozca-la mujer empalideció de inmediato-. Me retiró para que puedan seguir con su cena.
-Le insisto-habló de nuevo el Rey Kalias-, quisiera conocer más sobre la labor que realiza con los heridos y las familias dolientes en su reino.
Aunque la idea de quedarme a hablar con alguien que parecía genuinamente interesado en lo que hacía o, lo que a veces Bastian me obligaba a hacer, no quería tentar la suerte para aguantar a esa mujer y al Príncipe, que parecían haberse puesto de acuerdo para irritarme.
Además, seguía sin estar en condiciones para estar sentada por mucho tiempo. Todo el cuerpo me dolía a cada paso, estaba mareada y sentía la cabeza convertida en una diana a la que constantemente la caían flechas, si me irritaba más seguramente la pasaríamos peor todos.
-Tendrá que ser en otra ocasión, Rey Kalias-murmuré alejando el dolor de mi cuerpo-, tengo asuntos inaplazables y como les comuniqué antes cené antes de llegar al palacio.
Los sirvientes entraron con la comida para los que estaban sentados, el Rey Kalias no parecía muy conforme pero tampoco parecía dispuesto a rogarme más. Me giré y salí de la habitación dispuesta a atravesar el palacio para el estudio de Caius donde debía estar esperándome mi hermano.
No sabía qué hacía esa mujer en mi palacio pero sí que iba a matar a los guardias que la dejaron pasar por haber ignorado mi orden directa y a ella misma, de paso.
Caminé tan rápido como mis adoloridas extremidades me lo permitieron y atravesé la puerta abierta antes de cerrarla detrás de mí.
-Me he enterado casi al mismo tiempo que tú que ella estaba en el palacio-informó mi hermano aunque no lo miraba-, ojalá hubiera podido evitarte la molestia.
Mi hermano no sabía cuál era el motivo del odio que yo sentía por esa mujer, solamente sabía que no la soportaba y tuvo que sacarme de su casa arrastrada luego de que tuviéramos una muy agradable conversación. Nunca pregunto y yo no le expliqué porque yo si sabía mantener mi palabra.
-Quiero cortarle esa maldita lengua-espeté de mala gana, miré a mi hermano sentado detrás de su escritorio con una mirada comprensiva-, ¿Quién se vino a creer para no tratarme con el respeto que merezco?
-Solo lo hace para molestarte-resaltó Caius para tranquilizarme-, no le des el gusto.
-Solo quiero darle el gusto de cumplir mi palabra-espeté apretando los puños con fuerza, sentí mis uñas clavarse con brusquedad en mi piel-, parece que creyó que con los años olvidaría mis palabras.
Y le había advertido lo que pasaría si ponía un pie dentro del palacio, ¿Cree que el rey es suficiente para detenerme?, debería hablar con mis buenos amigos del este, seguro tienen testimonios de lo mucho que el rey influye en mi vida.
-No la vayas a cargar con los guardias-interrumpió Caius escenarios bastante vengativos que cruzaban por mi cabeza-, ellos no han tenido la culpa de que nuestro padre la haya escoltado personalmente.
-Será tu padre, Caius-espeté con odio cada palabra-, pero no mío.
-¿Algún día me dirás porque odias tanto a-Caius dudo un momento-mi padre?
Ganas no me faltaban de decirle las cosas que hizo, hace y seguramente hará hasta su muerte el rey, pero, había dado mi palabra de no hacerlo y aunque eso me jodía, no iba a romper mi juramento.
-Si una reina no puede mantener su palabra, no puede ser considerada como tal-me senté cansada en el sillón aunque mi cuerpo me dolió todavía más-. ¿Dónde esta Atlas?, no lo he visto todo el día.
Por ahora no había nada que pudiera hacer con la mujer dentro del palacio a menos que se me antojará demostrarle al Rey Kalias que no era la persona tan buena que pensaba que era.
-Padre considero que era una buena idea que visitará a Anaí.
-¿Anaí estaba dispuesta a recibirlo?-pregunté con incredulidad-, hasta donde sabía ella no quería relacionarse con nosotros.
-Ni aún lo quiere-asintió Caius-, solo quiere ver a Atlas.
