Capítulo 4 Flores Salvajes

Marta, Ashe y Hellen estaban allí cuando las puertas del ascensor se abrieron, las tres con un gesto que no se condecía mucho con el festejo de cumpleaños. Esperé adentro, apoyada contra la pared de atrás.

–La única razón por la que todavía estamos aquí es porque es tú cumpleaños, porque... –dijo Hellen antes de que Marta interrumpiera su regaño.

–Bueno, cada uno tiene sus defectos y no es nuevo que Kristine no tiene un ápice de respeto por el tiempo ajeno, pero, es su cumpleaños, así que se lo vamos a conceder como regalo –Marta levantó una mano señalando a la rubia más joven–. Ashe, destruye la caja.

–¡No! –grité simulando desesperación. Ashe me miró de costado alejando la bolsa. Bajé los brazos resignada y clavé la mirada en el piso–. Lo siento, juro que hago mi mejor esfuerzo, pero mientras más lo intento, el destino y la naturaleza parecen complotarse en mi contra.

–Solo puedo imaginar lo tortuoso que debe ser para ti intentar llegar temprano a un lugar.

Marta acarició mi cabeza, enredado los dedos apenas en las hebras rubias, mientras yo asentía derrotada. Las cuatro reímos, el enojo desapareciendo como por arte de magia, mientras el ascensor se cerraba.

Caminamos las pocas calles hasta el restaurante donde siempre nos reuníamos: El

Mesón de Pa􀄴i. Tomamos la mesa de siempre, en un apartado junto al ventanal permitía ver el jardín trasero. Almorzábamos allí desde su inauguración y pertenecer tiene sus privilegios, nuestra mesa de 6 siempre estaba reservada, aun cuando solo fuéramos cuatro. La atención y el ambiente eran impecables y la comida, casera y tradicional, un lujo en esos días, sobre todo sus especialidades al horno. Ordenamos las bebidas primero.

Marta Broccacci era la jefa de la sección de traducciones de la editorial donde había encontrado mi primer trabajo serio. Fue ella quien realizó mi primera entrevista para ingresar, hacia ya 15 años y la conexión fue inmediata.

Si bien era una mujer jovial, su gesto serio y recatado, su vestimenta formal y monocromática y su humor teñido por lo más seco del sarcasmo británico, la hacía cuadrar con una mujer mayor a los 39 años que tenía.

Inteligente, honesta, responsable; el mejor elemento con el que contaba toda la editorial por lejos, reconocida no solo por sus pares sino también por sus superiores, su carrera y su trabajo puestos por delante incluso de su propia vida.

Sin embargo, puertas adentro, era una mujer muy sensible, divertida, carismática y tierna. Solo tenías que lograr traspasar la muralla que había construido a su alrededor, y si de algo me sentía honrada en esta vida era por ostentar esa amistad.

Ella había hecho muchas cosas por mí, cosas que excedían incluso a la familia o la amistad. Gracias a ella había conseguido el trabajo, gracias a ella mantenía un lugar como editora externa, lo cual me daba libertad de acción para cuidar a mis hijos y mantenerme activa, gracias a ella seguía teniendo una vida social.

Gracias a ella, y a Omar, estaba sentada en esa mesa.

Rememoré los años compartidos, las alegrías y las tristezas. Las palabras de Robert resonaron en mi mente "se lo merece". Era verdad. Por mi parte, ella merecía mucho más que una fiesta de cumpleaños. Y no era porque mis otras dos amigas no lo merecieran, sino porque las vivencias compartidas me hacían subirla a un escalón superior: Marta no era mi amiga. Marta era mi hermana.

Ashe Spencer era la más joven de nuestro grupo, quizás a quien más sentía como un par dentro de la "banda". Quizás, si la vida nos hubiera cruzado siendo las dos solteras, hubiéramos sido grandes compañeras de tiempo libre, pero mis responsabilidades en el hogar y con la familia hacían que mi tiempo se viera limitado para acompañarla en sus aventuras.

