Mi única alternativa ahora era buscar una luz roja e intentar escuchar sobre la lluvia. Brazo izquierdo pierna derecha, brazo derecho pierna izquierda. Pude escuchar una explosión y a uno de los cadetes gritar.
Un lugar más.
No podía ver el límite del campo, pero sabía que estaba cerca, continué arrastrándome intentando ver la luz roja que me indicara que una mina activa estaba cerca de mí, pero la lluvia continuaba cayendo imposibilitando ver más allá de medio metro delante de mí, no podía quedarme ahí y tampoco podía continuar, al menos no a ciegas.
Con cuidado de no tocar la valla eléctrica que había sobre mi cabeza, desanudé una de mis botas, la lancé a veinte centímetros delante de mi esperando una detonación, nada, solo el sonido de la lluvia que continuaba cayendo uniformemente, avancé, repetí el movimiento siete veces más hasta que en mi campo de visión apareció una luz roja que tiritaba una y otra vez, se encontraba en el límite del campo al final de la prueba, sabía que no tenía mucho tiempo para desactivarla y que la lluvia no me permitiría acercarme demasiado para hacerlo, tenía que terminar esta prueba rápido o no tendría un lugar en la siguiente.
Retrocedí, brazo izquierdo pierna derecha, una y otra vez, volví a lanzar la bota al mismo tiempo que retrocedía una vez más.
La detonación calló por un momento el sonido de la lluvia, parando todo a su paso, estaba demasiado cerca del límite como para ver el balazo de los soldados, uno menos, eso indicaba, estaba seguro que los cadetes cerca de mi empezarían a arrastrarse más rápido, creyendo que uno más se había ido, un lugar más.
Cuando la tierra dejó de caer, avancé de nuevo a un ritmo más rápido que el anterior, esta vez estaba seguro que no había peligro delante, el peligro venía detrás de mí y yo no podía escuchar nada. Pero en cuanto cruzara ese límite lo habría dejado atrás.
Brazo izquierdo pierna derecha, brazo derecho pierna izquierda, brazo izquierdo pierna derecha, brazo derecho pierna izquierda, volví a ver el límite y lo que quedaba de mi bota, deslizándome rápido llegué al final de la prueba, la lluvia continuaba cayendo, pero había terminado. Había conseguido uno de los lugares.
O eso creía.
Al ponerme de pie un soldado se acercó a mí, examinándome, al tenerla cerca puede notar que era una mujer; no la había visto antes, parecía tener cuarenta y sin duda disfrutaba esto.
Articulaba palabras, pero yo no escuchaba nada, la explosión de la mina aún estaba presente en mis tímpanos, ella pareció percatarse porque me roció algo y de nuevo ahí estaba, el sonido de la lluvia, que te impedía escuchar nada más.
–No estás muerto, quiero que me digas ¿cómo lo hiciste? –parecía molesta, para nada impresionada.
–Mi bota –dije señalando mi pie descalzo lleno de lodo–, la empecé a lanzar desde que la tierra se convirtió en lodo, imposibilitando ver las minas.
–Inteligente, pero te hará falta en la ciudad, cadete –dijo pinchando detrás de mí oreja, escaneando mi código–. Tienes que elegir un arma, pueden ser dos, pero no te dejarán moverte una vez que termine contigo–. Señaló una caja llena de armas de fuego, había escopetas, fusiles, subfusiles, revólveres y también había armas de combate cuerpo a cuerpo, espadas, dagas, cuchillos, estoques. Incluso había arcos y ballestas. Sabía que con esa tormenta no podría ver más allá de medio metro, como en las minas, decidí que lo ideal sería llevar un arma de combate cuerpo a cuerpo, algo que me permitiera correr y moverme ágilmente, dagas gemelas. Las tomé, la hoja era curva y no medía más de cincuenta centímetros, su mango era de cuero y se adecuaba a la palma de mi mano; esto sin duda me serviría. Luego de guardarlas en mí cinturón miré a la soldado, parecía aún más molesta.
