–En el armario, también está su arma–, dijo señalando un armario blanco con cristales azules, detrás de la mesa donde estaba conectado antes– extravió una daga en la ciudad, nos fue imposible encontrarla.
Asentí con la cabeza y empecé a incorporarme, tenía razón la enfermera, mi pierna estaba como nueva, no sentí el más ligero dolor al doblarla para bajar de la camilla, el piso estaba frío; como las paredes, era de un tono gris, me hacía pensar que era transparente, como todo en la academia, había escuchado innumerables historias sobre la academia y por qué los suelos y las paredes eran así, incluso algunos muebles.
El blanco es el más puro de los colores, pero hasta este puede esconder secretos, en la academia Magnus no lo hacía, menos en Utopía, él era transparente, porque sabe que todos nosotros somos un solo organismo, todos nosotros hacíamos esto posible y nos ayudaba a mantener el equilibrio, era por eso que los suelos y paredes eran de ese tono, casi transparentes, podías sentir que todo el tiempo alguien te observaba, así como tu podías observar a los demás.
Un equilibrio perfecto lleno de...
–Solo ellos te observan –el pensamiento me sorprendió haciéndome saltar. Eso era absurdo, era solo una metáfora del gobierno de Magnus, nadie observa a nadie. Hay equilibrio.
–Es la verdad –ya no sonó como un pensamiento, era una voz, una voz en mi cabeza clara y dulce. Tenía el presentimiento de haberla escuchado con anterioridad.
Era absurdo, una voz.
Absurdo.
Decidí ignorar todo pensamiento, eran pensamientos llenos de cansancio que no podían tener sentido, así como menos lo tenía escuchar voces en mi cabeza y empecé a ponerme el uniforme, un traje completo verde pastel, verlo prestándole demasiada atención hacia que me pareciera verde azulado, si lo miraba aún más podía confundirlo y ver matices del cielo, aunque más bien, parecía el abismo.
Cuando me lo puse al fin, dejé de fantasear, la cinta negra de los costados se ajustó a mi cuerpo, cerrándolo, ocultando la playera blanca. Me acerqué al armario blanco y saqué un par de botas y mi daga, solo quedaba una, como había dicho el soldado. La metí en mi cinturón y me acerqué a la cama con las botas en mano, dispuesto a ponerlas.
Una vez que me las calcé me quedé mirándolas, miraba las jaretas, eran largas y oscuras como las botas, debía anudarlas, pero mi mente estaba en blanco, tomé cada extremo y las sostuve un rato en el aire, todo el agotamiento tenía mi mente saturada.
–Esto es una pérdida de tiempo –maldije antes de ocultar las jaretas en las botas, me esperaban, no podía perder el tiempo con algo así, seguro que al rato recordaría cómo hacerlo, me levanté dispuesto a salir.
–Vuelve a sentarte, te ayudaré –anunció de nuevo la voz en mi cabeza, bien, el agotamiento estaba jugando conmigo otra vez, pero lo hice, me senté–. Toma cada extremo de una –así lo hice–, ahora pasa una debajo de la otra, después pasa las jaretas sobre tu tobillo a la altura del segundo agujero de las jaretas –mis manos hacían lo que la voz les ordenaba, como un robot, volví a pasar una sobre otra e hice un moño– jala el moño otra vez, eso evita que...
–Se aflojen para el segundo nudo del moño
–Se aflojen para el segundo nudo del moño ¬–dije al mismo tiempo que la voz en mi cabeza.
Esperé a que siguiera hablando sobre cómo hacer el segundo nudo del moño, pero el silencio hundió la habitación, era sorprendente como por unos segundos la voz del cansancio logro hacer que me sintiera con alguien más en la habitación. Hice lo mismo con la otra bota, olvidando como hacer el segundo nudo en el moño, pero si había recordado cómo hacerlo, solo debía esperar que el cansancio me permitiera pensar de nuevo.
Avancé a la puerta donde dos soldados me estaban esperando, vestían el mismo traje que yo, salvo que en el pecho tenían una medalla, indicaba que ya habían terminado la academia y podían ser llamados soldados, no cadetes. Ellos me miraron y empezaron a caminar, los seguí.
El corredor era enorme, con pilares blancos y paredes grises simulando ser transparentes, colgaban cuadros, donde se podía ver los rostros de los soldados que habían pisado esa academia, edificaciones de antes, cuando los humanos eran un problema, cuadros vacíos y con nombres grabados en ellos, escritos en un idioma que nunca antes había visto.
Giramos para entrar en un salón enorme, donde todo era blanco, de no haberlo visto con mis propios ojos habría pensado que estaba vacío a simple vista, pero tenía justo en el centro unas escaleras en forma de caracol, eran tan blancas que se perdían con las paredes, era la única habitación que había visto con paredes y suelos blancos, no grises.
