Capítulo 3 CAPITULO 3

🌙Luna🌙

Ya ha pasado una semana desde que inicié mi trabajo en este lugar.

Las cosas entre el jefe idiota y yo no mejoran, de hecho, acaba de salir de mi oficina pisoteando como un niño berrinchudo, solo porque me negué, por décima vez, a moverme de oficina. El idiota quiere meterme en un cubículo diminuto al lado de su insoportable secretaria, quien por cierto no deja de mirarme como si tuviera escrito "Zorra" en la frente.

No puedo decir que el resto de mi estadía es mala, Óscar me ha recibido muy bien y solemos mantener conversaciones en nuestro idioma natal durante los almuerzos. Es una buena persona, diferente a mi primera impresión de él, claro que también es un depravado que le mira el trasero a cualquiera que pasa por su lado, hombres o mujeres. El afirmó ser totalmente heterosexual, pero también dijo, y cito, "me gusta admirar las bellezas de la naturaleza". No recuerdo la última vez que reí en compañía de un amigo. Mi mejor amiga viaja por el mundo al igual que yo, y ahora está en Francia, su país natal. Aparte de ella, no tengo a nadie más con quien hablar si me siento sola o aburrida.

- Grazie per la vostra presenza, signori – me despido de los inversionistas al terminar la reunión

- ¡García! – grita el jefe idiota – A mi oficina, ¡ya!

Pongo los ojos en blanco y termino de recoger mis cosas antes de encaminarme al pent-house que tiene el hombre como oficina. Mi abuela solía decir que los hombres con posesiones extravagantes y exageradas las tienen para compensar una deficiencia de tamaño en otras áreas.

- ¿Qué? – digo entrando a la oficina

- No vuelvas a responderle así a tu jefe – advierte señalándome

- Mandaré a hacer un mural y lo pegaré en esa pared – señalo el muro frente a su escritorio – Con letras bien grandes que digan "Luna García trabaja conmigo, no para mí"

- Qué graciosa – dice con sarcasmo – Esa frase irá a mi lista de "Razones para despedir a Luna García"

- Dígame, señor Van Wells, ¿qué desea?

- Siéntate – ordena como si fuera un maldito perro y me trago el insulto para no agregarlo a su lista – Según mi padre, se supone que además de ser mi traductora serías mi maestra de italiano y ha pasado una semana y no hemos iniciado con eso. Me dices por qué no estás cumpliendo tu parte del contrato hecho con mi padre

- En el contrato especifica que las tutorías iniciarán un mes después de ser contratada – explico con calma – Es fundamental que primero me empape del ambiente de mi estudiante para saber cómo proceder con las tutorías. Es como un período de prueba

- Bien – dice sin apartar la vista de unos papeles – Espera – pide cuando me levanto de la silla – Si quieres empaparte de mí ambiente, vendrás esta noche al club del banco. Celebraremos que el contrato con los inversionistas italianos se cerró. Todos los empleados están invitados.

- No soy una empleada – repito

- Claro, como digas – se encoge de hombros – Pero serás la única que no va a asistir y creí que no querrías sentirte tan desplazada en tu primera semana de trabajo

- No soy una persona sensible – digo extrañada por la repentina amabilidad – Pero gracias. Lo pensaré

- ¿Tienes tu agenda muy ocupada? – pregunta con sarcasmo

- No soy de las que aman socializar – aclaro

- Irás a la celebración, García. Es una orden – sus ojos me perforan el alma y me dan escalofríos al recordar lo similares que son con los de Edward.

- Dígale a su padre que me envíe la orden por escrito – respondo molesta por el sentimiento de ahogo que empieza a embriagarme – Con permiso

Literalmente salgo corriendo de la oficina, ignorando la mirada confundida que el jefe idiota me mostró en el último segundo.

Me encierro en uno de los cubículos del baño y trato de calmar el ataque de pánico que me llega de repente.

A pesar de que ya pasaron años, el maldito sigue martirizándome la vida. Justo cuando creo que vuelvo a la normalidad, algún recuerdo de él se cruza por mi camino y el proceso de sanación empieza de nuevo.

Le texteo a mi psicóloga para agendar una cita esta tarde y salgo del baño después de secarme las lágrimas y mostrarme tan normal como siempre.

Regreso a mi oficina y termino con la planificación de los siguientes once meses de tutorías que tendré con ese extraño ser que es mi jefe.

🌙💰

Siete años antes

- ¡Estoy cansada! – grito entrando a mi habitación

- Lo último que quiero es verte sufrir, Luna – dice Pablo sentándose en mi cama – Deberías irte unas semanas. Tu último año empieza en un mes y necesitas un descanso de nuestros padres

- Lo sé – resoplo – Es una lástima que para viajar y alejarme tenga que pedirles dinero a los causantes de mis problemas

- Díselo a la abuela – propone – Pídele la casa en la Fernandina y vete por unas semanas

- La llamaré – accedo y luego Pablo se va de la habitación.

