Capítulo 3 Narra Armando

Molestarla se había convertido en mi pasatiempo favorito. Buscarle cualquier error a su trabajo era mi tarea de cada día y no era que hiciera mal su trabajo, al contrario, nunca había visto a alguien trabajar con tanta visión, pero sentía una necesidad abrumadora de sentirla cerca, de hacerla enojar, de ver la manera en la que actuaba cuando me insultaba y la única forma de lograr eso, era cuando le llamaba a la atención o cuando le pedía que llevara a mi oficina algún documento.

La necesidad de sentirla se agravaba cada día más y no quería aceptar lo que empezaba a sentir y por esa razón decidí tratarla de esa manera aunque se me rompiera el corazón al verla decepcionada la mayor parte del tiempo. He sabido de sobra que me odia y me detesta y no es para menos porque es lo que le he demostrado desde que entró a la empresa, es lo que me he ganado por mi actitud, pero la realidad es otra muy diferente. Una realidad que no quiero aceptar.

Ella es como la pieza que encaja perfectamente conmigo, es una persona transparente, auténtica. Siempre se muestra tal cual es con sus virtudes y defectos. Es alguien sensacional y eso es lo que me atrae de ella, pero lastimosamente por más que quiera y desee, jamás podría estar con ella. Hay demasiadas cosas que no los impedirían y solucionarlo me llevaría tiempo.

Por eso es mi comportamiento, quiero alejarla, quiero que me odie, quiero arrancarla de mi corazón. Quizás pudiera acercarme a ella y dejar que el destino hable, pero instantáneamente haga eso, su vida peligraría y nunca podría poner en peligro a la mujer que quiero en secreto, aquella mujer que si querer cambiar nada en mí, ella está cambiando todo.

Tenía todo muy claro desde que le pedí, bueno la obligué a que me acompañara a la gala. No tenía ninguna intención de ir a ese lugar y de mucho menos invitarla a ella, pero cuando escuché a uno de los empeñados comentar algo sobre, que uno de los ejecutivos le pediría ir, los celos no se hicieron esperar y sin tener nada planeado, le dije que sería mi acompañante. Y aquí estoy en espera frente al apartamento que comparte con Maritza.

Hace 5 minutos que estoy aquí, ya he tocado bocina varias veces para darle a entender que sé de prisa. No sé como voy a actuar esta noche. Esta es la primera y la única oportunidad que voy a tener de tenerla tan cerca toda la noche, donde podré llevarla de la mano, de oler su perfume, de escuchar su voz en otra tonalidad que no sea la de discutir. No sé que será de mí esta noche.

Salgo del carro y me apoyo en el, observo las oscuras calles del residencial, lucen solitarias y triste, tal como luce mi vida. Contemplo con melancolía el cielo estrellado y la luna se alza tan majestuosa y brillante.

Sonrío ante tal pensamiento que ha llegado a mi cabeza, mi madre, mi querida madre. Si ella estuviera aquí, me diría que deje de ser un cobarde y que vaya por la mujer que quiero. También me golpearía al enterarse del como la trato y lo más probable es, que organizaría una boda secreta y me obligaría a casarme.

Unos tacones resuenan en la acera obligándome a buscarlo con la mirada y mi respiración se detiene al observar a Adriana enfundada en un elegante vestido negro, contoneando las caderas mientras se acerca a mí.

Mi cuerpo se pone rígido conforme ella se acerca, el corazón me martilla en el pecho y las manos me empiezan a sudar. Mientras más se acerca, más puedo detallarla dejándome anonadado ante tal belleza. Nunca la había visto tan elegante.

Detiene su caminar justo en frente de mí y no puedo articular palabras. Mis ojos se pierden en los suyos y un brillo que no puedo distinguir se apodera de ellos.

-Estás hermosa -expreso sin siquiera pensarlo.

-Gracias -responde con una leve y tímida sonrisa.

Obligando mi cuerpo a reaccionar y a salir del mi ensoñación, carraspeo desviando la mirada. Doy unos pasos hacia atrás para alejarme un poco de ella, al hacer aquello y mirarla nuevamente, un ápice de decepción cubren sus ojos, pero tan pronto aparece así mismo se desvanece. Incapaz de seguir soportando aquello, abro la puerta del copiloto y la invito a entrar, le indico que se ponga el cinturón y cierro la puerta. Doy la vuelta y me subo al auto, me abrocho el cinturón, enciendo el coche y salimos rumbo al lugar en donde será la gala, que por suerte nos costara unos 15 minutos llegar allí.

