La Cuarta Generación
img img La Cuarta Generación img Capítulo 2 Nosotros pecadores
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Capítulo 6 Ella ya no existe, ni su cuerpo, ni su alma... img
Capítulo 7 No matarás. img
Capítulo 8 Líbranos del mal. img
Capítulo 9 Quiero regresar a mi mundo. img
Capítulo 10 La falta de oxígeno y la locura... img
Capítulo 11 Una vida feliz... img
Capítulo 12 Quiero ser eterno... img
Capítulo 13 El Refugio Nirvana. img
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Capítulo 2 Nosotros pecadores

Es que desearía que ella me hubiera querido con locura...

Sólo quería envolverme en su grandiosidad efímera y esfumarme del firmamento...

Creerme la gran cosa, sin haberme sanado el cerebro...

Una última vez...

Llora mi alma... Si fuera posible...

Anoche mientras dormía bajo Dios, y me dijo que vos ya te olvidaste de mí.

Y sí... Gracias a Dios que ya ni creo en Dios...

Así que olvidé su voz y me dormí para soñarte aquí...

María descansaba sutilmente en la cama de goma acompasando su respiración con la succión del oxígeno que llegaba a sus oídos desde el pasillo catorce. Se había despertado varias veces en la «noche» y le costaba dormirse otra vez... Tenía el libro robado escondido bajo la suave lámina de goma, pero no podía encender la luz. Nadie debía saber que tenía el libro de las verdades, sobre todo su padre... La castigaría.

La oscuridad de la fría habitación era como humo negro, filtrándose por sus fosas nasales hasta asfixiarla. Escuchó una respiración forzada.

No quería mirar bajo la cama.

No había nada allí, sólo ella intentando dormir. Debía descansar pero había perdido la cuenta de las horas por su inexplicable insomnio. Se levantó colocando las plantas desnudas de los pies sobre el suelo frío de acero. El aceite negro mojó sus pies...

No sabía que era aquel líquido, la miró confundida y... La sustancia negra se levantó tan alta como ella. María gritó desgraciada, cuando su padre Eduardo abrió la compuerta y encendió la luz... No encontró nada, solo a María en el suelo.

-¿Por qué gritas, mi niña? -La miró con una sonrisa-. ¿Quieres ir a dormir conmigo?

María se sintió muy pequeña frente al monstruo que crecía ante la compuerta, a sus pies se extendía el charco negro. Mamá trabajaba en el segundo reactor durante la noche marciana, así que su padre la acompañaba... Él la llevaría a su cama... y la haría sentir mucho dolor por despertarlo en medio de la noche.

María miró la gruesa lámina de acero del módulo, conteniendo las lágrimas.

-No es nada...

Eduardo la miró con los ojos grasientos y la sonrisa enmarcada en los surcos de su boca. Su postura se suavizó...

-Ya veo.

Cerró la compuerta.

Tuvo suerte de que no la tomara en sus brazos y la llevará, suerte... por esta ocasión. Las luces se apagaron y María quedo sola en la oscuridad... Escuchando la débil respiración del monstruo en la otra habitación. Se limpió las lágrimas de los ojos...

La primera vez que pasó, su padre la sentó, desnuda, en sus piernas y sintió un dolor atroz en la entrepierna, un desgarro... María gritó, desesperada, implorando que parará, que le dolía mucho... Pero aquello no acabó hasta que tuvo los muslos cubiertos de sangre... Esa noche no podía moverse por el dolor que sentía, aferrado a su ingle.

¿Qué le había hecho? Al principio no entendía, era solo una niña cuando ocurrió aquel dolor. Pero lo sentía... En su interior comiendo su vientre como una tenaza ardiente... Cada vez que su madre iba de guardia al reactor, su padre abría la compuerta con un silbido de descompresión. María escondida entre las sábanas lloraba en silencio, mientras el monstruo la desnudaba con sus crueles manos y lastimaba su cuerpo con su brusco peso...

