Predestinados
img img Predestinados img Capítulo 2 EL REGALO DE LA ANCIANA
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Capítulo 6 INFINITE TALENT ACADEMY img
Capítulo 7 LA ACADEMIA img
Capítulo 8 PRIMERA MISION... ¡ES HORA DE CONOCER LAS REGLAS! img
Capítulo 9 LOS PROFESORES img
Capítulo 10 EL TÉTRICO ÁNGEL img
Capítulo 11 ALUMNA MODELO img
Capítulo 12 EL HILO NEGRO img
Capítulo 13 PLAN DE ESCAPE img
Capítulo 14 UN FALSO INCENDIO img
Capítulo 15 VÍCTIMA img
Capítulo 16 UN PACTO CON EL ÁNGEL DE LA MUERTE (EL HILO MORADO) img
Capítulo 17 EN PELIGRO img
Capítulo 18 LA PAREJA NÚMERO UNO img
Capítulo 19 LAS CONDICIONES DE LA PAREJA img
Capítulo 20 AMOR UNILATERAL img
Capítulo 21 FALTA DE PASIÓN img
Capítulo 22 UN VÍNCULO ROTO img
Capítulo 23 PAREJAS img
Capítulo 24 ¡UNA FORMIDABLE MENTIROSA! img
Capítulo 25 NOTAS img
Capítulo 26 DESHACERSE DEL ANCLA img
Capítulo 27 REBELIÓN img
Capítulo 28 THE ROYAL GRUP img
Capítulo 29 COMO EL SOL Y LA LUNA img
Capítulo 30 ¿QUIERES BAILAR CONMIGO img
Capítulo 31 UNA CITA EN EL MUSEO img
Capítulo 32 EL ALIADO Y EL GATO img
Capítulo 33 ¡ABUELA, QUERIDA! img
Capítulo 34 PRIMERA CONDICIÓN: ELLA ES INTOCABLE img
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Capítulo 2 EL REGALO DE LA ANCIANA

Rosalinda, era lo más cercano que Marijo podría estar de su difunta madre, pues, según Carlota, la mujer era igual a su difunta hermana, lo cual, dicho en palabras de la misma Carlota, era un defecto imperdonable.

Ambas subieron a un lujoso auto color oscuro, siendo custodiadas por un par de guardias y un chofer, quienes ocupaban los asientos delanteros, dejando a ambas hasta el fondo del auto, donde podían platicar cómodamente.

Rosalinda volteó a ver a su sobrina, dándose cuenta de que el tiempo no había transcurrido en vano. La última vez que la había visto, era apenas una niña, y ahora era toda una señorita a punto de entrar a la universidad.

──¿De verdad planeas llevarme contigo? ──preguntó la chica llena de ilusión.

Rosalinda sonrió con entusiasmo, mientras volvía a poner la vista al frente y se frotaba las manos, como una niña pequeña planeando su siguiente travesura.

──Haré algo mucho mejor que eso ──la chica la observó algo confundida.

──Y... ¿puedo saber qué planeas? ──Rosalinda continuaba sonriendo, con la vista al frente, haciendo un esfuerzo enorme porque su emoción no la hiciera arruinar, su muy bien planeada sorpresa.

──Espera, aún no es tiempo ──. Le respondió mordiéndose el labio para evitar hablar de más

El chofer las dejó a las afueras de un inmenso centro comercial, que estaba situado justo en el centro de la ciudad de México. Hacía años que Rosalinda, no habitaba en su país, así que, como se lo había mencionado en varias ocasiones a su sobrina por E-mail, ir de compras a lugares como aquel, dejaron de ser algo común para ella. Si bien era cierto que Carlota le había permitido a su sobrina escoger su vestido de graduación, también era cierto que esta había dejado en claro algunas condiciones para esto. Las cuales, evidentemente, serían ignoradas por Rosalinda, a quien le divertía enormemente ver el rostro colérico de la mujer.

Entraron en el recinto, asombradas por todo lo que podían encontrar. Marijo había vivido toda su vida en la ciudad, pero jamás había entrado a un lugar como ese, por órdenes de su tía Carlota, a quien el contacto con las demás personas, le parecía algo simplemente innecesario. ¿Para qué ir hasta aquel sitio, cuando fácilmente podría hacer que alguno de sus mozos lo hiciera por ella? Además, claro, del hecho de que siendo una de las diseñadoras más importantes del mundo, no tenía ninguna necesidad de salir de casa para poder obtener prendas de la mejor calidad.

Entraron a varias boutiques en busca del anhelado vestido de María José. Pasaron por varios lugares, pero ninguna de las dos lograba decidirse por uno en particular. Ambas tenían estilos muy distintos, y era imposible que lograran ponerse de acuerdo. Sin embargo, Rosalinda sonreía y apoyaba la decisión que su sobrina tomaba. Compró algunos vestidos y ropa que consideró, un poco más «cómoda» para ella, pues conocía muy bien a Carlota y sabía perfectamente bien, cuan estricta podría llegar a ser.

