Llegó una respuesta, me estaban ofreciendo un trabajo bueno y en mi antigua ciudad, me daban un salario bastante bueno, vacaciones, bonos, todas las prestaciones y además guardería para Emilio.
Acepté el trabajo, era jueves y debía presentarme el lunes, así que era urgente informarle a Arturo y preparar todo para irme.
-¿Cómo que me dejas? ¿Has pensado a dónde irás y de qué vas a vivir?
-No te preocupes, lo tengo resuelto. Tengo trabajo a partir del lunes, guardería para Emilio y estaré en la casa que me dio mi abuelo en el centro.
-De manera que tienes todo planeado ¿te vas con él?
-Por favor, no he vuelto a hablar con él, no me voy con él, no hay nada con él -le dije molesta y desesperada -Me voy porque esto no es sano, para ninguno de los tres, date cuenta que Emilio pronto entenderá lo que pasa y lo mejor para todos es poner distancia.
-Te dejaré ir, pero no es definitivo, se que volverás cuando te des cuenta que te hago falta y que aunque suene mal, pues no encontrarás a alguien que te acepte así -me señaló de manera cruel y despectiva con su mano, en un gesto que me ninguneaba -gorda y con un hijo.
No creí que cedería tan fácil, yo no respondí nada, me fui a preparar las maletas para salir al día siguiente, quería estar pronto para asear la casa porque estaba sola, normalmente mis padres la prestaban a mis tíos para sus fines de semana, pero no era siempre, también quería ver y organizar mis rutas, así que entre mas pronto estuviera allá sería mejor. Al día siguiente pedí un taxi y me fui, Arturo nos despidió en la puerta de la casa y mientras avanzaba el vehículo yo me sentía mas ligera, mas tranquila, mas libre y sentí que volvía a ser yo.
No fui esa clase de mujer que estaba bajo el yugo de su marido, no en el sentido que hacía solo lo que su voluntad dictaba, pero sí me reprimí en muchas cosas solo por no molestarlo y evitar un enfrentamiento de esos que solían terminar en caos, de eso estaba cansada.
Durante el viaje que era de poco mas de cuatro horas, tuve el tiempo suficiente para pensar qué haría con mi vida, lo primero que definí fue que no regresaría al lugar del que me estaba yendo, sin importar si me iba bien o mal yo prefería morir de hambre pero sin él, y la razón era simple: no fui feliz en ningún momento y aunque toda la familia de él me trató muy bien, su mamá se portó de la peor manera y no hubo un solo día en que no me hiciera la vida complicada con sus chismes e intrigas, por tanto no era de mis personas favoritas ni siquiera de las que algún día llegara a extrañar. Luego de rato me quedé dormida y solo desperté cuando Emilio lloriqueó un poco, el camión se había detenido y eso lo hizo despertar. Habíamos llegado y ahora venía la parte difícil, enfrentar a mi madre.
Decidí postergar ese trago amargo lo mas posible y fui a casa a dejar las maletas, Emilio tenía hambre y fuimos a comer a una fondita que estaba cerca de casa, le pedí una sopa con verduras y se la terminó toda y disfruté de verlo saborear cada cucharada, yo solo comí un poco de arroz y una ensalada, luego de ahí fuimos al supermercado a surtir despensa, la leche de mi hijo no podía faltarme y algo de productos de limpieza para empezar a ordenar todo.
Por la noche recibí una llamada de mi madre, ya lo sabía y estaba furiosa.
-Te espero mañana sin falta aquí en la casa, no se que carajos te pasa para hacer una estupidez de este tamaño.
No le respondí nada, solo bufé y corté la llamada, no me iba a arruinar mi paz. Me fui a la cama bastante cansada, eso de andar en taxi era un martirio para mi y luego me puse a hacer el aseo mas urgente y a acomodar la despensa, finalmente bañé a mi hijo y lo dormí para ir yo también a la ducha, caí rendida y desperté a otro día, eran casi las nueve de la mañana y me vestí a prisa para ir al tan anhelado encuentro con mis padres, y nótese el sarcasmo en ello.