El trayecto es silencioso, yo no quiero hablar y por lo que veo, ella tampoco quiere hacerlo, pero decido dejar mis estupideces y romper el hielo. Abro la boca para decir algo, pero una de sus manos en alto me detiene. Clava sus ojos en mí como un depredador asechando a su presa y una sonrisa radiante se entre abre en sus labios.

-Si vas a decirme alguna de tus estupideces, es mejor que te quede callo -me amenaza haciendo que sonría. Sí que tiene agalla esta mujer.

-No todo lo que digo son estupideces, Adriana.

-Sí lo son, ya lo ha dejado en evidencias varias veces.

-Está bien, si tú lo dice es por algo -decido llevarle la corriente en lo que queda del viaje.

-No lo digo yo, lo dice esa actitud que te carga. ¿Por qué eres tan mal humorado?

-No lo sé -le respondo.

-¿Y quién lo sabe sino tú?

-No lo sé, Adriana.

-Puedes decir otra cosa que no sea, no lo sé -me reprocha.

-Es que no sé que contestarte, eres tan predecible y no quiero que empecemos una discusión, ya que siempre terminamos peleando.

-Yo no tengo la culpa de que siempre nos pelemos -dice Adriana.

-Yo tampoco la tengo. Soy un amor de persona.

-Un capullo si, un amor no.

-¡Oh! Mira, ya llegamos -le digo al ver el gran hotel-. Por fin, ya no tendré que escucharte -Adriana resopla con frustración y se cruza de brazo. Aparco el auto frente al hotel y me desmonto. Voy al lado del copiloto, abro la puerta y le brindo la mano para ayudarla a bajar y aunque un tanto recelosa acepta. Le entrego las llaves a unos de los Valet Parking y brindándole el brazo a Adriana ingresamos al hotel.

La recepción está completamente llena, Hay personas por todos lados. Siento como Adriana se tensa a mi lado y su mano se aprieta contra mi brazo. Haciendo un acto de atrevimiento la pego un poco más a mí y sentí como su cuerpo vibró ante tal acción. Acerco mi boca a su oído y su nerviosismo es notorio.

-Tranquila -le susurro en un vano intento de calmar sus nervios-. Solo relájate -ella afirma con la cabeza, pero la manera en la que observa a todos lados, es un claro ejemplo de que está incómoda.

Nos encaminamos hacia la persona que está recibiendo las invitaciones, le entrego la mía e ingresamos al salón en donde se realizará todo. Observando a todos lados puedo reconocer a varios rostros familiares, unos agradables y otros no tanto.

Llevo a Adriana a la mesa indicada para nosotros y al momento de hacerlo, una figura no tan grata se planta frente a nosotros.

-¡Vaya, Armando! No esperaba que viniera -todo mi cuerpo se tensó al escuchar esa voz. Los huesos de mi quijada crujieron ante la fuerza que le ejercí al ver la persona más despreciable de la tierra frente a mí.

-Ana Maria -escupí el nombre con el mismo desagrado que me causa su presencia.

-La misma, querido -sus ojos se quedan dijo en Adriana y una sonrisa burlona aparece en su rostro-. ¿Es tu acompañante? -pregunta con desdén.

-Lo es, ahora si me disculpa -paso uno de mi brazo por la cintura de Adriana y la encamino a nuestro lugar. La ayudo a sentarse a la mesa y yo me acomodo a su lado. Miro a todos lados, pero la persona que busco ya no está.

-¿Estás bien? -pregunta. Puedo ver preocupación en su mirada. Sé que sintió la tensión entre Ana Maria y yo.

-Estoy bien -le sonrío para hacer ver mi mentira más creíble, pero la realidad es, que no estoy bien. No esperaba encontrarme con parte de mi pasado en este lugar y eso solo significa una cosa. Problemas-. ¿Quieres algo de tomar? -le pregunto para desviar su atención.

-Sí, por favor. Muero de sed -le hago seña a uno de los camareros que están sirviendo las bebidas y nos trae dos copas de vino tinto. Nos tomamos la copa de vino en silencio, cada uno metido en sus pensamientos.