Anaí era la única hermana que tenía mamá, siempre creyó que mamá se equivocó al decidir casarse con el rey así que no quiso saber nada de su relación aunque hablaba ocasionalmente con mamá, su odio por el rey se extendió hasta sus hijos, es decir, Caius y yo.
Era una mujer amargada, solitaria que vivía cerca al palacio del este resguardada por la guardia del palacio aunque nos había gritado cuando le informamos de su protección. Que no nos quisiera cerca no significaba que dejaríamos morir al único pariente vivo de la reina, nuestra madre.
Pero entendía porque quería ver a Atlas, él es idéntico a mamá y a ella parece reconfortarla tener un trozo de su hermana en alguien que asemeja su apariencia.
-Ya decía yo que seguro algo estaría mal en esa mujer-suspiré divertida-, ¿Cuándo volverá al palacio?
-Mañana por la tarde.
Caius se tensó cuando volví a mirarlo, evitó mirarme concentrándose en algún papel que miró como si se le fuera la vida en ello. Sabía que estaba evitando el tema porque no quería hablar de lo que esas cosas significaban para él y su vida.
-¿Cuándo vas a volver a los frentes?
Esos lugares que le quitaban la vida, que llenaban de temor y preocupación a Atlas y que eran la causa de la alianza que ahora llevaría yo, para empezar.
-Padre quiere quedarse aquí un tiempo-susurró Caius mirando el documento-, pero yo partiré en unas semanas.
No me sorprendía que quisiera quedarse ahora que tenía quien le calentaba la cama.
-¿Hablaste con alguien?
Caius se tensó y apretó los labios para no contestarme. No quería verse débil, lo sabía, pero no podía hacerse daño para llenar su orgullo, mi hermano era bueno y ese peso lo destrozaría muy pronto.
-Caius-advertí al ver que apretaba con más fuerza el papel entre sus manos-, necesitas buscar ayuda.
Recordaba las imágenes en su cabeza, el dolor y la culpa que había experimentado con ellas, ese sentimiento que le pertenecía al hombre sentado tras el escritorio.
-No lo necesito-puntualizó-, pero para responder a tu pregunta, si hable con alguien especializado en el tema.
-¿Y?
No me podía creer que no le ayudará en nada, esas personas estaban especializadas en tratar los traumas que causa la guerra, Caius no podía ser la excepción.
-No me ayudo en nada-soltó el papel y me miró falsamente serio-, yo no tengo ningún problema Dayra, no estoy-
No podía soportar que me mintiera aun cuando yo había visto esas imágenes, cuando había sentido lo que eso causaba en él y cuando sabía lo que eso iba a causarle a mi hermano.
-¿En serio quieres mentirme a mí?-lo interrumpí con suavidad-, si no quieres hablar con ellos, habla conmigo.
-No lo entenderías-se cruzó de brazos-, no has salido de la comodidad del palacio en años, no podrías entender lo que se siente Dayra.
-Si pudieras ver mi pasado, Caius, te sorprenderías.
El dolor a veces nos lleva a cometer acciones desesperadas, acciones inhumanas y crueles de las que a veces llegamos a arrepentirnos. Yo no lo hacía.
Pero no siempre fue así, hubo un tiempo donde esas acciones y decisiones impulsivas que estaban manchadas de otras cosas además de sangre me pesaban más que aquel dolor que nunca dejaría mi ser. Me tocó aprender sola a superarlo, a entenderlas y luego me di cuenta de que si pudiera volver al pasado las volvería a realizar solamente por sus resultados sobre mí alrededor y sobre mi misma.
Caius me miró un momento, sin entender completamente la profundidad de esas palabras que me habían salido sin pensar.
-¿Qué es lo que quieres decir?
-Nada-me puse de pie-. Tengo que ver que Bastian haya entregado mi regalo de compromiso para el Príncipe Ascian, así que me voy. Pasa buena noche, hermano.
-¡Dayra, espera!
No iba a hablar con mi hermano de nada si él no quería hablar conmigo de sus cosas, no iba a aceptar solamente por su curiosidad y justo ahora se me antojaba dormir hasta que mi cuerpo dejará de actuar en mi contra.
Caminé a mi habitación porque no quería seguir de pie, sentada o fingiendo que no estaba doliéndome el cuerpo como si me hubiera caído una montaña entera.
