Predestinados
img img Predestinados img Capítulo 5 CHICOS EXTRAÑOS
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Capítulo 6 INFINITE TALENT ACADEMY img
Capítulo 7 LA ACADEMIA img
Capítulo 8 PRIMERA MISION... ¡ES HORA DE CONOCER LAS REGLAS! img
Capítulo 9 LOS PROFESORES img
Capítulo 10 EL TÉTRICO ÁNGEL img
Capítulo 11 ALUMNA MODELO img
Capítulo 12 EL HILO NEGRO img
Capítulo 13 PLAN DE ESCAPE img
Capítulo 14 UN FALSO INCENDIO img
Capítulo 15 VÍCTIMA img
Capítulo 16 UN PACTO CON EL ÁNGEL DE LA MUERTE (EL HILO MORADO) img
Capítulo 17 EN PELIGRO img
Capítulo 18 LA PAREJA NÚMERO UNO img
Capítulo 19 LAS CONDICIONES DE LA PAREJA img
Capítulo 20 AMOR UNILATERAL img
Capítulo 21 FALTA DE PASIÓN img
Capítulo 22 UN VÍNCULO ROTO img
Capítulo 23 PAREJAS img
Capítulo 24 ¡UNA FORMIDABLE MENTIROSA! img
Capítulo 25 NOTAS img
Capítulo 26 DESHACERSE DEL ANCLA img
Capítulo 27 REBELIÓN img
Capítulo 28 THE ROYAL GRUP img
Capítulo 29 COMO EL SOL Y LA LUNA img
Capítulo 30 ¿QUIERES BAILAR CONMIGO img
Capítulo 31 UNA CITA EN EL MUSEO img
Capítulo 32 EL ALIADO Y EL GATO img
Capítulo 33 ¡ABUELA, QUERIDA! img
Capítulo 34 PRIMERA CONDICIÓN: ELLA ES INTOCABLE img
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Capítulo 5 CHICOS EXTRAÑOS

Salió de aquella extraña tienda, con cientos de cosas en la cabeza. Escuchó con claridad algunos murmullos a su espalda. Sabía que hablaban de ella y ahora que era consciente de ello estaba más que dispuesta a defenderse. Dio la vuelta, pero se quedó callada. No eran ni una, ni dos personas quienes se burlaban de ella, eran decenas, quienes habían sacado sus teléfonos y grababan a la joven con estos, sin importarles lo que la chica pudiera decir. Apenada trató de ocultar el rostro, pues como la anciana lo había dicho, tanto ella como su familia eran muy conocidas en el lugar.

Carlota Montoya, era la presidenta de una de las empresas textiles, mas importantes de México. Su empresa era la encargada de vestir a las celebridades más influyentes del país y, por consiguiente, el rostro de Carlota era conocido en todo el lugar. Si bien, la mujer no consideraba aptas aquellas vestimentas para su sobrina, le daba lo mismo si el resto del mundo vestía de forma vulgar. Hay que aceptar que a pesar de lo que cualquiera pudiera llegar a pensar, la mujer tenía un excelente gusto y era capaz de crear diseños llamativos y elegantes, lo cual, la posicionaba siempre dentro de los primeros lugares en cuanto a las listas de diseñadores más solicitados, no solo de su país, si no también, en el resto del mundo.

María José, no se quedaba atrás en lo que a ser conocida se refiere. El rostro de la chica era muy popular en todo el país, ya que Carlota siempre habló maravillas de ella a los medios, quienes, a su vez, se encargaron de hacérselo saber a todo el país, haciéndola llamar "la chica maravilla". Era vista como la alumna perfecta, como la hija que cualquier padre quisiera tener. Educada y culta. Sin embargo, esa imagen estaba por cambiar, pues la gente la había reconocido, sabían que era ella y solo el simple hecho de estar vestida de aquella manera en un lugar público como aquel, era suficiente para manchar tan pulcra imagen que había mantenido hasta ese entonces.