Recorrieron cada tienda que veían a su paso hasta que llegaron a una que parecía estar algo olvidada. Marijo entró, no muy convencida, pues el lugar era atendido por una anciana y, ¿qué puede saber una anciana sobre moda? O al menos eso pensó la chica. Sin embargo, Rosalinda entró como si fuera clienta habitual del lugar y saludó a la anciana, quien solo sonrió e inclinó un poco la cabeza.

──¡Buenas tardes! ──dijo Rosalinda. La anciana no respondió y la mujer no esperó que lo hiciera──. Buscamos algo para mi sobrina. Un vestido que la haga ver como toda una jovencita independiente y audaz. Algo, tal vez en rojo, ¿qué te parece, Marijo? ──dijo dando la vuelta para consultar a la chica, quien estaba algo contrariada.

──El rojo no va con mi tono de piel, tía ──replicó la chica──. ¿Puedo ver los vestidos que tiene disponibles? Bueno, suponiendo que tenga algunos ──dijo a la anciana, mientras ponía los ojos en blanco y cruzaba los brazos.

Estaba fastidiada y algo cansada a causa de su búsqueda. Sin mencionar que estaba convencida de que no encontraría nada decente en aquel sitio.

La mujer salió del mostrador y le indicó que la siguiera. La chica, temerosa, giró hacia su tía, en busca de ayuda, pero esta solo le sonrió invitándola a seguir a aquella mujer.

──¿Qué te parece si te espero en el estacionamiento? ──le dijo con una sonrisa. María José, volteó a verla asustada.

──¿Piensas dejarme sola? ──le preguntó. Rosalinda se le acercó y le tocó el hombro.

──No te preocupes, estaré abajo, con el chofer. Escoge el vestido que más te guste y sal. Te esperaré afuera con una sorpresa ──. La mujer le entregó a la chica un par de tarjetas de crédito, las cuales tomó algo desconfiada.

No creía que una tienda como aquella pudiera recibir tarjetas, pero pensó que esa sería una muy buena excusa para salir de ahí sin comprar nada. La anciana entró detrás de una vieja y desgastada puerta, mientras Marijo la seguía no muy convencida. Sin embargo, apenas cruzó la puerta se quedó pasmada y con la boca abierta. El lugar estaba repleto de hermosos y lujosos vestidos. Largos, cortos, con brillo, lisos, en fin. Del otro lado había una gran variedad de zapatos que hacían juego con algunos de los vestidos.

En ese momento, la chica se arrepintió de inmediato de todas las cosas malas que había pensado antes, aunque, claro, su orgullo era mucho como para demostrarlo. Cruzó los brazos y fingió no estar sorprendida. La anciana le dedicó una leve reverencia y la dejó sola para que pudiera buscar el vestido por su cuenta.

La chica recorrió cada pasillo del lugar, probándose distintos vestidos, pero no quedaba conforme con ninguno. Los vestidos eran de verdad hermosos, pero María José era en extremo caprichosa y no quedaba conforme tan fácil. Salió del probador con un vestido negro, con pequeños diamantes en la parte superior y un ligero vuelo que le llegaba hasta las rodillas. Se vio en el espejo y lo que vio le gustó, pero se sentía demasiado simple. Buscó en uno de los estándares y encontró una hermosa gargantilla de plata, la tomó y la colocó en su cuello. Volvió a ver su reflejo en el espejo y sonrió complacida. Estaba a punto de ir en busca de un par de zapatos, cuando escuchó un ruido del otro lado de la tienda. Giró asustada y a causa de esto, dejó caer uno de los tacones que tenía en la mano, provocando que las personas que estaban del otro lado la escucharan.

──¿Oíste eso? ──se escuchó del otro lado la voz tosca de un hombre.

La chica no tuvo oportunidad de quitarse sus tenis conversse, pues se echó a correr ocultándose detrás de uno de los estantes que se encontraba repleto de ropa. Un par de sujetos entraron con una navaja en la mano, mientras la chica los observaba con cuidado, detrás de unos vestidos.

──Puedo jurar que escuché algo ──. Comentó el tipo, mientras arrojaba un montón de ropa al suelo.

──Tal vez fue solo un ratón ──le dijo su compañero.

──¡Ajá! ──expresó el tipo mientras se inclinaba y recogía del suelo el bolso de la chica, quien, con las prisas se olvidó por completo de este──. ¡Vamos pequeña! Sabemos que estás aquí.

Las piernas le temblaban a la joven, quien no sabía cómo podría salir con vida de esta. Desde muy chica, su tía la hizo que recibiera clases de defensa personal. Y si bien, era buena en ello, la verdad es que nunca imaginó que de verdad pudiera utilizarlas, pues siempre estuvo acompañada de sus guaruras, quienes la custodiaban a veces más de lo necesario.

