Capítulo 5 En busca de Respuestas

Capítulo 5: En busca de Respuestas.

Después de estar un rato tirado en la cama, Stephen logro calmarse lo suficiente como para intentar preparar todo lo que Daniela pudiera necesitar para la escuela, sin que esta se percatara de su estado actual. A pesar de lo golpeado que se encontraba hizo todo lo posible para actuar con normalidad, se aseguró de usar ropas que cubrieran todo su cuerpo, ocultando así los diversos moretones que en el tenia, por suerte su rostro no estaba muy lastimado, unas simples gafas obscuras bastarían para ocultar el moretón de su ojo izquierdo. Aviándose asegurado que no se notaran las heridas, continúo la mañana como cualquier otra, alisto todo lo que Daniela necesitaría para la escuela, junto con un maletín con barias de las pertenencias de la niña, la despertó y preparo la mesa. Mientras esta desayunaba aprovecho para escabullirse a la sala y hacer una llamada rápida.

− ¿Stephen? ¿Qué sucede? Es raro que me llames tan temprano. – Responden del otro lado de la línea.

− Andy siento mucho molestarlos a estas horas, pero necesito que me hagan un enorme favor.

− Lo que necesites, sabes que siempre puedes contar con nosotros.

− Sé que les estoy pidiendo mucho, pero necesito que vengan lo más pronto que puedan y se lleven a Daniela con ustedes al menos un par de semanas.

− Muy bien iremos allí enseguida; pero una vez lleguemos me explicaras que te sucede, te conozco y se cuándo intentas ocultarme algo.

− Gracias, te esperaremos en la entrada. – Stephen se recostó a la escalera aliviado, desde el incidente de la noche anterior Daniela ya no estaba segura cerca de él y no lo estaría hasta que averiguara que le había sucedido. De momento dejaría a Daniela con sus padrinos Andy y Jennifer, con ellos estaría segura.

Andy y Jennifer Lawson eran unos viejos amigos suyos, aunque la verdad eran más bien como hermanos ya que los tres habían crecido juntos. Siendo los padrinos de la niña no se le ocurrían mejores personas para cuidarla y si algo llegara a sucederle al menos tendría la certeza de que su hija crecería en un hogar lleno de amor y cariño.

La pareja no tardó mucho en llegar a la casa de Stephen, quien los esperaba en la entrada, mientras se acercaban en el auto Andy pudo confirmo sus sospechas al ver a Stephen con gafas de sol luchando por mantenerse en pie.

− ¡Tío Andy, tía Jennifer! – Grito Daniela al verlos aparcar.

− ¿Dónde está mi querida sobrinita? – Andy se bajó del auto y la levanto en el aire.

− Y mira tu tía también está aquí y creo que te trajo una sorpresita.

− ¿Qué es? ¿Qué es? – Grito Daniela emocionada.

− ¡Muchos dulces! – Le dijo Jennifer mientras salía del auto con un gran paquete de caramelos.

− ¡Si Dulces!

− Que me dices si nos comemos unos cuantos mientras vamos a buscar tus cosas. – Jennifer le da unos caramelos a Daniela y la lleva de la mano a su habitación mientras Andy y Stephen las miran sonrientes.

− Muy bien ya se fueron, ahora dime qué carajos te paso. – Andy se pone muy serio y le quita las gafas de sol a Stephen exponiendo su rostro golpeado.

− Nada especial solo me tropecé en el taller y me cayeron unas herramientas encima. – le responde Stephen agarrando las gafas y poniéndoselas de nuevo. – Ya sabes que me está costando conciliar el sueño desde hace ya un tiempo, me descuide un poco y cometí un error pero nada más.

− Si claro, supongamos por un momento que te creo ¿Pero porque tan repentinamente quieres te nos llevemos a Daniela?

− Ya te lo dije me lastime en el taller y me está costando concentrarme, no quiero que esto le afecte o que le haga preocuparse.