Después de su divorcio, se había convertido en una adicta a la adrenalina. Se anotaba en cuanta aventura y deporte extremo se le apareciera en la línea y tenía un alto ranking de conquistas. Conservaba una relación muy cercana con su ex marido –a veces demasiado sugestiva– pero se había encargado siempre en aclarar que solo eran amigos.

Ashe tenía el cuerpo que yo siempre había soñado, sin necesidad de los sacrificios y operaciones a las que yo me había sometido. Sana envidia.

Su familia se limitaba a su madre, con quien mantenía una relación extraña, como una amiga lejana que aparece de vez en cuando para asaltar tu guardarropa o pedir ayuda financiera. Nosotras, sus amigas, y su ex marido, éramos más cercanos que la mujer que le había dado la vida. Pero eso no era algo que me sorprendiera: yo había perdido todo contacto con mis padres hacia años.

El padre de Ashe había muerto cuando era pequeña después de una tremenda y traumatizante batalla perdida contra el cáncer, y su único hermano también y era lo único que sabía. Ella no hablaba de eso, con nadie.

Había entrado a trabajar a la editorial un año antes de casarse con Derek, después de terminar su grado en Traducción Técnica en la Universidad de Cambridge y un breve, pero tormentoso paso, por una editorial más grande. El ingreso de Ashe le dio a la empresa el impulso necesario para la decisión de adquirir derechos de textos técnicos, dirigida con maestría por Marta y en un impecable equipo con Hellen.

Hellen Taylor era la mayor del grupo. Casada desde hacía 25 años con John, sin duda era lo más cercano que yo tenía de una imagen materna, en el mejor y en el peor de los sentidos.

Tenían un único hijo: Seth, que estaba por cumplir 20 años o algo así, lo cual les permitía un amplio margen para reencontrarse y compartir su vida en una segunda luna de miel, como a ella misma le gustaba definir.

John era arquitecto y Omar solía convocarlo para cualquier tipo de reforma y proyecto dentro de la empresa familiar de cafeterías. Seth, para completar la empresa familiar, estaba en el último año de una brillante carrera como Arquitecto. Había tenido la posibilidad de ver su trabajo en la última reforma del local de Lexington y tenía que reconocer que el chico tenía talento.

Otro que venía con el paquete completo. Era el orgullo de su madre, buen hijo, gran deportista, excelente alumno, educado y afectuoso, combinaba en uno solo, los atributos de mis tres hijos, aunque los míos tenían más inclinaciones artísticas. No sabía si Seth tocaba algún instrumento o se acercaba a alguna otra expresión del arte.

De cualquier manera, Seth era la joya de la familia Taylor, que pese a muchos intentos en el pasado, quedó como único heredero. Hellen y John venían de dos familias numerosas y de todos los hermanos, eran los únicos que solo tenían un hijo, lo cual, parecía ser una deuda pendiente en ambos.

Hellen y Ashe eran madrinas de dos de mis hijos. Marta siempre había encontrado una buena excusa para escapar de esa responsabilidad y aunque no lo confesara, era una espina en mi costado. Ella los adoraba y colmaba de regalos y era la depositaria fiel de una caja de cartas que preparaba con cada uno en caso de morir en el parto. Pero ni hablar de madrinazgos.

Había preferido dejarle el lugar a Hellen la primera vez con Orson, ya que la hermana de Omar se había auto adjudicado el madrinazgo de Orlando, y no tuve el valor suficiente para negárselo. Con mi tercer heredero, Ashe había tenido su primera experiencia mis-hormonas-me-demandan-un-hijo, así que, en un intento infructuoso por sumarla a mi equipo de madres, se ganó la nominación para el Owen. No tuve éxito. Todos los hijos de Omar tenían un único padrino: Phil.

Las bebidas llegaron y la moza sirvió apurada por atender otras mesas. Pepsi diet para mi, Smirnoff para Marta, una copa de vino de la casa para Hellen y Ashe. Todas nos estiramos para tomar las bebidas, pero fue Marta la primera en levantar su vaso y realizar el brindis correspondiente.