Cuando llegué a su casa Emilio empezó a llorar, mi papá quiso cargarlo pero es que no se conocían, desde que nació lo vieron solo una vez cuando tenía dos meses de nacido y ahora ya iba para cuatro años, mi papá empezó a hacerle caras moñeras y mi hijo de a poco le tomó confianza y lo abrazó, mi madre permanecía con su mirada dura clavada sobre mi, no hubo un "Hija ¿cómo estás?" Y francamente a esas alturas de mi vida, si mi madre me tenía alguna estima o no ya era algo que no me importaba.
Dejé mi bolso en la silla mas cercana y me senté para ver a Emilio jugar con mi papá, me resultó curioso ver a mi padre sonreír con mi hijo, él nunca fue un padre amoroso, mas bien era de gesto duro y poco expresivo, él fue mi escuela y a él le debo esta cara dura que cargo siempre y de la cual me siento orgullosa.
-Cuando dejaste la casa para irte con tu marido pensé que estabas tonta, Amanda, pero hoy lo dejas a él para venir a probar no se qué y a no se quien y con eso confirmo que eres la persona mas estúpida que he conocido.
Estaba acostumbrada ya a sus insultos y bajezas, nada me sorprendía, lo que definitivamente sí me sorprendió fue la reacción de mi papá, él toda la vida permaneció callado y sin meterse en los pleitos que teníamos con ella y vino a ser ese día cuando habló al respecto.
-Maura, cállate. No tienes porque hablarle así, es adulta y hay que respetar sus decisiones, ella sabe porque las toma.
-Pues conmigo no cuentas para nada, no se dónde vayas a vivir ni de qué, la casa no es hogar de acogida para que se te ponga abandonar a tu marido y venir a refugiarte acá. Tienes que entender que una mujer sola no vale nada, debe tener un hombre al lado que la haga ser algo.
Rodé los ojos y le respondí serenamente.
-Ahora comprendo tu amargura, estás con papá solo por no ser considerada nada, no porque lo quieras -mi papá solo sonrió como feliz de que le respondiera -y créeme que tú eres el ejemplo claro de lo que yo no quiero ser en la vida, si para eso tengo que dejar al padre de mi hijo ten por seguro que no me detendrá nada ni nadie, pero yo no llegaré a vieja como tú, desdichada, resentida con la vida y frustrada de no haber sido mas que la ama de casa.
-Fue por ustedes, te recuerdo que tu padre me fue infiel y lo perdoné por ustedes -me dijo sin importarle la presencia del implicado.
-Ay Maura, en serio que no tienes ni tantita dignidad. No soy una niña como para que me avientes ese paquete, ni mi hermano lo es, si tú sigues con él es porque quieres, pero francamente lo que ustedes sean como pareja me da igual, son mis padres y hasta ahí. Ahora, si no tienes algo verdaderamente sustancioso que decirme yo me voy.
-Ya te dije que busques a donde irte -me retó con la mirada y yo amaba esas batallas con ella, el conflicto con mi madre aunque comenzó por hacerme sentir mal terminó por ser mi motor, necesitaba de ello para vivir y hacía mucho que estaba sin probar ese elixir.
-Te recuerdo, Maura -siempre odió que la llamara por su nombre y yo gozaba de hacerla enojar -que esa casa no es tuya, mi abuelo la compró para mi, y está a tu nombre solo porque yo era menor de edad.
-Pues eso basta para que sea mía -refutó molesta.
-Perfecto, que bueno que muestras el cobre, así iré a decirle a mi abuelo, tu padre -le aclaré con sorna -que ya estoy en posibilidad de recibir mi regalo de quince años, y sabes que para él soy mas importante que cualquiera de sus hijos, incluida tú, así que sabes cuál será el resultado de todo esto.