Sin embargo, en ese momento se encontraba sola. Tenía miedo y su único pensamiento era que tenía que salir de ahí lo más rápido posible. Con mucho cuidado, fue moviéndose hacia la puerta que aquellos tipos habían dejado abierta. Los sujetos continuaban en su búsqueda y eso la ponía de nervios. Cuando al fin logró llegar a la puerta, salió con la misma rapidez con la que lo hizo, pero hubo algo que la hizo detenerse en seco. Sus pies se encontraron con un charco de sangre que provenía del mostrador. Giró levemente hacia un costado y se encontró con la anciana, a la cual habían golpeado demasiado, hasta abrirle la ceja y romperle el labio. Su cara sangraba y la pobre mujer se quejaba en voz baja mientras lloraba. La chica se quedó inmóvil por un instante. No supo si la ira o la lástima, le habían otorgado el valor que le hacía falta. Cerró sus puños al escuchar que aquellos maleantes se acercaban.

──¡Oh! Así que aquí estabas ──le dijo uno de los sujetos apuntándola con su navaja. La chica lo vio con asco.

──Pero viéndolo bien, no está tan mal esto. Podremos salir de aquí con dos motines. Plata para pasarla bien un rato y una bella acompañante ──dijo uno de los tipos, mientras se acercaba a la chica y le acariciaba la mejilla.

María José estaba más que furiosa, pero, aun así, fingió una sonrisa lo que provocó que aquellos sujetos rieran a carcajadas, convencidos de que podrían convencerla de ir con ellos.

──Dime preciosa, ¿te gustaría salir con nosotros?

──Ni muerta ──respondió la chica, haciéndolos enfurecer.

──Eso puede arreglarse ahora mismo ──espetó el tipo más alto, mientras se iba contra ella, tratando de hacerle daño con la navaja.

Sin embargo, la chica fue lo suficientemente rápida como para esquivarlo y sujetarlo de la muñeca, haciéndolo que arrojara el arma. Sin soltarlo, la chica lo vio directo a los ojos y le dio una fuerte patada, ejerciendo suficiente presión sobre la muñeca del hombre hasta que se escuchó un ligero «Crac». El tipo gritó mientras su compañero iba en su ayuda. Pero Marijo giró con rapidez, soltó al tipo y tomó al compañero del cuello arrojándolo al suelo con ayuda de su propio peso. Se colocó frente a la anciana, resguardándola con su pequeño y escuálido cuerpo, mientras ese par de tipos se ponían de pie con dificultad.

Por primera vez, fue capaz de agradecer el haber crecido con una tía tan paranoica como Carlota, pues esta siempre le dijo que llegaría el momento en el que necesitara defenderse sola.

──¡Esto no se va a quedar así! ──amenazó uno de los tipos, justo antes de abandonar el lugar.

María José, se dirigió de inmediato hacia la anciana, que se encontraba recargada junto al mostrador de la tienda. Inexplicablemente, sus heridas estaban mucho mejor que antes y sonreía con aprensión a la chica, quien la veía confundida. La ayudó a ponerse de pie y la sentó en una silla.

──Eres una chica buena, aunque finjas no serlo ──le dijo la anciana con voz clara──. Por eso he decidido darte un obsequio.

──Yo no necesito nada de usted ──replicó la chica, ofendida por el comentario. La anciana le sonrió.

──¡Claro que lo necesitas! ──le dijo, mientras tomaba a la chica de la muñeca izquierda y le colocaba una especie de pulsera de hilo rojo.

La joven no se explicaba, como es que la anciana había hecho para aparecer aquello. Pero lo que más la sorprendió, fue el hecho de que por más que intentaba deshacerse de aquella pulsera, no fue capaz de hacerlo. Aquella pulsera se negaba a alejarse de su muñeca, como si estuviera adherida a ella.

──¡Pero que demon..!

Trató y trató, pero aquella pulsera no cedió.

La anciana se puso de pie, con ayuda de un extraño bastón al que Marijo no había prestado atención antes.

──Escucha ──le dijo con calma──, el día que pierdas esta pulsera, sin que te des cuenta, ese día encontrarás el amor que te está destinado. Ese es el obsequio que tengo para ti ──. La chica levantó la mirada hacia la anciana, y la vio aterrada y molesta.

──¿PERO QUE IDIOTESES DICE? ¡QUITEME ESTA BARATIJA AHORA! ──gritó furiosa, mientras extendía la mano frente a aquella mujer──. Yo no creo en estas tonterías.

──En ese caso ──dijo la anciana──, tendrás que aprenderlo por las malas. El día que pierdas dicha pulsera, volverás aquí.

──¿Por qué tendría que regresar a esta maldita pocilga?

──Porque tendrás miedo y demasiadas preguntas que hacer ──respondió la anciana con calma─. Ahora, ¿por qué no llevas el vestido que está al final del primer pasillo? Estoy segura de que no tendrás ninguna queja de él ──. Agregó mientras apuntaba con su esquelético y deteriorado dedo hacia la puerta de la bodega.

María José se acercó por curiosidad y se encontró con un hermoso vestido blanco. Era corto y tenía cientos de cristales que lo hacían brillar. Era el vestido perfecto para ella. No podía creer que no hubiera sido capaz de haberlo visto antes.

──Tómalo cómo un regalo extra, querida ──le dijo la mujer──. Y ahora corre, que tu tía debe estar desesperada por ti.

            
            

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