Consciente de esto, Marijo se echó a correr sin ningún rumbo, tratando de huir de aquellos paparazzi. Muchos de ellos corrieron detrás de ella, haciendo que el pánico la invadiera. Salió del centro comercial y comenzó a correr sin ningún rumbo, mientras trataba de ocultar su rostro con el brazo. En el camino tropezó con algunas personas, pero no tenía tiempo de disculparse, ya que en esos momentos lo que más le importaba era ocultarse de la vista de todos. El cemento de las calles estaba comenzando a hacer que sus pies descalzos, sangraran. Estaba cansada y, sobre todo, asustada. Entró en lo que parecía una especie de bodega, creyendo que ahí podía ocultarse. Si hubiese prestado la debida atención, se hubiera dado cuenta de que en realidad se trataba de una alberca publica, que en esos momentos se encontraba cerrada al público.

Comenzó a caminar sin prestar atención a su camino, pues no podía evitar regresar la mirada para confirmar que nadie la siguiera. Su distracción la hizo chocar contra el pecho de un chico alto, lo que provocó que la joven cayera de nalgas al suelo mientras el chico reía con burla.

──¿Se te perdió algo? ──le dijo este, inclinándose un poco hacia ella. Marijo se puso de pie de inmediato y le tapó la boca, colgándose de su cuello y haciendo que sus rostros quedaran demasiado cerca.

──¡Cállate! Alguien podría escucharte ──dijo sin voltear a verlo, pues aún creía que alguien iba detrás de ella. El chico tomó su mano y la apartó de su boca, mientras la sujetaba de ambas manos y la veía directamente a la cara. En ese instante, Marijo se dio cuenta de que el chico era un extranjero con rasgos orientales. Los ojos rasgados, el cabello negro, lacio y un poco largo, con un pequeño mechón cayéndole en el rostro. La piel blanca y demasiado tersa para ser la piel de un chico. Marijo se moría de vergüenza, pues sabía que estaban demasiado cerca y eso, según su tía, no era propio de una señorita decente. Trató de alejarse, pero el chico se lo impidió.

──¿Quién eres? ──le preguntó con un español casi perfecto. Marijo tragó saliva con dificultad. Forcejeó un poco y logró liberarse.

──¡Eso a ti no te importa! ──le respondió molesta. El chico por su parte solo rio con burla.

──¿De qué hospital te escapaste, niña? ──le dijo, mientras cruzaba los brazos. Marijo alzó la vista dispuesta a darle una cachetada, pero el joven logró ser lo suficientemente rápido como para esquivarla, haciendo que la fuerza de la chica la hiciera dar una vuelta y caer de narices a la alberca. Al joven parecía causarle gracia, hasta que se dio cuenta que la chica no podía mantenerse a flote. El agua entraba en su garganta ya que trataba de gritar presa de la desesperación. Fue entonces cuando el chico se lanzó en su ayuda, lo cual, era verdaderamente difícil, ya que la chica pataleaba asustada y eso hacía que se hundiera una y otra vez. Como pudo, el chico logró sacarla de la alberca y ponerla en un lugar seguro. Sin embargo, apenas salió del agua, la chica se fue encima de él, dándole con los puños en el pecho.

──¡No me toques! ──le gritó molesta, mientras el chico no hacía más que hacer muecas soportando sus golpes, que, inusualmente, eran mucho más fuertes que los de cualquier chica común.

──¿Qué demonios pasa contigo? ──le dijo irritado mientras la tomaba con fuerza de las muñecas, para evitar que continuara golpeándolo──, solamente te ayudé, de no haber sido por mí te hubieses ahogado.

La chica hizo una rabieta, mientras pataleaba y movía el cuerpo, haciendo que el agua que la había empapado cayera al suelo. Lanzó su largo cabello hacia la espalda y levantó el rostro viendo a aquel chico de forma altanera, como si no fuera la misma chiquilla que se comportaba como una niña de cinco años.

──Escúchame bien, ojos de regalo, yo no necesito que tipejos como tú me ayuden a nada ──le dijo, llevándose las manos a la cintura y observando al chico como sí este no estuviera a su altura.

──¿Cómo me llamaste? ──cuestionó este, evidentemente indignado. Sin embargo, María José no contestó. Caminó altaneramente hacia la puerta, con el cuerpo y la ropa completamente empapados. Sabía perfectamente que, del otro lado, sería víctima de burlas y más, sí alguien lograba verla de esa manera, pues ahora no solo vestía de manera ridícula, sino que además estaba completamente empapada.