Gracias a Dios siempre he sido la favorita de mi abuela, y como le conté el enorme cúmulo de estrés que mis padres me han provocado, tuve su permiso para utilizar su casa en las Islas Galápagos y también su jet privado, lo que me ahorra el tener que gastar mi dinero en el boleto de avión.

Llego al puerto y el auto me espera para llevarme a casa, pero decido ir caminando. La isla Fernandina es una de las más grandes e importantes del Archipiélago, pero es habitual para mí caminar por estas calles, así que conozco bien el camino. Dejo que el conductor se lleve mis maletas en el auto, y yo me voy por las afueras de la ciudad, caminando por los muelles y orillas del mar, respirando al fin un poco de tranquilidad, hasta que un estruendo a mi lado me hace tambalear y caer del muelle directo al agua.

Maldigo mentalmente mientras intento salir y encontrar al imbécil que hizo que arruinara mi ropa y mi celular, pero al parecer el imbécil me encuentra primero, ya que siento unos fuertes brazos sujetarme de las piernas y levantarme hasta llegar al borde del muelle. Me logro sentar en la madera y logro ver al grandioso ser humano que acaba de salvar mi vida. Un hombre mayor, con el cabello claro y unos ojos azules que hipnotizan, una sonrisa dulce, mejillas redondas y un par de hoyuelos. Es alto y fornido y me observa con curiosidad.

- Lo lamento mucho – dice acercándose a mí – Estaba conduciendo mi motocicleta y un auto se atravesó y tuve que girar y cuando me fijé, estaba literalmente yendo hacia ti, así que hice sonar el claxon y nunca pensé que caerías, lo siento. ¿Estás bien?

Asiento sin dejar de temblar por el viento fresco que se cuela en mi piel mojada. Mi vestido está pegado a mi cuerpo, resaltando las partes que mi madre insiste en que esconda hasta que me case. Me sonrojo e intento despegar la tela de mi cuerpo cuando siento su mano en mi rostro.

- Déjame llevarte a casa, por favor – pide con dulzura.

No debería, enserio que no, pero es muy fácil confiar en alguien con un rostro tan amigable y sincero. Es guapo, sí, pero antes de resaltar su físico, la expresión amable en su rostro se gana la confianza de cualquiera.

- No tienes porqué confiar en mí, lo sé, pero enserio quiero arreglar el daño. Estoy aquí una hora y ya lo arruiné con dos personas. Supondrás lo mal que me siento.

- Soy Luna – le extiendo la mano – No te preocupes, puedo llegar sola. Mi casa está a pocos metros.

- ¿Estás segura? – pregunta apenado y asiento – En cualquier caso, te dejo mi número.

- Mi celular se arruinó – explico sonriendo

- Claro, lo lamento – se disculpa escondiendo una sonrisa tímida – Bien, Luna, te encontraré y te pagaré el daño

- Eso espero – bromeo

- Por cierto – me detiene cuando me alejo – Soy Edward

- Fue lindo conocerte, Edward.

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La cita con mi psicóloga fue de gran ayuda. De hecho, casi siempre lo es. Ahora estoy más tranquila, saliendo de su consultorio para ir a casa, prepararme unos tacos y terminar de ver "The Witcher".

- ¡Luna! – grita un acento español que reconozco al instante

- ¿Estás siguiéndome? – pregunto encarando a Óscar

- Ni sueñes – bromea – Mi cafetería favorita está en esta calle. ¿De dónde vienes?

- Del supermercado – miento por instinto

- ¿Y qué compraste? – pregunta analizándome

- Solo fui a ver que hay. No compré nada

- Eso es extraño – comenta – En fin, irás más tarde al club, ¿verdad?

- No lo creo –

- ¿Por qué? –

- No tengo muchas ganas –

- La verdad lo pregunté como cortesía – me observa – Tienes que ir. No quiero que quedes como la antisocial que nunca sale y que me asocien contigo después.

- Adoro cómo te preocupas por mí – digo con sarcasmo

- Te acompaño a casa, te pones algo lindo y nos vamos al club, Luna

- No eres nadie para darme órdenes, Óscar

- Es por tu bien – insiste y termino accediendo

Subo a mi auto y él me sigue en el suyo, hasta llegar a mi edificio. Ingresamos en el ascensor y luego entramos a mi departamento. Siento que esto no terminará bien, pero sigo siendo joven y necesito un respiro de todo, así que, qué demonios.

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