–Bueno, pese a que llegaste casi media hora tarde y ahora tendremos que engullir nuestros almuerzos para volver a nuestras obligaciones laborales mientras tú te vas al gimnasio a pasar el rato, queremos que sepas que te queremos y que deseamos que tengas un muy feliz cumpleaños.

–Menos mal –dije intentando encontrarle el costado gracioso al reclamo. Los vidrios tintinearon junto a nuestras risas.

–¿Cuántos? –preguntó Hellen.

–35 –dije sin dudar.

–Como los últimos dos años –acotó Ashe.

–Y como seguirá siendo, por los siglos de los siglos –dije, con demasiado de súplica en la frase.

–Amén –Completaron mis tres amigas a coro.

Entre risas y con un nuevo brindis, ojeamos el menú para decidir nuestra comida

del día.

–¿Cómo lo empezaste? –preguntó Hellen.

–Con un sueño erótico con un actor que podría ser mi hijo –Miré a un costado con vergüenza. Lucharía por mantener en secreto como siguió mi mañana.

–¿Erótico? ¿Qué tan erótico? –repuso Ashe interesada.

–¿Con quién? –preguntó Marta con solo un toque de curiosidad.

–En realidad –dije, desparramándome en la silla mientras recordaba la última parte del sueño–, lo único erótico fue lo que yo sentí, porque el chico apenas y se acercó a mí para querer besarme.

–¿El chico? –repitió Marta. Al asentir ya a ninguna de las tres le interesó saber su nombre.

–¿Y te besó? –Ashe sonrió.

–No –dije en tono monocorde.

–Bueno, era solo un sueño –dijo Hellen cerrando el tema.

–Sí. Solo un sueño.

–¿Y qué te regalaron? –Parpadeé sin identificar quien había preguntado. Me reincorporé apoyándome en la mesa.

–Ropa para el gimnasio, unas zapatillas nuevas y un bolso fabuloso.

Las tres se miraron y sonrieron.

–¿Qué? –reclamé.

–¿Estás muy enfrascada con la gimnasia que es lo único que nos inspiras? –Ashe estiró la bolsa blanca donde había una caja grande.

–Puedes cambiarlas si no las quieres –dijo Marta.

–¡No! por el contrario, ya necesitaba renovar las anteriores, así que me vienen fantásticas.

Abrí la caja y saqué una de las botitas blancas de mi marca favorita.

–¡Me encantan! –exclamé.

Las tres sonrieron aún cuando el regalo fuera cantado. Debía ser el noveno par que recibía de ellas, porque siempre terminaba gastándolas por el uso.

–Ahora tenemos que ponernos de acuerdo para tu cumpleaños –dije cambiando el ángulo de la conversación. Marta miró sobre su hombro sin darse por aludida, buscando a la moza para apurar nuestro pedido, ignorándome. Volvió a mirarme y habló como si nunca hubiera dicho nada.

–¿Qué haces esta noche? –preguntó. Suspiré resignada, en parte por su táctica de evasión, que me daba la pauta que tendría que cancelar las buenas intenciones de Bobby, el resto por la reunión familiar de la noche.

–La hermana de Omar llegó de París y se queda para reunirse con nosotros, así que tengo a mi cuñada, mi sobrinito y a mi suegra de invitados a dormir esta noche. Y podemos agregar la rigurosa visita de fin de semana de Octavia: mi felicidad está completa.

–Gran plan –acotó Hellen.

–Espero que tu noche mejore cuando se apaguen las luces –Ashe también tenía una autopista de una sola vía, en lo que a festejos se trataba, pero mis expectativas eran tan amargas como mi realidad íntima.

Me entretuve con la comida para no arruinar el evento. Entre los primeros bocados me di cuenta por qué, pese a llevarme bien, tanto con mi suegra como con mi cuñada, cuando estábamos todos juntos, me sentía relegada. No era parte del clan Martínez.

