La vida duele, nos brinda una bomba de sensaciones placenteras y negativas que nos hacen abrir los ojos ante la realidad. Pero al final de todo... duele. La crueldad y la belleza de existir en un mundo que intenta destruirte a cada paso sin que te des cuenta de ello.
Eso fue lo que aprendí desde mi primer aliento de existencia, desde mi llegada a este extraño submundo que parece esconderse avergonzado de la mirada despectiva y llena de superioridad de una sociedad supuestamente aceptable. Moralmente autosuficiente. Nada más que una coraza que adorna un vacío penumbroso.
Vivir duele... pero sobrevivir duele aún más.
Sobreviviendo te quemas, rompes, te haces pedazos y destruyes... la vida es aterradora y cruel, pero al mismo tiempo es hermosa, pues se ha de renacer de las cenizas como un ser nuevo con aprendizajes renovados listos para brindar soporte en una nueva pelea por sobrevivir en la que se repetirá el mismo proceso una y otra vez hasta convertirte en una versión de ti mismo a la que él tú del pasado le tendría absoluto terror...
Voy a sumergirme una vez más en mi pasado, pues estoy segura de que eso me ayudará a encontrar el camino que estoy buscando actualmente...
Recuerdo cálidamente cómo aquél había sido un día cansado pero productivo, el restaurante de mi padre, en el cual trabajaba como mesera, se había llenado por primera vez en años. Estábamos contentos, pero definitivamente la carga laboral nos sobrepasó y abrumó en ciertos momentos. La falta de costumbre de una buena racha se sintió asfixiante. Mi padre siempre me contaba historias de cuando "eran tiempos mejores" de cómo había filas enormes para entrar al restaurante, el cual era también visitado de vez en cuando por una que otra celebridad. Y yo también lo recuerdo, aunque a mi modo, casi todos los días llegaba mi padre con un juguete nuevo para mí y algún regalo para mi madre, pero ahora las cosas se habían tornado diferentes. Fue así desde el día que mi madre nos dejó para formar una nueva familia.
El lugar no era el mejor de la ciudad, tampoco el más moderno o distinguido de entre las innumerables opciones. Sin embargo, para mí que había crecido ahí, entre el sonido de los cubiertos, el vaivén de los tacones bajos de las meseras, el olor de la comida y el trato amable de los comensales más fieles, tenía un gran encanto. Siempre fue un lugar especial pues mi perspectiva de niña me permitía ver aquello como un intercambio mágico de servicio por un momento de felicidad o distracción.
Ver los rostros de las diferentes personas que iban y venían, imaginar las historias que se desarrollaban cuando estaban dentro y cómo continuarían una vez que se fueran resultó ser una de mis actividades favoritas. A excepción de cuando veía gente triste, nunca fue de mi agrado notar aquel sentimiento en las personas.
Me convertí en mesera para ayudar a mi padre desde que tenía 14 años, un trabajo duro pero agradable. Siempre intentando ser amable y brindarle un momento agradable con quienes tenía oportunidad de conversar.
Ya para el final del día, cuando estábamos limpiando y preparando todo para cerrar, un grupo de hombres entraron y se sentaron en una de las mesas cercanas a la entrada, yo amablemente me acerqué para decirles que ya habíamos cerrado, pero justo cuando estaba por pronunciar la primera palabra, sentí que alguien me jalo del brazo, era mi padre, el cual se veía sumamente nervioso y solo me ordenó ir a la cocina de inmediato.
Yo lo obedecí, pero, aun así, me quedé con la oreja pegada a la puerta para intentar escuchar lo que decían.
-Te vas a meter en problemas si tu padre te encuentra haciendo eso -Dijo Otto, el cocinero del restaurante. Un carismático hombre robusto de edad avanzada y piel morena con quien solía llevarme muy bien.
Solo le hice una seña de silencio y cuando me disponía a volver a escuchar, mi padre abrió la puerta atrapándome en el acto, se veía temeroso y sudaba de nerviosismo, algo muy característico cuando intentaba ocultar algo era que hacía lo posible por no mirarme a los ojos.
-Necesito que todos se retiren menos tú hija- Dijo señalándome a mí -Y tú Otto, van a pedir algunos platillos, unos cuantos tragos y después se irán, todos los demás salgan por la puerta de atrás.
Ya antes habían pasado situaciones similares, venían personas justo cuando estábamos cerrando y se quedaban hasta el amanecer, pero nunca había visto a mi padre tan nervioso. No sabía lo que estaban haciendo ahí, ni tampoco cuáles eran sus intenciones, pero no quería pensar demasiado en ello. Como ya era costumbre, salí de la cocina para tomar la orden, pero desde el momento en que llegué, me sentí sumamente incómoda debido a que uno de los hombres me miraba muy fijamente, tanto que el hecho de que nuestras miradas se encontraran me causaba escalofríos, razón por la cual decidí simplemente ignorarlo y hacer mi trabajo.
Entré a la cocina ya con los platillos anotados y mientras Otto preparaba la comida, yo no me podía sacar de la cabeza al hombre que estaba a solo unos metros de mí y me miraba tan extraño, realmente me sentí perturbada y algo intimidada pues sentía que aquellos ojos me perseguían sin importar a donde fuera.