–¿Esas? –preguntó incrédula.
–Sí, la lluvia no me permitirá ver más allá de medio metro.
–Como quieras –empezó decir sacando una especie de dispositivo circular–. Ahora dame tu mano derecha–. Inyectó el dispositivo circular en ella, emitió una leve vibración antes de que perforara mi mano y saliera un bastón metálico cerrándose alrededor de esta, después de dar una vuelta pareció expandirse, por un momento pensé que era un bastón de kendo, hasta que al final hizo una u al terminar, a su vez expandiéndose al inicio. Un paraguas. ¡Tenía que ser una broma!, intenté sacarlo, no necesitaba un paraguas, eso me quitaría velocidad y no me dejaría usar las dagas.
–No puedes quitarlo, perforó tu palma de lado a lado, órdenes de Magnus para hacer esta selección más interesante – dijo la soldado al ver que intentaba quitarlo de mi mano–. Ahora, deja que termine contigo, voltea
–Pero necesito las dos manos para usar las dagas.
–¡Voltea! –parecía más enfadada que cuando salí del campo de minas.
–Entonces dejé que cambie de arma–. Necesitaría un revolver si quería llegar lejos.
–Cadete, es una orden directa, voltee, el arma no se puede cambiar. Voltee o daré de baja su código.
Mi sangre se heló, si daban de baja tu código antes de ingresar a la academia solo podía significar que habías muerto en las pruebas, sinónimo de dejar de existir ante la sociedad: muerte. Hice lo que la soldado pedía, volteé a verla, ella formó una sonrisa burlona en su rostro antes de rosearme con un gas. Ardía. Cada músculo de mi cara ardía, perdí el equilibrio cayendo al suelo, creo que en algún momento empecé a gritar hasta que ya no escuché la lluvia más, solo mi voz, hasta que distinguí que no era mi voz, era la de otro cadete ¿le habrían aplicado el mismo gas? ¿Habría muerto en una mina? Otro grito, igual de lastimero que el anterior, ¿qué pasaba? ¿Por qué ardía tanto? ¿Qué era ese gas? Un grito más, otro más, hasta que a mí alrededor solo se escuchaban desgarradores gritos rompiendo el sonido de la lluvia.
Todo se quedó callado hasta que lo único que vi fue oscuridad. Pero no era consciente de lo que hacía ya.
No supe en que momento me desmayé o en qué momento los gritos cesaron, lo único que podía escuchar una vez más era la lluvia. ¿Habría perdido la prueba? La respuesta a mi pregunta llegó segundos después, cuando escuché gritar a la soldado malhumorada, me gritaba a mí.
–¡Cadete, levantase! ¡Continúe con esa prueba antes de que le dé un balazo yo misma! –Me incorporé, oscuridad era todo lo que había a mi alrededor, era de noche y yo no tenía sentido de orientación. No entendía porque quería que hiciera la prueba de noche.
–Señora, es de noche, la lluvia y la oscuridad no me dejará terminar y es probable que ya estén todos los lugares ocupados–. Esperaba una respuesta, esperaba que me dijera que aún podía hacerlo porque quedaba mi lugar, pero solo el sonido de la lluvia era mi respuesta.
–Dispáreme de una vez, por favor. Prefiero morir aquí en vez de no ser seleccionado–. Me aventure a decir, buscando a la soldado, mis ojos aún no lograban acostumbrarse a la oscuridad de la noche, seguía sin recibir una respuesta dispuesto a rendirme cuando la escuche, su risa, era un estruendo, podía escucharla por todos lados. La soldado se estaba riendo, pero ¿de qué? ¿De mí?
–No seas tonto hijo, aun no es de noche, perdiste el conocimiento solo unos minutos, como todos –. Empezó a decir entre risas.
–Ahora, ¡largo cadete, terminé esa prueba!
–Pero no veo nada–. El pánico volvió a apoderarse de mí.
