La cabeza le dolía y todo le daba vueltas debido a la anestesia que le habían administrado. Quitó la delgada sábana que la cubría y trató de ponerse de pie. Planeaba buscar a su tía, pues sabía perfectamente bien que, esta, la reñiría por cualquiera que haya sido a causa de su accidente, pero por primera vez en su vida, estaba dispuesta a recibir aquel reclamo con tal de saber que era lo que había ocurrido. Salió de la cama y se acercó a uno de los pasillos del hospital, el cual perecía desierto. Alguien la había vestido con un ridículo camisón blanco que le llegaba hasta las rodillas y habían soltado su rebelde cabello, dejándolo caer libre sobre su espalda. Caminó un poco en busca de alguna de sus tías, para que la sacaran de aquel sitio de una buena vez por todas. De pronto, tropezó con una enfermera que llevaba algunas notas en los brazos, las cuales cayeron al suelo regándose por este. María José quedó a gatas frente a la mujer que rápidamente se apuraba a recoger sus papeles. La chica levantó la vista y ahogó un grito mientras caía de nalgas al suelo. Un extraño y brillante hilo rojo estaba atado en el dedo meñique de aquella mujer y caía al suelo.
La chica se dio cuenta como aquel extraño hilo era lo suficientemente extenso como para seguir el paso de aquella mujer. Sin decir nada se puso de pie y fue recorriendo el pasillo siguiendo aquel extraño y brillante hilo hasta que, sin querer, chocó con la espalda de un hombre, mucho más alto que ella, quien vestía una bata blanca y un par de anteojos que lo hacían ver mucho más sabiondo. Marijo pudo leer un pequeño gafete que decía; Doctor Álvarez, en el pecho del hombre, quien giró hacia ella.
──¿Ocurre algo, señorita? ──le preguntó cortésmente el hombre──, no deberías estar fuera de tu habitación ──le dijo.
──La mujer... la mujer de allá necesita su ayuda ──respondió inconscientemente la chica.
El médico la vio con un poco de curiosidad, pero la chica no fue capaz de dar más explicaciones, por lo que solo se limitó a apuntar en dirección a donde se encontraba la enfermera que recién había visto. El medico no lo pensó y salió corriendo llevándose aquel extraño hilo con él. Marijo se quedó absorta un momento. No lograba explicarse que era aquel extraño hilo, pero estaba completamente segura de que nadie más que ella, era capaz de verlo. Se llevó una mano a la muñeca, en busca de aquella extraña pulsera que aquella anciana le había obsequiado y se llevó una gran sorpresa cuando no la encontró. Buscó por todo el suelo y nada, entonces cayó en la cuenta de que todo eso era obra de aquella mujer. Sin pensarlo demasiado, salió corriendo del hospital, olvidándose por completo que aun vestía con aquella ridícula bata y que sus pies, estaban descalzos. Pasó a unos metros de la recepción, donde se encontraban sus tías, discutiendo con un par de enfermeras.
──¡María José! ──gritó Rosalinda en cuanto la vio, pero la chica, o bien no la escuchó o simplemente la ignoró y continuo con su carrera.
Tomó un taxi y le dio indicaciones. La chica no conocía para nada el nombre de las calles y no estaba familiarizada con el exterior como cualquier otra persona normal, pero era lo suficientemente lista como para recordar el camino hacia aquel centro comercial. El conductor la veía con un poco de burla, pues era claro que no estaba acostumbrado a ver a una chica vestida con una bata y los pies descalzos, cruzando por el centro de la ciudad de México, pero aquella chica parecía tener demasiada prisa por llegar a su destino.
Con las prisas, la chica olvidó por completo que no llevaba consigo ningún efectivo por lo cual no podría pagarle al hombre quien furioso le dijo que tendría que bajar del auto.
──Escuche, le prometo que le pagaré, solo dígame, ¿cuánto es? ──dijo algo irritada.
