Cabalgaba solo y a buen paso y aunque había escuchado historias que decían que aquellos caminos en la actualidad eran frecuentados por ladrones que robaban a los viajeros, la verdad era que en los últimos dos días, Blas no se había topado con nadie. Ahora, después de muchos años, tantos que el mismo Blas ya había perdido la cuenta, él estaba en los límites de su pueblo, en donde nació y había vivido en su niñez, ayudando a su padre en las labores de la tierra y de la pesca. Después de mucho tiempo volvía a casa. Pero ahora era todo diferente. Blas ya no era aquel joven curioso y emocionado por conocer el mundo, ahora ya era un hombre con experiencia y con conocimientos, muchos de los cuales se los debía a su maestro y mentor, Grindal. Precisamente siguiendo las últimas instrucciones de su maestro, era que Blas se encontraba tan cerca del lugar que por mucho tiempo había sido su hogar.
Las instrucciones de Grindal habían sido claras, debía encontrar al hijo primogénito de Emerson y Beatriz, los reyes medio-elfos. Así que después de regresar a Portmunt para descansar unos días y reabastecerse de comida y provisiones, Blas inicio su viaje hacia el lugar indicado por su maestro. Este viaje era largo y peligroso ya que debía atravesar tierras hostiles, dominadas por las guerrillas de los medio-elfos, otras eran controladas por los negros y otras simplemente estaban infestadas de ladrones y toda clase de maleantes. Durante el viaje, el discípulo de Grindal tuvo que detenerse en unos cuantos poblados para comprar provisiones y cambiar su caballo ya que los animales se fatigaban mucho debido a las largas jornadas de cabalgata por diferentes terrenos, unos escarpados, otros pantanosos, otros eran caminos polvorientos y otros eran simplemente intransitables debido al fango. Las jornadas de cabalgata eran bastante extenuantes. Desde que el astro rey brillaba con sus primeros rayos hasta que ya la tarde empezaba a caer y en las noches acampaba, si la suerte estaba de su lado lo hacía en los poblados a los que alcanzaba a llegar, si no al aire libre. Cualquier otro, dado lo difícil y agotador de su tarea, había desistido. Pero Blas seguía firme en su intención de cumplir con la misión de Grindal. Y era el mago quien habitaba en todos los pensamientos de aquel hombre. Grindal había sido más que su maestro y mentor, con el tiempo se convirtió como en su segundo padre. Al pasar de los días y de los años, Grindal había sido su única familia, el viejo mago lo instruyó, le enseñó muchas cosas, lo tomó bajo su protección y tutela y gracias al viejo mago, Blas pudo conocer muchos lugares, haciendo así realidad los sueños que tenía desde niño; de viajar y conocer a muchas gentes de diferentes países. Por eso ahora al pensar en el destino de su maestro la nostalgia lo invadía. Sentía algo de culpa por dejar ir solo a su maestro a aquella torre, después de eso, no tuvo noticia alguna del mago. A esta altura ignoraba que había sido del destino de Grindal. Tan solo sabía que su tutor estaba aún con vida. Grindal le había enseñado a concentrarse de tal forma que pudiera sentir la energía de las personas, así estas estuvieran muy lejos. De este modo Blas podía sentir que su maestro aún vivía, aunque la energía que podía sentir era muy pequeña y débil y cada día disminuía más.
La idea de Blas era pasar desapercibido para todos, que simplemente lo vieran como un simple viajero solitario. Así de ese modo pudo pasar todos los controles de seguridad que el ejército de Moravia tenia a lo largo de aquel vasto territorio. El hombre fue testigo del avance de la maquinaria de guerra de Wenceslao. Cientos de tropas desplazándose hacia el norte. La guerra contra el pequeño país de Cadelia pronto estaba a comenzar.
Aquel viaje se prolongó por dos largos meses hasta que estuvo en los límites del lugar indicado por su mentor. Cumplida esta parte del itinerario, Blas pasó a la segunda parte, encontrar aquella vieja casa en donde treinta años atrás, su maestro había dejado al heredero al trono de Sarabia. Pero al parecer no era el único que estaba interesado en encontrar a dicho medio-elfo tan importante. Indagando con vecinos del lugar sobre los nombres dados por Grindal, Blas se enteró que días atrás unas personas también habían preguntado por los mismos nombres.
-¿Me podéis llevar hasta el lugar donde está la casa?-. Preguntó Blas a un campesino.
El hombre dudó un momento pues estaba en las labores del trabajo de la tierra, pero esas dudas se fueron cuando Blas le ofreció unas cuantas piezas de plata. –Solo llevadme hasta la casa, nada más-.
El campesino asintió y dejando el azadón con el cual estaba trabajando se puso en camino por delante de Blas. El hombre condujo a Blas por un camino pedregoso que se desprendía de una vía principal y adentrándose a unos trecientos metros, el hombre señalando una casa dijo –Esa es la casa-.
