Capítulo 2 Cita con el loquero.

Capítulo 2: Cita con el loquero.

− Entonces, esos fueron los acontecimientos de ayer. − Dijo el psicólogo con frialdad, como si todo lo sucedido no hubiese sido gran cosa.

− ¿¡Acaso le parece poco!? − Respondió Stephen muy insultado por su aparente falta de preocupación. − ¡Vengo aquí para que me ayude, no para que me trate como un estorbo! – De repente se levantó de golpe y se dirigió hacia la puerta.

− Discúlpeme Enslin; tiene toda la razón, mi forma de tratar su caso no ha sido la más correcta, por favor tome asiento y relájese un poco para que podamos continuar. – Dijo el psicólogo con su típico tono de voz agudo que siempre le resulto gracioso a Stephen desde el momento que lo escucho por primera vez, aunque estos momentos no son para reír la forma de hablar tan anticuada del buen doctor siempre le sacaba al menos una pequeña sonrisa, que por supuesto trataba de disimular para no ofender al letrado.

Algo más relajado, Stephen se dirigió a sentarse en aquel sillón de aspecto colonial en el que desde hace semanas solía pasar tanto tiempo, mas no sin antes recorrer con la mirada una vez más, la guarida de aquella graciosa personita que jugueteaba con su mente. Aquel cuarto que desde hacía más de un mes visitaba estaba cargado de diplomas y libreros repletos de libros de psicología y alguna que otra novela de misterio, en especial las de Agatha Christie. El doctor siempre alardeaba de su colección de novelas de Hercule Poirot, lo cual no era de extrañar, el mismo se parecía al personaje en cuestión. Albert Keine era un hombre bajito y regordete de 1,63 metros, con gafas enormes y un bigote de estilo francés muy bien cuidado. ¿Supongo que intentando parecerse al personaje que tanto admiraba?

− Continuemos entonces; porque no me relata lo sucedido en su más reciente y tenebroso sueño.− Dijo tomando nuevamente el cuaderno y preparando el bolígrafo.

− Esta vez fue más vivido de lo que jamás habían sido hasta ahora, los olores, la sensación; su calor recorriendo mi mano.− Le conto Stephen al doctor mientras juntaba sus manos frente a él y las apretaba con fuerza, al mismo tiempo que bajaba la cabeza para ocultar la expresión de horror y vergüenza que aparecía lentamente en su rostro mientras comenzaba su relato.

− No sabría decir donde empezó todo, solo se que de repente estaba ocultándome detrás de un árbol en un bosque, observando una cabaña; asechando a sus inquilinos como un animal salvaje asecha a su presa.

− Eran dos personas; una pareja, se les veía muy felices, tenían lo que parecía ser una cena romántica. Desde la lejanía los observaba como un sucio acosador, podía notar como se dibujaba una sonrisa en mi rostro, lo estaba disfrutando, solo de pensarlo me da asco. – Stephen encogió su cuerpo cada vez más, apretando con aun más fuerza sus manos. – No sé por qué me sentía así ¡No soy esa clase de persona! Pero aun así, aun así... no podía evitar sentirme de ese modo.

− Al terminar se dieron un beso, uno fue a lo que parecía ser el dormitorio mientras que el otro recogía los platos y se los llevaba a la cocina. – Stephen comenzó a temblar repentinamente y dijo titubeando:

− En ese momento yo... yo. – Mientras hablaba comenzó a sollozar mientras forzaba su voz a salir. – Yo me sentía eufórico... una sensación de placer recorrió mi cuerpo, ese era el momento, la oportunidad que estaba esperando. Con una gran sonrisa en mi rostro me acerque a la parte trasera de la cabaña a hurtadillas y abrí lentamente la puerta trasera diciendo:

− Hola cariño. – La otra persona me miro confundida y me respondió mientras me acercaba lentamente:

− ¿Qué haces aquí, como llegast-? − Antes de que terminara de hablar me abalance encima de él, me coloque a su espalda y cubrí su boca con mi mano sofocando por completo su voz, agarre el cuchillo militar que llevaba en la cintura y le raje la garganta. – Stephen se llevó una de sus manos a la cara y se cubrió la boca. Una enorme sensación de asco recorrió todo su cuerpo; el solo hecho recordarlo hacia que le dieran ganas de vomitar.