Las cosas transcurrieron con normalidad, estas personas comieron, bebieron y al poco tiempo se fueron, nosotros cerramos el restaurante y nos fuimos todos a casa. De camino en el auto, note que mi padre aún seguía nervioso y por supuesto, evitaba mirarme por completo.
- ¿Está todo bien? -Le pregunté sin dejar de mirarlo mientras conducía - ¿Pasa algo malo con las personas de hace un rato?
-Está todo bien, no te preocupes por eso, cariño -Dijo sin quitar la vista de enfrente, pero apretando inconscientemente el volante hasta hacerlo crujir.
Llegamos a casa, pero antes de entrar algo me detuvo, miré atrás y vi un auto estacionado al otro lado de la calle. Cuando vives en el mismo barrio toda la vida, de forma inconsciente aprendes los autos que usualmente se encuentran estacionados afuera de las casas a esas horas de la noche. Claramente ese coche no pertenecía a alguno de los vecinos o a alguien conocido. En él había dos personas, pero no se podía ver quiénes eran pues estaban entre las sombras, una vez más, tomé la terrible decisión de no tomarle importancia y entré sin más.
Transcurrieron días en los que me parecía ver de reojo a una persona siguiéndome, viéndome desde lo lejos, pero cuando volteaba a ver, me daba cuenta de que simplemente era mi imaginación o eran personas que miraban en mi dirección, pero no concretamente a mí. Así que mi rutina volvió a ser la misma, escuela, trabajo, de vez en cuando recibir visitas de mi mejor amigo Matt y ver películas en mi casa. Una vida completamente normal para alguien de mi edad, despreocupada y completamente ensimismada.
Un día llegué a casa después de la escuela después de tener todo el día la constante sensación de tener un par de ojos clavados en mi espalda y me encontré a mi padre en la puerta, se veía como si no hubiera dormido en días, las ojeras bajo sus ojos se extendían prominentemente haciéndolo parecer un muerto viviente.
-Cariño, que bueno que llegas... No abriremos hoy el restaurante porque me siento muy cansado y Otto tuvo un pequeño accidente ayer, así que ¿Por qué no te tomas el día libre? - Dijo él luego de una pequeña sonrisa que parecía extrañamente fingida.
-¿Otto está bien? -Le pregunte preocupada por lo sospechoso de la situación.
-Sí, Otto está bien, pero también necesita descansar- Respondió con la voz apagada y la mirada perdida en algún lugar a mis espaldas.
-Claro, no hay problema... intenta descansar un poco, te ves bastante cansado - Dije mientras pasaba junto a él en la puerta y le daba un beso en la mejilla - si necesitas algo puedes decírmelo, te quiero- finalicé y me fui a mi habitación sintiéndome extrañada.
Me quede pensando un rato en que pasaría con Otto y porque mi padre estaba tan cansado, pero al final, me alegré un poco de tener tiempo libre al fin, ya que justo ese día era la premier de una película que deseaba ver desde hace tiempo, así que lo primero que hice fue llamar por teléfono a Matt, para darle la noticia de que tendría esa noche libre y podríamos ir a ver esa película que él también deseaba ver.
- ¿Matt? Hola, adivina que... estoy libre esta noche y tengo algo de dinero guardado, podremos ir a ver el estreno de la película que hablábamos el otro día -Le dije muy emocionada apretando el teléfono en mis manos y dejándome caer a la cama.
-Cielos, mi amor. Acabo de quedar con Carol para ir a verla y quiere que vayamos solos- contestó él y sentí como si me hubieran dado una puñalada en el pecho.
-Oh... está bien, no hay... -Comencé a decir tristemente, pero me interrumpió.
-Es broma, sabes que no iría con nadie más, mi amor - rio al teléfono y lanzó un beso - mi tiempo siempre está reservado para usted, bella dama.
-Idiota, casi me pongo a llorar- Le dije dando un gran suspiro y sonriendo aliviada.
-Lo sé, no puedes vivir sin mí... Entonces, te veo a las 8:00pm, paso por ti - La voz entusiasmada de Matt me aturdió un poco, pero al igual que él, me llenó el alma de emoción.
-Bien, te veo en la noche - Lancé un beso al teléfono y colgué.
Desde hacía años, Matt y yo habíamos tenido una relación bastante cercana y éramos muy cariñosos el uno con el otro, nos decíamos "mi amor" "cariño" entre otros apodos similares. Sin embargo, ninguno de los dos se había atrevido a dar un paso más allá por un absurdo miedo a perdernos el uno al otro. Pero esa noche era diferente, planeaba decirle que me gustaba y si todo iba bien, podríamos besarnos o tal vez incluso algo más...
Las mariposas en mi estómago combinadas con la sensación de emoción en mi cabeza me dieron un disparo de adrenalina bastante extraño.
Sentía que después de ese día, todo sería diferente, sentía como si mi vida estuviera a punto de cambiar por completo, poco sabía que realmente sería así... y no como yo estaba pensando.