Los soldados avanzaron, los seguí, el silencio de dentro de esta era sepulcral, el único sonido era el de nuestros pasos, cuando estuvimos al pie de las escaleras, los soldados voltearon, inclinándose a un costado, estaban de rodillas con una mano en el pecho.
–Como primer finalista de las pruebas para entrar a la academia Utopía, tenemos el honor de escoltarlo a la sala de iniciación –dijeron al unismo.
Aturdido asentí con la cabeza y empecé a subir, los soldados me siguieron.
Al final de las escaleras había una puerta en forma de arco era de un blanco impecable, incluso era más blanca que las nubes, si la mirabas por mucho tiempo te cegaba su pureza, parecía luz, en ella se encontraba grabada la palabra lealtad con letras verdes como el de los trajes.
–Todos lo están esperando –anunció uno de los soldados– cuando cruce esta puerta será uno de nosotros. ¿Está listo?
¿Lo estaba? Había vivido toda mi vida para este momento, pero ahora parado frente a la puerta mis rodillas flaqueaban, no sabía si lo estaba. Uno de los soldados notó la vacilación de mi cuerpo y puso su mano en mi hombro.
–Esta listo, cadete. Nunca había visto a alguien terminar la prueba tan rápido como usted, y, lo más importante, su temple, ese que le brindó seguridad para seguir y no quitarle la vida al soldado que amenazaba con robar la suya.
–¿Cómo terminé la prueba? –pregunté conmocionado, no recordaba mucho. Solo la lluvia cayendo sobre mí y los gritos de un soldado pidiendo ayuda, después todo era borroso, desperté en esa habitación.
–En solo dos horas, cadete –la sonrisa de los soldados brillaba con orgullo–, nunca nadie había terminado así, incluso nosotros, nos tomó dos días llegar.
–Talento natural.
–Talento natural –susurré para mí mismo, lo había conseguido, tal vez olvidar algunas cosas era culpa del gas.
Asentí con la cabeza antes de pronunciar las palabras: "estoy listo" y las puertas se abrieron, convirtiendo la palabra escrita en dos: valentía y justicia.
Se abrieron al mismo tiempo dos puertas más, la primera puerta era de un amarillo intenso, pese a que no había sol brillaba como si el sol le estuviera pegando, la segunda era azul, azul como el cielo incluso más profundo, un azul que no encontrarías con solo mirar una vez, un azul como la voz que me habla, azul como sus...
–Mis ojos no son como el cielo –la voz volvió a mi cabeza, pero esta vez estaba esperándola y ansiaba atento que volviera, me resultaba tan cálida y tan llena de vida.
–Elija una, cadete –los soldados, me había olvidado de ellos, estaba perdido en la puerta azul y la voz.
–¿Debo elegir la que sea? ¿Qué hay detrás?
Los soldados se miraron entre ellos, conmocionados, –Debe elegir la primera que se abra una vez que se acerque a ellas, es el llamado de su destino.
–¿Qué pasa si elijo la segunda?
–Solo se abre una puerta, cadete –sonreían con paciencia, pero sus ojos irradiaban impaciencia.
–Bien –dije y di un paso al frente esperando que la puerta azul se abriera, pero fue la amarilla la que emitió un chasquido, miré sobre mi hombro esperando ver a los soldados indicándome que entrara, nada, estaban expectantes, con su mirada sumida en desconcierto, no habían escuchado que puerta se había abierto.
–Quiero ir a la puerta azul –dije para mí mismo, resignado por tener que ir a la amarilla brillante, cuando me disponía a abrirla la voz regresó a mí
–Ve a la puerta azul, puedes abrirla.
¿Podía?
Di un paso a la puerta azul, tomé el pomo, se sentía ardiendo bajo mi piel, cerré los ojos y giré.
Los soldados ahogaron un grito y dieron un paso atrás –Aquí lo estaremos esperando, cadete, junto con los demás.
Giré sobre mis talones para preguntarles quiénes eran los demás para ser sorprendido con miles de personas, vestían vestidos y trajes elegantes, ciudadanos de la ciudadela, todos ellos me vitoreaban.
Al final de todos, estaba Magnus, vestía un traje negro y una capa blanca, levitaba sobre las cabezas de todos, su barba tenía matices rojos y verdes, sus ojos eran dos cuencas moradas llenas de asombro, levantó su copa e hizo una pequeña mueca en mi dirección cuando la puerta azul me jaló dentro.
–No confíes en lo que veas, mira dos veces antes de estar seguro y si te pierdes habla en voz alta –sonreí, su voz me daba paz, tanta que no me importaba estar a punto de ser engullido por la boca de un enorme pez.