Los amores de Rebeca
img img Los amores de Rebeca img Capítulo 5 Enojo
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Capítulo 6 La enfermedad img
Capítulo 7 El robo img
Capítulo 8 El inicio de las consecuencias img
Capítulo 9 Consecuencias img
Capítulo 10 Propuesta de cita img
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Capítulo 5 Enojo

Nicolás me había prometido una reunión con su madre y día a día me vestía muy elegante, con el deseo de que el me propusiera ir a verla. Sin embargo, esos deseos por conocerla se veían estropeados por el propio Nicolás.

¿Cuál era la excusa?, su madre no podía atenderme por su deplorable estado de salud. Según las propias palabras del rubio, su mamá había sido infectada por una enfermedad de transmisión sexual; por lo que, no se sentía capaz de conocer a una niña tan "inocente" como yo.

Mi tan agotable jornada de clases recién había culminado, por lo que, quise dar unas vueltas antes de dirigirme al café. Me detuve cerca de un pequeño quiosco que estaba unas cuantas cuadras antes de llegar al trabajo; observé unos pequeños llaveros y sentí mucha ansiedad por comprarlos.

-¿Le gustan señorita? -preguntó el humilde vendedor -Son igual de hermosos que usted, ¿no cree?

Reí por su ocurrente comentario.

-Muchas gracias por pensar eso de mí, ¿qué valor tiene?

-Cinco euros, nada más. No es mucho, son llaveros artesanales.

Dispuesta a comprarle el llavero al humilde anciano, busqué el dinero en cada bolsita de mi mochila, pero mi rostro de alegría desapareció cuando me percaté que solo tenía dos euros.

La sonrisa del anciano se esfumó al ver mi reacción y me hizo un gesto de compasión.

-¿Le parece si otro día se lo compro?

Los problemas económicos de Nicolás repercutieron en mi estabilidad económica y me veía incapaz de negarle dinero, sobre todo, por el mal estado de salud de su madre.

Desde que le realicé el primer préstamo, Nicolas entabló una relación de confianza conmigo y sin pena, ni vergüenza llegaba al café a pedirme ayuda y yo, sumergida en los pocos gestos de cariño que tenía hacia mí, sentía una ansiedad por quedar bien con él. A inicio de mes, le presté el dinero con el que realizaría mis gastos diarios en los próximos veintiocho días, para ello, acepté hacer un sacrificio por un bien mayor: vivir con las generosas propinas que dejaban los clientes.

-No se preocupe. Creo haber notado en sus ojos que le ha gustado mucho el llavero. Se lo regalo. -Él sonrió apenado y dejó al descubierto las arrugas de sus ojos.

-No tiene porqué dármelo, es mejor que lo venda... Es su negocio -pronuncié avergonzada.

-No importa, tómelo. -El anciano me entregó el llavero en mis manos-. No lo desprecie, Rebeca, cuide y valore algo que se le regala con extrema voluntad. Ahora mismo se lo entrego de todo corazón.

La extrañeza del señor al hablar y la inexplicable respuesta de como conocía mi nombre crearon un ambiente tenso entre él y yo. Sentí mis manos enfriarse y al notar mi estado de cobardía, el anciano movió el llavero para tratar de despertarme.

-¿Cómo me conoce? -pregunté sorprendida.

-No importa, eso es de menos, hija.

Aunque mis suplicantes ojos imploraban una explicación, el señor solo me dedicó una sonrisa y continuó vendiendo. De pronto, el quiosco se llenó de gente y mi presencia pasó a segundo plano. Al no encontrar respuesta, decidí ignorar ese momento extraño y continuar mi camino rumbo al café.

Al llegar a la entrada del café, a los lejos miré a Nicolas. El chico me saludo moviendo su mano derecha de un lado a otro. Noté la falta de brillo en sus ojos, parecía haber tenido una mala noche. Su rostro estaba un poco tenso, como si hubiese algo que le molestara y sus labios apenas formaban una media sonrisa, poco habitual en él.

-Es muy raro verte llegar a esta hora - me dijo al estar frente a él.

Nicolás me dio un discreto beso en los labios, tan imperceptible que apenas llamamos la atención de dos clientes. Sin embargo, no tomé para bien su acción, ya que no deseaba llamar la atención de nadie.

Intenté apartarme de Nicolás, no era el mejor momento para tenerlo cerca. Mi mente y mi cuerpo me reclamaban a diario un espacio lejos de él y su madre. Mi preocupación por ellos era tan alta que me había olvidado de mi propio cuidado.

-Debo pasar, necesito atender el café -traté de ocultar mi impertinente voz, pero para parecía no haberlo logrado. Para sumar a mi desesperación por huir de aquel sofocante momento, algunas personas tenían el descaro de detenerse frente a nosotros y mirarnos de pies a cabeza.

Dos pasos adelantes y lo ignoré, mi actitud no se debía a mi falta de afecto por él; pero, en ese momento, mi cuerpo, mente y corazón se sentían agotados. Se me hizo inevitable pensar que Nicolás solo me buscaba cuando necesitaba ayuda.

-Te invito a salir este veinticuatro de diciembre.

Me detuve en seco y le dije:

-¿Y eso como por qué? -Di media vuelta para verlo a la cara.

-Ese día cumplimos tres meses. -Él se encogió de hombros, bajo el tono de su voz cuando notó que llamábamos mucho la atención.

-¿Tres meses de qué?, ¿del préstamo que te hice? -respondí cabreada.

                         

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