− Luego de cortarle el cuello guarde el cuchillo, y con la mano que tenía libre introduje mis dedos en la herida, haciendo que se abriera cada vez más, moviéndolos de arriba para abajo como una especie de sádico jugo; ¡enfermo y cruel! Todo eso mientras soltaba unas pequeñas carcajadas. Me da asco solo de pensar en el placer que sentí al hacerlo; la sensación de la sangre recorriendo mi mano, tan caliente, tan viscosa y el olor ¡Oh por dios el olor! – Stephen se llevó las manos a la cabeza y las pasó por su cabello. − No importa que haga no puedo sacarlo de mi mente. Continué haciendo eso por unos segundos hasta que el pobre murió en mis manos.

− Y entonces ¿Qué hiso después? – Dijo Albert mientras se acicalaba el bigote con expresión estoica.

− Cuando murió al cabo de un rato, coloque su cuerpo con cuidado en el suelo mientras escuchaba a la otra persona desde el dormitorio decir suavemente. – Termina pronto cariño que te tengo una sorpresita, y creo que te va a gustar.

– Eso por alguna extraña y repulsiva razón me causo mucha gracia; y mirando al cuerpo que yacía en el suelo dije entre dientes: – Yo sí que te tengo una sorpresita; pero la mía no te va a gustar en lo absoluto. – Entonces saque el cuchillo de su funda y limpie la sangre de su más reciente victima con mi lengua, sintiendo su horrible sabor mientras una sensación electrizante recorría mi cuerpo.

− Una vez terminada la sensación del momento me dirigí a la otra habitación, repleto de alegría, como un maldito niño en navidad. Al entrar vi como salía vapor del cuarto de baño y me dirigí a él abriendo su puerta lentamente.

– No seas impaciente cariño aun no me he terminado de preparar. – Dijo la otra persona tranquilamente, sin saber el peligro en que se encontraba.

– Me abalance sobre el rápidamente y lo agarre con fuerza, apretando su cuello con mi antebrazo mientras lo escuchaba asfixiarse, y rápido como un rayo agarre el cuchillo y lo apuñale en el corazón. Me acerque y le susurre al oído:

– Yo soy, y siempre seré el único. – Entonces empecé a apuñalarlo frenéticamente una y otra vez sin parar mientras reía como un maldito desquiciado, hasta que termino de exhalar su último aliento.

– Lo solté, dejándolo desplomarse al suelo y abrí mis manos hacia los lados tomando una gran bocanada de aire. Mientras lo hacia una sensación de poder recorrió mi cuerpo, como una especie de ola de energía que viajaba desde mi cabeza hasta mis pies descalzos, embarrados por el charco de sangre que se esparcía por el suelo. Extasiado mire hacia abajo y vi su rostro... mi rostro, pálido y sin vida; era yo pero a la vez era como si fuera otra persona.

− Hmmm! – Murmuro el doctor entrecerrando los ojos y anotando en su cuaderno. – No se detenga, continúe ¿qué paso después?

− Por alguna razón salí corriendo de la cabaña como alma que lleva el diablo adentrándome en lo profundo del bosque, mientras corría podía sentir el fangoso suelo bajo mis pies y el viento frio golpeando mi rostro. Corrí entre los árboles, más rápido de lo que jamás lo había hecho en toda mi vida, sin cansancio ni fatiga, podía sentir la increíble fuerza con la que mis pies impactaban el suelo y la tremenda ola de poder que recorría mis músculos cuando estos lo hacían. Era como si mi cuerpo no fuera humano, como si una bestia salvaje habitara en el tomando por completo el control, mientras yo solo quedaba reducido al papel de un simple espectador. Continué corriendo hasta encontrarme frente a un gran lobo negro. – La bestia era enorme más grande que un caballo, tal vez de dos metros o incluso más, Su pelaje era tan negro como una noche sin luna, más obscuro que nada que haya visto jamás, sus enormes colmillos sobresalían de su boca amenazadores y terroríficos, pero sus ojos; sus ojos eran lo más aterrador, cuando miraba en su interior veía una especie de vacío infinito que parecía querer tragarse mi alma; atrapándola para siempre en un eterno vació, rodeado de una obscuridad infinita.

− Eso es nuevo. – Replico Albert apartando el cuaderno. – Dígame Enslin como le hace sentir ese ¨Lobo¨. – Le dijo haciendo un gesto con la mano, dándole especial énfasis a la palabra lobo.

Stephen cubierto de sudor, tembloroso y con escalofríos recorriendo todo su cuerpo le respondió. – ¡Miedo!... Una sensación de terror e impotencia como jamás había sentido.

− ¿Después de eso despertó o aún hay más? – Dijo Albert mientras agarraba de nuevo el cuaderno y se disponía a anotar el nuevo descubrimiento.