− Puto testarudo; está bien, ya me lo terminaras contando todo. – Le respondió Andy mientras se restregaba los ojos con una mano dando un gran suspiro.

− Ya estamos listas. – Dijo Jennifer trayendo a Daniela junto con su maleta y llevándolas al auto.

Andy y Stephen sonrieron como si nada hubiera pasado mientras ayudaban a las chicas. Luego subieron al auto mientras Stephen los observaba. Cuando estos estaban por marcharse hizo su mejor esfuerzo por levantar la mano para despedirlos.

− ¡Diviértanse y tengan cuidado!

− Tu también Stephen. – Le respondió Jennifer con una mirada preocupada en su rostro, mientras salía del auto dirigiéndose a él. – Espero que resuelvas tus problemas... nosotros estaremos aquí siempre que nos necesites. – Le dio un abrazo y se volvió a subir al auto. Andy lo puso en marcha y se pusieron en camino, Stephen se quedó de pie sonriente agitando su mano, pretendiendo que todo estaba bien mientras se alejaban.

− En verdad lo siento. – Dijo en voz baja para sí mismo, al mismo tiempo la sonrisa que había estado manteniendo se desvanecía, para mostrar en su lugar la mueca de desesperación y miedo que le acompañaba desde la noche anterior. Comenzó a caminar hasta su casa decidido a ponerle fin a toda esta locura sin importar que, mientras lo hacía pudo escuchar a su vecina Gritando.

− ¡Señor Huesitos! ¡Señor Huesitos! ¿Dónde te has metido? – Eso no le importo mucho, si el maldito perro desaparecía sería más bien un alivio que una desgracia.

Una vez en la casa no perdió el tiempo fue hasta su habitación y se sentó frente al ordenador, entro a internet dispuesto a encontrar por fin aquella respuesta que por miedo no se atrevía a buscar. Escribió "Tres triángulos entrelazados" en el buscador. No tardó mucho en aparecer ante el símbolo que tanto lo había atormentado, ya no había vuelta atrás, sin saberlo había abierto una puerta que no podría volver a cerrar.

El símbolo al parecer guardaba relación con la mitología vikinga, era conocido como Valknut (del nórdico antiguo val, muerto y knut, nudo), también llamado el nudo de la muerte. En todos lados aparecía el mismo resultado "Dicho símbolo guarda relación con la diosa de la muerte Hela". Estuvo navegando entre diferentes páginas durante horas pero ninguna mencionaba nada parecido a lo que le estaba sucediendo, pero mientras navegaba encontró algo que le llamo la atención. En la ciudad vecina de Tucson se encontraba una mujer que decía ser una seiokona, lo cual era una especie de chaman de dicha religión.

− Todo esto es una puta locura. – Apago el ordenador y se dirijo al baño agarrando la botella de wiski que había dejado en la antes cómoda. Se metió en la bañera intentando procesar todo lo que había leído sobre dioses vikingos e historias sobre hechicerías extrañas.

− Tucson solo está a cuatro horas en auto de aquí, es una puta locura pero no pierdo nada con intentar.

Paso un rato descansando mientras se recuperaba de todo el daño que había recibido, para ese momento ya había intentado tanto buscarle una explicación a lo sucedido que ya ni siquiera le preocupaba como termino así en primer lugar. Al poco tiempo de salir del baño y mientras preparaba una pequeña maleta con lo básico para el viaje recibió una llamada de un número desconocido.

− ¿Disculpe es el móvil de Stephen Enslin?

− Sí, soy yo ¿Quién me habla? – Le respondió algo desconcertado al no reconocer la voz.

− Le habla Charles Skinner el dueño del bar que visito ayer. – Stephen quedo perplejo al escucharlo. – Entonces en algún momento después lo de anoche fui a ese bar. − Esta era la oportunidad de descubrir al menos una parte de lo que había sucedió.