-Princesa Dayra.
Mi nombre saliendo de su boca, en ese tono logró que el dolor se instaurará con más fuerza en mi cuerpo. Me detuve a la mitad de las escaleras donde estaban los dormitorios del Rey Kalias y el Príncipe Ascian.
-Príncipe Ascian.
Me giré para verlo, tenía sus manos en su espalda mientras me ofrecía esa sonrisa burlona que comenzaba a irritarme.
-¿A dónde se dirige?, porque me parece que no terminamos la conversación de esta mañana.
-¿La conversación?-repetí incrédula-, creí que el tema estaba bastante claro.
Había dejado muy en claro en qué condiciones íbamos a casarnos, así que esa conversación había quedado completamente terminada. Para mi sorpresa siguió acercándose a mí con esa sonrisa, hasta detenerse frente a mí.
-Solamente usted habló esta mañana-puntualizó-, no me ha dejado expresar mi opinión.
-¿Tiene algo diferente que decir?
-Si-asintió con firmeza-, la verdad es que tengo mucho que decir respecto a sus decisiones de esta mañana.
Oh, por favor. Ambos sabíamos que eso no es cierto.
Él no me interesaba. Yo no le interesaba. ¿Para qué íbamos a tener una conversación que nos llevaría a esa conclusión?, siendo sinceros ambos íbamos a ser extraños que se vería ocasionalmente para un evento público fingiendo ser felices el uno con el otro cuando la realidad sería otra.
-Pues yo no pretendo cambiarlas-me encogí de hombros ligeramente-, no entiendo de que tenemos que hablar.
-Nuestra comunicación no es el único tema importante-señaló el pasillo-. Por favor, insisto en que me acompañe.
Miré al pasillo y vi a Bastian a lo lejos, oculto ligeramente entre las sombras antes de desaparecer. El regalo estaba ya en su habitación, listo para su uso y satisfacción.
Estuvieran o no las chicas en esa habitación, yo definitivamente no iba a entrar en la misma habitación reducida del Príncipe para descubrir que intenciones tendría.
-¿Sabía que en Khelvar existe una tradición entre los recién comprometidos?
Cambié el tema, eso solo pareció divertirlo más. Pero me concedió el derecho a dirigir la conversación, aunque eso solo pareció complacerlo todavía más.
-No, no tenía conocimiento de eso. ¿De qué trata esa tradición?
Su tono de burla me dejaba entrever que creía que cambiaba el tema para no entrar a su habitación, cosa que era cierta, pero seguro lo que no era cierto era la intención. Por la manera en que el Príncipe sonreía parecía pensar que no quería entrar en su habitación solamente porque me intimidaba, cosa que no podía estar más alejada de la realidad.
-Cuando una pareja se compromete se dan un regalo, como muestra o promesa de mantener vivo el mismo sentimiento con el que se comprometen durante todo su matrimonio.
-¿A dónde quiere llegar, princesa?-encarnó ligeramente una ceja con diversión-, ¿Quiere decir que planea regalarme algo?
-Exacto-eso pareció sorprenderlo un poco-, en su habitación está preparado el regalo que le deja en claro mis intenciones durante nuestro matrimonio.
Él me examinó un momento, casi receloso por el giro que había dado la situación. Seguramente él esperaba que yo aceptará sin más acompañarlo a su habitación para escucharlo hablar sobre lo que él quería para nuestra relación, cosa que no me importaba demasiado.
-Yo no tengo un regalo para usted, princesa.
Claro que no lo tenía, lo había dicho como si la intención de esa frase fuera herirme. Idiota.
-No espero un regalo, ni quiero un regalo-puntualicé.
-¿Entonces?
-Solo espero que el regalo que planeo darle deje muy en claro los demás aspectos que no pudimos hablar esta mañana.
Le señalé el pasillo y él algo extrañado pero igual divertido se acercó a su habitación, movimiento que aproveché para darme vuelta y seguir subiendo las escaleras para ir a mi habitación.
Escuché la puerta abrirse y solamente tomé mejor la falda de mi vestido para seguir subiendo las escaleras. Que prenda más odiosa, la quemaría en cuanto me la quitará.
-¡Princesa Dayra!