──¡Son más de quinientos pesos! ──expresó el hombre aún más irritado, mientras checaba el taxímetro que se encontraba en el interior del auto.
──¡¿Quinientos pesos?! ──dijo la chica indignada. Trató de calmarse, pues bien, sabía que no tenía más opción que aceptar el precio──. Está bien, le daré el doble. ¿Conoce a Carlota Montoya?
──¿Conocerla? ¡pero si es la mujer más famosa de todo el lugar! ¿cómo no voy a conocerla? ──respondió el hombre viendo a la chica por el retrovisor── ¿qué tiene que ver eso?
──Yo soy su sobrina, y le prometo que, si me lleva hasta el centro comercial, ella le entregará el doble de su dinero.
──¿Cómo sé que no se trata de una broma? ──preguntó el hombre, algo escéptico.
──Señor mío, yo no soy una persona que acostumbre a bromear ──respondió la chica, usando sin querer, el mismo tono de voz que acostumbraba a usar su tía. El hombre aceptó de muy mala gana, amenazando a la chica y diciéndole que se presentaría ante Carlota esa misma tarde. Sin embargo, Marijo ya no alcanzó a escuchar eso último, pues apenas salió del taxi se echó a correr hacia el interior del lugar en busca de aquella anciana. Al entrar, fue rápidamente el blanco de todas las miradas, aunque era más que evidente que ella no era capaz de darse cuenta. En esos momentos lo único que le importaba era encontrar la tienda de la anciana.
Caminaba como hipnotizada, sin prestar demasiada atención a las personas que estaban cerca de ella, hasta que, sin querer, chocó una pareja de novios quienes compartían un helado. Su bata quedó completamente cubierta por este, dejando una gran mancha. Marijo se detuvo en seco y trató de limpiar la mancha con las manos.
──Lo siento ──se disculpó la chica. María José estaba realmente furiosa, levantó la vista hacia aquella pareja, dispuesta a reñirles, pero no fue capaz. Un extraño y brillante hilo rojo se veía atado a uno de los dedos meñiques de aquellos chicos, pero aquel hilo no se conectaba entre sí, por el contrario, permanecía separado y cada uno parecía tomar un camino muy distinto. Fue entonces cuando la chica prestó un poco más de atención a su alrededor y se dio cuenta de que ese no era el único hilo que podía ver. Decenas de personas caminaban por el lugar sin darse cuenta de que un extraño hilo estaba atado a sus manos. Inconscientemente revisó las suyas en busca de aquel hilo, pero no pudo ver nada──. ¿Te encuentras bien? ──le preguntó la chica, pues Marijo se había puesto pálida y había comenzado a sudar. Sin responder, se echó a correr tratando de esquivar aquellos hilos que solamente ella era capaz de ver y que estaban a nada de volverla loca. Las personas la veían con algo de burla y un poco de curiosidad, pues, ¿quién esperaría ver a una joven con bata y los pies descalzos, correr por un lujoso centro comercial como aquel? Sin mencionar que aquella joven, no era una joven cualquiera, pues su rostro era conocido por todos y no era para nada normal verla en semejante estado.
Agitada y con el cabello erizado, logró llegar a la tienda de la anciana, quien, al parecer, ya la esperaba. La encontró sentada a la mesa con un par de tazas de té y sonreía como si ver el estado de la chica fuera algo normal para ella.
──Te tardaste más de lo planeado ──le dijo la mujer con voz cansada. Marijo no lo pensó dos veces y entró furiosa en el lugar.
──¡USTED! ──dijo acusadoramente, mientras apuntaba con el dedo a la mujer y se acercaba a ella── ¿Qué demonios es lo que ha hecho conmigo? ¿qué fue lo que le hizo a mi vista? ¿por qué de la nada veo ese maldito hilo rondando por todos lados? ──la anciana no se inmutó ni un poco. Le hizo una pequeña seña a la chica, invitándola a tomar asiento y compartir el té con ella. La chica tomó asiento sin quitarle la vista de encima a la mujer quien, sorbía un poco de té mientras cerraba los ojos tan placenteramente.