Salió con cautela, cuidando que nadie estuviera cerca. Corrió hacia uno de los callejones que quedaban cerca y se ocultó un poco para evitar ser vista por alguien. Sonrió con malicia, pues del otro lado de la calle se encontraba una de las famosas tiendas de ropa que pertenecía a la firma de su tía. Cruzó del otro lado, sin importarle que los coches que trataban de avanzar con su camino tuvieran que frenar y recordarle a su difunta madre de manera colorida, como todo buen mexicano. Llegó a la tienda la cual tenía un gran letrero en la entrada con la leyenda; "cerrado", molesta se mordió el labio y observó por el cristal de la ventana. Había personas dentro, no sabía quiénes eran, pero le bastaba. Abrió la puerta sin importarle en lo más mínimo el cartel y se acercó a una de las empleadas quien la vio algo sorprendida y se puede decir que asustada.

──¡Señorita! ──expresó haciendo una reverencia frente a la chica.

──¿Se puede saber cómo es que tienen ese maldito letrero en la entrada? ──le preguntó Marijo molesta. La empleada salió del otro lado del mostrador y volvió a dirigirle, una pronunciada reverencia.

──Lo siento mucho, señorita, una clienta nos ha pedido cerrar la tienda para escoger algunas prendas.

──¿Y se puede saber quién es esa clienta?

──¡Soy yo! ──respondió una bella joven de rasgos orientales, cabello largo y completamente lacio que le caía hasta la espalda. Tenía el cuerpo delgado, los labios gruesos y era más que evidente que sabía de moda, pues vestía muy bien y sabia lucir las prendas. María José se mordió el labio, algo dolida. Por primera vez en su vida se sentía inferior a alguien y eso la irritaba. La chica sonrió con burla al ver estado en el que Marijo se encontraba── ¿de qué manicomio te escapaste, querida? ──le preguntó con un acento que terminó por irritar a la joven mexicana.

──¡Lárgate de mí tienda ¡ahora! ──le dijo amenazadoramente mientras apuntaba con su dedo hacia la salida.

──¿Tu tienda? ──espetó aquella joven mientras cruzaba los brazos y enarcaba una ceja── ¡vaya que son raros los mexicanos! ──expresó con algo de burla. Hizo una pequeña seña a las empleadas, quienes de inmediato le llevaron decenas de bolsas, las cuales tomó sin problemas mientras entregaba una tarjeta de crédito dorada a una de ellas. Luego de completar el pago, dio la vuelta y dedicó a Marijo una sonrisa burlona──, espero te seques pronto, linda ──le dijo mientras abría la puerta y salía de ahí. Marijo estaba que echaba chispas. Trató de írsele encima, pero las empleadas la detuvieron. Las cosas, no le estaban yendo para nada bien y necesitaba poner en orden sus ideas. Se secó y vistió con ropa más decente. No era necesario que diera efectivo a las empleadas, pues estas sabían de sobra quien era la chica, por lo que esta, aprovecho la idea y tomó algunos atuendos más.

Salió de ahí algo irritada. Llevaba unas gafas oscuras y un gran sombrero para evitar que alguien pudiera verle el rostro y le reconocieran. No conocía el nombre de las calles, pero recordaba perfectamente bien el camino de vuelta al hospital. Estando ahí, ya vería como regresar a casa. Caminaba por uno de los jardines que se encontraban cerca. Había poca gente, solo algunas parejas dando muestras de amor públicas y algunos ancianos que alimentaban a los pichones, que dócilmente se les acercaban. Hay que admitir que se podía respirar tranquilamente en el lugar ya que se sentía una paz increíble. Desde que salió de la tienda de la anciana, no había vuelto a ver aquel extraño hilo rojo y eso le calmaba. Fue entonces cuando se distrajo por menos de un segundo y eso fue más que suficiente para que un joven de cabello rubio y ojos verdes estampara su cono de helado contra su pecho, manchando la blusa carísima que recién había adquirido.

──¡OYE! ──le gritó furiosa. El chico se llevó una mano a la boca avergonzado. Llevaba una gorra de béisbol en la cabeza y vestía ropa cara.