Blas bajó de su caballo y observó el lugar. La casa que le mostraba el hombre estaba prácticamente en ruinas, se notaba que nadie había vivido allí en un largo tiempo.
El campesino viendo la expresión en el rostro de Blas habló –Las personas que vivían en esta casa murieron hace mucho tiempo-. E invitando a Blas a seguirlo dijo –Venid-. El campesino caminó hacia la parte trasera de la casa y atravesando lo que parecía que en tiempo atrás había sido un huerto se detuvo y le indicó con la mano un lugar a Blas que lo seguía de cerca.
Blas se acercó y vio que el lugar que le indicaba su guía era lo que parecía ser dos tumbas, una próxima a la otra. En cada una de ellas había unas lapidas desgastadas, carcomidas y dominadas por la vegetación, cuyas escrituras estaban casi ilegibles. Agachándose limpió la suciedad retirando la vegetación y la mugre y al final en una letra desgastada y poco legible leyó en la primera de las lapidas el nombre de Tamir y en la otra lapida el nombre de Sirna. En efecto esos eran los nombres que Blas estaba buscando. –Ellos tenían un hijo ¿sabéis algo de él?-. Preguntó con la esperanza de que el campesino supiera el paradero del heredero medio-elfo.
El campesino negó con la cabeza –Después de la muerte de sus padres, él se fue de aquí-.
-¿Sabéis a donde se marchó?-.
El hombre volvió a negar con su cabeza.
Blas entonces le pagó al campesino con las piezas de plata, según lo prometido. Después de tener su pago, el lugareño se fue de aquel sitio dejando solo a Blas. Ahora ya no tenía pista alguna del hijo de Emerson y Beatriz, lo único que lo tranquilizaba era saber que los hombres que habían venido antes que él tras la pista del medio-elfo, quizá también hubieran perdido su pista, pues aquello era un callejón sin salida. Blas volvió al caserío queriendo averiguar por el hijo de Tamir y Sirna pero ningún habitante supo dar razón. Nadie supo que decir sobre el destino de aquel extraño joven que tenía rasgos muy parecidos a los de un medio-elfo.
Sin ninguna pista para seguir, sin lugar al que ir a buscar y encontrándose muy cerca al lugar donde habitaba su familia, Blas decidió, después de muchos años, regresar a su hogar.
A la distancia Blas vio su casa. Los años pasados habían hecho mella en la edificación que lucía desgastada. Mientras se acercaba le salieron al encuentro un par de perros que ladraban ante la presencia de un intruso. El ladrido de los canes debió alertar a los habitantes de la casa ya que uno de ellos, una mujer, salió para ver el porqué del alboroto de los canes.
Blas vio salir de la casa a esta mujer de mediana estatura que vestía unas ropas humildes cuya piel bronceada dejaba ver que era una trabajadora de la tierra. La vio calmar a los canes y tomar en su mano un machete de trabajo. Blas se acercó entonces hasta la mujer y dio un saludo que esta última respondió escuetamente. Blas entonces descendió de su equino y acercándose a la mujer, quien lo miraba desconfiado, la observó fijamente notando el gran parecido con su madre dijo -¿Ricca, sois vos?-.
La mujer confundida de que aquel extraño hombre supiera su nombre y aun aferrada a su machete replicó -¿Cómo sabéis mi nombre?-.
-Ricca soy yo ¿Es que no me reconocéis?-.
La mujer agudizó la vista. Parecía confundida. Por espacio de unos minutos que se hicieron eternos esta mujer se detuvo a mirar fijamente a aquel hombre. Lo miró de tal manera como tratando de reconocerle. No sabía porque pero aquel hombre le resultaba tan familiar, más sin embargo no podía saber quién era.
Blas entonces intentó acercarse más a la mujer y esta última dio un paso hacia atrás aun con su machete en la mano. Blas notando el evidente nerviosismo de su hermana dijo –Ricca soy yo, soy Blas, vuestro hermano-.
La mujer entonces se dejó vencer por la emoción y rompió en llanto al tiempo que dejaba caer el machete al suelo y abriendo los brazos se dejó abrazar por su hermano mayor. Aquel abrazo le devolvió parte de la vida, alegría y esperanza al corazón de Blas, que estaba acongojado por la desaparición de su maestro y por el fracaso de la misión que este último le había encomendado. Mientras Blas y Ricca se abrazaban, el hombre vio que unos niños se asomaban por la ventana, curiosos. -¿Quiénes son ellos?-. Preguntó Blas.
-Ellos son mis hijos-. Respondió Ricca, luego llamó a sus pequeñines, tres en total y los presentó ante su tío.