–Pues claro que no ve nada, cadete. Ahora es ciego–. Dijo la soldado, lanzándome hacia delante, haciéndome caer.
Empecé a deslizarme, sentía un vuelco en el estómago, estaba cayendo, no, no lo estaba, estaba dando vueltas en picada, intenté sostenerme de algo, pero no había absolutamente nada a mi alrededor, solo oscuridad. Continuaba cayendo cuando comprendí que iba en un tobogán, tenía que ser eso, por eso sentía ese vuelco en el estómago y no podía ver nada, no porque fuera ciego, este tobogán me llevaría directamente a la ciudad, la última prueba, necesitaba atravesarla y matar a todo aquel cadete que se cruzara en mi camino.
Mi cara se estrelló contra el lodo cuando creí que caería para siempre, sin saber a dónde ir me puse de pie y empecé a correr, tarde unos cuantos metros en comprender que pasaba, ¿estaba en la ciudad?
Había escuchado historias sobre la ciudad, en esta se llevó la guerra de waywards contra humanos, nadie podía entrar aquí, nadie salvo Magnus y los soldados, solo ellos sabían dónde estaba, ningún civil y menos cadetes teníamos acceso a ella. Dicen que lo único que queda de ella son ruinas y que su arquitectura no se parece en nada a la nuestra, también hablan de espectros que rondan por aquí, aunque nadie ha visto uno sin perder la cordura ya qu... ¿De verdad era ciego ahora?
El gas.
El gas me habría dejado ciego como medida preventiva hacia los espectros ¿o es que lo hicieron por qué sí? No, no tenía tiempo para pensar en leyendas, y menos en mi ceguera, debía continuar corriendo. Corrí hasta que mis pulmones no daban más, me había atorado muchas veces con el paraguas, como dije ¡un estorbo! y había caído para comprobar que lo único que había a mi alrededor era lodo. No tenía idea de a dónde iba, pero continuaba corriendo.
Oscuridad y el sonido de la lluvia era lo único que me guiaba, empecé a correr hacia la izquierda buscando una pared que me ayudara a guiarme, pese a que había corrido demasiado tenía la vaga sensación de no haber avanzado nada; choqué con algo ¿un farol? No importaba, era mi punto de referencia ahora, palpé delante de mí encontrando ¿una pared? ¿La pared de un edificio?
De nuevo no me importó, eran mi punto de referencia, empecé a correr manteniendo la mano izquierda pegada a la pared, la lluvia continuaba cayendo en un movimiento uniforme, se había mantenido así por horas ¿o serían ya días? No sabía. Lo único que sabía era que necesitaba seguir corriendo.
El sonido perforó el perpetuo ruido acogedor de la lluvia con el que estaba tan familiarizado, fue una exhalación seguida de un silbido, no reconocí el sonido hasta que impactó en mi pierna derecha. Un balazo. Sentí como la bala penetraba mi piel para alojarse en mi cartílago, no tuve tiempo de reaccionar cuando el mismo sonido volvió a romper el de la lluvia, seguido de pisadas.
Corrí, para descubrir que ya no podía, cojeaba bajo la lluvia y alguien me perseguía. Busqué mis dagas en la oscuridad, estaba seguro que ambas estaban del mismo lado, palpaba mi cinturón y seguía cojeando, quien quiera que me perseguirá creía que seguía cerca de él, pero ya estaba lejos, tenía que estarlo, no escuchaba más sus pisadas, rápido, tenía que andar más rápido, sabía que mi rodilla sangraba, no tenía tiempo de detenerme a revisar, no habría podido hacer nada, no sin ver.
Me topé con una pared frente a mí, ¿se había acabado esta calle o será que todo este tiempo estuve corriendo en un callejón?, no, no podía ser, el eco de la lluvia era grande, estaba en una calle, debía virar hacia donde la pared conducía, con la mano guiándome continué, ya no podía correr, el dolor era demasiado, empecé a caminar hasta que ya no podía más.