──Lo siento mucho, señorrita ──se disculpó con un acento raro que hacía demasiado énfasis en la letra "R". La chica trató de quitar el helado de su ropa mientras lo observaba furiosa. El chico sacó un pañuelo de su bolsillo, el cual llevaba bordadas las letras "V" y "W", y se le acercó para ayudarla a limpiar. Sin embargo, Marijo estaba demasiado a la defensiva. Al ver que el chico se acercaba lo tomó del cuello de su camisa y lo hizo dar una pirueta y caer sobre su espalda, usando su propio cuerpo.

──¡Ni se te ocurra ponerme una mano encima! ──le dijo molesta mientras daba la vuelta y continuaba con su camino, sin importarle el estado en el que había quedado el pobre chico. Avanzó unos cuantos metros sin ninguna clase de problemas hasta que, al doblar en una esquina, sintió un fuerte dolor en la pierna. Discretamente levantó un poco su falta y vio que su herida había empeorado, lo cual la puso nerviosa. Aún quedaba un largo camino hasta el hospital. A pesar del dolor, decidió echarse a correr para poder llegar más rápido, pero apenas dio la vuelta en la esquina más cercana, volvió a chocar contra el pecho de un chico, haciendo que ambos cayeran al suelo, junto con una costosa cámara que el chico llevaba en las manos, la cual se rompió al instante. Marijo se puso de pie e intentó continuar con su camino, pero el chico la tomó del brazo y se lo impidió.

──Tenés que pagar por esto ──le dijo viéndola a la cara. Ella molesta observó los restos de la cámara con algo de burla.

──¿Quieres qué pague por esa baratija? ──le dijo.

──¿Baratija? ─expresó el chico dolido── escúchame ──, le dijo mientras le apuntaba con el dedo. En ese momento, Marijo se dio cuenta que aquel extraño hilo que había visto antes estaba atado al dedo meñique de aquel sujeto. Sin embargo, el tono de este era mucho más claro en comparación con los demás hilos que había visto con anterioridad. Trató de no prestarle mucha atención, pues la anciana le había dicho que solo sería capaz de ver el hilo de aquellos a quienes podría ayudar a estar juntos y, según ella, aquello no podría tener sentido, pues el chico era un completo desconocido al que, estaba segura, no volvería a ver de nuevo──, esa cámara era de edición limitada, ¿tenés idea de cuánto vale?

──Evidentemente, menos de lo que pagaste por ella. Te vieron la cara, niño, esa porquería es más falsa que las novelas de...

──¡A mí me importa un cacahuate lo que vos piense! ──la interrumpió el chico── ¡tenés que pagar por ella! ──Marijo torció los ojos, mientras jalaba de su brazo para liberarse.

──¡Con una!.. dime, ¿cuánto vale esa baratija? ──le dijo resignada, mientras se llevaba las manos a la cara, tratando de calmarse.

──El equivalente a ochocientos dólares ──respondió el joven. A María José casi le da un ataque.

──¿QUEEE? debe ser una broma, ¿cierto? no hay manera de hayas sido tan idiota como para haber pagado semejante cantidad, por una porquería como esa ──el sujeto no respondió, solamente tendió la mano frente a la chica en espera del pago──, está bien, ¿conoces a Carlota Montoya?

──¿Qué tiene eso que ver?

──Bueno, pues ella es mi tía, si vas a nuestra casa recibirás el pago ──respondió la chica mientras daba la vuelta dispuesta a continuar con su camino. Sin embargo, el chico se lo impidió. Nuevamente la tomó del brazo y la obligó a dar la vuelta.

──¡Vaya que sos estúpida! ──le dijo con seriedad──, yo no quiero el dinero de tu tía. No fue ella quien arruinó mi cámara, has sido vos.

──¿De dónde demonios esperas que yo consiga ese dinero?

──¡Ah bueno!, ese ya no es mi problema ──. En ese momento, el chico a quien Marijo recién había golpeado llegó corriendo mientras se sobaba la cabeza. El chico de la cámara lo vio con burla al ver que traía el rostro cubierto de helado──, ¿y a vos que demonios le pasó? ──le preguntó tapándose la boca para que no se escapará la risa que le provocaba aquello. Por la familiaridad con la que se trataban, era evidente que se conocían. El chico no le respondió, se limitó a ver a Marijo con cólera. A esta le dio lo mismo. Cruzó los brazos y levantó una ceja, viéndolo retadoramente. No obstante, la mirada de ambos jóvenes se detuvo en la rodilla de la chica, pues una ligera línea roja comenzó a manchar las calcetas negras de esta.