− No. – Respondió Stephen. – Después de encontrarme con la monstruosa bestia escuche en mi cabeza la voz de una mujer ¨Has cumplido satisfactoriamente¨ me dijo. De repente fue como si me arrancaran el alma del cuerpo, y mientras sentía como me alejaba de este, se volteó hacia mí. Una vez más mi propio rostro me miraba, cubierto de sangre y con una desagradable sonrisa en él; mientras sentía como me alejaba cada vez más, el otro yo se inclinó hacia mí y me dijo riendo:

− Espero que hayas disfrutado el viaje, pero no desesperes; esto no ha hecho más que empezar mi pequeño amigo. – Entonces fui como succionado mientras el reía diciéndome adiós con sus manos. Fue entonces cuando desperté, sudado y agitado, estaba completamente en pánico; fue gracias a Daniela que pude mantener la compostura, sin ella no sé qué hubiera hecho.

− Ya veo; esto arroja nueva luz sobre mi teoría. – Dijo altaneramente Albert acariciando su querido bigote.

− ¡Volvemos a lo mismo, ya le dije que no es eso! – Respondió Stephen rápidamente alzando la voz.

− Por favor piénselo un poco, tiene total sentido. – Le Dijo el doctor juntando sus manos mientras se inclinaba hacia él.

− ¡Si claro, porque según usted esto me lo hago yo mí mismo como una especie de castigo auto infligido! – Respondió con un tono satírico y burlón interrumpiendo al doctor.

− Cuando vino a mi consulta hace ya siete semanas contándome como cada noche se veía a si mismo muerto en sus sueños, usted mismo me dijo que el día anterior a su primer pesadilla estaba preocupado porque no quería que su hija creciera sin una madre, que estaba considerando por su bien encontrar a alguien que pudiera ser la madre que ella necesita. Usted aun carga con el peso de la pérdida de su mujer Roxanne un dolor que no puede olvidar, aunque sabe que lo mejor para usted y para su hija es que continúe con su vida de una vez, una parte de usted se niega a dejar ir el pasado. Por eso en sus sueños se ve siendo asesinado, inconscientemente intenta castigar a esa parte de usted que quiere continuar con su vida y valla desenlace más irónico el asesino en cuestión termino siendo ¡Usted! − Le replica Albert casi gritándole cosa que es raro en el doctor ya que nunca suele perder la compostura.

− Si es cierto lo que dice doctor Freud que demonios significa el lobo, por favor ilumíneme oh gran sabio. – Le respondió Stephen bastante enojado. Desde la muerte de Roxanne, la sola mención de su nombre se había vuelto un tema casi tabú para él y cada vez que se hablaba de ella Stephen perdía los nervios casi al instante.

− El lobo es un reflejo del mal en su interior o el mal que cree tener, por eso le causa tanto temor su sola presencia, y no es de extrañar se ha visto a sí mismo como un asesino despiadado por mucho tiempo ya. Debe hacerle frente a la verdad una vez que acepte la realidad todo se ira. Roxanne era una maravillosa persona pero hace ya cuatro años que falleció y no va a regresar, pero usted sigue aquí aún más importante Daniela sigue aquí hágalo por ella. Es hora de dejar ir el recuerdo de su mujer, lo que paso no fue su culpa, fue un desafortunado accidente, no podía hacer nada por ella.

Stephen se levantó abruptamente sin decir nada y salió de la consulta dando un portazo. Mientras salía del edificio comenzó a pensar en el pasado, pues a pesar de las apariencias y la formalidad con la que se trataban Albert era un viejo conocido, aunque no los podrían llamar amigos, pues el buen doctor solía ser presa de burlas y abusos en el colegio; especialmente por parte del equipo de futbol del que Stephen formaba parte. Si bien él no era participe de las bromas, no hacía nada para detenerlas, razón por la cual él siempre había creído que Albert le guardaba cierto rencor.

Saliendo de la consulta pensó en las cosas que le dijo a Albert. – Maldito Freud no tiene idea de lo que habla. – Recuerdos de su mujer regresaron a su mente, junto con los detalles que olvido mencionar en la consulta. – Para que decírselo, me dará la misma respuesta de siempre: Sonambulismo; por eso despierta con los pies enfangados. – Dijo en voz baja imitando la vocecita del doctor y moviendo las manos como este suele hacer. – Entonces como puede ser que no allá marcas en toda la casa más que las que dejo cuando me despierto Einstein.

Una vez más aquella horrible sensación lleno su pecho, mientras recordaba aquel símbolo en su mano izquierda que celosamente ocultaba envolviéndolo con vendas. – ¿Qué demonios es y de dónde viene? – Mientras se acercaba a su auto medito sobre esa pregunta que ya se había hecho tantas veces en el pasado, con la esperanza de poder encontrar algún día la respuesta.

            
            

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