Puse los ojos en blanco al escuchar de nuevo su voz por las escaleras, suspire con cansancio porque estaba por golpearlo solamente para irme a mi habitación.
Me giré para verlo subir las escaleras rápidamente para alcanzarme, con bastante sorpresa que resultaba extraña en su rostro burlón.
-¿Está segura de que su regalo esta en mi habitación?
¿Alguien más iba a enviarle mujeres para celebrar su desastroso compromiso?, vaya, eso sí que era curioso.
No es que yo estuviera viendo a esas chicas como objetos, mucho menos que estuviera de acuerdo en la manera en la que habían elegido obtener sustento, de hecho, trataba de idear alivios, programas y oportunidades para acabar con el prostitución en el reino, pero, habían mujeres que elegían esa vida, por alguna razón que no entendía.
-Si-aclaré casi divertida-, ¿A caso esperaba ese tipo de atenciones de otra persona?
-No-para mi sorpresa seguía luciendo descolocado-, ¿Por qué ha decidido regalarme eso?
-Solo para aclarar-esta situación estaba divirtiéndome-, no le estoy regalando a esas mujeres, ellas son dueñas de sus propias vidas.
El Príncipe Ascian que parecía haber dejado esa actitud burlona en la puerta de la habitación, sacudió la cabeza sorprendido, confundido y descolocado.
-Eso lo sé.
-Pues no entiendo que hacemos hablando, entonces.
Dio un paso en mi dirección, como si quisiera que la conversación permaneciera entre nosotros dos.
-¿Por qué me da ese regalo?
-Porque no pienso dejarlo hacer eso conmigo nunca-puntualicé-, ese es el mensaje que estoy segura que le llego.
-Se esperará que tengamos un hijo.
Nuevamente ese tema. Los ancestros me dieran paciencia.
-Lo que se espera de nuestro matrimonio no puede darme más igual que el acto en sí.
Él frunció el ceño como si no entendiera, parecía verdaderamente perdido y eso definitivamente no se parecía en absoluto al hombre que había visto estos dos días.
-¿No le importá que le sea infiel en su propia cara?
-Oh, no será en mi cara. No tengo intenciones de quedarme a ver lo que van a hacer-ironicé-, no se preocupe.
-Sabes a lo que quiero llegar-frunció el ceño-, ¿Tan poco se respeta?
En ese momento me sentí adolorida, irritada, frustrada, molesta y ahora muy ofendida por las palabras que habían salido de su boca.
-En eso se equivoca, Príncipe Ascian, me respeto demasiado y por eso estoy haciendo esto-pareció que quería decir algo, no se lo permití-. Si no me respetará, solo por el hecho de las cosas que su reino le va a brindar a Khelvar en esta situación, lo primero que hubiera hecho sería abrirme de piernas a usted solamente para mantener la alianza-se tensó-, pero no voy a hacerlo nunca.
«Lo único que estoy haciendo es demostrándole, dejándole muy en claro que puede tocar todo lo que quiera en mi reino menos a mí misma. Nunca va a ponerme una mano encima sin importar las fuerzas, las armas o el territorio que Aphud pueda brindarnos en esta guerra. ¿Lo ha entendido ahora?
No me quede a escucharlo decir nada, solo subí a mi habitación, me quité el estúpido vestido y me deje caer en la cama para dejar salir en un gruñido las frustraciones, dolores e irritaciones de este día.
A veces tenemos la tendencia de sobreestimar nuestros problemas, como si no hubieran más problemas en el mundo, en el universo entero, además de los nuestros. Es algo tan egoísta y fácil de hacer que siempre pensamos que nadie puede pasarla peor que nosotros y las cosas no podría empeorar.
Pero este es el secreto del universo: Cuando las cosas parece que no pueden ser peor, empeoran de una manera abismal.
Mi compromiso, el dolor de mi cuerpo por la magia reprimida y liberada, el Príncipe de Aphud, la señora Greft, las mujeres del palacio y el rey no tenían tanta importancia cuando la realidad me golpeó con fuerza la mañana siguiente para demostrarme que yo no era nada y mis problemas importaban todavía menos:
Morthem acabó con todo el frente noreste y tenía intenciones de dirigirse al interior del Khelvar.