Capítulo 2 Capitulo Uno

Esa mañana mi madre me había dejado el desayuno en mi habitación, era inusual para ella, pero decidí que no le daría importancia a aquello. Seguramente me lo había dejado allí ya que hoy debería bailar con algunos jóvenes hombres adinerados para poder continuar con mi vida con alguna persona que pueda mantenerse bien económicamente. No era lo que yo quería, pero a ella seguía sin importarle.

Termine mi tostada y fui a mi armario, me coloqué mi ropa interior y un vestido ligero color amarillo para esta primavera calurosa, lo adornaban unas flores en la caida, no me gustaba lo apretado que se me encontraba el corset pero hacia que mis bellas curvas se marquen mas. Me observé el cabello, decidí hacerme una trenza dejando unos mechones a mis costados, me gustaba. Coloque los aros con cristales que había heredado de mi madre y me concentré en busca de unos tacones no tan altos para ir a pasear al centro de la ciudad a comprar algunas cosas que necesitaba. Terminé de maquillarme y ya me encontraba en los pasillos de la casa, en cada esquina había una foto de mi difunto padre. A veces lo extrañaba, recuerdo las salidas a caballo y las caminatas en el parque de la ciudad, rápidamente borré esos recuerdos de mi cabeza ya que no quería pensar en aquello. Mi madre se había ido al parecer, no la encontraba por ninguna esquina, observé a la criada y a mi gran amiga limpiando los trastes en la cocina.

- ¡Hola! - Miré su cabello rizado negro y su tez morena. La discriminación a los piel oscura sigue siendo una tortura, pero a Marisa la tratamos como una mas de nosotras y ademas le damos un buena paga ya que trabaja muy bien.

- Hola Leo. ¿Cómo te despertaste hoy? - Ella tenía unos veinticinco años, y se mantenía muy bien. Vivía con nosotros ya que la vida en su casa no era buena, dormía en una de las habitaciones cerca a la mía. No, no era en un piso debajo de la cocina como en otras casas con criadas, la tratábamos como una persona más. El racismo era muy grande en la ciudad y si, también utiliza el mismo baño que nosotras, no tiene ningún tipo de enfermedad como aquellos mal hablados dicen, éramos un poco juzgadas con mi madre por el trato hacia Marisa, pero nosotras tres hacemos oídos sordos.

- Bien Mari, hoy bien, ¿Tu? - Sonrió con su dentadura preciosa y blanca.

- Bien, me dijo tu madre que hoy te presentará a alguien. - Siguió limpiando la vajilla, bajando la mirada.

- ¡Me parecía que tanto desayuno era una trampa! - Se carcajeó y me uno a ella.

- ¿Sigues pensando en tu plan? ¿No hay marcha atrás? -

- No, no lo hay Mari. - Su mirada se volvió un poco triste.

- Va a ser complicado y duro.

- Si, pero es lo que quiero. - Asintió-

- Bueno, tengo cosas que hacer y tú tienes que ir a pasear a buscar los alimentos de la lista. - Le di un beso en la mejilla y comencé a irme.

- ¡Ya encontraré a tu príncipe azul Mari! - Escuche su risa al golpear la puerta al cerrarla.

- Tener veintiún años y no tener pareja no es que esté mal visto, pero "el tiempo corre" dicen. El lago que se veía en el medio de la ciudad hoy estaba hermoso, se encontraban algunos patos y cisnes. Camine hasta chocarme con el Duque, un recuerdo golpeó mi mente, es él a los dieciocho años, teniendo dos años más que yo pidiéndole la mano a mi padre en su lecho de muerte. Se que actualmente corteja a otras mujeres, pero en sus ojos todavía se ve que me está esperando, mi padre, le dijo que solo si yo lo deseaba podría casarme con él.

- Hola Eleonora. - Hice una reverencia.

- Buenas tardes, Duque Beaufort. - Muestra su sonrisa dulce.

- Sabes que conmigo no necesitas formalidades. -

- Lo sé, pero es para acostumbrarme a cuando ya te encuentres con una dama a su lado. -

- A mi costado solo quiero una dama. - me observó con una mirada pícara.

- Sabes que lamento informarte, todavía no estoy lista. - El no era un mal hombre, era dulce, amoroso, era esbelto con un cabello castaño bien cortado con sus ojos verdes esmeralda. ¡Además era un Duque!. Realmente no merecía que yo lo rechazara constantemente, pero no deseaba casarme en estos momentos, no quiero ser "la señora de la casa".