No podía hacer nada, no sabía que estaba pasando... Su padre Eduardo no decía nada de lo que hacía, después de usarla le hostigaba con amenazas cruentas. María se sentía sucia y empalagosa cada vez que ocurría... Lloraba aguantando aquel dolor abusivo que nunca terminaba... Nadie lo sabía, estaba sola.

Pero tenía el libro de las verdades. En el módulo de aprendizaje, la Inteligencia Artificial que utilizaba el profesor Antoine, diseñado bajo estrictos criterios; les enseñaba matemáticas, anatomía y ciencias. Los entrenaba en dinámicas de grupo para el desempeño óptimo en el refugio, pero... Había muchas cosas que la IA ignoraba. Los jóvenes del refugio, que nacieron durante la programada Cuarta Generación, desconocían su comportamiento, eran como autómatas que aprendían y obedecían...

El libro que tenía escondido le dijo cómo era la vida en la Tierra. Casi todo lo que aparecía en el libro era desconocido para los otros jóvenes, como si estuvieran aislados de aquello esencial... Supo que era el amor y la soledad, aquello que sentía y aquello que faltaba. Era el único que la mantenía cuerda.

El día que robó el libro, Dreyfus estaba instalando el reactor junto a su padre Eduardo en el pasillo treinta y tres. Pero antes, su madre Elena había estado en su despacho, fue a buscar a su madre encontrando el despacho vacío y por una curiosidad malsana encontró el libro sobre un estante de mala muerte.

«Cien Años de Soledad» dictaba el título junto a un nombre que desconocía. Hojeó la primera hoja y se sorprendió, no sabía ni la mitad de las cosas que narraba y terminó escondiendo el corrosivo texto para fines malévolos. La primera vez que lo leyó, no lo entendió por su complicado lenguaje. La segunda vez que lo leyó, aprendió demasiado. La tercera vez que lo leyó, no se reconocía a si misma. La cuarta vez que lo leyó... ya nada era igual.

Odio. Amor. Cariño. Muerte... Sus compañeros de aprendizaje eran bebés silenciosos e independientes, tenían un velo en sus ojos. Cada vez que María aprendía algo nuevo, algo fuera de lo establecido por lo que era «correcto para los jóvenes»... Un filamento de la barrera la envolvía desaparecía, y estos filamentos cada vez eran menos; separándola de los otros ignorantes... a través de un grueso cristal de entendimiento entre lo que es real y lo que se cree real. El mundo, resultó que era muy desordenado y caótico... Mucho más de lo que la IA lo explicaba en sus complicadas lecciones de comportamiento.

El único que parecía exacerbado con todo esto era Jeremías, él visitaba con regularidad a la psicóloga Esperanza, así como hacían los recién llegados del otro planeta. Pero últimamente casi ni hablaba y le hacía preguntas incómodas a la IA, preguntas que los demás no entendían... Excepto ella, claro... Jeremías parecía confundido, miraba a su alrededor las paredes y el suelo de hojalata con repulsión.

-¿Por qué alguien mataría? -Le preguntó el joven a la IA ante el descontento de los otros. Antoine era un profesor ausente, pero aquello llamó su atención...

La pantalla de luz que se adhería a la pared de metal respondió con una voz apacible de mujer.

-Esa respuesta no está programada.

«¿Por qué alguien mataría?». Era cierto, pero de alguna manera también era falso... Había cierto auto desprecio en formular aquella pregunta. Jeremías se quedó con la duda, pero María sabía la respuesta y... Temía por ello.

-Yo sé tu pregunta.

Jeremías se dio vuelta, era bastante alto; un poco más que todos los demás. Los nacidos en el planeta rojo eran altos y menudos por la poca gravedad, tenían huesos frágiles y voluntades débiles por el encierro. O al menos eso dijeron los que llegaron de la Tierra.

-¿Cómo podrías saberlo?

-Sé lo que es matar-aclaró María alisando su revoltoso cabello castaño-... Ven conmigo después de la dinámica grupal.

-Sabes que nosotros no podemos estar solos-recalcó el joven de ojos oscuros.

-Nadie lo va a saber.