Pero aquella alegría del reencuentro duro poco ya que, adentro de la casa, la mujer le relató a Blas las malas noticias. Su padre y madre habían muerto. La noticia cayó como un baldado de agua fría sobre Blas. Si bien sabía que al marcharse tan joven, como discípulo de Grindal, todo contacto con la familia, amigos y conocidos quedaban atrás, Blas siempre tenía la esperanza de volver a ver a sus padres y que estos vieran y se sintieran orgullosos del hombre en el que se había convertido.
-Nuestra madre murió primero-. Dijo Ricca. –Una infección en las tripas la mató. Muchos médicos la vieron pero nadie pudo ayudarla. Después de eso, mi padre cayó en depresión. Él os quería ver de nuevo -. Le dijo mirando a Blas. -Aun en su lecho de muerte, mi padre preguntaba por vos. A comparación de madre, el murió de una manera tranquila-. Ricca hizo un corto silencio y luego prosiguió –Después de eso, Marcia se fue de la casa con su marido y yo me quedé aquí con el mío y con mis hijos-.
-Quiero ver la tumba de mis padres-. Dijo Blas. Ricca asintió.
Al estar allí, al pie de las tumbas de sus padres, Blas sopesó todo. Tener a un mago en su casa había sido un sueño hecho realidad. Aquellos cuatro meses en los que Grindal estuvo en su casa recuperándose de sus heridas, habían sido los mejores para Blas en todos sus trece años de vida. Todos los días se sentaba frente al mago a escuchar sus historias fantásticas, de este modo el joven Blas comenzó casi que a venerar a Grindal. Grindal era un hombre que había vivido mucho y con muchas experiencias así que las historias que contaba eran todas llenas de fantasías, historias increíbles y que el mago contaba de forma tan magnifica que hacia volar la imaginación de Blas.
Pasaron un poco más de cuatro meses y Grindal ya parecía bastante recuperado de sus heridas. Durante el tiempo que estuvo recuperándose en la casa de aquella humilde pero atenta y cálida familia, el mago nunca mencionó las circunstancias en las que se había herido. Tampoco nadie preguntó, a excepción hecha de Blas quien alguna vez le preguntó al mago y este último le respondió como solía hacerlo, contándole una historia llena de fantasía que por supuesto dejaba perplejo al joven. Pero el día de la partida de Grindal de aquella casa llegó. Ya el mago se sentía mejor y con sus fuerzas renovadas, listo para el viaje a su casa. Fue allí cuando el joven Blas le abrió su corazón al mago diciéndole que quería acompañarlo y ser su discípulo. Los padres de Blas por supuesto se escandalizaron, no estaban dispuestos a dejar marchar a su joven primogénito, pero la voluntad de Blas por marcharse con el mago era tan inquebrantable que al final terminaron cediendo. No sin antes con la intervención del mago quien convenció a los padres del joven para dejarlo ir con él. Así de este modo, a la edad de trece años, Blas partió con Grindal dejando atrás su hogar, a sus padres, hermanas, su perro Oso y todo lo que conocía. Ahora por delante tenía una gran aventura, un mundo entero por descubrir. Ahora quería tener sus propias aventuras para contar y no vivir de las de Grindal. Aquel momento fue muy extraño para Blas, no tenía miedo, no sentía tristeza por dejar a los suyos, por el contrario sentía como si hubiera nacido para eso, como si los dioses al nacer le hubieran trazado aquel destino y él estaba feliz de por fin poderlo cumplir. Así, con muchas expectativas, Blas cabalgó con Grindal hacia una vida de nuevas experiencias y estas no decepcionarían al joven para nada.
Blas ahora era un hombre diferente al joven que muchos años atrás se había ido de su casa detrás de sus sueños. Al pie de las tumbas de sus difuntos padres entendió todo. Nada pasa por accidente y por mera casualidad. El destino había querido que aquel día en el que iba a revisar las redes de pesca se encontrara con el moribundo Grindal. El destino quiso que lo llevaran a casa y lo ayudaran a recuperarse y luego el mismo destino dictó que la vida de Grindal y Blas debían estar unidas. Ahora que su maestro, mentor y amigo se había ido, Blas tenía que cumplir con su destino. No podía rendirse, no debía hacerlo. Tenía que encontrar a aquel medio-elfo y protegerlo como una vez su maestro, muchos años atrás lo hizo. Ya era hora que pusiera en práctica todo lo que Grindal le había enseñado. Así que después de cenar y descansar por esa noche en aquella casa que le traía tantos recuerdos, Blas a la mañana siguiente de nuevo se despidió de su hermana, cuñado y sobrinos y marchó de nuevo no sin antes dejarles una suma de dinero para los gastos. De nuevo Blas cabalgaba para cumplir su destino. Su misión, encontrar al medio-elfo, que por las informaciones recolectadas días atrás, se llamaba Dante.