Observo con atención todo a mi alrededor, las personas ya se están acomodando en sus respetivos lugares y al parecer el evento está a punto de empezar. Una pareja mayor camina en dirección a nuestra mesa y se sientan con nosotros.

-Buenas noches, jóvenes -saluda el señor de unos 60 años, quien está acompañado de quien supongo es su esposa.

-Buenas noches -respondo al saludo.

-Me encanta ese vestido -le dice la señora a Adriana, quiero con la cara roja de la vergüenza sonríe tímidamente.

-Muchas gracias -agradece en un susurro mientras intenta disimular su sonrojo. No puedo evitar quedarme viéndola y sonreír, luces tan radiante, su piel posee un brillo hermoso y esos ojos verdes resaltan ante su piel morena. Adriana y la señora entablan una conversación, y me quedo maravillado ante la manera que tiene de desenvolverse en la conversación.

-Marcos Smith -dice el señor a mi lado desviando mi atención.

-¿Disculpe? -pregunto confundido.

-Marcos Smith -vuelve a decir extendiendo su mano hacia a mí- y ella es mi esposa, Sandra Smith -dice señalándola con la cabeza a la señora que no ha dejado de hablar con Adriana.

-Armando West -me presento-. Es un placer -respondo a su saludo apretando su mano cordialmente.

-¿Es su esposa? -cuestiona.

-¡Oh, no! Solo es mi acompañante.

-Tu acompañante, pero te gusta.

-¿Cómo? -cuestiono.

-La chica, ¿te gusta?

-No, no. Para nada -miento.

-No le mientas a este viejo, muchacho -dice-. Puedo reconocer ese brillo en tus ojos cuando la mira.

-Tan obvio soy -murmuro sonriendo.

-No, no eres obvio. Solo que el amor no se puede esconder tan fácilmente.

-Tampoco se puede decir abiertamente -expreso mirando a Adriana.

-No deje que nada ni nadie te quite la oportunidad y el derecho de amar -dice-. Solo se vive una vez, muchacho -después de esa extraña y corta conversación, nos quedamos en silencio. Y a mi memoria llegan momentos en donde fui feliz, en donde amé sin miedo, pero ahora no puedo darme esa libertad. No por mí sino, por ella.

Una fuerte voz por alto parlante hace que todo el salón se sumerja en un silencio total. Tres personas suben a una pequeña tarima ubicada en medio del salón, y uno de ellos se acerca a un micrófono captando la atención de todos.

-Buenas noches, damas, caballeros y colaboradores mayoritarios -dice-. Es un honor poder tenerlos a todos aquí esta noche -agradece-. Damos inicio a esta vigésima gala de recaudación, que será destinado al orfanato Nueva Luz -explica-. Esta urna -señala una especie de caja cuadrada ubicada en una mesa a unos cuantos metros del escenario- será el lugar para depositar sus aportes en el transcurso de la noche. Ahora, que empiece la gala -concluye aplaudiendo. Todos los presentes estallan en aplausos y una suave melodía empieza a sonar.

-Esa canción me recuerda tantos momentos -expresa la señora Sandra Tocándose el pecho-. ¿Bailamos querido? -le pregunta a su esposo quien se le levanta enseguida y la saca a bailar. Adriana suelta un suspiro enamorado al ver aquella acción.

-Se ven tan enamorado -dice Adriana, mientras los observa con una sonrisa.

-¿Quieres bailar? -le pregunto nervioso.

-Sí -responde sonriendo instantáneamente. Me levanto de la silla y le ofrezco mi mano, ella gustosa acepta y la llevo a la pista. La atraigo hacia mí posando mis manos en su cintura, ella temblorosa coloca sus brazos en mi cuello. Empezamos a movernos al compás de la música. Una especie de electricidad recorre mi cuerpo al tenerla tan cerca. Me quedo mirando sus ojos y me pierdo en las profundidades de estos. Ella me observa entusiasmada como si estuviera esperando algo.

La acerco más a mí y sin poder evitarlo mis ojos se quedan fijos en sus labios. Me acerco lentamente con miedo a lo que pueda pasar. Mi corazón martilla con fuerza en mi pecho y mi respiración se acelera.

Cuando estoy a punto de probar los labios que tanto he deseado mi maldición se hace presente.

            
            

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