──¡La señorrita sangra! ──exclamó el chico del helado, mientras apuntaba a la chica con un dedo. Esta, bajó la mirada y trató de cubrirse las piernas con las manos. Ambos chicos se acercaron a ella, con la mirada preocupada.

──¿Estás bien? ──preguntó el chico de la cámara. María José se sentía avergonzada.

─Tenemos que llevarla al hospital ──expresó el otro sujeto. María José sonrió con ambición, pues esta era una gran oportunidad que por nada del mundo se iba a negar a aprovechar.

──¿Vos sabe dónde hay uno? Esta ciudad está llena de pavadas en cada calle ──respondió su compañero mientras observaba a su alrededor, llevándose la mano a la frente para evitar que el sol le diera de lleno en la cara. Marijo no pudo evitar volver a ver aquel extraño hilo atado en el dedo de aquel chico. El tono era bajo y en algún punto, llegaba a desaparecer como si no estuviera del todo terminado. No se unía con nadie en específico, lo cual le causaba demasiada curiosidad a la joven, aunque se negaba a aceptarlo.

──¿Estás bien? ──le preguntaron ambos chicos a coro, viendo lo distraída que estaba. Esta reaccionó y volteó a verlos mientras sacudía la cabeza saliendo de su trance. Aquella pregunta, aun rondaba en su cabeza desde el día anterior, cuando ocurrió su peculiar accidente.

──¿Qué fue exactamente lo que le pasó, señorita?──cuestionó el chico del helado. La chica era consciente de que la sangre estaba manchando por completo su pierna y a la vez sus manos, con las cuales trataba de cubrirse. Estaba por responder, inventando una muy buena historia, pues no sabía si su orgullo o su vanidad le impedían contar la verdad. Tal vez era el hecho de la educación que recibió por parte de Carlota, pues si bien, la chica no había hecho nada malo, lo cierto es que la vergüenza la tenía presa y no consideraba prudente, contar su vida a un par de desconocidos. Abrió la boca, pero no fue capaz de decir nada.

──¡María José! ──escuchó a sus espaldas, una voz que de sobra conocía. Se paró firme y dio la vuelta, como un soldado esperando una reprenda. Carlota Montoya avanzaba hacia ella con la mirada más aterradora que Marijo le había visto jamás. Vestía con un largo y elegante vestido negro con encaje y el cabello atado a una larga trenza que le llegaba hasta la cintura, adornado con un lazo del mismo color de su vestido. Marijo se quedó petrificada frente a la mujer── ¿Qué clase de vestimenta llevas? ──le dijo para su sorpresa. Marijo esperaba ser regañada por lo ocurrido el día anterior, o por el hecho de haber huido del hospital de la forma en que lo hizo. Pero no, al parecer, para Carlota, nada de eso era más grave que el hecho de que su sobrina vistiera de forma inapropiada en la calle. Para desgracia de la chica, se le ocurrió elegir una falda arriba de las rodillas y unas calcetas altas. Si bien, la ropa era diseñada por su propia tía, ella no era libre de usar semejantes prendas──. ¡No tiene ni veinticuatro horas aquí y ya contagiado su maldito liberalismo! ──comentó la mujer más para sí misma que para su sobrina── ¡Sube de inmediato al coche! ──le ordenó a esta, quien cojeando se dirigió hacia el vehículo. Fue entonces cuando la mujer observó la pierna de la chica──. ¿Qué te ha ocurrido? ──preguntó alarmada── ¿quién te hizo esto? ¿Fueron acaso estos chicos? ──cuestionó dirigiendo la mirada hacia el par de jóvenes que observaban la escena con algo de indignación. Carlota se les acercó observándolos fuertemente.

──Se equivoca, señora. Nosotros no hemos tocado a la señorita ──se defendió el chico del helado. La mujer la vio con desconfianza.

──¡Sube de inmediato al auto, María José! ──ordenó sin apartar la mirada del pobre chico que solo se limitó a ocultarse detrás de su compañero──, tenemos mucho que discutir.

Ambas mujeres subieron al auto, no obstante, el chico de la cámara corrió detrás de ellas, exigiendo el pago de su cámara. Con lo que el pobre joven no contaba, era con que el coche arrancaría dejándolos a ambos atrás.

                         

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