──Has perdido la pulsera, ¿cierto? ──preguntó por fin luego de terminar su bebida. Marijo confirmó con un leve movimiento de cabeza──. Bien, muy bien. Haremos esto rápido, antes que toda la adrenalina que te trajo aquí se esfume y recuerdes el dolor de tu pierna o seas consciente de lo que llevas puesto ──. La chica vio con asco la bata que, había dejado de ser blanca para volverse de un extraño color marrón. La anciana sonrío con algo de burla y se puso de pie, con más agilidad de la que la chica le recordaba──. Escúchame bien, pequeña, desde el momento que pusiste un pie en mi tienda, me di cuenta de que estabas destinada a algo más grande de lo que puedes imaginar. Te he dado la oportunidad de encontrar a tu verdadero destino, pero también he decidido darte un pequeño castigo.
──¿Castigo? ──expresó la chica, indignada── sabía que no debía haberla ayudado aquel día.
──Ese es tú problema, querida ──le dijo la anciana──, has crecido creyendo que nadie está por encima de ti. Te has vuelto avara, prepotente y algo presuntuosa. Te has olvidado de la empatía para con los demás, por eso decidí que eres la persona correcta para esta misión.
──¿Misión? ¿qué misión? ──la anciana se acercó a ella y le tomó de las manos.
──Cupido está un poco aburrido y sobre todo cansado, por eso decidió dejarte a cargo de su trabajo por un tiempo ──Marijo abrió los ojos de golpe y apartó sus manos de la anciana.
──¡Usted sí que está loca! ──exclamó poniéndose de pie.
──Antes de que acabe el otoño, debes de unir a una pareja. El hilo rojo que ves es el que une a las personas con su destino. Dicho hilo es indestructible y absolutamente nada ni nadie es capaz de dañarlo. Los seres humanos, comunes, no son capaces de verlo, pero tú, querida, eres un caso especial.
──¿Por qué tendría que hacer semejante tontería? ──la anciana emitió una sonora carcajada, mientras se llevaba una mano al vientre tratando de controlarse.
──Esa es la única manera en la que puedes encontrar tu destino, ¿recuerdas? aquel chico que te ayudó y que tiernamente te preguntó; ¿estás bien?
Marijo se quedó absorta por unos segundos, mientras que la anciana, por su parte, volvía a servirse un poco de té y tomaba asiento frente a la chica.
──Ahora, querida, si fuera tú, me daría prisa en buscar algo de ropa decente y un par de zapatos. Si bien recuerdo, tú y tu familia son muy reconocidos en estos lugares ──le dijo a la chica mientras sorbía de su té haciendo más escándalo del necesario. María José salió de su aturdimiento y se dio cuenta de sus pies descalzos y su vestimenta tan ridícula. Se puso de pie, observando aquella tienda. La última vez que estuvo ahí, el lugar era una especie de boutique vieja. Sin embargo, en esta ocasión, la tienda no era más que una especie de bodega repleta de artículos antiguos y viejos. Sorprendida por tan inesperado cambio, la chica volteó confundida hacia la anciana, quien tranquilamente continuaba bebiendo sin mirarla──. Sé que tienes muchas preguntas, querida, pero no responderé todas, si lo hago, no habrá razones para que regreses de nuevo ──comentó la anciana sin voltear a verla──, ahora, date prisa y busca algo de ropa cómoda
Marijo, tenía algo de miedo de salir de nuevo, pues ver aquel extraño hilo, era algo incómodo para ella. La anciana logró darse cuenta de esto como si pudiese ser capaz de leerle la mente y dejó su taza sobre la mesa con calma.
──No te preocupes, a partir de ahora, solo veras el hilo de aquellos a quienes puedes ayudar a estar juntos. Reduciré un poco tu condena por aquella pareja que inconscientemente has unido hoy ──le dijo con voz tierna── ahora, debes marcharte si no quieres que alguien te vea en esas fachas.