- Así es, pero esperare a cuando estés lista. - Asentí, no va a suceder.

- Gracias por su dulzura, debo irme a hacer las compras. - Realice una reverencia.

- Siempre a su disposición. - Me retiré y observé a mi madre afuera del café de la prima de Marisa, acompañada de una dama.

Ella me observó y levantó la mano saludándome, a lo que hice lo mismo. Seguramente sea la madre del hombre que debo bailar hoy. Suspire, ojalá esto se acabe pronto. Paciencia Eleonora, paciencia. Respire profundo y me metí en el mercado. Junte una canasta y comencé a meterle los alimentos que me había pedido Marisa y mi madre. En realidad las compras las hacen normalmente las criadas, pero a mi me gustaba elegir los alimentos y le quitaba un poco el trabajo a mi amiga, que ya bastante tenía. Las personas aquí ya me conocían y no me trataban mal, la mayoría eran personas de bajos recursos, que cultivaban y vendían lo que producían además de poder quedarse con una parte para alimentarse ellos. Lastimosamente, la guerra que estaba a la vuelta de la esquina estaba complicando a la gente con poco dinero y si no pudieron ahorrar, cada vez exportar a otros lugares era mas complicado.

Observé un atuendo, que me apasionada, mire como recolectaba algunas cosas; miel para ayudar a cicatrizar y evitar infecciones, algunas hierbas como láudano para adormecer y quitar dolor, también Caléndula para desinflamar y quitar dolores y por último Lavanda para calmar y relajar. Su vestimenta blanca y la cruz roja en su espalda me atraían bastante, cada día la veía venir y comprar alguno de estos y otros productos, nunca me había animado a hablarle, pero hoy era el día. Respire profundo y me acerqué.

Hola, disculpa, sé que debes estar ocupada, pero tengo algunas dudas y tú puedes ayudarme. - Ella me observó y su mirada dulce con su sonrisa simpática me tranquilizó.

- ¡Hasta que te animas a hablarme! - Dijo con una sonrisilla. - Dime Eleonora, que es que tanto me observas, ¿Qué deseas saber? - Mi tez pasó de ser pálida a ser bordó.

- ¡Lo lamento! No era mi intención molestarla. - Apretó mi hombro.

- No es molestia, solo esperaba a que me preguntes lo que necesites. - Su mirada era tranquilizadora.

- Quiero saber como ser como tú. - Su cara fue de asombro.

- No, imposible. - Su semblante era ahora serio. Suspiré, ¿Por mi edad ya no puedo aprender? ¿Mi madre le habrá dicho algo?. Asentí en forma de saludo y me di la vuelta para ya regresar a casa. - Espera. - Frené. - Eleonora, ¿De verdad quieres ayudar en combate? - La mire directamente a los ojos.

- Eso es todo lo que deseo en estos momentos. - Su mirada era curiosa, dudó.

- Mañana a las seis de la mañana, en mi consultorio. Te enseñaré lo básico hasta que pidan más enfermeras en combate. - Mi corazón comenzó a latir fuertemente y deje la canasta en el piso, la atraje hacia mí en un fuerte abrazo. - ¡Pero!

- ¡Por supuesto que iba a haber un pero! - Ella ríe, mientras la suelto y agarró la canasta con los alimentos.

Debes casarte con alguien antes de irte. - Dijo seria y tranquila.

- ¿Qué? - Cruce mi entrecejo. - ¿De verdad?

- Ven, sígueme. - Comenzó a caminar por el pasillo mientras me quedaba quieta allí. - ¿Vienes? - Me despabilé y fui tras ella.

Caminamos un par de calles hasta entrar a su consultorio, me dijo que esperara en la sala mientras curaba la herida de una niña, ella les hablaba amablemente y conversaban sobre detalles de su corta vida. Admiré a Clarisa, era muy conocida en la zona y conocía prácticamente a todo el pueblo, era de las mejores, sus arrugas recién comenzaban a aparecer y su pelo rubio con rulos siempre lo tenía prolijo. Terminó de atender a la niña y se fueron, dejando el consultorio vacío, ella cerró con llave y me hizo una seña de que la siguiera.

            
            

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