Durante la dinámica grupal no dejaron de intercambiar miradas. La IA los instó a realizar un debate generalizado sobre el funcionamiento de los órganos del cuerpo... Cuando terminaron, María tomó de la mano a Jeremías y juntos caminaron desde el pasillo veintidós al pasillo catorce, el joven se quedó largo rato mirando al pasillo trece, esperando. Sí, Jeremías seguía obsesionado con la silueta oscura de misterioso origen... pero pensaba poco en ello... salvo cuando recorría aquel pasillo deshonrado por la violencia.

María abrió la compuerta y fueron al pequeño módulo donde estaban los dormitorios y el estudio de su familia; faltaba poco para la hora del almuerzo en el comedor, así que debía hacerlo rápido. En su habitación estaba la cama de goma sobre empotrado de metal, el armario relleno de ropa pálida e incolora y una mesa pequeña con una larga tijera de pelo.

-¿No me vas a responder? -Preguntó el joven ligeramente incómodo.

-Primero debes responderme tú.

-¿Qué cosa?

-¿Qué pasó en el pasillo trece?

Jeremías se encogió asustado, fue como si María lo hubiera abofeteado. Estuvo largo rato mirándolo...

-No te lo puedo decir...

-¿Entonces por qué le preguntas a la IA sobre matar, en frente de todos los demás? -María estaba confundida.

El joven se llevó las manos a la cabeza.

-No sabía que tú sabías. Sólo quiero saber la verdad.

-Eso es lo que yo quiero-inquirió María apretando los dientes-. Quiero saber qué ocurrió en el pasillo trece, por qué los adultos miran a ese lugar con desagrado y por qué repentinamente la doctora Esperanza cerró su despacho. Ni siquiera asiste al comedor...

Los ojos del joven se nublaron y se estremeció. Era eso entonces, habían asesinado a la doctora y un velo de silencio cubría el refugio...

-¿Quién la mató? -Reiteró María con los ojos adoloridos, sentía un nudo en la garganta.

Jeremías negó con la cabeza.

-Esa es la cuestión.

Entonces los adultos pretendían que nada pasaba mientras un caos se avecinaba. María se tambaleó y se sentó en la cama de goma junto a Jeremías, él le pregunto el porqué sabía de esto y ella le mostró el libro, pero está vez dijo que era de su madre.

-¿Por qué alguien mataría?

-Por muchas cosas-respondió María mordiéndose el labio-. Pero también por ninguna. Matar no tiene sentido.

-Dreyfus dijo que nosotros somos la Generación de la Inocencia... ¿Qué quiso decir?

-Es lógico-María pensó por un momento-. La generación anterior de nacidos en Marte es muy diferente a los llegados de la Tierra. Son muy inteligentes y pragmáticos, son como máquinas por así decirlo... Con cada generación realizan un experimento diferente. Y nosotros somos...

-¿Nos están privando de la maldad?

-Hay muchas cosas que no saben nuestros compañeros. Cosas cotidianas que cualquier ser humano entendería...

-¿Cómo qué?

María puso los ojos en blanco.

-Cierra los ojos...

El joven apretó los párpados, respiraba nervioso. María acercó su rostro como la había imaginado y... estiró los labios hasta tocar los del joven con un cosquilleo. Se sintió bien, rico en la boca y sonrió. Jeremías abrió los ojos sorprendido.

-¿Qué fue eso?

María se ruborizó.

-Hay mucho más...

-¿Por qué tu cara se puso roja?

La compuerta se abrió con una descompresión atmosférica. Eduardo apareció ante ellos muy serio.

-¿Qué hacen aquí?

María sintió que el corazón se le caía a los pies. Jeremías escondió el libro en una esquina del colchón de goma, estaba muy pálido.

-Nada...

Su padre le dedicó una mirada de reproche y los sacó de la habitación. Sabía que le saldría cara la pequeña aventura con Jeremías. El joven se fue ante una mirada acusadora... Su padre vestido completamente de blanco no le dijo nada pero se marchó inquisitivo al reactor de fisión, donde trabajaba como auxiliar.

-¿Qué te dijo tu padre? -Le preguntó Jeremías esperándola en el pasillo catorce.