− ¡Ah sí es verdad! Siendo sinceros ayer bebí mucho y no consigo recordar nada, le importaría decirme todo lo que sucedió, quizás de ese modo pueda ayudarme a recordar.

− Bueno la verdad me alegro de que este bien, ayer se metió en una gran pelea.

− ¿Una pelea? ¿Con quién?

− Con unos chicos de la base militar; ellos estaban festejando y usted empezó a burlarse de ellos de la nada. Les empezó a llamar parásitos y los acusaba todo el rato de malgastar los recursos del gobierno.

− Ya veo. – A Stephen le costaba trabajo creer lo que escuchaba, nunca había sido de los que andan peleándose por gusto, pero dicha pelea explicaría porque estaba tan lastimando, aunque aún se preguntaba en que punto de la noche sucedió todo eso. – ¿Y qué sucedió después?

− Bueno, los chicos decidieron ignorarlo y marcharse, pero usted los siguió y golpeo a uno de ellos en la cabeza con una jarra de cerveza; los otros no pudieron ignorar eso y le pidieron que saliera al estacionamiento, una vez allí empezaron a pelear... la verdad nunca vi nada igual usted simplemente se manejó contra los cinco como si nada; por increíble que suene les estaba pateando el culo. Pero de repente se detuvo, abrió sus manos y les dijo "Ya me divertí lo suficiente, que tal si me devuelven el favor malditos hijos de puta". Los chicos empezaron a golpearlo, pero usted solo se quedó quieto en el lugar, riendo e incitándoles a golpear con más fuerza "¡Más fuerte! ¡Con más ganas! ¡Rómpanme los malditos huesos!" les gritaba todo el rato hasta que logre disuadir a los chicos para que le dejaran y se fueran. Cuando lo hice me miro muy enojado, me llamo aguafiestas y se marchó diciendo algo de una sorpresita que le iba a encantar a alguien. – Stephen escucho desconcertado toda la historia. – Que demonios, en verdad hice yo todo eso. – Intentaba recordar algo de lo sucedido, pero era como si le hubieran borrado de su mente los recuerdos de esa noche.

− Por cierto ayer antes de la pelea me dio su licencia y las llaves de su auto, está estacionado frente al bar tal y como lo dejo; le importaría venir a recogerlo, si no le es mucha molestia por supuesto.

− Si claro, deme la dirección y paso enseguida a recogerlo. – Stephen anoto la dirección y llamo un taxi para que lo llevara al lugar, durante el viaje intentaba recordar aunque sea lo más mínimo pero era en vano, como si esa noche jama hubiera sucedido. Ya en el bar toco la puerta, en respuesta Charles le grito desde el otro lado.

− ¿Es usted Stephen?

− Si soy yo. − Enseguida Charles entreabrió la puerta y saco la mano con la licencia y las llaves del auto.

− Hice lo que me dijo, por favor no me lastime. – Le dijo Charles muy asustado.

− No le voy a hacer nada... ¿Por qué querría lastimarlo? – Replico Stephen confuso.

− Ayer me dijo que si no le devolvía sus cosas me arrancaría las tripas y quemaría mi bar conmigo adentro.

− ¿¡Que!? Por supuesto que no le voy a hacer nada... por favor discúlpeme por todos los problemas que le cause. Por cierto, recuerda acaso a qué hora vine ayer.

− Sobre las 10:00 PM ahora por favor márchese y no vuelva más se lo ruego.

Stephen no dijo nada más y se montó en su viejo Dodge, apenado al ver el miedo que le había infundido a ese pobre hombre. Mientras conducía a su casa intento recordar a qué hora terminaron de cenar el día anterior.

− Cuando terminamos de cenar eran las 7:48 PM aproximadamente, eso me deja un vacío de al menos dos horas por llenar. – Mientras conducía pudo ver el callejón en el cual despertó, eso le recordó el símbolo en su mano, que había pasado de ser una marca enrojecida a convertirse en una profunda cicatriz en su piel. Esta vez no se iba a quedar tranquilo pretendiendo ignorando su presencia, esta vez iba a conseguir respuestas y nada se interpondría en su camino.