La fuerza de mi pierna empezaba a ceder haciéndome caer, intenté levantarme, pero el dolor no me dejó, tenía que hacer algo o sería asesinado aquí, en medio de la lluvia y de la oscuridad.
Con la mano libre rompí mi uniforme, haría un torniquete con la tela. Volví a buscar mis dagas en el cinturón, esta vez teniendo suerte, no estaban a los costados de mi cinturón, estaban en la parte delantera del mismo.
Nunca me había detenido a valorar cada uno de mis cinco sentidos, siempre fui demasiado visual y nada perceptivo con lo que había a mí alrededor, pero si lo hubiera sido habría sentido las dagas al correr y no solo me habría acostumbrado a su constante bulto.
Saqué una y continué rasgando la parte de arriba, decidí cortar toda la tela de esta, quedándome solo con la playera blanca obligatoria. Dejé la daga en el lodo e intenté maniobrar para formar una tira gruesa pero como le había dicho a la soldado malhumorada, ese paraguas no era más que un estorbo. Como pude, anudé la tira en mi rodilla, apretando todo lo que mis manos me permitían.
Me levanté de nuevo y empecé a caminar lo más rápido que mi pierna me permitía, intentando escuchar más allá de la lluvia, buscando desesperadamente las pisadas de quien me disparó, nada, no escuchaba nada.
Continué, hasta que el sonido de agua en un chapoteadero captó mi atención, pisadas, venían hacia mí, no se trataba de un soldado, eran varios.
–No hay a dónde ir, la calle te deja en una pared, debió seguir hacia acá.
–No, estoy seguro que se quedó tirado, lo tuvimos que herir.
–Comprobemos, pero si se fue hacia la calle lo vamos a perder.
–Pero si nadie sabe a dónde ir, no podemos ver, no irá a ningún lado, debe estar muerto. Comprobemos.
¿Aliados? ¿Eso estaba permitido?, nunca nos habían hablado de que algo así se podía, pero había aliados y me estaban cazando a mí. Tenía que seguir antes de que descubrieran que había avanzado, al caminar el paraguas que llevaba clavado en la mano se atoró con algo que al parecer estaba mal puesto e hizo que cayera, provocando un estruendo.
De verdad, era un estorbo y mi final.
–Detente, está aquí.
Los saldados empezaron a correr, intenté jalar mi mano, pero el paraguas seguía atorado, una vez más, nada... Las pisadas estaban más cerca.
–¡Te tenemos! –gritaban los soldados disparando a la lluvia, tomé una de mis dagas e intenté cortar el bastón metálico, era demasiado resistente y solo impactaba la hoja sobre él, empezaba a rendirme cuando una bala rompió lo que fuera que tenía atorado al paraguas liberándolo.
–Le di, le di, corre. Le di.
Pero me había liberado.
Empecé a correr olvidando por un momento mi pierna herida, giré en dirección contraria a las balas, hasta que choqué con algo cayendo al suelo mojado, no era algo, era alguien, comprendí después de escuchar el gruñido y sentir que se abalanzaba sobre mí, había chocado con uno de los cadetes aliados, lo sabía, pude sentir el revolver en mi frente.
–Lo tengo, ven acá. Sigue mi voz, démosle final. Rápido. ¿Cuál es tu código? Quiero llevar un recuento de los cadetes que mate.
Permanecí en silencio sopesando mis opciones, al chocar mi daga había caído y no podía tomar la otra, él estaba sobre ella y no podía empujarlo, si lo hacía su dedo apretaría el gatillo.
–Contéstame, dime tu código.
Una vez más sopesé mis opciones, no había ninguna que me ayudara a salir, al menos si se lo decía podría decir que me asesinó en la última prueba y no fui uno de los primeros en morir.
–11498 –pude sentir como acomodaba el revólver y aún sin ver sabía que estaba sonriendo.
–11498, un placer.