Bajaron hasta el concurrido pasillo cinco con el comedor atestado de jóvenes, el turno nocturno del segundo reactor había terminado y el laboratorio de carnes cultivadas cerró su primer turno. Todos comían en las amplias mesas de acero brillante del gran salón blanco.

-Lo odio-soltó María apretando los dientes-... Lo odio con todo mí ser.

Jeremías tragó saliva.

El resto del día la escuchó divagar sobre todo lo que tenía en la cabeza, la mayoría era sobre un pueblo en la Tierra con muchas ocurrencias fantásticas. Cuando Jeremías habló, no pudo evitar imaginarse una y otra vez aquel inesperado beso.

María cerró la compuerta con solo una hora para ir a dormir y escuchó la descompresión, se estaba cortando las puntas del cabello, pero terminó ocultándose bajo las sábanas... Una respiración dificultosa agitó las sábanas bajo el colchón de goma... Eduardo entró desabrochándose la camisa con los labios apretados.

-¿Cómo pudiste cambiarme por ese escuálido? -Tenía los ojos inyectados en sangre-. ¿Sabes cuánto hemos hecho por ti... y tú solo te vas con él? Te diré un secreto: todos creen que soy un genio. ¡Es muy estresante estar todo el día al pendiente del reactor desde que me asignaron el cargo! ¡Una falla y todos morimos! -Su padre se quitó los pantalones, María se encogió sobre el colchón llorando en silencio-... Tú madre ya no... No me soporta. Todo el mundo actúa como si todo estuviera bien conmigo al mando... como si no fuera un humano... Yo...

Se lanzó sobre la cama y tiró de las rodillas de María entre gritos... La abofeteó y la mitad del rostro se le cubrió de calor. La habitación era roja, la hojalata olía a hierro frío... Calló, nadie podía salvarla del monstruo que la engendró. Las luces blancas parpadearon en el instante en que el monstruo de carne apuñaló su interior... y dejó de llorar. De moverse... Estaba en un lugar donde nadie podía herirla. Quería salir de allí, de aquella jaula de pájaros.

-Siempre vas a ser mi niña-repetía el monstruo con un hilo de saliva corriendo por su mandíbula, cada palabra acompañaba una embestida brusca y dolorosa-... Mi niña, mi niña, mi niña, mi niña... Sólo mía...

El peso y la respiración del hombre la asfixiaban... El tubo de oxígeno crujió y... María estiró la mano y se pinchó la palma con las tijeras afiladas y puntiagudas, intentó quitárselo de encima con las manos pero era muy fuerte. Su entrepierna dolía espantosamente...

Las sombras salieron de las paredes, eran altas y delgadas... y anunciaban blasfemias en un idioma que desconocía.

La habitación se cubrió de un rojo escarlata, las paredes lloraban sangre y una gotera caía sobre ella. El hombre se transformó en un demonio negro de ojos espectrales y largos cuernos retorcidos, sacó su larga lengua bífida y le lamió el rostro.

Olía a orina y sangre... María lloró a todo pulmón mientras el monstruo la violaba. Sentía que destruían su alma y envenenaban su cuerpo. Escuchó una voz, una petición del ser bajo la cama... Tomó el objeto filoso con los dedos y lo clavó con un movimiento en la cabeza del demonio.

Escuchó un quejido y el cuerpo sobre ella se agitó, sacó las tijeras de un tirón y la lluvia roja la bañó. Eduardo cayó al suelo temblando, sus ojos saltones miraban el techo, al estremecerse. Aquello que la hacía humana había despertado, la supervivencia... El hombre se agitó con los ojos negros desenfrenados y levantó los brazos...

-Mátalo...

La voz susurrante se escuchaba muy lejos pero estaba junto a ella...

María saltó sobre Eduardo, lo apuñaló en el vientre hasta que sus manos quedaron pegajosas... y gritó... La habitación quedó a oscuras y las manos negras se cerraron en torno a su cuello. Unos ojos brillantes flotaron hasta ella en un sueño...

Ruega por nosotros pecadores a la hora de nuestra muerte...

            
            

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