El clan "O" como lo llamaba en privado.

Odelle era la matriarca y nadie se animaba a disputarle el trono. En todo caso, Olivia esperaba en las sombras dentro de la línea de sucesión. Omar era quien, después de la muerte de su padre y con el beneplácito de su madre, había quedado a cargo del negocio familiar. Sin embargo, fue gracias a él que el negocio creciera de una sola cafetería en Londres a más de seis locales y dos franquicias en Francia.

El esposo de Olivia controlaba las concesiones de las cafeterías en París, pero no era más que un empleado de su mujer, que tenía parte del paquete accionario. Su primer hijo, como no podía ser de otra manera, seguía la tradición familiar: Oliver.

Octavia era la segunda mujer en la línea sucesoria, la única hija del primer matrimonio de Omar. La heredera: primera hija, primera nieta, primera sobrina, primera ahijada, la única mujer. Octavia defendía su puesto con uñas y dientes y no dejaba que nada ni nadie le disputara el lugar.

La única razón por la que mis hijos habían sobrevivido a su furia era que habían sido varones, y en un reino de mujeres, eran menos que nada.

Así llegaron de mi mano, para seguir con la tradición, Orlando, Orson y Owen. Siempre esperé con ilusión que llegara una pequeña Ophelia, nuestro gran sueño junto a Omar, pero estaba convencida de que la naturaleza era sabia y por cuestión de supervivencia solo había tenido varones. Y en ese latifundio, nada había más peligroso que la esposa independiente del hombre que mantenía el apellido. Solo por eso tanto Odelle como Olivia mantenían sus embajadores en buenos términos conmigo, pero con limitaciones en el poder.

De cualquier manera, como no me importaba otro clan más que el mío, no era algo que me importara mucho, pero en ocasiones como estas, cuando yo deseaba ser el centro de atención por derecho propio, la invasión del clan "O" me resultaba muy molesta.

Traté de pensar en otra cosa e integrarme en la conversación que había empezado sin mí. Volví a la carga.

–Sigue tu cumpleaños Marta. ¿Qué haremos?

–Lo que hacemos siempre: pijamada, películas, comida china y emborracharnos hasta el copete –Por si no me había quedado claro antes, me dio la espalda y encaró a Ashe–. ¿Y tú?

–Dudando entre hacerlo en un Karaoke o una cena normal. Estoy reservándome para el año que viene.

–¿Ya estas organizándote para el año que viene? –Marta se mostró interesada, moviendo la atención al cumpleaños siguiente.

–Por supuesto. Tú sabes que los múltiplos de cinco son mis años icónicos. Me puse de novia a los veinte, me casé a los veinticinco, me divorcié a los treinta.

–¿Y qué auguras para los 35? –Hellen puso el dedo en la llaga y yo entendía a Ashe, aunque por razones diferentes. Muy lindos los festejos y los regalos, pero ese asunto de cumplir años...

–Más vale que me apure y meta dos o tres íconos en este número –dijo y no pudo completar, porque Marta la interrumpió murmurando.

–No vaya ser que llegues a los 40 sin nada –Terminó su sentencia y ahogó el final de la frase en los últimos tragos de su bebida.

Una fiesta sorpresa, pensé, podía ser un gran punto de partida para una nueva vida. Como decía Hellen, los números no siempre traducen lo qué somos o dónde estamos.

Sí, podía sentirse como un comienzo, o un lindo empujón al vacío si estás justo al borde del precipicio. Marta bebió hasta ver el fondo de su vaso y nos miró como si el vodka le hubiera dado una inyección de energía.

–¿Postre o nos vamos?

Terminamos el almuerzo y salimos del restaurante para volver a la editorial en horario. Me despedí de mis amigas y yo seguí mi camino al estacionamiento para mi próximo encuentro social. Alexa ya debía estar esperándome en el gimnasio.

            
            

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