Me miró con rabia, quizá ese era el problema y estaba celosa por mi abuelo. El ser mas sabio y amoroso que he conocido, me cuidó y amó desde pequeña y siempre me ha hecho sentir única y especial entre todos sus nietos e incluso entre sus hijos, quizá es lo que mi madre odia de mi.
-Papá, me voy y sabes donde estaré, puedes visitar a Emilio cuando quieras y siempre serás bienvenido.
Se levantó de su silla y fue al colguije ese donde colocan las llaves a la entrada de la casa, tomó una llave y me la dio.
-Llévate tu carro, hija.
Me sorprendió que lo guardaran, creí que al irme lo venderían y no fue así, fue mi regalo de dieciocho años.
-No pa, no te preocupes.
-Amanda, ese carro es tuyo, nadie lo usa mas que yo que de vez en cuando lo muevo un poco, llévatelo, lo compré para ti.
-Así, justo así es como se premia a la loca de tu hija.
Mi padre me hizo una mueca indicándome que ignorara las palabras de mi madre, me despedí de él y subí a mi hijo al auto para ir a ver a mis abuelos.
Llegar a su casa fue ese impulso que necesitaba para no dejarme caer y regresar con el padre de mi hijo, entrar y caminar por ese pasillo fresco y flanqueado con las plantas de mi abuela, la televisión a todo volumen porque mi abuelo ya no escuchaba muy bien, él sentado en su silla viendo las películas de Pedro Infante y oler los guisos de mi abuela que se paseaba de lado a lado en la cocina, me sentí en mi hogar nuevamente, fue de esos momentos que puedes experimentar con todos tus sentidos, vino el olor a infancia, a felicidad, a todo lo que tuve y pude ver a manera de flashazos mis mejores años pasar en aquella casa, por instantes pude escuchar lps gritos y las risas de aquellos ayeres y sin hacer ruido me paré a un lado de mi abuelo con Emilio en mis brazos.
-¡Mandy, mi niña! -Me abrazó con tanto gusto y yo comencé a llorar de pura alegría de estar con ellos de nuevo -Ángela, mujer -llamó a mi abuela, que con el televisor tan alto ni escuchaba -llegó la niña.
Fuimos hasta la cocina y cuando la abuela me vio fue lo mismo, llenarme de besos y abrazos y a Emilio igual, a él lo conocían por fotografía ya que mis tíos se lo mostraban frecuentemente.
Les conté que me separé de Arturo y ambos me dieron su apoyo, como siempre, como en todo momento.
-¿Te vas a quedar aquí mija? -Preguntó mi viejo con emoción.
-Sí, pero en la casa que me regalaste, es que tengo trabajo y es cerca de ahí, pero podré venir todos los días por la tarde a verlos ¿qué les parece?
-Es la mejor noticia que hemos recibido en años, tú eres mas que mi hija y que estén cerca es un regalo para tu madre y para mi -dijo haciendo referencia a mi abuela, lo dicen así porque yo pasé gran parte de mi vida con ellos y me consideraron siempre como una hija y que ellos eran mis padres.
Me quedé a comer con ellos y Emilio fue feliz jugando en aquel patio lleno de flores y pájaros cantando, mi abuela amaba los pajaritos y tenía bastantes, en su mayoría periquitos australianos y unos gorriones, alegraban tanto la casa y mi hijo se sintió parte de ella de inmediato. Me despedí de ellos y salieron juntos hasta la puerta a darme su bendición como cada día que estaba ahí, mi abuelo abrazaba a mi abuela y juntos nos decían adiós con sus manos, su rostro feliz me llenaba el alma, aparte de Emilio solo había dos personas a quienes amaba con todo mi ser y esos eran papá Carlos y mamá Ángela.
Cuando llegamos a casa nos sentamos a armar unos rompecabezas, mi hijo era de pocas palabras pero muy inteligente y amaba los juegos de ese tipo. Yo le compraba todo lo que pudiera estimular su imaginación y luego jugábamos juntos, preguntó por su papá y como si adivinara, en ese momento entró una llamada suya.