Stephen llego a su casa con una sola cosa en mente, el viaje que se cernía frente a él. Decidido a acabar de una vez con toda esta locura miro la nueva cicatriz de su muñeca mientras colocaba el auto frente a la casa.

− Ya no te dejare atormentarme más. – Dijo mientras apretaba con fuerza el volante. – Voy a ponerle un fin a esto.

Después de unos segundos logro relajarse un poco y apago el auto preparándose para salir de él, pero al momento en que lo hizo Katherine se lanzó sobre el muy enojada.

− ¡Que le hiciste a Señor huesitos!

− De que demonios habla.

− ¡No lo encuentro por ningún lado y él nunca se va del jardín, así que tienes que haberle hecho algo! ¡tú siempre lo odiaste! De seguro lo secuestraste y lo dejaste tirado en algún lado. – Dijo Katherine agarrándole de la camisa.

− Quítese del medio maldita loca, hoy no tengo tiempo para sus estupideces. – Le respondió quitándosela de encima y dirigiéndose a su casa.

− ¡Esto no se va a quedar así Stephen! sé que fuiste tú, y voy a hacer que te arrepientas.

− Cállese de una puta vez y lárguese de mi propiedad antes de que llame a la comisaria.

Stephen entro a la casa ignorando los balbuceos de Katherine, se dirigió a su cuarto, tomo una pequeña llave que ocultaba con cinta adhesiva detrás de un cuadro y agarro la maleta que había preparado antes con lo que necesitaría para el viaje llevándola al pasillo de la entrada. Una vez allí se dirigió al sótano, bajando por las rechinantes escaleras hasta llegar al fondo del húmedo y obscuro lugar, prendió la luz al final de la escalera, se acercó a la lavadora llena de un agua rojiza por la ropa cubierta de sangre, y aunque una sensación de inquietud habitaba su pecho simplemente la ignoro, colocando el botón en vaciar vio como el agua ensangrentada se iba, junto con sus dudas.

Se acercó a un armario que cubría con unas viejas herramientas de jardín, que llevaban años sin ser usadas, las coloco a un lado, incluso sin notar que una de ellas faltaba y abrió el armario, busco en su interior hasta encontrar una pequeña caja rectangular que ocultaba en lo más alto de este. Coloco la caja sobre la mesa de trabajo, agarro la llave que celosamente ocultaba en su cuarto utilizándola para abrir la pequeña caja, se quedó de pie unos segundos, viendo con expresión estoica el antiguo revolver de su padre que ocultaba cuidadosamente desde hacía años.

− Nunca he tenido que usarlo y espero que se mantenga de ese modo. – Pensó mientras tomaba el arma colocándola en la parte trasera de sus jinés.

Agarro algunas municiones, coloco la caja metálica donde siempre la ocultaba y se dirigió a la escalera. Antes de subir puso su mano sobre el interruptor, miro por unos segundos la lavadora con las ropas de la noche anterior, y siguió su camino.

Maleta en mano Stephen se dirigió al auto, abriendo el maletero para guardar su equipaje pudo escuchar a Katherine gritándole al teléfono intentando colarle una denuncia como fuera posible. Dio un fuerte golpe al cerrar la tapa y entro al auto arrancándolo, miro su hogar con el pie en el acelerador y se dijo para sí mismo.

− Espera por mi Daniela papi pronto regresara.

Piso el pedal y poniendo la primera marcha, dio comienzo al viaje que cambiaría su vida, de un modo que el jamás hubiera podido imaginar. A medida que el viejo Challenger 71 se alejaba cada vez más, aquellas preguntas sin respuesta quedaban encerradas, junto con la pala cubierta de tierra y sangre del cobertizo.

                         

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